Debates

Sujetos sociales y revolución

Por Fernando Malacalza
Mar del Plata, enero de 2008

“Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que han de darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, el proletariado.” He aquí la conclusión más importante a la que llegaban Marx y Engels en el Manifiesto Comunista al analizar como iba adquiriendo forma la sociedad burguesa en el siglo XIX. Esta idea se deducía de un profundo análisis de la anatomía del sistema capitalista y ha suscitado largos debates desde el momento en que se formuló.

En la revista Acción en Palabras plasmó Federico Polleri las posiciones de la corriente Frente Popular Darío Santillán con respecto a este tema. [Ver más abajo artículo de Polleri] Debatiremos con esta corriente teniendo presente que, a la luz de los 160 años de experiencias que median entre nosotros y la primera publicación del manifiesto en 1847, afirmamos y reafirmamos la vigencia de las siguientes líneas, escritas por Trotsky en 1937: “La concepción materialista de la historia (…) ha resistido perfectamente la verificación de los acontecimientos y los golpes de la crítica hostil (…) Podemos afirmar con toda seguridad que en nuestro tiempo es imposible no sólo ser un militante revolucionario, sino tan sólo ser un observador culto de la política, sin asimilar la interpretación materialista de la historia.” (Trotsky, L.D., A 90 años del Manifiesto Comunista, Ed. Crux,  págs. 15 y 16)

No dudamos que se nos acusará de dogmáticos. Pero nosotros afirmamos que es dogmática cualquier posición que es defendida sin ser debidamente fundamentado en el marco de la utilización de un sólido método de análisis.

No consideramos que éste sea un debate teórico de interés puramente académico sino que entramos en esta polémica con la convicción de que, como decía Lenin, “sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria”.

Las clases

En su elaboración Polleri hace una interesante síntesis de algunas de las posiciones más características del autonomismo. Su punto de partida es una crítica al ya citado Manifiesto Comunista y su finalidad es refutar a quienes defendemos la centralidad de la clase obrera o trabajadora (más adelante se verá por qué no hacemos una distinción entre ambas categorías, “obrero” o “trabajador”) para la revolución socialista. Nuestro autor se plantea, muy correctamente, la tarea de analizar los cambios que ha sufrido el capitalismo en su historia para entender la lucha de clases como es actualmente y no quedarse dogmáticamente con la letra escrita de Marx y Engels. Sin embargo, reiteramos que esta empresa no puede llegar a buen puerto si no nos basamos en el método utilizado por los fundadores del socialismo científico.

El primer punto en cuestión es la afirmación presente en el Manifiesto de la creciente polarización de la lucha de clases en la sociedad capitalista en dos clases beligerantes: la burguesía y el proletariado. Polleri afirma correctamente que las clases o sectores sociales “intermedios” de origen precapitalista han desaparecido y desaparecen constantemente por la fuerza de los medios de producción creados por el capitalista. Las predicciones del manifiesto en este sentido se verían confirmadas. Sin embargo, afirma que más que alimentar las filas del proletariado estas “clases medias” han contribuido a que “las estructuras sociales capitalistas” se hayan hecho “mucho más complejas”. Esta complejización se debe a la aparición de “nuevas capas medias (profesionales, técnicos, trabajadores de los servicios, de la enseñanza y la salud)”. Más tarde, las describe como “masa numerosa de sujetos que mantienen relaciones salariales (…) pero que no encajan en las dos clases fundamentales”. Queremos polemizar con estas posturas pero, antes que nada, aclaramos que resulta una dificultad criticarlas debido a las falta de criterio claro que lleva al autor a limitar el concepto de proletariado a la clase obrera industrial. Nos corresponderá a nosotros entonces establecer ese criterio.

Hay una serie de formas de definir a una clase que son igualmente ajenas al materialismo histórico. En primer lugar, el criterio comúnmente utilizado por los ideólogos burgueses; esto es, según el nivel de ingresos. Si nos atenemos a esta concepción entonces no existirían ni la burguesía ni el proletariado sino las clases “bajas”, “medias” o “altas”, las causas de las desigualdades no serían ya sociales sino naturales y ya no existen explotadores ni explotados sino individuos “exitosos” o “fracasados”. Tener siquiera en cuenta este criterio no puede ser menos que contraproducente. Sin embargo, Polleri pareciera ceder cierto terreno a estas concepciones al calificar, sin más, de clase media a los profesionales, por ejemplo.

No nos detendremos demasiado a criticar la extrema vulgarización anarquista de la teoría de lucha de clases que es reducir esta a la sola relación de autoridad entre los individuos. Según esta idea los bolcheviques eran enemigos de clase de las masas obreras rusas por el solo hecho de haber sido los dirigentes del proceso revolucionario de 1917. Esta concepción lleva a los historiadores vulgares y superficiales a oponer la toma del poder de los Soviets a la de los bolcheviques, siendo que no se planteó la toma del poder por los primeros hasta que fueron mayoría en ellos los segundos.

En tercer lugar, esta muy extendida entre los marxistas la idea de que las clases pueden ser entendidas por el estudio de las relaciones puramente jurídicas de estas. Los mismos Marx y Engels dieron lugar muchas veces a esta errónea interpretación. Según este concepto el capataz y el gerente, que en los papeles no son dueños de la empresa sino “asalariados”, serían obreros. Para ejemplificar esto no es necesario ir muy lejos, veamos el caso de las cooperativas “truchas” de los obreros del pescado en Mar del Plata. Jurídicamente, los trabajadores del pescado son monotributistas y supuestamente no dependen de un patrón. De esta forma, los empresarios no se ven obligados a asegurar los aportes para las jubilaciones o dar indemnizaciones por despido, entre otras cosas. Jurídicamente, los trabajadores son independientes de un patrón, en la realidad, son superexplotados y despojados de muchas de las conquistas históricas de los trabajadores por el empresario que controla la “cooperativa”. Así, podemos ver hasta qué punto es equivocado sostener el criterio de darle entidad propia a las relaciones jurídicas, que no son más que la expresión formal de las relaciones sociales de producción. El criterio de análisis marxista correcto es precisamente el estudio de estas últimas. Porque, como planteaba Marx, para entender a una sociedad histórica particular hay que fijarse no tanto en qué producen sino en cómo lo hacen.

Veamos que dice Marx al respecto. En el capítulo XIV del Tomo 1 de El Capital establece que lo que caracteriza al proletariado es que “hace rentable al capital”. Más tarde, hay una afirmación muy pertinente de citar para saldar esta cuestión particular: “un maestro de escuela es un obrero productivo si, además de moldear la cabeza de los niños, moldea su propio trabajo para enriquecer al patrono. El hecho de que este invierta su capital en una fábrica de enseñanza en vez de invertirlo en una fábrica de salchichas, no altera en lo más mínimo los términos del problema”. (Marx, Karl, El Capital, Fondo de Cultura Económica, México, 1973, t.1, pág. 426 citado de Luna, Ramón, “Funes el Desmemoriado” en la Revista Debates nº 3, Ed. Antídoto, Octubre 1999). En efecto, desde la perspectiva marxista estas “nuevas clases medias” son parte del proletariado.

Volvamos al texto de Polleri. Con respecto a los desocupados dice que se los “podría colocar dentro de la clase obrera (como ‘no ocupados’) pero este encuadramiento se desmorona cuando tenemos en cuenta que ya está formando parte de este sector una generación entera que nunca tuvo trabajo…”. Evidentemente se está refiriendo al caso de la desocupación en Argentina, pero las afirmaciones del autor hubieran sido pertinentes hace 5 o 6 años. La realidad argentina ha demostrado todo lo contrario a lo afirmado por el autor con respecto a los desocupados. Efectivamente, en el momento más álgido de la crisis y la rebelión popular se expresó una generación que nunca había tenido trabajo. Vamos a los hechos ¿Dónde está ahora esta generación? Entre el 2003 y el 2006 la desocupación bajó de su pico histórico de un 25% al aproximado 10% actual. Si analizamos los datos que señalan que de los tres millones de de puestos de trabajo creados su enorme mayoría fueron ocupados por jóvenes de entre 15 y 24 años vemos que esta  joven generación de desocupados ha pasado a formar parte de las filas de la clase trabajadora ocupada. (Los datos son de: Lozano, Claudio, Notas sobre la actual etapa económica, abril 2006, www.cta.org.ar). Esto es lo que sucedió con esta joven generación de desocupados en Argentina. Así, podemos ver que lo único que se “desmorona” son las ambiguas ideas del autonomismo.

Con este criterio establecido, analicemos los siguientes datos internacionales que, si bien son de hace más de diez años, demarcan una tendencia mundial que se profundiza:

“Así, para el año 1996, en los Estados Unidos los asalariados constituyen el 91,6% de la población económicamente activa, en Alemania el 89,5%, en Suecia el 89%, en Japón el 82,1% y en España el 73,7%. Una proporción también alta se da en muchos países semicoloniales de mayor o menor desarrollo como muestran las siguientes estadísticas: Argentina 70,4%, México 58%, Bolivia 52,5%, y en Asia, en Corea del Sur 68,2%, combinándose en los tres primeros países con un importante porcentaje de la población que trabaja por cuenta propia”. (Datos de Chingo, Juan y Sorel, Julio, “Las transformaciones del trabajo y la centralidad de la clase obrera”, abril/mayo de 1999 en Estrategia Internacional nº 11-12, www.ft-ci.org)

A partir de lo dicho, afirmamos que, a contramano de lo sostenido por el FPDS,  la afirmación de Marx y Engels en el manifiesto de que la sociedad capitalista tiende a simplificar la lucha de clases en dos clases fundamentales ha sido confirmada por la experiencia histórica.

El programa y las clases revolucionarias

A pesar de todo lo dicho, sería ciego negar la existencia de sectores sociales que no pertenecen ni al proletariado ni a la burguesía, en el marco actual de la instauración definitiva del capitalismo a nivel mundial.

Si bien las capas pequeño burguesas siguen existiendo, son socialmente mucho más débiles y, en cuanto a la composición total de la población mundial, mucho más pequeñas que en la época de Marx. Para la época de este último la abrumadora mayoría de la población mundial e incluso europea era rural pequeño burguesa (campesina), lo cual se revirtió para la segunda mitad del siglo XX.  Sin embargo, este no fue motivo para Marx y Engels para dejar de considerar al proletariado como “la única clase verdaderamente revolucionaria”. Volveremos después sobre este tema.

Después de plantear la necesidad de abandonar el “dogma” de la centralidad (que no es lo mismo que exclusividad) de la clase obrera en la Revolución socialista, Federico Polleri plantea que todos los actores sociales mencionados por el conformarían un sujeto social único en la Revolución. Lo que tenemos ahora no es ya lucha de clases, sino luchas entre el “bloque popular” y el llamado bloque histórico. Este último estaría conformado por “militares, intelectuales, partidos políticos (esencialmente el PJ y la UCR, pero no solo ellos), burocracias sindicales y estudiantiles…”. Pero lo que nos interesa aquí es polemizar con el significado del concepto “bloque popular”. Según lo planteado por Polleri se deduce que no hay diferencias de intereses entre un propietario pequeño burgués y un obrero asalariado. Peor aún, en el artículo se plantea claramente que los “pequeños industriales” y los “pequeños comerciantes” (las famosísimas pymes) serían miembros del “campo popular” junto con la clase obrera en su enfrentamiento con el “poder económico concentrado”.

¿Hay acaso algo más explotador que los pequeños industriales? Por su condición desfavorable en el mercado necesitan ser más competitivos. Y para eso no tienen otro recurso que explotar aún más encarnizadamente que las grandes empresas a sus trabajadores ¿Son estos pequeños patrones el sujeto de la revolución? Plantear una identificación entre los intereses de los trabajadores y los patrones (por más pequeño que sea su capital) no tiene otro significado más que la subordinación del programa socialista a la reacción burguesa.

Que esta idea de “bloque popular” adquiera influencia en el movimiento obrero significaría la división del proletariado por mezquinos intereses corporativos (debido a la teoría de las “nuevas clases medias”) y dar vía libre a las ideologías patronales en el seno de la clase (debido a la teoría de la conformación de un sujeto social único con los pequeños patrones), dificultando las tareas de las vanguardias clasistas.

Por otro lado, el abandono de la perspectiva de la clase trabajadora no puede dejar de tener consecuencias sobre el programa. Los intereses históricos del proletariado hacen al programa socialista. El dejar que el proletariado sea adsorbido por “el pueblo” significa abandonar en la práctica la concepción de la necesidad de la socialización de los medios de producción como objetivo primordial del régimen socialista.

Los desocupados, sin la unidad de acción con los trabajadores ocupados, no pueden socializar más que la miseria. Los productores de  todas las riquezas del capitalismo son los ocupados y son, por lo tanto, los únicos que pueden socializarlas. No nos olvidemos que Marx planteaba tempranamente en La Ideología Alemana que la socialización de la miseria significa la vuelta “a la vieja barbarie” y que lo que caracteriza al capitalismo es que abre la posibilidad del socialismo por primera vez en la Historia debido a las riquezas por él producidas.

En cuanto a la socialización de la pequeña propiedad, es muy ilustrativa la irresponsable y aventurera experiencia de la colectivización forzosa impuesta por Stalin en la URSS entre 1929 y 1934. No hubo alianza entre el proletariado urbano y el campesinado, por lo que no hubo ayuda técnica para el segundo por parte del primero (más importante aún, no hubo actividad conciente y autodeterminada de los campesinos en alianza con los trabajadores urbanos en el proceso de estatización, sino una colectivización que puso en manos de la burocracia las tierras arrebatadas a los campesinos por la fuerza, por lo que no hubo socialización alguna) y la colectivización significó la destrucción de la mayoría del ganado ovino (65%), vacuno (40%), porcino (55%) y los caballos (55%). A su vez, fueron asesinadas entre 5 y 10 millones de personas, sin contar los 3 millones de ucranianos muertos en esos años por una política deliberada de Stalin de sometimiento por hambre de sus sentimientos nacionales. (Hélène Carrère d’Encausse, L’URSS de la Révolution à la morte de Staline 1917-1953, Ed. du Seuil 1993, pág. 183. Citado en Romero, Aldo Andrés, Después del estalinismo, Editorial Antídoto 1995, pág. 39.)

El caso de las Revoluciones burguesas

Volvamos un poco para atrás.

Según lo sostenido en el artículo con el que estamos polemizando, por la sola existencia de diversos sectores oprimidos en la sociedad capitalista no hay necesidad de sostener la perspectiva específica de la clase trabajadora; muy a contramano de lo sostenido por Marx en su momento, cuando las clases no proletarias eran mucho más numerosas e influyentes que en la actualidad. Según lo sostenido por nuestro autor, la revolución ya no sería proletaria sino “popular”.

Veamos. En la Revolución francesa de 1789 se enfrentaron en bloque contra el absolutismo y los señores feudales tanto la burguesía como el campesinado y un incipiente proletariado urbano. La burguesía no era el sujeto “único” de la revolución ¿Dejó por esto de ser una revolución burguesa? De ninguna manera. La dirección revolucionaria de la burguesía fue indispensable para imprimirle su carácter de superación del régimen feudal a la revolución francesa y a toda otra revolución burguesa. Un marxista no puede perder de vista que todo programa o acción tiene un sustento material en una perspectiva de clase.

El carácter social de la revolución es determinante en cuanto al carácter de sus tareas y acciones. Polleri defiende el concepto de “Revolución Popular”, sin color de clase definido. Pues bien, las revoluciones burguesas fueron “populares” pero su carácter estuvo dado por la clase dirigente.

Es interesante ver que tan vieja es esta polémica. Trotsky, en una carta a Andrés Nin del 14 de abril de 1931, discutía con Thaelmann (Secretario General del Partido Comunista Alemán, cuando este ya estaba subordinado a las directrices de la burocracia estalinista) en los siguientes términos: “…toda revolución es ‘nacional’ o ‘popular’ en el sentido que agrupa en torno a la clase revolucionaria todas las fuerzas vivas y creadoras de la nación, y que reconstruye a ésta alrededor de un nuevo centro (…) Para que la nación pueda efectivamente reconstruirse alrededor de un nuevo centro de clase debe reconstruirse ideológicamente, lo que sólo es realizable si el proletariado, lejos de dejarse absorber por el ‘pueblo’, por la ‘nación’, desarrolla su programa particular de revolución proletaria y obliga a la pequeño burguesía a elegir entre los dos regímenes. La consigna de una revolución popular es una canción de cuna que adormece tanto a la pequeño burguesía como a las amplias masas obreras, las invita a resignarse a la estructura jerárquica burguesa de ‘pueblo’ retardando su emancipación.” (Trotsky, L.D., España revolucionaria escritos 1930-1940, Editorial Antídoto, págs. 50 y 51)

Veamos si lo dicho es correcto o no.

Dogmatismo y ‘libertad de crítica’

Este es el nombre del primer capítulo del ¿Qué hacer? de Lenin. Allí se aboca a discutir con el revisionismo, no haciendo consideraciones abstractas sino que analizando concretamente las consecuencias políticas del bernsteinianismo alemán y el ministerialismo francés en la práctica. Nos parece oportuno utilizar este título para hacer una evaluación política de las teorías autonomistas en la práctica.

Tomemos el caso más emblemático de las polémicas internacionales actuales, el chavismo. Veamos que dice sobre este tema el Frente Popular Darío Santillán:

“La definición de Chávez por el socialismo, teniendo en cuenta la historia política de Venezuela y la coyuntura internacional, no puede ser considerada bajo ningún punto de vista como una apuesta demagógica, sino como una manifestación de intenciones”. (Gullermo Cieza, Chávez, Perón, Kirchner…, Buenos Aires, Dialectik, 2006). Esta es una clara manifestación de apoyo acrítico al Capitalismo de Estado venezolano.

Vamos a ser muy sintéticos en nuestras consideraciones sobre esta posición debido a que este debate excede los límites de este artículo (sobre esta discusión remitimos al texto Tras las huellas del ‘socialismo nacional’ de José Luís Rojo en la Revista Internacional Socialismo o Barbarie nº 21).

Chávez no solamente se ha pronunciado en contra de la independencia de los sindicatos del Estado, sino que es impulsor la persecución política de quienes defienden es independencia, como Orlando Chirino. Este último, tal vez el dirigente obrero más importante de Venezuela, ha sido tildado de contrarrevolucionario por el chavismo. Es ilustrativa la respuesta de Chávez ante acciones huelguísticas de importancia como las de los obreros de Sanitarios Maracay, DSD, estatales (a los cuales les fue negada el año pasado la renovación de su Convenio Colectivo de Trabajo, que había vencida tres años antes) y los trabajadores de CE minerales  de Venezuela: la represión.

Así, imperceptiblemente, sin que nos diéramos cuenta, la clase obrera no solamente ha dejado de ser la dirección del “bloque popular” sino que ha pasado a ser “contrarrevolucionaria” y gobiernos burgueses como el de Chávez  son ahora “socialistas”. He aquí las consecuencias de no mantener una intransigente perspectiva de independencia de clase.

En estas circunstancias, lo único que Polleri y demás autonomistas pueden endilgarnos es mantener la “limitación teórica” de seguir sosteniendo la perspectiva socialista.

La situación de la clase obrera

Otros argumentos esgrimidos por Polleri son “la integración al sistema” y “el creciente nivel de consumo” de los trabajadores.

En cuanto a la supuesta integración al sistema de los trabajadores se dice que estos han adquirido “amplias facultades democráticas” como la legalización de los sindicatos. Por otro lado, plantea: “Una combinación de progreso técnico con luchas obreras hizo que el predominio de de la plusvalía absoluta sea reemplazado por el de la plusvalía relativa, debido a que aumentaba la ‘tasa de explotación’ (menos tiempo de ‘trabajo necesario y más ‘plustrabajo’). Sólo así podemos explicar el Estado de Bienestar…” Agrega que, a partir de la ofensiva neoliberal de los 70’, 80’ y 90’, se han ido perdiendo todas estas conquistas, una por una.

Vamos por partes. En primer lugar, en el artículo es olvidado un factor político esencial para entender las conquistas alcanzadas por los trabajadores en el siglo XX: la Revolución Rusa. En efecto, el fantasma de la revolución proletaria se cernía sobre el mundo con el nombre de ‘bolchevismo’ y las concesiones a los trabajadores vinieron de la mano con la represión de las mayores demostraciones de fuerza de la clase obrera en su historia (las revoluciones alemanas de 1919 y 1923, la efímera república soviética húngara, las insurrecciones de obreros y soldados en Francia en 1918, los consejos italianos aplastados por la bota fascista de Mussolini en 1922, la Revolución China de 1927, saboteada por la Komintern estalinista; para la segunda posguerra, el Mayo Francés, la Revolución boliviana de 1952 y un largo etcétera) y las dos Guerras Mundiales. No tener en cuenta este factor demuestra lo estrecho que es al análisis puramente nacional de Polleri.

Por otro lado, el texto no da cuenta en ningún momento del principal factor que llevó a la burguesía a desmantelar el Estado de Bienestar, la caída de la tasa de las ganancias patronales. Esta ley tendencial del Capitalismo fue señalada tempranamente por Marx en El Capital.

El aumento de la productividad del trabajo señalado por Polleri es un arma de doble filo. Con la utilización de instrumentos de producción cada vez más sofisticadas, del monto total de capital invertido, el capital constante (maquinarias, edificios, etc.) es cada vez mayor en relación al capital variable (mano de obra). El problema que se le presenta a la burguesía es que en el proceso de producción el único productor de valor agregado es el trabajo asalariado (esta producción de valor agregado se da a través de la extracción de plusvalía). Así, se hace cada vez más caro mantener la producción con las nuevas maquinarias y la tasa da ganancia tiende a bajar. Paradójicamente, el aumento de la productividad del trabajo asalariado con el avance tecnológico fue tanto el motivo principal de la instauración del Estado de Bienestar como la de su desaparición: las conquistas de los trabajadores con el estado interventor resultaban ahora demasiado caras para las patronales y su respuesta a esta intolerable situación fueron las medidas impuestas por los nuevos gobiernos neoliberales (daba igual si estas medidas eran impuestas por gobiernos democráticos como los de Reagen y Tatcher o dictatoriales como los gobiernos militares latinoamericanos). La baja de la tasa de ganancia fue el motivo de las crisis capitalista de finales de los 60’ y los 70’.

Nuevamente, podemos ver la estrechez del análisis puramente nacional de Polleri cuando afirma que la clase obrera ha alcanzado “niveles de consumo impensables en la época de Marx” a la vez que “consigue amplias facultades democráticas”. Los obreros inmigrantes en países imperialistas como Estados Unidos o Francia, la amplia masa de trabajadores chinos (sometidos por la dictadura totalitaria y proburguesa del Partido “Comunista”) y los trabajadores de las “maquilas” centroamericanas no pueden jactarse precisamente de tener amplias facultades “civiles” o grandes niveles de consumo. Sin irnos tan lejos, que en Argentina el índice de trabajadores en negro (que está llegando a la mitad) y el avance de las patronales por sobre las conquistas obreras del siglo XX  sean crecientes refuta empíricamente los argumentos de Polleri.

Por otro lado, es una necedad dogmática pensar que es necesario que la clase obrera llegue a niveles extremos de pobreza para ser considerada revolucionaria. No nos olvidemos que en la Argentina, el momento de mayor efervescencia revolucionaria de los trabajadores fue uno en los que estos alcanzaban mayores niveles de consumo en su historia; esto es, con el Cordobaza, en el 69’, y el surgimiento de las Coordinadoras Interfabriles, en los 70’. Es una contradicción latente en el artículo de Polleri el que sostenga como parte del nuevo sujeto social revolucionario a las “nuevas clases medias”, por un lado, y que por el otro el que la clase trabajadora haya “alcanzado niveles de consumo impensables en la época de Marx” le parezca argumento válido para entender que el proletariado ya no es el sujeto social central en la Revolución Socialista.

El autonomismo y el postmodernismo intentan demostrar desde hace mucho la supuesta debilidad de la clase trabajadora como actor social revolucionario; pero los hechos son más fuertes que sus endebles teorías: todas sus tesis a este respecto han sido refutadas por la realidad.


Bibliografía consultada

Karl Marx y Federico Engels, “El Manifiesto Comunista, Editorial Nuestra América, Buenos Aires, Argentina.

L.D. Trotsky, “A 90 años del Manifiesto Comunista”, Ed. Crux.

Claudio Lozano, “Notas sobre la actual etapa económica”, abril 2006, www.cta.org.ar

Juan Chingo y Julio Sorel, “Las transformaciones del trabajo y la centralidad de la clase obrera”, en Estrategia Internacional nº 11-12, abril/mayo de 1999, www.ft-ci.org.

L.D. Trotsky,  España revolucionaria escritos 1930-1940, Editorial Antídoto.

José Luis Rojo, “Tras las huellas del ‘socialismo nacional’” en la Revista Internacional Socialismo o Barbarie nº 21, Editorial Antídoto, diciembre 2007.

A. A. V. V., Revista Lucha de Clases nº 7, Ediciones IPS, Junio 2007.

Ramón Luna, “Funes el Desmemoriado” en la Revista Debates nº 3, Editorial Antídoto, Octubre 1999.

Aldo Andrés Romero, Después del estalinismo, Editorial Antídoto 1995, pág. 39.

“La Guardia Nacional contra los trabajadores”, Artículo del periódico Socialismo o Barbarie Nº 104, 14/6/07.


Clase obrera y sujeto social en la Revolución Argentina

Por Federico Polleri

Acción en Palabras, revista del Frente 20 de Diciembre del Centro de Estudiantes de Humanidades de Mar del Plata, junio-julio de 2007

Marx y Engels definen en el manifiesto que el sujeto de la revolución llamada a terminar con las contradicciones y las injusticias del capitalismo es el proletariado. Que es esa clase social la destinada a convertirse en fuerza motriz de la revolución. Así, para cualquier marxista, en el camino en que ese sujeto acumula fuerzas para cumplir con su misión histórica, las tareas políticas de cada etapa terminarán por decir si la clase necesita construir alianzas con otras clases o capas o si esto no es necesario, pero nadie duda que para los fundadores del materialismo dialéctico, es la clase de los trabajadores el sujeto social de la revolución, afirmando en el mismo ‘Manifiesto comunista’ que esta clase es la única verdaderamente revolucionaria.

No buscaremos aquí discutir con esta idea, que consideramos acertada en el momento que se pensó, más bien intentaremos pensar el mismo problema que Marx y Engels pensaron a fines del siglo XIX, en una sociedad que iba tomando forma, que cada vez de polarizaba más entre la clase social en ascenso, la burguesía, y su “producto más genuino y peculiar”, el proletariado. El desafío es realizar ese mismo ejercicio pero en nuestra época, a la luz de los cambios que sufrió la clase obrera argentina, de los nuevos modos de dominación que ha asumido la clase dominante y de los aportes de Antonio Gramsci a la teoría marxista en general y a este problema en particular.

La idea de que el sujeto social de la revolución sería exclusivamente el proletariado se asienta en un conjunto de argumentos de los cuales tomaremos sólo algunos de los expuestos en el Manifiesto Comunista, con el objetivo de contrastarlos con la situación actual en nuestro país. Así, buscaremos polemizar con visiones que siguen sosteniendo la exclusividad del sujeto de la revolución en el proletariado, tal como si nada hubiese cambiado 1848 hasta nuestros días. Antes que alguien pueda acusarnos de cometer una herejía aclararemos que con esto creemos ser “fieles” al marxismo, aceptando una premisa planteada en el propio Manifiesto Comunista que sostiene que “los postulados teóricos del comunismo sólo son expresiones generales de los hechos reales de una luche da clases existente, de un movimiento histórico que transcurre ante nuestra vista” (Marx y Engels: 1998). O como lo amplía Althusser: “Sin la lucha de clases del proletariado, Marx no habría podido adoptar el punto de vista de la explotación clasista, ni llevar a cabo su trabajo científico. En este trabajo científico, que aparece marcado por toda la cultura y el genio político de Marx, ha devuelto al movimiento obrero en forma teórica lo que tomó de él en forma política ideológica” (Althusser, en George Rudé: 1981, 36).

Veamos, ahora sí, algunos de los fundamentos marxistas acerca del sujeto social de la revolución socialista.

La simplificación de la estructura social en dos clases fundamentales

En el manifiesto comunista, Marx y Engels plantean que la época de la burguesía (tengamos en cuenta en el momento en que escriben esta sociedad está en pleno ascenso y “modelación”) se caracteriza por haber “simplificado” los antagonismos de clase. “Hoy toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado” (Marx y Engels: 1998). Respecto del resto de lo que llama las “clases medias” (pequeños industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, etc.) plantean que estos tienden a ser absorbidos por el proletariado. De esta forma, concluyen, “todas las clases sociales contribuyen, pues, a nutrir las filas del proletariado”.

Al contrario de esta previsión hecha por Marx y Engels, las estructuras sociales del capitalismo se han hecho mucho más complejas, y junto con la progresiva desaparición de las viejas capas medias que el Manifiesto Comunista predice con acierto, han aparecido nuevas capas medias (profesionales, técnicos, trabajadores de la enseñanza y la salud, de los servicios) muy numerosas y activas, y dotadas de particularidades culturales que facilitan la identificación con ellas de amplios sectores de trabajadores. Esta “clase media” mantiene relaciones salariales, pero lo hace con condiciones laborales y características culturales diferenciadas de los trabajadores tradicionales. De esta manera esa polarización absoluta no fue tal y se fueron creando, (sin negar la contradicción de clases fundamental entre burgueses y proletarios) más elementos también agredidos por las políticas del capitalismo, así como elementos que diversifican también las acciones de la clase dominante, lo que nos enfrenta a una realidad con más actores interviniendo en la lucha de clases que los que podían pensarse hace un siglo.

La pauperización progresiva del proletariado

Marx y Engels vivían en tiempos en que predominaba la plusvalía absoluta, basada en la extensión de la jornada laboral, la intensificación del trabajo, la tendencia a la baja de salarios. Describe Hosbawn la situación del trabajador en los tiempos de Marx:

“…había muchos más que, enfrentados con una catástrofe social que no entendían, empobrecidos, explotados, hacinados en suburbios, en donde se mezclaban el frío y la inmundicia, o en los extensos complejos de los pueblos industriales en pequeña escala, se hundían en la desmoralización… Las familias empeñaban las mantas cada semana de paga… Las ciudades y zonas industriales crecían rápidamente, sin plan ni supervisión, y los más elementales servicios de la vida de la ciudad no conseguían ponerse a su paso. Faltaba casi por completo los de limpieza en la vía pública, abastecimiento de agua, sanidad y viviendas para la clase trabajadora. La consecuencia más patente de este abandono urbano fue la reaparición de enfermedades contagiosas.” (E. Hobsbawm: 1979. 361)

Una combinación de progreso técnico con luchas obreras hizo que el predominio de la plusvalía absoluta sea reemplazado por el de la plusvalía relativa, en donde la masa de ganancias pudo aumentar junto con los salarios, debido a que aumentaba la “tasa de explotación” (menos tiempo de ‘tiempo de trabajo necesario’ y más ‘plustrabajo’). Sólo así podemos explicar el “Estado de Bienestar” o “capitalismo distributivo”, en donde la burguesía acepta aumentar salarios (siempre que estén condicionados al incremento de la productividad), reconocer ciertos derechos laborales y la posibilidad de que el ‘estado interventor’ otorgue asistencia social que atenúe la explotación (aunque no la alienación). De esta manera, sobre todo en estos años que podríamos situar aproximadamente entre 1945 y 1975, la clase obrera argentina abandonó la “miseria material”.

En esta época, la clase obrera accede a niveles de consumo impensables en los tiempos en que Marx reflexionaba sobre la situación del proletariado, llegando a lograr poseer bienes materiales importantes, cierta educación y jornadas laborales mucho menos extensas. De todas formas, es necesario aclarar que, la ofensiva del capital trasnacional concentrado, en las últimas décadas ha echado por tierra con todo lo logrado por los trabajadores durante el estado de bienestar, promoviendo un re-disciplinamiento  de los trabajadores y una serie de reformas laborales violentamente antiobreras, que hace retornar con el neoliberalismo algunas características del capitalismo original.

De todas formas aún hoy los trabajadores cuentan con mejoras en relación con la situación de los mismos en el momento en que ascendía la sociedad industrial. De esta manera cuesta pensar, por ejemplo, que la situación  de miseria de los trabajadores constituya un elemento a favor de considerarlos como el sujeto revolucionario por excelencia. Lo que habla de que han perdido vigencia argumentos como el que sigue.

El proletariado no tiene nada que perder

Contra lo que afirmaba el Manifiesto, las mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores que, producto de las luchas obreras, la burguesía terminó concediendo, hicieron que la clase dominante contara con bases materiales para su hegemonía, montando sobre estas una poderosa industria del consenso. De esta forma en el capitalismo ciertamente “los ricos son cada vez más ricos”, pero no siempre “los pobres son cada vez más pobres”. Mientras esto pasa en el terreno material, la clase obrera también recibe legalidad plena de los partidos obreros reformistas y amplias facultades en los sindicatos, como así también ciertas libertades democráticas, etc. Todos estos mecanismos de integración económica, política y cultural de los trabajadores al sistema, son posibles porque el capitalismo logra (a diferencia de los anteriores modos de producción) realizar su explotación sin la preeminencia de medios extraeconómicos. En cada sociedad previa al desarrollo del capitalismo “la capacidad de extraer plusvalía  de los productores dependió en una forma u otra de la coerción directa, ejercida por la superioridad militar, política y jurídica de la clase explotadora” (Word; 2004). Ahora la capacidad de explotación de las clases capitalistas no necesitan directamente su poder político o militar. Los capitalistas requieren del estado para construir su hegemonía, pero sus poderes de extracción de plusvalía son puramente económicos. Esto se sustenta en que los trabajadores desposeídos de la propiedad de los medios de producción están obligados a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario para lograr acceder a ciertos bienes necesarios para su subsistencia. El poder político y el económico no están unidos de la misma forma en que lo estaban en sociedades anteriores.

De esta forma los trabajadores pueden ejercitar sus derechos ciudadanos sin afectar demasiado al poder del capital en el ámbito económico. Entonces, el tiempo ha dado a los trabajadores  elementos materiales, políticos y simbólicos para una integración al sistema, que no hace tan clara esta idea, que sí lo estaba en tiempos de Marx, de que no tenían nada que perder.

A esto agreguemos que la desocupación luego del neoliberalismo se convirtió en un mal estructural, que actúa, además de cómo ejército de reserva, como un factor de disciplinamiento laboral y salarial a la baja, y que ha generado la realidad de que los trabajadores hayan perdido y sigan perdiendo gradualmente todas sus conquistas en la medida en que el neoliberalismo avanza sobre nuestro país, y que y aquí está la paradoja-esas pérdidas no sean “lo peor”, en tanto aún tienen que perder nada más y nada menos que su condición de explotado, es decir su trabajo. Esta realidad limita mucho la capacidad de luche de la clase obrera ocupada.

Es así que la clase obrera fue asumiendo distintos modos dividiéndose entre quienes se encuentran ocupados y quienes están sin empleo, a los que se agregan los que nunca lo tuvieron. Pero también aparece toda esa masa numerosa de sujetos que mantiene relaciones salariales, que son docentes, investigadores, trabajadores de servicios, de la salud, periodistas, profesionales en general, estudiantes, etc. que actúan también en la lucha de clases pero que no encajan entre las dos clases fundamentales. Algo similar sucede con la enorme masa de desocupados, a los que se podría colocar dentro de la clase obrera (como ‘no ocupados’), pero este encuadramiento  se desmorona cuando tenemos en cuenta que ya está formando parte de este sector una generación que nunca tuvo trabajo, es decir que jamás tuvo un lugar dentro de las relaciones de producción. También entran sectores de la pequeña burguesía, comerciantes, pequeños industriales, productores rurales, que cada vez encuentran más contradicción entre sus necesidades para sostenerse y las necesidades del poder económico concentrado de realizar la reproducción ampliada del capital.

Creemos que hay que poner en cuestión la idea de un sujeto conformado por una sola clase e, incorporando toda esta nueva realidad, trabajar sobre la idea de que de este conjunto de actores agredidos por el capitalismo deberá surgir el sujeto para la revolución argentina.

Gramsci y los dos sistemas de fuerza

Antonio Gramsci ya en su época percibía que la lucha de clases en las sociedades modernas asumía formas nuevas en que no se expresaba exclusivamente un enfrentamiento entre las clases fundamentales sino que esta lucha se daba como el enfrentamiento de dos sistemas de fuerzas, uno en el poder, dirigido por la burguesía, al que llamó bloque histórico y otro que debía formarse en torno a la clase obrera, lo que podríamos denominar bloque popular.

Son pocas las organizaciones de origen marxista las que en la actualidad piensan a la lucha de clases entre burguesía y proletariado como el enfrentamiento entre dos sistemas de fuerzas que de de alguna forma “rodean” a las clases fundamentales. Generalmente la izquierda argentina opta por seguir atado a viejos esquemas del sujeto único y, por tanto, de su Partido de vanguardia, que ha impedido que, de una visión más real de las formas en que lucha el pueblo en nuestro país, surgieran enfoques vinculados a una idea de sujeto popular integrado y, por tanto, de político-social unitario para la revolución.

Y aquí dejamos planteado uno de los problemas centrales de la revolución en la Argentina. El sistema de fuerzas que dirige (o hegemoniza) la burguesía está articulado, formando un bloque bastante sólido de elementos que consolidan la dominación de clase. Este bloque dominante dirige los destinos de nuestro país desde su formación, y ha ido asumiendo diferentes formas, con diferentes hegemonías en su interior, que lo han hecho pasar del modelo agroexportador, al estado de bienestar, al neoliberalismo, según se dieran las relaciones de fuerzas en su seno y según lo requiera la resistencia popular que sufrieran sus gobiernos. Así, militares, intelectuales, partidos políticos (fundamentalmente la UCR y el PJ, pero no solo ellos), burocracias sindicales y estudiantiles, sistema educativo y universitario, la Iglesia, medios de comunicación, Fuerzas Armadas,  etc, forman un bloque histórico que domina y dirige la Argentina con mayor o menos resistencia según el estado del sistema de fuerzas antagónico.

Del otro lado nos encontramos con un sistema de fuerzas que no está siquiera formado, ni dirigido en este caso por la clase obrera. Un campo de fuerzas populares al cual por su heterogeneidad, división  y falta de dirección conciente le ha costado la resistencia a las iniciativas del bloque histórico. Su momento de mayor articulación y fortaleza fue en los 60’ y los 70’, pero no alcanzó para derrotar al bloque de poder que terminó aplastando política y militarmente a las fuerzas populares con el golpe del 76 y luego cultural e ideológicamente con el menemismo y el triunfalismo imperialista luego de la caída de la URSS.

Desde entonces hasta nuestros días no se ha podido articular al campo de fuerzas populares en un sólido bloque popular, en condiciones de disputar con el enemigo de clase y sus fuerzas en todos los terrenos. Y, una y otra vez, los saldos de acumulación alcanzados por el campo popular y sus fragmentadas expresiones políticas se terminaban escapando como arena entre los dedos, al tiempo que el enemigo se recompone de su crisis. El momento más gráfico de esta incapacidad para las fuerzas populares fue la rebelión popular de diciembre de 2001 que encontró al pueblo argentino sin una alternativa política propia y, por tanto, sin poder aprovechar la oportunidad histórica que abría la crisis orgánica del capitalismo argentino (*). Aún hoy el problema de la constitución de un bloque popular no se ha podido resolver.

El proyecto de desarrollo de un poder popular para la revolución debería ser pensado como el desarrollo, en un mismo movimiento, de un campo popular autónomo, que en su desarrollo y formación (**) alcance la capacidad de confrontación con el bloque dominante en todos los niveles en que este asienta su dominación: tanto en el plano social, liberándose de las direcciones burocráticas funcionales, tanto en el plano político, construyendo una fuerza política alternativa propia, como en el militar, desarrollando atributos de de uso de la violencia política para enfrentar el aparato represivo y militar de las clases dominantes.

Quizás sea hora de que quienes asumimos posiciones vinculadas a la teoría marxista aportemos a desligar a la actividad revolucionaria de limitaciones teóricas producto de viejos y nuevos dogmatismos intentando pensar a los postulados teóricos del comunismo como “expresiones generales de los hechos reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que transcurre ante nuestra vista”.


(*) La crisis orgánica s definida por Gramsci como el momento en que el bloque de poder sigue siendo dominante, pero ya no dirigente. Es Kirchner quien resuelve esta crisis orgánica devolviendo a las clases dominantes su función de dirección.

(**) En el sentido Thompsoniano de autoconciencia de clase a partir de la “experiencia”. Que sería decir, en este caso, del paso, a través, de la experiencia de lucha, de sujeto social pueblo a sujeto político con forma de bloque popular.

Bibliografía consultada

E.J. Hobsbawm, Las revoluciones burguesas (II), Guardarrama/Punto Omega, Barcelona, 1979.

Karl Marx y Federico Engels, El Manifiesto Comunista, Ediciones Cuadernos Marxistas, Buenos Aires, Argentina.

George Rudé, Revuelta Popular y conciencia de clase, Editorial Crítica, Grupo Editorial Grijalbo, Barcelona, 1981.

Antonio Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y el Estado moderno, Nuestra Visión, Buenos Aires, 2003.

Antonio Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Nuestra Visión, Buenos Aires, 1996.

Patricio Echegaray, Sobre el viraje del Partido Comunista, Ediciones El Folleto, Buenos Aires, Argentina, 1999.

Bibliografía digitalizada

Borón, Atilio A., 1999 “El marxismo y la filosofía política”, En Teoría y Filosofía Política. La tradición clásica y las nuevas fronteras (Buenos Aires: Clacso/Eudeba). Edición en portugués: Filosofía política marxista (Sao Paulo: Cortez Editora)

Sanchez Vazquez, Adolfo, 1998 “Filosofía, praxis y socialismo” (Buenos Aires: Tesis Once) Selección sobre Marxismo en América Latina.

Sanchez Vazquez, Adolfo, 2003 “Marxismo y praxis”, en A tiempo y destiempo (México: Fondo de Cultura Económica).