Teoría e historia

Marx y los socialismos[1]

Por Guillermo Pessoa
Para Socialismo o Barbarie, 19/03/08

Una frase recurrente y no exenta de verdad, es aquélla que afirma que “el socialismo está dividido: siempre encontramos más de uno”. Cabría señalar que eso es cierto... desde la misma época de Marx!!. Las distintas concepciones de socialismo tienen que ver con el marco histórico en que fueron creadas y con los sujetos sociales en los que aquéllas se sustentan. Intentaremos en este breve artículo, rastrear en un texto clásico de la bibliografía marxiana como es el Manifiesto Comunista, cómo los diversos proyectos socialistas son enjuiciados y clasificados. En el próximo trabajo desarrollaremos, entre otros aspectos, algunas de las premisas que el nuevo sistema social a lograr, tenìa para Marx.

A modo de adelanto de esto último y porque pensamos que es clave para la crítica a los otros socialismos, digamos que para el autor del Manifiesto la nueva sociedad no es producto de la mente sabia de un genial reformador, sino que parte de las mismas premisas que se hallan presentes en la sociedad a la que viene a sepultar. Es pues una concepción acabadamente inmanentista de la dinámica social e histórica. La mera estatización o nacionalización de los medios de producción, si bien es un requisito necesario de dicho proyecto, se torna equívoca sino no se señala quién y cómo se lleva a cabo (toda la polémica de Marx con Lasalle y sus seguidores luego de la muerte de éste, gira en gran parte sobre este tema) y vinculado con esto, el señalamiento constante de la acción independiente de la clase obrera en alianza con los demás sectores oprimidos autodeterminándose; conforman entonces, aspectos esenciales de la concepción marxiana del socialismo. [2]

Recordemos que el Manifiesto le es encargado a Marx por la Liga de los Comunistas, una de las expresiones obreras existentes en Francia y Bélgica fundamentalmente, hacia fines de 1847. En un texto que aun autores no marxistas como Weber y Schumpeter por nombrar sólo algunos, consideraban “brillante literariamente y científicamente irreprochable”, su autor dedica la tercer parte del mismo a pasar revista a las demás doctrinas socialistas del momento, dejando a un lado “aquéllas que la propia realidad histórica ya superó” según sus propias palabras (la de Babeuf en los albores de la Revolución Francesa, por ejemplo). Mencionará tres. La primera de ellas que cuenta con más de una expresión en su interior, la denominará socialismo reaccionario, siendo uno de sus exponentes el socialismo feudal:

“Para ganarse simpatías, la aristocracia hubo de olvidar aparentemente sus intereses y acusar a la burguesía, sin tener presente más interés que el de la clase obrera explotada... Nació así el socialismo feudal, una mezcla de lamento, eco del pasado y rumor sordo del porvenir; un socialismo que de vez en cuando asestaba a la burguesía un golpe en medio del corazón con sus juicios sardónicos y acerados, pero que casi siempre movía a risa por su total incapacidad para comprender la marcha de la historia moderna... Como los curas van siempre del brazo de los señores feudales, no es extraño que con este socialismo feudalista venga a confluir el socialismo clerical. Nada más fácil que dar al ascetismo cristiano un barniz socialista.” [3]

Esto señalado por Marx será una constante en el futuro: sectores de las clases desplazadas por el avance burgués capitalista, ejercen una crítica a dicha civilización “coqueteando” con los sectores obreros. Las Encíclicas Papales presentan un magnífico ejemplo de ello. Como siempre ocurre, será la realidad la que ponga las cosas en su lugar: cuando aquéllos se levanten contra el orden existente, los socialistas feudales ya saben cuál es su ubicación... el de la reacción. Mientras esto no ocurra, intentan – y no pocas veces lo logran – influenciar a franjas del proletariado. Además de esta corriente se hallan dos más. Leemos en el texto:

“El socialismo pequeñoburgués representado por Sismondi (...) los intereses de los pequeño burgueses y los campesinos, simpatizando por la causa obrera con el ideario de la pequeño burguesía. Este socialismo ha analizado con gran agudeza las contradicciones del moderno régimen de producción. Ha desenmascarado las argucias hipócritas con que pretenden justificarlas los economistas. Ha puesto de relieve de modo irrefutable los efectos aniquiladores del maquinismo y la división del trabajo, la concentración de los capitales y la propiedad inmueble, la superproducción, las crisis, la inevitable desaparición de los pequeños burgueses y labriegos, la miseria del proletariado, la anarquía reinante en la producción, las desigualdades irritantes que claman en la distribución de la riqueza, la aniquiladora guerra industrial de unas naciones contra otras, la disolución de las costumbres antiguas, de la familia tradicional, de las viejas nacionalidades. Pero en lo que atañe ya a sus fórmulas positivas, este socialismo no tiene más aspiración que restaurar los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos el régimen tradicional de propiedad y la sociedad tradicional, cuando no pretende volver e encajar por la fuerza los modernos medios de producción y de cambio dentro del régimen de propiedad que hicieron y forzosamente tenían que hacer saltar. En uno y otro caso peca, a la par, de reaccionario y utópico.”

Es esta la clásica crítica romántica hacia la sociedad mercantil, que el propio Marx en escritos posteriores dirá que “acompañará al capitalismo todo el tiempo que éste exista”. Como reconoce el Manifiesto “analizó con agudeza las contradicciones del moderno régimen de producción”. Su falencia se encuentra en “sus fórmulas positivas”. La solución no radica para ellos en la superación de lo actual (anulando y conservando según la célebre definición hegeliana), sino en retrotraer ésta a un pasado supuestamente idílico y sin los progresos de la técnica y la gran industria que el capitalismo creó. Como se podrá observar, esto también tuvo sus expresiones incluso recién empezado el siglo XXI: la vuelta al trueque, las huertas comunitarias y otros proyectos – en definitiva, paliativos transitorios para la crisis – se presentaron en algunas corrientes (el movimiento social Aníbal Verón en nuestro país) como el modelo del tipo de sociedad socialista a construir.

La última expresión de socialismo reaccionario, tiene su gestación en la Alemania de mediados del siglo XIX, que aun no conocía dos grandes logros de las revoluciones burguesas inglesa y francesa (en especial la primera): conformar un estado nacional y desarrollar un proceso de revolución industrial. Su burguesía había llegado tarde a dichas transformaciones. Pero lo que sostiene, va a tener influencia fuera de la tierra teutona. Señala Marx:

“El socialismo alemán o verdadero socialismo... (tiende a) convertirse en una ociosa especulación acerca del espíritu humano y de sus proyecciones sobre la realidad... el profesor germano hacíase la ilusión

de haber superado el “parcialismo francés”; a falta de verdaderas necesidades pregonaba la de la verdad, y a falta de los intereses del proletariado mantenía los intereses del ser humano, del hombre en general, de ese hombre que no reconoce clases, que ha dejado de vivir en la realidad para transportarse al cielo vaporoso de la fantasía filosófica... Les venía al dedillo a los gobiernos absolutos alemanes. Era una especie de melifluo complemento a los feroces latigazos y a las balas de fusil con que esos gobiernos recibían los levantamientos obreros.”

Cuánto sentido común de nuestra época bebe de esta fuente germánica. Una especie de socialismo para los días de fiesta. El ideal es excelente pero la “naturaleza humana” conspira contra él. El socialismo sería para dioses y no para hombres porque éstos son corrompibles por naturaleza. Algunos incluso llevaron a teoría académica esta aseveración para intentar explicar hechos como la caída de la URSS, por ejemplo. Marx ya en su tiempo, enjuiciaba terriblemente a estos “predicadores filosóficos”.

Decíamos al comienzo que eran tres los “socialismos” que desarrollaba y criticaba el Manifiesto. El segundo de ellos, Marx lo llama “socialismo burgués o conservador”. Comienza señalando qué sujetos sociales – no sin cierta ironía y sarcasmo – encarnan esta concepción. Oigámoslo:

“El socialismo burgués o conservador: una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, para de este modo garantizar la perduración de la sociedad burguesa. Cuéntanse en este bando los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que aspiran a mejorar la situación de las clases obreras, los organizadores de actos de beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de campañas contra el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de toda laya...”

Así como había observado que una parte de las clases “vetustas” (terratenientes feudales, aristocracia, etc.) tomaban el nombre de socialismo para camuflar sus ideales y propuestas, Marx comienza a observar también que parte de la nueva clase dominante: la burguesía, combina el discurso fuerte y descalificador para con las teorías conspirativas socialistas; con una hábil apropiación de su nombre, resignificando sus contenidos:

“(...) sus aspiraciones se contraen a esas reformas administrativas que son conciliables con el actual régimen de producción y que, por tanto, no tocan para nada a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo solo – en el mejor de los casos – para abaratar a la burguesía las costas de su reinado y sanearle el presupuesto... Todo el socialismo de la burguesía se reduce, en efecto, a una tesis, y es que los burgueses lo son y deben seguir siéndolo... en interés de la clase trabajadora.”

A riesgo de parecer anacrónico, digamos que esta “presentación socialista” también la observamos en estos días. Sin ir más lejos, Zapatero, el “socialista” español que acaba de ser reelecto en su país, presenta como “socialistas” medidas tales como el aumento de las pensiones, la reducción de algunos impuestos, una política inmigratoria más benigna (en relación a las propuestas “gurkas” del Partido Popular nos permitimos decir). O sea, no otra cosa que “toda esa serie de reformas administrativas que son conciliables con el actual régimen de producción y que, por tanto, no tocan para nada a las relaciones entre capital y trabajo asalariado” como señala el Manifiesto. Cualquier semejanza con la realidad actual entonces, no es mera coincidencia.

En un momento en donde el proyecto socialista comienza tibiamente a asomar en el horizonte de algunos sectores de vanguardia de trabajadores en el mundo y en especial en nuestra América Latina; no resulta ocioso volver a estudiar su significado en uno de los textos centrales de esa corriente de pensamiento. En el próximo trabajo, desarrollaremos el socialismo o comunismo crítico utópico y también el que los propios Marx y Engels comenzaron a delinear en dicho momento histórico.


Notas:

1.- Todas las citas están extraídas de la edición del Manifiesto... Colección Ciencias Sociales. Prometeo Libros. Buenos Aires, 2003

2.- Es interesante observar cómo estos aspectos o son deformados o bien invalidados de plano, no sólo por reaccionarios de toda laya – lo que no asombraría – sino por progresistas y reformistas varios. Pruebas al canto: “(...) Las ideas de Marx en cambio, sostienen que los medios de producción y de cambio tienen que estar en manos del estado... tal cual se llevó a cabo en la URSS a lo largo de gran parte del siglo XX” Manual de Ciencias Sociales, EGB Segundo Ciclo, AZ, Buenos Aires, 2007. Un pensador que se declara hegeliano-marxista-sartreano pontifica: “Lo que Marx equivocadamente creyó es que de la civilización del capital podía emerger un proletariado victorioso que estableciera otra, una más libre, sin explotación, sin ignominias. No fue así”. La cita continúa, pero a ella volveremos cuando veamos más in extenso el proyecto de Marx. Se trata de Feinmann, José Pablo. Peronismo, Filosofía política de una obstinación argentina. Fascículo 17, Página 12, 16/03/08.

3.- Conviene señalar que en el siglo XX muchas corrientes deudoras de la llamada Teología de la Liberación tomaron abierta distancia del cristianismo oficial y de la jerarquía eclesiástica e intentaron fusionar dicha doctrina con el marxismo. El análisis de esta experiencia, excede este artículo.