Las vueltas

del Argentinazo

 

Las fábricas recuperadas y la autogestión

Por Guillermo Almeyra
(La Jornada, México - 7, 14 y 22 de diciembre de 2003)

— I —

En Argentina hay cerca de 200 empresas, cuyos propietarios se declararon en quiebra o las abandonaron, que han sido ocupadas por sus trabajadores (o por vecinos) y actualmente están produciendo sin patrones; en Uruguay hay cerca de 40 que están en las mismas condiciones, y en Brasil son también decenas las empresas cerradas por sus dueños anteriores y que hoy están ocupadas por los obreros. En esos casos, como en el de las empresas productivas de los piqueteros y asambleas populares argentinas (cafés, pizzerías, hoteles de cuatro y cinco estrellas, clínicas, panaderías, fábricas de muebles, de ropa, de bloques para la construcción, comedores populares, huertas, etcétera), resuenan palabras inusuales, cargadas de viejos contenidos políticos: solidaridad, autonomía, autogestión, autogestión social generalizada.

Las experiencias que originan esta resurrección conceptual tan contraria al neoliberalismo surgen de una respuesta creativa y combativa a una necesidad, más que de un conocimiento teórico de la historia mundial y del propio pasado de los trabajadores locales, porque no hubo quien -y mucho menos después de las matanzas de la dictadura argentina- transmitiese y cuidase la memoria histórica. Pero el hecho de que miles de obreras y obreros, en diferentes lugares de Argentina y en otros países, recurran simultáneamente a los mismos métodos e ideas, demuestra la existencia de una conciencia histórica profunda subyacente, escondida.

En efecto, aunque las ideas de la clase dominante sean hegemónicas en su época, las clases dominadas tienen su propia cultura, su propia visión del mundo, su propia memoria, que les permite interpretar y rechazar las de sus dominadores y no ser pasivas frente a éstos, poniendo en disputa la hegemonía. Esto hace que masas aparentemente sumisas, aplastadas por la dominación ideológica de los capitalistas y de sus órganos de domesticación (iglesias, escuela, medios de desinformación), rompan esas cadenas en los momentos de crisis social y busquen revolucionar, pacífica o violentamente, el Orden, es decir, las relaciones sociales existentes.

Porque la idea y la práctica de la autogestión no se refieren solamente a un lugar de trabajo sino que subvierten también la idea de que la propiedad permite mandar sobre las personas y las cosas y transformar a las primeras también en cosas, en apéndices de las máquinas que pertenecen al capitalista, así como la idea de que el Estado es una relación de mando entre los que supuestamente saben y los que deben limitarse a obedecer y trabajar. Es, por consiguiente, una idea y una práctica subversiva, que surgen siempre que el capitalismo sufre una aguda crisis, visible para todos, o cuando la dominación de una casta burocrática, que tiene métodos y valores capitalistas, pasa también por una crisis brutal que pone al desnudo su ilegitimidad.

Por eso surgieron los consejos obreros en las revoluciones rusas de 1905 y de 1917, como creación de los trabajadores y no de los partidos (cuya resistencia debieron vencer: el partido de Lenin, entre febrero y julio de 1917 se opuso a los soviets, porque los veía como competidores); por eso surgieron, entre 1918 y 1922, los consejos obreros en Alemania, Austria, Italia, a pesar de la socialdemocracia, que organizaba a la mayoría de los trabajadores; y por eso renacieron los consejos obreros, contra la burocracia "comunista", en 1952 y 1957 en Polonia, en 1956 en Hungría, en 1968 en Checoslovaquia, o apareció la idea de autogestión -que el partido de Tito institucionalizó- cuando Yugoslavia fue expulsada por Stalin del Cominform y violentamente combatida.

La autogestión, en el plano nacional y en el de la empresa donde se impone, implica eliminar la división entre dirigentes y dirigidos, hace que cada uno sea dirigente de sí mismo y dirigido por un colectivo del que es parte activa y consciente, e igualmente la confianza en que es posible una organización y un saber colectivos, superiores a los individuales, y el rechazo, además, del mando y de la delegación de responsabilidades en manos del técnico, del dirigente, del político.

Es, por lo tanto, un importante avance en la construcción del trabajador como sujeto y en el rechazo de la representación, porque sólo se puede representar al que es menor de edad o es tratado como tal o al que no está presente en la acción decisional cotidiana.. La autogestión, por lo tanto, no puede reducirse a la administración autónoma de una empresa, lo vean así o no los que ocupan y hacen producir una fábrica directamente, sin patrones ni jefes ni capataces porque, como dice un graffiti argentino, "son un lujo que no nos podemos permitir porque somos demasiado pobres".

No es posible, por consiguiente, la autogestión en una sola fábrica, tal como no puede haber socialismo en un solo país. La explotación está acompañada, indisolublemente, por la dominación. Por eso la única autogestión posible -y deseable- es la autogestión social generalizada. Es decir, la ruptura con las relaciones de producción y de dominación capitalistas y con la división del trabajo y la organización del proceso de trabajo según normas de mando-obediencia. En los próximos artículos hablaré un poco más de la teoría autogestionaria e intentaré elevarla a la dignidad de la práctica, a partir del caso argentino.

— II —

Un piquete que corta los puentes de ingreso a una ciudad o las rutas de acceso subordina la Constitución, que establece el libre derecho a la circulación, a la prioridad humana y social de la conquista del trabajo, y los trabajadores que ocupan y ponen a producir una fábrica abandonada por el patrón subordinan también el derecho de propiedad al prioritario derecho a la vida, mientras que la reconquista del suelo público para hacer asambleas o actos culturales establece otra autoridad y otro uso de los recursos que los fijados por la ley. De este modo los movimientos sociales no sólo debilitan el dominio estatal (que la ley plasma y consagra), sino también crean otra legalidad, precursora de una sociedad de seres libres ya de la constricción del hambre y del poder y, al mismo tiempo, recuperan hoy su poder de decir no y de decidir, es decir, su ciudadanía.

Sin embargo, estos movimientos -los piquetes, las asambleas que cortan calles u ocupan parques- plantean la necesidad de establecer una alianza social que no provoque que la decisión particular (de un grupo o sector) choque contra los derechos y la voluntad de las mayorías (o sea, no impida a otros ir a ganarse el pan o ir a los hospitales, por ejemplo).

Tal alianza no se logra con un código de conducta sometido a un referéndum, sino con la conquista de las mentes de otros sectores, construyendo lo que Gramsci llamaba contrahegemonía. Es decir, demostrando todos los días y en todos los momentos que la aparente legalidad es imposición de clase y se basa en una relación surgida del conflicto, que no es la única posible, que hay alternativas, que se pueden crear otras relaciones de fuerza que redefinan las prioridades sociales.

Los movimientos sociales, para tener base, audiencia, duración, deben construir todos los días consenso y, sobre todo, quitarle el velo a lo que parece "natural" (la desocupación, el miserable "trabajo" en los changarros, la riqueza descarada de unos pocos, la superexplotación de los campesinos). La campaña por una nueva cultura, la propaganda política, educativa, moral, es tan indispensable o más que la acción en las calles, que la debe sustentar, porque el capitalismo se mantiene gracias a la dominación, a la aceptación de la idea falsa de que no hay alternativas y, como decía José Martí, "de pensamiento es la guerra mayor que se nos hace. Ganémosla a pensamiento".

Esto plantea la necesidad de definir con claridad en cuál perspectiva se hacen los piquetes o se recuperan las empresas, y también cuáles son las relaciones de fuerza en que se apoyan estos movimientos subversivos del orden. Creo que lo primero es comprender que nacen de una profunda crisis económica y social y utilizan medidas defensivas. Es defensivo ocupar una empresa abandonada por sus dueños, generalmente ya casi vaciada, obsoleta y en quiebra, para asegurar antes que nada el derecho al trabajo (porque la producción, limitada, viene después). Y es defensivo tener que golpear al capital donde le duele (en la distribución y en la circulación de sus mercancías, porque la fábrica ya no es el centro de la lucha de los desocupados, que combaten en el territorio).

El carácter defensivo de la lucha no le quita importancia ni eficacia, pero determina un tipo de comprensión particular de quienes libran esa batalla casi desesperada y un tipo de incidencia en la sociedad y de presentación del futuro ante las mayorías. Hay que comprender también que, contrariamente a lo que dicen algunos teóricos respetables, como Raúl Zibechi, prologado por John Holloway, ni estamos en el caso de los piquetes ante una nueva clase obrera, ni hay una real autonomía frente al Estado ni siquiera de los que se declaran autónomos y autogestionarios y aspiran a serlo. En primer lugar, porque los piqueteros forman parte de una clase que, como la obrera, siempre ha sido heterogénea, y hoy lo es más que nunca y abarca desde los trabajadores especializados hasta los lumpen. La inmensa mayoría de los hoy piqueteros aspira a trabajar de modo duradero y digno (y no, por el contrario, a no tener un empleo fijo para no tener más horario y disciplina que los que dicten sus deseos, cosa que está muy bien y será posible en el socialismo pero que hoy es utópica). Se dicen desocupados aunque están ocupadísimos tratando de conseguir trabajo y de luchar por sobrevivir.

En segundo lugar, y sobre todo, porque los trabajadores que ocupan una fábrica y exigen su estatización o municipalización, o la quieren convertir en cooperativa y piden para ello al Estado un fondo inicial y que sea su cliente obligado, o los piqueteros que exigen planes Jefe y Jefa de Familia (150 pesos argentinos, o 600 mexicanos mensuales para sobrevivir cuando la familia que gana menos de 750 pesos está en la pobreza) exigen lo mismo que el proletariado romano (que el césar les diera pan). Sus reclamos, es cierto, debilitan al Estado, en el sentido en que le imponen políticas asistenciales de sobrevivencia contrarias a la filosofía neoliberal que el gobierno tiene, pero lo refuerzan también al depender del aparato estatal. Además, el cooperativismo, por importante que sea, no es autogestión ni lo es tampoco la mera autoadministración de un recurso. Pero sobre esto volveremos para los que tengan memoria de lo anterior y no se aburran demasiado...

— III —

La propiedad, por sí misma, no define el carácter de un medio de producción. Buena parte de la economía de la Unión Soviética estaba estatizada pero la división del trabajo entre quienes decidían y quienes ejecutaban, y entre la dirección y los trabajadores, era igual a la imperante en una propiedad capitalista. Lo importante, por consiguiente, no es si una empresa es estatizada o si es una cooperativa (o sea, una sociedad por acciones), o si un terreno ocupado es municipal o no. Lo fundamental es quién decide y si existen o no relaciones de igualdad precursoras de una sociedad futura.

Si la empresa o la organización depende del Estado para tener recursos financieros o técnicos, o para recibir bolsas de comida, el "propietario" no podrá decidir sino hasta cierto punto, y en cosas menores. Por eso no se puede hablar de autogestión cuando simplemente se autoadministra una empresa o un terreno. Lo que en realidad se está haciendo es una escuela de autoadministración, que dará seguridad y experiencia y formará cuadros para encarar la autogestión cuando ésta sea social y generalizada.

Por lo tanto una cooperativa -que siempre es importante, porque enseña a autoadministrarse- puede ser también perfectamente funcional al capitalismo si sus métodos de conducción son verticalistas, si las decisiones las adoptan "los que saben", si las asambleas son pasivas y formales, si el método gerencial es igual al de las empresas capitalistas, si compite en el mercado sobre la base, como todas, de la mayor productividad y la mayor extracción de plusvalía posible.

Pero no lo será si no está colgada de las tetas estatales, si es democrática y todos deciden y realizan las tareas, de dirección incluso, sobre base rotativa y sin especializarse sino conociendo todo el proceso productivo. Por lo tanto, hay que sacar la discusión de las formas abstractas de propiedad para llevarla a la de la creación de conciencia, cotidianamente, para la autogestión generalizada. Porque un grupo de piqueteros que dependa de un caudillo o que imponga una disciplina vertical y que se fije como objetivo ser un grupo de presión que obligue al gobierno a dar planes Jefe y Jefa de Familia y bolsas de comida podrá tener importantes realizaciones a escala microeconómica (huertas, fábricas o talleres, etcétera) pero no aportará a la autogestión y la emancipación de los trabajadores.

Por eso también el hecho de que una fábrica esté produciendo en manos de los trabajadores es sólo un primer dato. ¿Producen para cobrar los salarios, generalmente autorreducidos, o les alcanza para renovar la maquinaria, comprar materia prima, pagar la electricidad y los servicios, renovar los productos, que respondían a la visión del mercado que tenía el ex patrón, para producir ahora en función de las necesidades populares? ¿Se dan como objetivo competir en el mercado general y producir excedentes o responder sólo al mercado solidario? ¿Se plantean como una solución transitoria hasta que venga un patrón que invierta -y comande- o como una experiencia duradera? Y los proyectos productivos de los piqueteros y las asambleas, ¿son simplemente expedientes para el autoconsumo y la sobrevivencia?

Si se queda sólo en el microproyecto, ¿no se está ahorrando al capital los costos de reproducción de una mano de obra disponible y barata si hay una recuperación económica? ¿O, por el contrario, la importancia del microproyecto, aparte de que alivia la miseria de sus trabajadores y de las familias de éstos, consiste en que los educa en el trabajo común con una disciplina voluntaria, sin patrones ni jefes, con visión social, y acompaña la experiencia productiva con la discusión que eleva la conciencia y la cultura de quienes lo emprenden?

En otras palabras: no hay autonomía si no se generaliza a otros territorios y si no se acompaña con la autogestión, pues es imposible una duradera autonomía frente al capital en el capitalismo o una autogestión dependiente del mercado capitalista y del Estado. La autonomía y la autogestión son expresión de una dualidad de poderes inestable, que debe resolverse en un sentido o en otro. Lo esencial, por lo tanto, es crear organización y crear contrahegemonía frente a la organización opresiva estatal y a la hegemonía cultural y política de los dominantes. Eso significa practicar una intensa vida política democrática en las organizaciones y discutir teóricamente las implicaciones de todo, ligando ese proceso a la práctica.

Precisamente porque las clases dominadas tienen su propia cultura y resisten, no sufren totalmente ni el fetichismo de que hablaba Marx ni son receptoras pasivas de las ideas de las clases dominantes y, en determinados momentos, pueden intentar arrancarse de encima el yugo de sus explotadores y dominadores. La construcción de elementos de poder en la vida cotidiana y el rechazo del poder del capital en las relaciones mujer-hombre, estudiante-profesor, trabajador-jefe, ciudadano-tecnócratas políticos, etcétera, es la base para una futura autogestión social generalizada que pasa por la reconstrucción de los seres humanos, de sus deseos, de sus consumos, de sus relaciones. La ocupación del poder central, porque los opresores no lo cederán sin lucha, debe ser sólo la conclusión de ese proceso, no su condición previa.

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