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«Syriana»: una película mal intencionada

¿Información, diversión o propaganda?

Por Mireille Beaulieu (*)
Red Voltaire, 01/03/06

Las películas destinadas al llamado gran público ofrecen una imagen de la política internacional que puede influir en las concepciones de millones de espectadores a través del mundo. La Red Voltaire inicia hoy la publicación de una serie de artículos que revelan ese aspecto de la producción cinematográfica. Mireille Beaulieu analiza el discurso subyacente del thriller político Syriana, de Stephen Gaghan, producido por George Clooney, obra que no está desprovista de ambigüedad, a pesar de su envoltura contestataria. La denuncia de la dependencia estadounidense del petróleo viene acompañada, en efecto, de una validación implícita de los principios de la «guerra contra el terrorismo».

Antes de la entrada misma de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, el presidente Woodrow Wilson encargó a su consejero George Creel la creación de un sistema nacional de propaganda, el Committee on Public Information (CPI), instituido según el modelo británico de Wellington House. Fue esta la primera agencia estatal del mundo que recurrió al cine para manipular a las masas, ejemplo que más tarde seguirían Joseph Goebbels en Alemania y Serguei Chakotin en la URSS. En 1915, se creó un Comité de Cooperación de Guerra (War Cooperation Comitee) para establecer un vínculo con el sindicato patronal de la industria cinematográfica (Motion Picture Industry of America). A partir de entonces, los lazos entre Hollywood y el Estado federal estadounidense se hicieron, a veces, menos estrechos, pero no se rompieron jamás.

Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el Comité de Cooperación de Guerra fue reinstaurado mediante un acuerdo entre la Casa Blanca y Jack Valenti, actual presidente de la Motion Picture Association of America, acuerdo que se extendió más tarde a la Paramount, así como a CBS televisión, Viacom, Showtime, Dreamwork, HBO y MGM.

Los más recientes productos de Hollywood sobre temas políticos deben ser por tanto interpretados a través de ese acuerdo. Si bien no se les exige apoyar a la administración Bush y pueden criticar ampliamente su acción, tienen que integrarse al esfuerzo de «guerra contra el terrorismo». En términos de propaganda, esas películas resultan aún más eficaces en la medida en que, al poner en tela de juicio las soluciones que el poder pone en práctica, no hacen sino dar como válidas las problemáticas planteadas.

En el marco de sus esfuerzos por desenmascarar la manipulación de la opinión pública, la Red Voltaire publicará una serie de estudios sobre las grandes películas actuales que abordan temas políticos. No es nuestro objetivo ofrecer aquí una valoración artística de esas obras sino revelar las ambigüedades de una cinematografía que, con la justificación de criticar lo indefendible, tiende en realidad a hacer que el espectador admita sin darse cuenta una visión falsificada del mundo para empujarlo al choque de civilizaciones.

George Clooney contra las guerras del petróleo

El 22 de febrero comienza a proyectarse en Francia el largo metraje de Stephen Gaghan Syriana, producido por George Clooney. Este thriller agitado y cínico ha suscitado ya ardientes debates del otro lado del Atlántico donde ha sido presentado como altamente polémico. Tema: la encarnizada lucha de Estados Unidos por el control de los últimos recursos petrolíferos. Pocas obras estadounidenses de ficción han abordado el tema tan directamente. Para la realización del proyecto, George Clooney se asoció con Participant Productions, empresa creada por Jeff Skoll (el fundador de eBay) que organiza, mediante el cine, grandes campañas de acción social. Cada película coproducida por Participant busca popularizar un tema en particular. En el caso de Syriana, la campaña, que cuenta con el apoyo de las principales asociaciones ecologistas como el National Resources Defense Council y el Sierra Club, tiene como eje la adopción de una nueva política energética. El objetivo de esas asociaciones no es la denuncia de las guerras por los recursos sino la protección del medio ambiente y la reducción de la dependencia estadounidense del petróleo, lo cual evitaría tener que emprender guerras en el Medio Oriente y el peligro que representa la amenaza terrorista. El tema es tan aceptado en Estados Unidos que el propio presidente Bush lo retomó en su discurso sobre el estado de la Unión del 31 de enero de 2006. Así que no tiene nada de sorprendente que esta película seudocrítica haya sido nominada para los premios Oscar.

La historia comienza en un emirato no identificado del Golfo Pérsico, que recuerda a Arabia Saudita. El príncipe Nasir, hijo mayor del emir y ministro de Relaciones Exteriores, anula el contrato que concedía los derechos de explotación de un yacimiento de gas natural a la empresa Connex, gigante estadounidense de la energía. El príncipe otorga esos derechos a China, dispuesta a pagar más. Se trata de un grave revés para los intereses estadounidenses en la región. La Connex despide brutalmente un gran número de trabajadores inmigrantes, en su mayoría pakistaníes que, lejos de la opulencia de la familia real, ya vivían en la mayor pobreza.

Mientras tanto, Killen, una empresa tejana más modesta, obtiene los derechos de explotación de un codiciado yacimiento de petróleo en Kazajstán. Cuando Connex decide fusionarse con Killen, el Departamento de Justicia de Estados Unidos encarga al gabinete del abogado Sloan Whiting verificar que la maniobra es legal. El director del gabinete, Dean Whiting, pone la investigación en manos de un ambicioso abogado, recomendándole abstenerse de descubrir la menor ilegalidad.

Paralelamente a esas intrigas, Bob Barnes, agente de la CIA en el Medio Oriente (interpretado por George Clooney), realiza sus misiones –generalmente asesinatos políticos– sin el menor problema de conciencia. Barnes está convencido de que sirve fielmente a su país. Pero, su percepción del mundo está a punto de sufrir un cambio radical…

La mayor parte de los yacimientos de hidrocarburos aún productivos va a concentrarse progresivamente en el Medio Oriente. Syriana subraya el inevitable y ya avanzado agotamiento de las reservas mundiales aún susceptibles de ser explotadas, fenómeno que pone en peligro el modelo de desarrollo de los países industrializados –sobre todo en Estados Unidos, totalmente dependiente de esa fuente de energía– y que debe modificar la correlación de fuerzas internacional. La película critica la implacable voluntad estadounidense de controlar los yacimientos más importantes, a cualquier precio. Por otro lado, también le cierra el pico a quienes se oponen a la guerra contra Irak, pero quieren poder seguir llenando el tanque de su todoterreno sin mayores preguntas existenciales.

Una película de izquierda inspirada por Robert Baer

George Clonney quiso llevar a la pantalla el libro de recuerdos del ex agente secreto Robert Baer, See No Evil: The True Story of a Ground Soldier in the CIA’s War on Terrorism. En definitiva, el guión tiene también mucho del segundo libro de Baer, Sleeping with the Devil, How Washington Sold Our Soul for Saudi Crude.

Aunque resulta difícil clasificar a Robert Baer en la arena política estadounidense, es fácil identificar al grupo en cuyo vocero se ha convertido. Baer, que trabajó en el Medio Oriente y en París, salió oficialmente de la CIA en 1997 denunciando la falta de voluntad en la lucha contra el islamismo. Después de que los atentados del 11 de septiembre de 2001 fueran atribuidos a Al-Qaeda, Baer apareció rápidamente como un visionario al que hubiese sido necesario prestar atención. Sus obras son un largo alegato en pro del fortalecimiento del trabajo de «acción», que él mismo realizaba en el seno de la CIA; o sea, se pronuncia por el desarrollo de la intervención secreta y las maniobras sucias. La descripción que hace del peligro islamista cae en el plano de la fabricación de un enemigo imaginario, indispensable cuando se trata de justificar la guerra contra el terrorismo. Con su segundo libro Baer flota por sobre la ola de oposición a la invasión de Irak para conducir al lector nada más y nada menos que a la aprobación del próximo objetivo, Arabia Saudita, siguiendo un razonamiento ya visto en Fahrenheit 9/11, de Michael Moore, y que proviene directamente del Consejo de Defensa del Pentágono.

En el guión de Syriana se imbrican varias historias en las que aparecen numerosos personajes, en Oriente y Occidente, ligados todos por un mismo interés. Su construcción, compleja y fragmentada, desorienta al espectador y lo sumerge en una tensión palpable. Esto es obra del realizador Stephen Gaghan, ganador de un Oscar con el guión de Traffic.

Liberal célebre, en el sentido anglosajón de la palabra (se pronunció firmemente contra la agresión de Estados Unidos contra Irak), George Clooney hace desde hace años una triple carrera como actor, realizador y productor. Hace cinco años fundó con el cineasta Steven Soderbergh una compañía productora cuyo nombre, Section Eight, es por sí solo todo un símbolo (en Estados Unidos «Section Eight» es un término militar que designa el licenciamiento por inaptitud física o mental). Clooney y Soderbergh financian proyectos originales y ambiciosos, como Far from Heaven (Lejos del Paraíso ) (2003), centelleante homenaje de Todd Haynes a los melodramas sociales de Douglas Sirk. El año 2005 constituye una etapa más para Section Eight, que acaba de presentar en Estados Unidos dos películas de carácter abiertamente político: Good Night, and Good Luck, un retrato, realizado por el propio Clooney, del periodista Edward R. Murrow, quien contribuyó a desenmascarar a McCarthy, y Syriana.

La decisión de adaptar a Robert Baer, halcón particularmente extremista que acredita en sus libros la famosa tesis del debilitamiento de una CIA supuestamente sacrificada durante años por el gobierno y por tanto incapaz de prever y contrarrestar los ataques terroristas, puede resultar sorprendente en el caso de Syriana. El hilo conductor de las diferentes intrigas del film es efectivamente Bob Barnes, agente de la CIA inspirado en Baer. Sin embargo, See no Evil sirve solamente de punto de partida al guión de Stephen Gaghan, aunque el verdadero Robert Baer aparece brevemente en la película –como oficial de la CIA… De hecho, la imagen de la agencia es poco halagüeña: se trata de una organización criminal, secreta y tentacular, que manipula y asesina a gran escala. Además, la película alude claramente a la guerra contra Irak, la demasiado real guerra del petróleo. En las oficinas de la CIA en Washington, Bob Barnes asiste a una reunión del «Committee to Liberate Iran», organización que reagrupa responsables políticos, hombres de negocio y agentes de inteligencia. Referencia directa al Committee for the Liberation of Iraq (CLI) y a la Coalition for Democracy in Iran, fundada por varios neoconservadores del CLI y que aún sigue activa. Todo parece indicar, por tanto, que se trata de una toma de posición contra una de las próximas guerras estadounidenses: el anunciado ataque contra Irán.

Una parte de la historia de Syriana parece entonces una verdadera acusación contra la CIA y los métodos de Washington. Una de las últimas imágenes del film muestra el «golpe quirúrgico» que desencadena la CIA para deshacerse del «antiestadounidense» Nasir. Abandonado por la agencia, Bob Barnes se da cuenta de que lo han estado manipulando durante toda su vida y trata de prevenir al príncipe, y desaparece con él, pulverizado por un misil.

Sin embargo, George Clooney niega la sinceridad de este mensaje cuando afirma en las notas de producción: «Uno de los aspectos de la historia de Bob [Barnes] es el desmantelamiento sistemático de la CIA y sus consecuencias. El resultado es que en el Medio Oriente quedan pocos agentes que hablen árabe, lo cual es peligroso. El concepto era el siguiente: como la Guerra Fría se acabó, no necesitamos ya redes de vigilancia ni agentes en el terreno. Así que Bob se encuentra atrapado en una verdadera operación de reducción de personal.».

Primera paradoja inquietante en una película que da una imagen extremadamente sombría de la sociedad estadounidense.

Las gigantescas ganancias de las compañías petroleras dan lugar, lógicamente, a la corrupción y a intrigas de poder. Pero es el sistema económico y político en su conjunto el que está corrompido, mientras que el control del oro negro justifica sutiles relaciones incestuosas entre el Estado, los servicios secretos, el sector jurídico y las multinacionales. En una escena memorable, un hombre de negocios del mundo del petróleo declama un cínico elogio de la corrupción. En cuanto a los rejuegos financieros de la industria petrolera estadounidense, es posible ilustrarlos mediante los resultados del número uno mundial Exxon-Mobil correspondientes al año 2005: más de 36 000 millones de dólares de ganancias, o sea un monto superior al PIB de 125 de los 184 países clasificados por el Banco Mundial.

George Clooney insiste en una entrevista reciente: «No es un ataque contra la administración Bush, es un ataque contra el sistema establecido desde hace 60 ó 70 años, en cuyo centro siempre ha estado el petróleo». Análisis que contradice sus declaraciones anteriores sobre la CIA, organismo que según él ¡habría que fortalecer! Leyendo entre líneas, se le podría atribuir un simple deseo de alternancia. ¿Quizás el regreso al poder de los demócratas como garantía de la higiene del sistema?

Syriana trata a pesar de todo de llevar a la pantalla personajes y países generalmente inexistentes en los productos que salen de Hollywood, menos en los casos en que resultan útiles a la propaganda barata. Clooney y el realizador Stephen Gaghan afirman querer mostrar al público estadounidense problemáticas que generalmente ignora. Hay que señalar el respeto por los diferentes idiomas, cosa rara en Hollywood; en Líbano se habla árabe, en Teherán se habla farsi; en el emirato, los inmigrantes pakistaníes hablan urdu. A la vez, las imágenes han sido rodadas en la medida de lo posible en los lugares en que se desarrolla la trama. Las escenas del Golfo Pérsico fueron filmadas en la ultramoderna metrópoli de Dubai y sus alrededores. Es la primera vez que una producción estadounidense se rueda oficialmente en ese emirato. Los escenarios que representan lugares de Beirut y Teherán fueron reconstituidos en Casablanca, oficialmente por razones de seguridad.

La representación de los árabes y de la gente del Medio Oriente trata, a veces sin lograrlo, de evitar la caricatura. Por ejemplo, el príncipe Nasir, uno de los pocos personajes positivos de la película, encarna la razón y el progreso. Quiere romper con Estados Unidos, anticipa el agotamiento de los yacimientos petrolíferos y desea democratizar las instituciones. «¡Es el nuevo Mossadeg!», exclama con admiración un joven asesor estadounidense que se entusiasma con sus puntos de vista. La referencia es deliciosa, y anticipa el desenlace del film…

La película presta particular atención a la descripción de las condiciones de vida de los obreros inmigrantes que trabajan en las instalaciones petroleras del emirato. Albergados en sórdidas barracas, trabajan sin descanso por un salario miserable, sin que se les reconozca el menor derecho. La historia sigue a un grupo de pakistaníes. Cuando la Connex realiza los despidos masivos, el joven Wasim y su padre se quedan simultáneamente sin trabajo y sin permiso de residencia. La vida cotidiana del joven, entre las barracas extremadamente calurosas y el deambular por el desierto, toma un cariz casi documental. Se trata de una realidad de la guerra del petróleo. Estamos ante un proletariado arrancado a sus raíces y sometido a una forma moderna de esclavitud. El personaje de Wasim está finamente dibujado; es un adolescente sensible y dulce, muy conmovedor.

Pero… es musulmán

Comienzan ahí los límites del respeto y de la representación supuestamente objetiva. Al perder, debido al despido, todo derecho de residencia en el emirato, brutalmente maltratado por la policía, Wasim no tiene ya perspectiva alguna. El hambre y la desesperación lo llevan a frecuentar con un amigo una escuela coránica, en la que puede comer gratis. Al principio, la enseñanza parece moderada. Pero de pronto aparece un religioso más joven y menos simpático. Inmediatamente se le identifica como un elemento dañino ya que anteriormente lo hemos visto robarse un misil Stinger. Su aspecto es impresionante. Se trata de un árabe de ojos azules y mirada solapada. Su único objetivo es adoctrinar jóvenes reclutas para que cometan atentados suicidas. La historia de Wasim se convierte entonces en una retahíla de clichés increíbles. En tiempo record, el adolescente distraído y poco interesado en la religión se convierte en un fanático que lanzará una embarcación cargada de explosivos contra el costado de un petrolero estadounidense. El espectador reconocerá en esta parte una alusión al atentado contra el navío de guerra USS Cole. Clooney y Gaghan han afirmado repetidamente que tenían otras intenciones: explicar los actos terroristas mediante la miseria, la humillación y el ansia de rebelarse y mostrar a los seres simplemente humanos sacrificados en esos ataques. Pero, la espectacular transformación de Wasin es simplemente inverosímil. La pirueta del guionista es tan evidente que hace trizas el objetivo anunciado. Se trata más bien de confirmar la fantasía de la opinión pública a la que se le ha inculcado la ecuación terrorista = musulmán, lo que no impide que tanto el director como su productor estén siendo vilipendiados en Estados Unidos por haber dado un aspecto simpático a un miserable terrorista.

Asimismo, el emirato ficticio es una transposición apenas disimulada de Arabia Saudita. Son abundantes las similitudes: el viejo emir enfermo recuerda al rey Fahd en sus últimos días, su grandiosa residencia en Marbella es una réplica de la que posee la familia Saud, precisamente en Marbella, etc. Así aparece de nuevo el tema del «pacto con el diablo», de los fatales lazos que Estados Unidos, con el único objetivo de tener acceso a la explotación de los yacimientos de petróleo, ha establecido con un reino que apoya el terrorismo. A este inagotable tema dedicó Robert Baer su segundo libro, Sleeping With the Devil: How Washington Sold Our Soul for Saudi Crude, del que la película toma muchos más elementos que de See no Evil. Hay que preguntarse además cómo es que el conflicto israelo-palestino ni siquiera se menciona en un film que analiza la situación geopolítica del Medio Oriente.

Pero, hay algo peor aún: la parte que se desarrolla en Líbano.

En ella vemos a Bob Barnes-Clooney, cuya misión es «neutralizar» al príncipe Nasir, solicitar la protección del Hezbolla. A su llegada a Beirut, lo meten con los ojos vendados en un auto que debe llevarlo al cuartel general secreto de Hezbollah. La cámara sigue el vehículo por la calles de un barrio pobre. Se ve un gran número de hombres armados de guardia sobre los techos de las casas. Un subtítulo indica: «Barrio de las afueras de Beirut bajo control del Hezbollah». En un edificio neutral, Barnes es recibido por un anciano religioso de aspecto respetable que le concede protección. Después, se pone en contacto con un personaje de dudosa reputación llamado Mussawi, al que quiere encomendar el asesinato de Nasir. Pero Mussawi es un traidor –un agente iraní– y somete a Barnes a torturas. Cuando está a punto de matarlo, el anciano religioso de Hezbollah entra en la habitación y le ordena que se detenga. Barnes se desmaya. Al volver en sí, encuentra a su lado una foto del viejo imán con la inscripción: «Recuerde hacer una donación antes de abandonar Beirut.» ¿Qué significa todo este fragmento, casi nunca mencionado en los recuentos del film? ¿ La identificación del Hezbollah con una organización terrorista sanguinaria? El torturador no es presentado claramente como miembro de Hezbollah, pero se llama Mussawi, como el responsable –en la vida real– de Relaciones Internacionales de ese partido, Nawaf El Mussawi. Uno de los guías religiosos de Hezbollah interviene con toda calma en pleno «interrogatorio»; al parecer se encontraba en la pieza contigua. Hay aquí una ambigüedad en la narración, y por lo tanto en las intenciones del autor; la escena puede ser interpretada de diferentes formas. Philippe Garnier escribe en la edición del 22 de febrero del diario Libération: «El único que nos importa es este escapado de la novela de espionaje de antaño, que viene del frío y aquí se hace calentar por el Hezbollah, el agente representado por Clooney (…)». Y la interminable escena de tortura, durante la cual Mussawi le arranca las uñas a Barnes con una tenaza, es especialmente atroz, casi insoportable para el espectador. Para más complicación, Stephen Gagham explicó detalladamente a la prensa su actitud como guionista y realizador de Syriana. Gagham se presenta como un estadounidense medio, pero que sigue con pasión la política internacional. Afirma que cuando Stephen Soderbergh y George Clooney le confiaron la misión de adaptar See no Evil, se documentó exhaustivamente sobre el tema. Dice haber hallado el término «Syriana» en el vocabulario de ciertos think-tanks de Washington como apelativo de la reestructuración que estos quieren imponer en el Medio Oriente. Cosa totalmente falsa. Esa palabra no aparece en ningún documento publicado por los grupos de reflexión cercanos al poder. Max Boot, periodista furiosamente neoconservador, confirma esto último en un artículo contra la película (¡que él encuentra favorable al terrorismo!) que escribió para el diario Los Angeles Times: «Yo trabajo en un think-tank que tiene una gran oficina en Washington y no he oído nunca ese término.». «Syriana» es en realidad el nombre histórico del proyecto para la construcción de la Gran Siria, que reúne alrededor de ese país al Líbano, Palestina y Transjordania.

También con el objetivo de documentarse, Gaghan viajó durante meses por Europa y el Medio Oriente junto a Robert Baer. Supuestamente, Baer lo puso en contacto con cierto número de personas y organizaciones que formaban parte de su red de contactos de trabajo para la CIA. El cineasta insiste en la gran variedad de puntos de vista que recogió. Interrogado sobre Hezbollah, se declara bastante impresionado por su experiencia, sin decir si está de acuerdo o no con la doctrina del partido libanés. El relato de su entrevista con un dirigente oficial tiene un carácter fantástico. Afirma que, desde el momento mismo de su llegada a Beirut, recibió una llamada a su teléfono celular. Un contacto de Robert Baer le da cita para unos minutos más tarde. Al llegar al lugar fijado, lo meten en un auto, le vendan los ojos mientras le hablan en árabe, idioma que él no entiende. Muerto de miedo, comienza a preguntarse si va a ser víctima de una ejecución sumaria. Al cabo de un viaje secreto, lo introducen en un viejo edificio donde es recibido por un anciano de 80 años. Se trata de Mohamed Hussein Fadlallah, guía espiritual del Hezbollah. Cortés y carismático, Fadlallah le habla de las acciones sociales de su partido, específicamente de la creación de orfelinatos. El cineasta no explica nunca claramente la secuencia libanesa de Syriana ni el fondo de su significado. Pero cuenta varias veces la historia de su «secuestro», aventura reproducida de manera prácticamente idéntica en el film.

Nosotros interrogamos a varios responsables del Hezbollah sobre las circunstancias del encuentro entre el realizador Stephen Gaghan y un miembro de esa organización. Resulta que los hechos fueron totalmente diferentes. El viaje secreto con los ojos vendados no es más que un invento. Hezbollah es un partido político libanés con carácter oficial, representado en el parlamento desde hace varios años, que no necesita todo un montaje teatral para recibir visitantes extranjeros. Además, Gaghan, que estaba acompañado por otras dos personas, nunca se entrevistó con Mohamed Hussein Fadlallah sino únicamente con un secretario del Buró Político y con un cuadro encargado de las Relaciones Exteriores del Hezbollah. También fue recibido en las oficinas de Al-Manar, la televisión creada por el partido. lo cual implica que la secuencia del «Barrio de las afueras de Beirut bajo control de Hezbollah» –con calles y casas atestadas de hombres armados– es una mentira total. Las calles de los barrios de Beirut tienen hoy un aspecto perfectamente común, sin despliegue de fuerzas. ¿Qué ideología transmiten esas imágenes?

¿Qué quedará en las mentes de los espectadores?

Syriana es una película ambigua, hecha de contradicciones. La denuncia del sistema político estadounidense y de sus guerras por el petróleo es ciertamente positiva para un público estadounidense desinformado y atiborrado de consignas sobre el «modo de vida no negociable» de Estados Unidos. George Clooney se refiere por su nombre al período contestatario de los años 70, en que Hollywood produjo importantes filmes de acusación como All the President’s Men (1976) (Todos los hombres del presidente), brillante reconstrucción del escándalo del Watergate, y The Parallax View (1974) (El último testigo , que describe un alucinante complot político, dirigidos ambos por Alan Pakula, o Three Days of the Condor de Sydney Pollack (1975) (Los tres días del cóndor , célebre denuncia de los crímenes de la CIA…

Hay que recordar, sin embargo, que después del 11 de septiembre se produjo un profundo silencio en la esfera mediática y cultural estadounidense, con muy raras excepciones. Cuando la enorme envergadura del desastre en Irak y los efectos de las leyes totalitarias de la administración Bush comenzaron a romper poco a poco el condicionamiento de la ciudadanía, la necesidad de desahogarse ante la pesadilla se hizo vital. Actualmente, la mayoría del pueblo estadounidense se pronuncia contra la continuación de la guerra en Irak y Bush está desacreditado. Se hace por ello más fácil el rodaje de películas que contengan algo de crítica. Además, el inesperado éxito de Farenheit 9/11 de Michael Moore, en 2004, dio que pensar a los grandes estudios. Si las películas de crítica sobre la política del país pueden reportar mucho dinero, ¿por qué privarse de ellas? Section Eight, la compañía de Clooney y Soderbergh, tiene un contrato con Warner Bros. La Warner esperaba hacer un buen negocio con Syriana, que a pesar de todo es un excelente thriller en el que aparecen numerosas estrellas, como George Clooney, Matt Damon, William Hurt, Jeffrey Wright y Christopher Plummer. Las cifras de la taquilla (más de 45 millones de dólares durante los dos primeros meses de explotación solamente en Estados Unidos, frente a un costo de producción de 50 millones) son además más que apreciables para un film clasificado como «suspenso geopolítico».

Pero, ¿qué van a ver los espectadores? ¿Un suspense exótico o una película política? ¿Qué van a retener de la historia? Algunos serán incapaces de ver las sutilezas. ¿La caracterización de los musulmanes como terroristas en potencia no es acaso mucho más inquietante para un público condicionado por el miedo hacia el extranjero que la denuncia de los crímenes estadounidenses en el mundo? En cuanto a la corrupción del sistema político en Estados Unidos, esta es ya notoria y considerada a menudo como una fatalidad. Finalmente, ¿qué debe pensarse de la ambigua presentación del Hezbollah, movimiento de resistencia surgido durante la guerra del Líbano y en la actualidad un partido político integrado al sistema político libanés? En el mejor de los casos, puede vérsele en la película como una milicia que domina sectores completos de Beirut mediante las armas; en el peor, como una organización de torturadores enemigos de «América».

El mensaje cinematográfico de Stephen Gaghan y George Clooney es mal intencionado. No nos dejemos engañar.

(*) Mireille Beaulieu, posee un Diploma de Estudios Avanzados en geopolítica y es investigadora en historia del cine. Programadora de cine, periodista.