Argentina

 

Kirchner y la crisis del PJ bonaerense

Por Isidoro Cruz Bernal
Socialismo o Barbarie, periódico, 23/06/05

Hasta fines del año pasado Kirchner la venía piloteando tranquilo y se sentía seguro. Mirado desde su punto de vista esto podía ser verosímil. Los números de la economía parecían cerrar bien, había recaudaciones fiscales récord, no se había salido del default y no había que hacer frente a pagos de deuda. La oposición burguesa permanecía fragmentada y sin iniciativa política. Hasta el susto que significó el poder de convocatoria que tuvo Blumberg al principio parecía haber pasado sin hacerle grandes daños. Además Blumberg parecía encaminarse hacia su ocaso, como en los últimos días se ha comprobado. Había logrado aislar a los movimientos de desocupados. El gobierno parecía estar tan subido al caballo que hasta una victoria obrera como fue el conflicto de subte fue leída en clave triunfalista. Se dijo que demostraba que “la recuperación económica era un hecho” y que “era bueno que las demandas del pueblo fluyeran” (claro está que cuando estas demandas empezaron a fluir este año entre los trabajadores estatales, como en el Garrahan, ya no fueron recibidas con mucha alegría). Pero, según el criterio del gobierno, el país se “normalizaba”. Sin embargo, hacia la mitad de 2005, se puede no solamente decir que el gobierno no las tiene todas consigo, sino que su misma acumulación de poder y búsqueda de autoafirmación política introduce inestabilidad en el escenario que él mismo construye cotidianamente.

¿Solamente una interna?

Parte de esta realidad era la necesidad del gobierno de Kirchner de sacarse de encima a su lastre duhaldista, al mismo tiempo que reafirmaba su espacio propio. Conviene tener presente que, desde su origen, el gobierno no ha podido superar el trauma de ser el “gobierno del 22%”. Si bien este hecho fue relativizado en los meses posteriores con las sucesivas victorias electorales del PJ, esto no hizo desaparecer el problema, ya que de ningún modo despejaba las dudas acerca del caudal propio del gobierno kirchnerista. Estas victorias le dieron a Kirchner una base de sustentación para poder gobernar, pero difícilmente dejaban de tener sabor a préstamo, a cosa no del todo propia. El presidente había acumulado poder en la llamada “opinión pública” a partir de conjurar el fantasma de un retorno menemista y haber sabido apropiarse –indebidamente– de algunos aspectos de las movilizaciones populares que dieron origen al Argentinazo. Sin embargo, la cuestión del poder superestructural le quedaba pendiente. El PJ de la provincia de Buenos Aires seguía siendo de Duhalde.

La política del “Cabezón” era dejar a Kirchner hacer las “relaciones públicas” con la sociedad, encabezando un gobierno peronista “presentable”, con guiños “progresistas” y seductor para los sectores medios. Mientras tanto, él quedaría en su territorio, tratando de permanecer en segundo plano o dedicado a tareas superestructurales como en el Mercosur. El control del PJ bonaerense le aseguraría permanecer como un factor de poder con el que hay que contar para poder gobernar. Para alguien cuya vida política tiene un horizonte limitado –como es el caso de Duhalde, alguien sin posibilidad de reagrupar en torno de sí un proyecto de alcance nacional–, este tipo de “arreglo” como el que se dio de hecho con Kirchner, constituía su pasaporte para continuar incidiendo en la política del país.

Contrariamente, para Kirchner esto no era un gran negocio. O, en todo caso, lo fue en los inicios de su gobierno y estaba sujeto a la evolución de la situación nacional de conjunto. Al sentirse afirmado, Kirchner se orientó a tratar de reducir cada vez más el poder de su indeseable socio. Así desembarcó en la provincia de Buenos Aires con el lanzamiento de la candidatura de Cristina Kirchner, el aliento a las ambiciones de Solá y la amenaza de lanzar una lista propia enfrentada a la del PJ.

La inscripción del autodenominado Frente para la Victoria, causó una amplia excitación entre los sectores adictos a Solá y en el ámbito de los llamados “transversales”. Los primeros encontraban allí la manera de escapar al ahogo duhaldista; los segundos defienden la tesis de que Kirchner es un “gobierno en disputa”. Es decir, un presidente progresista y popular que debe sacarse de encima la losa del duhaldismo al cual le debe el acceso al poder, así como algunos de sus residuos (el más importante de ellos sería Lavagna). Estos dos sectores se han convertido en la espada del gobierno para buscar que Duhalde capitule y baje la candidatura de Chiche a senadora. Un detalle no menor porque, a pesar de que estas pujas entre los políticos patronales den bastante asco, la candidatura de Cristina en vez de la de Chiche tiene el contenido de darle la conducción concreta de la campaña al gobierno. El objetivo de “plebiscitar” al gobierno daría un primer e importante paso. Los agentes del gobierno han lanzado un llamado a adherir al Frente por un lado, mientras que por el otro plantean organizar un congreso del PJ bonaerense que proclame la adhesión al kirchnerismo. Si todo esto saliera como aparece en los papeles, el gobierno lograría no sólo controlar la campaña, sino también usufructuar una posible cómoda victoria. El trasbordo de varios duhaldistas históricos hacia sus filas parecería indicar que es una posibilidad con chances.

Pero si no sale y el duhaldismo logra resistir, el gobierno está en problemas. Este parece ser uno de esos casos de la política en el que una victoria total es la única posible y en la que un triunfo parcial es casi equivalente a la derrota.

No hagan olas

Si bien el duhaldismo sufre de descrédito ante la población y el rencor de ciertos burgueses por la devaluación, tiene a su favor una cuestión importante. Duhalde solamente tiene que resistir, mientras que es el gobierno y sus agentes quienes tienen que hacer todo el gasto en lo que a acción política se refiere.

Desde algunos sectores del establishment capitalista de la Argentina se le dice a Kirchner, de diversas maneras, que su insistencia en destronar a Duhalde introduce elementos de turbulencia en la situación social. Ha sido un tema frecuente en la prensa burguesa que el gobierno enfrenta un escenario más complicado, en el que se acumulan varios problemas: el peso de los pagos por deuda, la dificultad de mantener el actual tipo de cambio, las presiones inflacionarias latentes, los conflictos salariales, etc.

Néstor Scibona, en La Nación del 12/6, escribe: “Con este desfiladero más estrecho en materia macroeconómica, sería aconsejable que el gobierno trate de mezclar lo menos posible la economía con la política en la campaña electoral, para no abrir nuevas fuentes de incertidumbre (...) Tampoco es bueno para la economía que se mantenga abierta la interna del PJ bonaerense, con la secuela de realineamientos sindicales y legislativos a que podría dar lugar una eventual división del oficialismo y un enfrentamiento Kirchner-Duhalde”. Es decir, un llamado de atención al gobierno: “no mezcles tus apuestas políticas con la estabilidad que requiere la marcha de los negocios”. Naturalmente, la apuesta de Kirchner es que la estabilidad del régimen sea imposible de escindir de su permanencia en el gobierno.

En cierta medida este reclamo burgués de “aquietar las aguas” en la interna peronista juega a favor de Duhalde; a pesar de todo su aislamiento y decadencia de hoy. Es decir, es una contratendencia hacia un arreglo entre Kirchner y Duhalde.

La crisis del PJ bonaerense y nuestras tareas

Puede sonar desproporcionado comparar el elefante blanco que es el peronismo de la provincia con las todavía escasas fuerzas de la izquierda revolucionaria. Sin embargo, no lo es mirado con una perspectiva de mediano plazo. A pesar de todo su poderío, el PJ de la provincia no es lo mismo que hace diez años. En el marco de las contrarreformas neoliberales de los 90, el peronismo bonaerense fue un aparato político que tomaba tareas de control territorial y de un asistencialismo “al mínimo” para los sectores de las clases populares que caían víctimas de la hiperdesocupación y del retroceso económico-social general del país. Al mismo tiempo que cumple estas funciones, se desarrolla a expensas de la sociedad, en forma parasitaria. Vive de aquello que, supuestamente, viene a “solucionar”.

A pesar de conservar un enorme poder material superestructural, el PJ bonaerense ha perdido poder sobre su base social tradicional. Desde el 2001 hasta hoy cada vez lo vota menos gente. Las distintas y escasas movilizaciones que ha intentado no han arrastrado más de lo que llega su dispositivo punteril. Esto no quiere decir que se reduzca a una cáscara vacía o que superarlo sea una tarea sencilla. No es así: sigue siendo un difícil y poderoso enemigo de los trabajadores. Una de las manifestaciones complejas que tiene  esta cuestión es que la desilusión de las clases populares en el peronismo hasta ahora las ha llevado a un apoliticismo conservador que, simplemente, vuelve a plantear el problema de pelear por una representación política de los trabajadores, pero que no le da una superación por la positiva.

Por esta razón, se impone combatir las expectativas que genere el posible proceso de “kirchnerización” del peronismo bonaerense. El hecho de que éste pase del control de un aparato decadente como el duhaldismo al del actual gobierno implica una afirmación de éste y de su política de sostener de fondo la reestructuración neoliberal de los 90 (mientras despotrica contra sus costados más llamativos y superficiales). Hay que combatir las ilusiones que puede llegar a generar, si se da, este operativo preventivo de “lavar la cara” al partido del orden que es hoy el PJ, que intenta, al mismo tiempo que “esconde la basura”, adornarse con mascarones de proa más o menos “progresistas”. Si se da este escenario, el gobierno va a tener más despejado su campo de acción. Por el contrario, si tiene que llegar a un acuerdo de convivencia con Duhalde, aunque sea para tratar de “matarlo” para la próxima elección, el operativo de reciclado del peronismo bonaerense va a ser bastante menos creíble y, además, va a mantener una zona de conflicto fuera del control del gobierno.

Por eso el deber de la izquierda revolucionaria es combatir los intentos plebiscitarios de Kirchner, denunciar al PJ como un aparato parasitario que vive de la sociedad y poner en guardia a la vanguardia obrera sobre los intentos de reciclaje “transversal” y kirchnerista del viejo peronismo punteril.

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