Las vueltas
del Argentinazo

 

A propósito de los dichos del Ministro Aníbal Fernández

El derecho al ocio

Por Jorge Sanmartino
Integrante del EDI y de Socialismo Revolucionario, 24/08/04

“A medida que la máquina se perfecciona y quita el trabajo del hombre con una rapidez y una precisión constantemente crecientes, el obrero, en vez de prolongar su descanso en la misma proporción, redobla su actividad, como si quisiera rivalizar con la máquina (...) Y es precisamente cuando el hombre ha achicado su estómago y la máquina ha agrandado su productividad, que los economistas nos predican (...) la religión de la abstinencia y el dogma del trabajo 

Paul Lafargue, El derecho a la pereza

El Ministro del Interior Aníbal Fernández dijo que los piqueteros, es decir los desocupados que marchan, cortan rutas y se hacen visibles y sujetos mediante la lucha, son “vagos”, y que mejor sería que “vayan a laburar”. La palabra está dicha: son “vagos”, no les gusta trabajar.

Muchos movimientos piqueteros le han dado una respuesta clara: han salido nuevamente a reclamar trabajo genuino y a entregar gustosamente los planes Jefes y Jefas de Hogar a cambio de un puesto de trabajo. La campaña podría llamarse así: “te doy mi plan, me das un trabajo”. Pero todo esto parece más bien anecdótico, el Ministro pocas horas después aceptó que los planes sociales para los desempleados “vinieron para quedarse por mucho tiempo”, reconociendo de paso la impotencia de los métodos capitalistas, incluidos los “nacionales y populares”, para eliminar el desempleo. El Ministro Lavagna por su parte redujo su ciencia a la espera de que la fase expansiva de la economía haga milagros. En definitiva los capitalistas han abandonado hace tiempo el campo de la acción racional.

Habiendo llegado a la cima de la aceleración del ritmo de crecimiento económico la elasticidad del PBI en relación al empleo, es decir, la proporción en que el crecimiento del PBI impulsa la creación de nuevo empleo, ya ha llegado a su cota máxima de 0,72% (absurdamente alta) y se irá ajustando a los valores históricos alrededor de 0,3%. Pero calculando un imposible crecimiento sostenido en el tiempo del 8% del PBI se crearían menos de 300 mil puestos laborales por año, con lo cual el ministro del “capitalismo serio” debería esperar más de once años para eliminar el desempleo, sin contar el crecimiento vegetativo de la población activa, que reduciría a la mitad esa cifra y obligaría a correr la carrera de la liebre y la tortuga.

Vagos y haraganes

El Ministro Aníbal Fernández dijo además que a los piqueteros “se los hecha con la pala”, insistiendo con la idea de que el desocupado es un alérgico al trabajo. Respecto a la pala habría que acotar el hecho de que desde el año 1995 se redujeron en unos 40 mil los puestos laborales en la construcción, a pesar que ahora los índices de obra volvieron a recuperarse y fue la rama de producción que más empleo absorbió.

La “vagancia forzada” de más de dos millones y medio de desempleados es la condición del aumento de la superexplotación, incluido el aumento de la jornada laboral y el derrumbe del salario real.

El ministro, haciendo honor a su tradición quiere recrear la “cultura del trabajo”. Se le viene a la mente el trabajador que “cargaba bolsas en el puerto”. Pero en las terminales portuarias las grúas magnetizadas que trasladan los porta-contenedores directamente sobre el camión despoblaron el puerto. Quedan tres o cuatro trabajadores donde había 90.

La pala mecánica se devoró a la pala manual, así como las ovejas se “comían” a los hombres cuando el cercado de los campos ingleses inauguraba -“chorreando sangre”- el libre mercado capitalista.

En los orígenes las clases dominantes industriales de Inglaterra se vieron obligados a imponer leyes sobre “vagabundos y mendigos” para obligar a los desheredados de la tierra a meterse en un sucio galpón a trabajar por 12 o 14 horas para poder sobrevivir él y su familia, a la que poco después tuvo también que ofrendar en el altar de la fábrica. Su tradición, su cultura, sus hábitos y su contextura física rechazaban el trabajo infernal de la industria del algodón, de las minas y la siderurgia. La “cultura del trabajo” de la vieja ética protestante contribuyó entonces a fundar una nueva ideología capitalista. Pero mientras las leyes sobre los vagabundos con penas de azote y condenas de por vida obligaban a los campesinos desclasados a emplearse en la industria, las denuncias contemporáneas sobre los “vagos y haraganes” no tienen para ofrecer ninguna alternativa laboral.

Mientras el incremento de la productividad en nuestro país desplazó mano de obra de la industria (se redujo en diez años un 30% el activo obrero) el capital no encontró salida en nuevas y dinámicas ramas de producción. Mientras las empresas privatizadas despedían trabajadores para aumentar los beneficios ninguna otra actividad logró reabsorber a los nuevos desempleados, mucho menos a los jóvenes que recién entraban al mercado laboral. El desempleo estructural es hoy una enfermedad social incurable -en nuestro país agravado por su particular estructura dependiente- y comparten ese diagnóstico con mayor o menor gravedad todos los países del mundo. A pesar de la recuperación que experimenta a nivel mundial la economía en el segundo semestre del 2003, la OIT indica que el ascenso del desempleo en el mundo aumentó, alcanzando una cifra sin precedentes de 185,9 millones de mujeres y hombres en paro forzoso, afectando especialmente a los jóvenes. En el nuevo siglo la tendencia se continúa como una prolongación de los recortes en los beneficios y las condiciones de empleo en todo el mundo. En el centro del imperio, en EEUU, a fines de los ’90 el poder adquisitivo de los trabajadores se había reducido en un 12% respecto a 1980. El aumento en la productividad norteamericana se ha logrado sobre la base de la intensificación de los ritmos de trabajo y la precarización laboral.

Subordinación del trabajo

La cultura del trabajo se hizo patente en nuestro país desde los primeros días el aluvión inmigratorio que venia a la tierra de la leche y la miel escapando de las guerras, el hambre y la persecución. El peronismo elevó esa cultura a su máximo grado, porque el trabajo “unía” al obrero y el patrón. Pero en esa época el dominio del capital se basaba en un empleo seguro, la expectativa de un estándar de vida creciente, el progreso de sus hijos. El capitalista controla hoy el plantel de la empresa mediante el terror al desempleo y la clase capitalista perdió la débil hegemonía neoliberal que alcanzó apoyo de masas en los años ’90.

El ministro Fernández alimenta y refuerza ideológicamente la sujeción capitalista del trabajo ajeno. Como el trabajo es hoy escaso, la superexplotación obrera aparece como una salvación para quien logra vender su fuerza de trabajo y la de su prole. Escapa así al hambre y se considera afortunado. El trabajo se “dignifica” reforzando ideológicamente el control capitalista sobre el proceso de trabajo, porque es el capital el que aparece como condición del mismo. Lo que está oculto es la evidencia de que el desempleo ha sido alimentado por el aumento de la productividad del trabajo vivo, y que cuanto más trabajo excedente genere el proletariado, más subordinado estará al proceso de acumulación de capital, que exige como requisito el desplazamiento permanente de una parte de la clase obrera hacia el ejército de reserva.

La “dignidad” del trabajo

Desde la edad escolar se enseña que el trabajo es la base del progreso, que sólo trabajando se puede “llegar a ser algo en la vida”. Es el principio de la rectitud moral del hombre.

Es el triunfo más sublime del fetichismo de la mercancía hundido en las profundidades del sentido común. Constituye la conquista ideológica quizá más profunda que haya alcanzado la visión del mundo burgués.

“El hombre es pobre, pero honesto y trabajador”. Incluso entre los críticos del capitalismo ha penetrado esta cultura del trabajo. Pero cuanto más trabaja el obrero, cuanto más entrega de sí al capitalista para valorizar su capital, tanto más pobre se halla, e incluso, por producir en exceso, es arrojado al desempleo.

La condición del enriquecimiento del capitalista está, al contrario, en su no-trabajo, es decir en la exigencia de que otros trabajen para él. Su condición de éxito en tanto personificación del capital reside en su ocio, su pereza, en el robo de trabajo ajeno. El capitalista para serlo debe disponer de tiempo libre de trabajo para él y sin embargo disponer de trabajo suficiente para alimentar sus máquinas y valorizar su capital.

La obsesión por el ahorro de tiempo de trabajo, por la utilización hasta de la última gota de segundos y minutos, la obsesiva persecución del tiempo disponible, es una pulsión específica de las relaciones de producción capitalista. Ninguna otra sociedad precedente llevó la lucha por el excedente de tiempo de trabajo hasta el paroxismo como lo ha hecho el modo de producción capitalista, asentado en el intercambio de mercancías y en la producción generalizada de valor. La valorización del capital exige que su acumulación sea crecientemente ampliada, deglutiendo cada vez más capital fijo y ofrendando en el altar de las máquinas, el sacrificio de más trabajo excedente. Esa es la condición fundamental del progreso económico.

El tiempo perdido de la vida del obrero es la condición del tiempo libre del capitalista. La esclavitud respecto del tiempo de trabajo de uno es la contracara del tiempo libre del otro. “El hecho de que el obrero tenga que trabajar durante un exceso de tiempo es idéntico al otro hecho de que el capitalista no tiene que trabajar, y de que su tiempo se concibe, entonces, como negación del tiempo de trabajo; que ni siquiera debe  proporcionar el trabajo necesario. El obrero debe trabajar durante el tiempo del sobretrabajo, para tener permiso de objetivar, de valorar el tiempo de trabajo necesario para su reproducción. Por otra parte inclusive el tiempo de trabajo necesario del capitalista es tiempo libre, es decir, no es tiempo que deba ser consagrado a la subsistencia inmediata. Como todo tiempo libre, es tiempo para el desarrollo libre, el capitalista usurpa el tiempo libre que los trabajadores han producido para la sociedad, para la civilización[1].

Cuanto más ricas y fecundas son las potencialidades de la ciencia y la tecnología, a medida que gracias a estas nuevas innovaciones el capital constante se hace cada vez más amplio y complejo, el tiempo de trabajo humano inmediato que ese capital pone en movimiento es cada vez menor. “En la medida en que la gran industria se desarrolla, la creación de la verdadera riqueza depende menos del tiempo de trabajo y de la cantidad de trabajo (humano) aplicado, que del poderío de los agentes que son puestos en movimiento en el transcurso del tiempo de trabajo cuya eficacia creciente no guarda relación con el tiempo de trabajo inmediato que ha costado su producción, sino que depende más bien del nivel general de la ciencia y de los progresos de la tecnología[2].

La sociedad podría liberarse progresivamente de la necesidad de trabajar, pero bajo el régimen de la propiedad privada, ese potencial liberador es puesto en acto sólo como medio de valorización, es decir de usurpación de trabajo ajeno, por lo tanto puesta en movimiento sólo como medio para reforzar la explotación capitalista y asegurar la mayor subordinación de la fuerza de trabajo a las fuerzas despóticas del capital.

No existe el trabajo o el salario “digno”. Este último sólo existe en tanto valor de reproducción de la fuerza de trabajo. El salario en Argentina se encuentra por debajo de dicho valor, generando una creciente dualización y polarización en el mercado de trabajo y una persistente destrucción de fuerza laboral calificada. Las desigualdades en el ingreso son consecuencia también de este proceso desindustrializador y reprimarizador del tipo de acumulación. En consecuencia el ministro que representa sus intereses se ve obligado a enviar a la legión de desempleados a “agarrar la pala” para realizar trabajos incompetentes. El microemprendimiento carece de cualquier potencia como agente del proceso de acumulación nacional, en consecuencia se trata de puro derroche de trabajo, que el capital no puede valorizar poniendo él mismo su potencia como promotor de dicha acumulación. Se revela así incapaz de poner en movimiento una masa gigantesca de manos disponibles para valorizarse a sí mismo, y el señor Aníbal Fernández aparece como Ministro de una clase social haragana y parásita que acusa a sus esclavos de lo que ella misma es impotente para ejercer.

Salario y desempleo

La explotación del trabajo vivo consolida el ahorro de trabajo necesario aumentando el desempleo. Al mismo tiempo (no importa que el personaje en cuestión revista el nombre propio de Aníbal Fernández) la presión contra los “vagos y haraganes” exige la incorporación al mercado laboral de la fuerza desplazada como trabajo precarizado, flexible, sin cobertura social ni indemnización, con un salario por debajo de la línea de subsistencia, acercándose al ideal del capital que exige el regreso de las condiciones laborales a principios del siglo XIX, la abolición del contrato colectivo y el regreso al contrato libre e individual de trabajo. Ese fue el deseo de la patronal que avanzó progresivamente en ese terreno, sobre todo en la época del menemismo, y que coronó jurídicamente mediante la ley laboral impuesta gracias a los sobornos en el senado, y que sigue vigente con el maquillaje kirchnerista de la nueva ley laboral.

Ir a “laburar” significa encontrar un empleo cuya remuneración es en promedio según la EPH del INDEC de 364 pesos, arañando el nivel de la indigencia, es decir la canasta que sólo permite alimentar muy mal a una familia de cuatro personas pero que no deja ningún resto para el pago de un alquiler, viáticos, ropa, educación, salud, esparcimiento. Para ser considerado pobre esa familia tipo deberá enviar a la esposa a trabajar, aunque tampoco así alcanzaría los 730 pesos que marca el umbral de dicho nivel. En esa condición se encuentran todos aquellos que consiguieron un empleo hace menos de un año. De todos ellos, además, dos tercios están en negro. Peor aún, los que han seguido en estos últimos días las recomendaciones del compulsivo Ministro del Interior y han tenido la suerte de encontrar un empleo, pueden contentarse con un sueldo de 288 pesos. Así lo dice la EPH para todos aquellos que se alzaron con un trabajo hace menos de tres meses.

Las declaraciones del ministro fueron el preludio a la reunión del Consejo del Salario Mínimo. La cúpula empresaria tiene a los “haraganes” en la ventana, como ayer tuvieron el látigo de la inflación. El presidente de la UIA acaba de declarar que en nuestro país hay una prioridad mucho mayor que la de aumentar el salario de los trabajadores, la de dar empleo a quienes carecen de él. Sin el ejército de reserva los capitalistas carecerían de su mejor arma de negociación, demostrando si hiciera falta una vez más que el destino de los trabajadores hoy en activo está indisolublemente unido al del conjunto de los trabajadores. Hoy el costo laboral se redujo en un 40%, según lo indica la relación entre el salario nominal y el índice de precios mayoristas.

“Que vayan a laburar” exige por sobre todas las cosas la aceptación de condiciones de superexplotación que faciliten la competencia en el mercado externo con las maquiladoras mexicanas o los talleres del sudor del sudeste asiático.

Aunque el ministro se las agarró con los piqueteros, es la clase trabajadora como órgano colectivo la que está exigida de intensificar y aumentar la jornada laboral y reducir el salario en tanto costo laboral, como condición para que su parte sobrante sea empleada productivamente. Aún así la clase capitalista no tiene salida, porque Argentina tampoco puede transformarse en una plataforma exportadora demoliendo su mercado interno. Mucha menos perspectiva tiene un planteo “nacional y popular” que pretende secuestrar el superávit fiscal en beneficio del FMI y mantiene por debajo de la línea de la pobreza a la mitad de la población, incluidos los estatales y docentes.

Reparto de las horas de trabajo y tiempo libre

La clase capitalista agotó su repertorio, mientras sectores de la clase trabajadora comienzan a levantar una nueva bandera y un nuevo programa para darle una salida de clase al azote del desempleo. Así lo revela el progreso del Movimiento Nacional por la jornada laboral de 6 horas, impulsado por los trabajadores y delegados gremiales de Metrovías y muchas otras organizaciones sindicales, sociales y políticas.

La reducción de la jornada laboral permitiría la creación inmediata de dos millones y medio de puestos de trabajo y la extensión del tiempo libre para el disfrute, para la expansión de las capacidades creativas y el desarrollo de la personalidad humana para toda la sociedad y no para una minoría privilegiada.

En 1883 en su conocido texto “El derecho a la pereza” Paul Lafargue denunciaba la “locura de los trabajadores a matarse en el trabajo” y decía “Es necesario que el proletariado pisotee los prejuicios de la moral cristiana (…) es necesario que regrese a sus instintos naturales, que proclame los “derechos de la pereza”, mil veces más nobles y más sagrados que los tísicos derechos del hombre, redactados por los abogados metafísicos de la revolución burguesa; es necesario que se obligue a no trabajar más de tres horas por día…” . Esta exigencia profética del Yerno de Marx reviste hoy una actualidad sorprendente, porque apunta al exceso de trabajo en unos y la fatalidad del desempleo en los otros.

La condición para liberar al hombre del tiempo de trabajo y expandir su tiempo libre, sólo puede encontrarse en la superación de las formas mercantiles y explotadoras que se encuentran en la base del régimen capitalista. En consecuencia la reducción de las horas de trabajo es sólo el comienzo de una transformación general que supere el dominio del mercado y la ganancia sobre todas las esferas de la producción social. En esas premisas materiales hunde sus raíces el planteo de la expropiación de los expropiadores y la transición hacia una sociedad comunista, mediante la reapropiación de los medios de producción por parte de los productores libremente asociados.

La riqueza de la sociedad podrá medirse de ahí en más por la capacidad de sus potencias internas para generar un creciente tiempo para el ocio y la pereza.

Eso si, el uso de ministros será cosa del pasado.

Notas:

[1] Introducción General a la crítica de la economía política, 1857-1858, Grundrisses, K. Marx.

[2] Idem.

Volver