Leyendo los
clásicos

A 70 años de un texto clave

“Su moral y la nuestra” de León Trotsky

Por Guillermo Pessoa
Para Socialismo o Barbarie, febrero 2008

Corría febrero de 1938. Sobre el mundo se cernía la noche más negra: el nazi fascismo se expandía por Europa avasallando conquistas y derrotando a la clase obrera y otros sectores subalternos, en la misma España la suerte de la revolución se dirime en los campos de batalla contra el franquismo, los juicios de Moscú presentan una página aberrante en la consolidación del estado burocrático soviético. En México, León Trotsky y su “pequeño partido” (son sus palabras) se encuentran jaqueados por una verdadera confabulación mundial: nazis, democrátas liberales, anarquistas, socialdemócratas y stalinistas, se coaligan para denostar a dicha expresión político social.

En épocas de crisis y guerra, las emanaciones de moral parecen brotar incesantemente. Son ellas las que darán luego la justificación para el exterminio y la esclavización del oponente. Trotsky escribe este sucinto trabajo propagandístico para desenmascarar lo anterior y para recordar algo elemental:

“Las supuestas reglas «generalmente reconocidas» de la moral conservan en el fondo un carácter algebraico, es decir, indeterminado. Expresan únicamente el hecho de que el hombre, en su conducta individual, se encuentra ligada por ciertas normas generales, que se desprenden de su pertenencia a una sociedad.”[*]

La dialéctica de medios y fines y la moral revolucionaria tienen un considerable desarrollo en el texto. Éstos y ésta son relativas y sólo adquieren su significado en una situación histórica concreta. El único absoluto – por decirlo de alguna manera – es el objetivo de impulsar la revolución socialista y la autodeterminación de las masas. También para preparar a los cuadros de la Internacional que está pronto a crear, el dirigente ruso enuncia palabras definitivas:

«Sólo son admisibles y obligatorios los medios que acrecen la cohesión revolucionaria del proletariado, inflaman su alma con un odio implacable por la opresión, le enseñan a despreciar la moral oficial y a sus súbditos democráticos, le impregnan con la conciencia de su misión histórica, aumentan su bravura y su abnegación en la lucha. Cuando decimos que el fin justifica los medios, resulta para nosotros la conclusión de que el gran fin revolucionario rechaza, en cuanto medios, todos los procedimientos y métodos indignos que alzan a una parte de la clase obrera contra las otras; o que intentan hacer la dicha de las demás sin su propio concurso; o que reducen la confianza de las masas en ellas mismas y en su organización, sustituyendo tal cosa por la adoración de los “jefes”. Por encima de todo, irreductiblemente, la moral revolucionaria condena el servilismo para con la burguesía y la altanería para con los trabajadores, es decir, unos de los rasgos más hondos de la mentalidad de los pedantes y moralistas pequeño burgueses.»

Como muy bien recuerda en más de una ocasión, la supuesta amoralidad de Lenin, según sus adversarios, no era otra cosa que seguir a pie juntillas lo anterior. Independencia de la burguesía a la que sí es obligatorio mentir y engañar llegado el caso (cualquier trabajador que participó de una huelga sabe muy bien esto) junto a la mayor sinceridad y respeto para con el sujeto social encargado de la emancipación, son su abc. Ni autoproclamación sectaria, ni pedantería profesoral para con la clase obrera, pero tampoco ninguna idealización de ella o negarse a verla tal cual es. No es casualidad que los dos dirigentes de Octubre al seguir estos principios, hayan encarnado la expresión más alta de conducción revolucionaria del pasado siglo.

«Estos criterios no dicen, naturalmente, lo que es permitido y lo que es inadmisible en cada caso dado. Semejantes respuestas automáticas no pueden existir. Los problemas de la moral revolucionaria se confunden con los problemas de la estrategia y la táctica revolucionarias. Respuesta correcta a esos problemas, únicamente pueden encontrarse en la experiencia viva del movimiento, a la luz de la teoría.»

La relectura o el acercamiento primero para algunos a este breve texto es una más que saludable recomendación que humildemente pretenden sugerir estas líneas.


(*) Las citas pertenecen a la edición de “Escritos filosóficos y otros textos” CEIP Buenos Aires, 2004.