Ecuador

 

Las razones del triunfo del “Sí”

¿Qué se puede esperar de la Constituyente
de Correa?

Por Claudio Testa
Socialismo o Barbarie, periódico, 26/04/07

El 15 de abril, los ciudadanos de Ecuador fueron a votar. No era para elegir a nadie, sino para decidir por sí o por no la propuesta de convocar una Asamblea Constituyente con plenos poderes.

El resultado no pudo ser más aplastante: 5.350.000 votos en favor de la Asamblea Constituyente (81,72%), y apenas 824.000 en contra (12,43%).

Sin embargo, más importante que estas cifras es el hecho de que furiosamente en contra de la Constituyente estaba la casi totalidad de los partidos burgueses “tradicionales” y sus líderes, salvo algunos que “borocotearon” a último momento, como el alcalde de Quito.

La convocatoria de este referéndum de la Constituyente –auspiciado por el presidente Rafael Correa, que asumió en enero pasado– había sido tema de duros choques con el Congreso y los partidos tradicionales que lo dominaban (en las elecciones donde ganó Correa la presidencia, su bloque no había presentado candidatos al Parlamento).

Este enfrentamiento se desarrolló “por arriba” y “por abajo”. El Tribunal Supremo Electoral (TSE), influenciado por Correa, destituyó a 57 congresales, con lo cual los viejos políticos burgueses opuestos a la Constituyente, perdieron el control del Parlamento. Pero, en verdad, la definición del partido vino “por abajo”: grandes manifestaciones populares salieron a la calle en contra de la vieja “partidocracia”, exigiendo la Constituyente. El referéndum del domingo permitió verificar hasta qué punto el antiguo personal político de la burguesía ecuatoriana había perdido toda legitimidad.

Más en general, lo de Ecuador es otra anécdota de una tendencia que, con mayor o menor amplitud, se percibe en América Latina y otras latitudes: la de la crisis de los partidos burgueses tradicionales (Venezuela, Bolivia, parcialmente Argentina, etc.).

Sin embargo, por ahora, estos derrumbes o desgastes no abren paso a partidos de la clase trabajadora, pero tampoco a nuevos partidos burgueses sólidos, como esos partidos de antes, que duraban cien años o más. Su lugar es ocupado generalmente por coaliciones y/o “movimientos” inestables. Este hecho, que afecta la solidez del estado capitalista y sus instituciones, es por ejemplo uno de los motivos por el que Chávez juega hoy todas sus cartas a imponer su proyecto de “partido único”.

Desde 1996, ningún presidente electo pudo terminar el mandato

Este problema –inestabilidad de las instituciones políticas del estado capitalista– se potencia en Ecuador, donde una sucesión de rebeliones populares ha determinado que ningún presidente electo haya podido cumplir su mandato en los últimos diez años.

La causa principal de esto es la catástrofe social desatada en la década del 90, con un 70% de la población hundida en la miseria. “La sociedad ecuatoriana –decíamos en Socialismo o Barbarie cuando se produjo la última rebelión [1]– es una de las más ferozmente castigadas en América Latina por la globalización neoliberal. El capital imperialista y la miserable burguesía ecuatoriana –dividida en tres o cuatro facciones que se pelean a dentelladas por el botín, pero que se unen cuando se trata de entregar el país y reventar a las masas de la ciudad y el campo– han cumplido una tarea atroz de destrucción social. Basta decir que casi el 30% de los ecuatorianos se han visto obligados a emigrar para buscar empleo. Esto es un desastre para la clase trabajadora y la nación ecuatoriana... Así, un tercio de los ecuatorianos viven como emigrantes en España, EEUU y otros países europeos y latinoamericanos. Las remesas de dinero a sus familias son hoy el mayor ingreso de divisas al país después del petróleo. La economía semicolonial de Ecuador no ha colapsado gracias esos envíos de los emigrados (la mayoría ilegales y en las peores condiciones de esclavitud laboral)”.

Las “revoluciones” de Rafael Correa

Esta es la situación socio-económica y política que catapultó a Rafael Correa a la presidencia. Después del derrocamiento del anterior presidente electo (Lucio Gutiérrez en el 2005), Correa se hizo conocer en su breve paso por el Ministerio de Economía y Finanzas, al sostener algunas posturas nacionalistas y “antineoliberales”, con críticas al FMI y al Banco Mundial, rechazo a un Tratado de Libre Comercio con EEUU, etc.

En las últimas elecciones presidenciales irrumpió vertiginosamente, casi de la nada en cuanto a “aparato” político, pero con la decisiva ventaja de aparecer como un “hombre nuevo”, ajeno y opuesto a la vieja y corrupta “partidocracia”. Una ventaja extra, quizá, fue que su principal oponente, Álvaro Noboa –el hombre más rico de Ecuador–, sintetizaba en carne y hueso tanto la podredumbre de los politiqueros tradicionales como la infamia de un puñado de multimillonarios en medio de una miseria atroz.

La propuesta central de Correa en la campaña fue precisamente la de una Asamblea Constituyente para lograr cinco "revoluciones": la “revolución constitucional y democrática”, la “revolución ética”, la “revolución económica y productiva”, la “revolución educativa y de salud” y la “revolución por la dignidad, la soberanía y la integración latinoamericanas”.

Por supuesto, la “revolución constitucional” de Correa no significa el establecimiento de un poder los trabajadores, los indígenas y demás sectores populares y explotados. Tampoco la “revolución económica” implica la expropiación de los multimillonarios como Noboa, ni de las petroleras extranjeras que han saqueado Ecuador. Ni siquiera implica terminar con la “dolarización”, una medida colonial en vigencia desde el 2000, impuesta con el asesoramiento del inefable Domingo Cavallo y su equipo.

Correa fue conocido en su momento como crítico implacable de la “dolarización”, a la que calificó de "sistema perverso". Pero, ya en los carriles de la presidencia, se apresuró a declarar que sería un "suicidio" abandonarla.

Por todos esos motivos, sorprende leer en la prensa “progre” macanas como las siguientes: “Una mayoría de ecuatorianos decidió apoyar el cambio de la Constitución liberal vigente para adaptarla al modelo socialista [!!!] que impulsa Rafael Correa... El mandatario socialista [!!!] pasó el primer test de su gobierno”, etc. (Página 12, 16-4-07).

Por supuesto, lo de Correa no tiene nada que ver con el socialismo. Su proyecto es 100% capitalista, pero con ciertas diferencias respecto al neoliberalismo salvaje de los 90.

Lo de Ecuador hace parte del fenómeno hoy predominante en América Latina de gobiernos de “izquierda” o “centroizquierda”. Estos gobiernos vienen a establecer una especie de mediación entre el descontento, las protestas y hasta las rebeliones de las masas, por un lado, y la continuidad de la explotación y la dominación capitalista, por el otro.

En ciertos casos (como Chávez), estos nuevos gobiernos hacen algunas reformas. En otros (como Lula o Tabaré) su “reformismo” es de fachada y son esencialmente una continuidad del modelo neoliberal.

El otro gran factor que abre las puertas a gobiernos como el de Correa es la crisis de dominación por la que atraviesa EEUU, gracias a los desastres cosechados por Bush. El notorio debilitamiento geopolítico del imperialismo yanqui deja márgenes para un juego más independiente, que se expresa en este caso en el rechazo al TLC y en la exigencia de que EEUU se retire de la base militar que tiene en Manta.

En este abanico de gobiernos de “izquierda”, Correa posiblemente se sitúe en una posición intermedia entre Chávez y Evo Morales. Uno de los objetivos de Correa parece ser el de una renegociación general de los contratos con las petroleras extranjeras que garantice mayores ingresos al estado. Al mismo tiempo, anuncia planes de impulsar la compañía estatal Petroecuador para explotar nuevos yacimientos en asociación con PDVSA y Petrobrás.

La Constituyente: esperanzas, ilusiones... y realidades

La Constituyente no es simplemente un subterfugio electoralista del actual presidente. Antes de que Correa se montara en esa consigna para llegar a la presidencia, una Constituyente con plenos poderes ya era una demanda democrático-radical bastante generalizada en sectores populares de la ciudad y del campo. Es una demanda justa, que ha sido uno de los motores de las movilizaciones contra la vieja partidocracia. Sin embargo, las perspectivas de la Constituyente de Correa están muy lejos de esas esperanzas.

¿Qué esperan estos sectores populares de la Constituyente? Luis Macas, el presidente de la central indígena campesina CONAIE, declara que “vamos al gobierno de la Asamblea Constituyente. Vamos a barrer a un lado el viejo estado y poner fin a los privilegios de un puñado de ricos.” El máximo burócrata de la CONAIE refleja bien las expectativas populares... pero miente sobre lo que puede dar la Constituyente de Correa.

Esta Constituyente, aunque produzca ciertos cambios, va a tener alcances mucho más limitados. En primer lugar, no va a “barrer con el viejo estado”. A lo sumo, va a “pasar el plumero” a las instituciones del estado capitalista. El objetivo es que, quitando algo la basura, recobren la legitimidad perdida. No viene a “barrer” con el estado, sino a reconstituirlo haciéndole algo de “chapa y pintura”.

En ese sentido, la Constituyente de Correa es muy similar a la de Chávez de 1999, que sepultó al régimen de la IV República y sus partidos en bancarrota, y así pudo volver a legitimar el estado capitalista venezolano.

A nivel económico-social, tampoco va a “poner fin a los privilegios de un puñado de ricos”. Es que el “privilegio de los ricos” es su propiedad de las tierras y las fábricas. No se puede poner fin a tales “privilegios” si no se los expropia. Para dar un ejemplo: otro dirigente campesino indígena declara que en Ecuador “173 personas son propietarios de 3 millones de hectáreas de tierra y además controlan casi toda el agua”. ¿La Constituyente de Correa va expropiar a esos 173 “privilegiados” en beneficio del pueblo de Ecuador y de los campesinos indígenas? Por supuesto, eso no está en la agenda.

La clave de todo esto es que la Constituyente de Correa, aunque responde a un reclamo democrático justo, no es una Constituyente revolucionaria. Es decir, no es una Constituyente impuesta, convocada y organizada por un poder obrero y popular, por un gobierno de los trabajadores y los explotados de la ciudad y el campo.

La movilización popular contra la odiada “partidocracia” fue un elemento fundamental para vencer su oposición a la Constituyente. Pero no actuó como un factor independiente, sino como un mero apoyo prácticamente incondicional a Correa y sus planes. Y, en relación con la Constituyente, los proyectos de Correa son tan limitados que ni siquiera contemplan medidas democráticas radicales, como la expropiación del latifundio. ¡Y eso en un país con un problema agrario fenomenal!

En resumen: como sucede el resto del continente, la gran cuestión es cómo las masas trabajadoras se orientan hacia una alternativa independiente de estos estafadores gobiernos “de izquierda”.


Nota:

1.- Socialismo o Barbarie, periódico, 02/05/05. Este artículo puede leerse en www.socialismo-o-barbarie.org/america_latina/050501_ae_sobecuador.htm