Las vueltas

del Argentinazo

 

Bush, Kirchner, Lula y Chávez en la Cumbre de Monterrey

Una reunión de crisis

Por Roberto Ramirez
(Socialismo o Barbarie –periódico– 22/01/04)

La semana pasada se reunió en Monterrey, México, la cuarta “Cumbre de las Américas”. Desde Washington, el Gran Hermano la convocó de apuro.

Sin consulta ni aviso previo, Bush resolvió que era necesaria una reunión fuera de agenda de los 34 países americanos (todos menos Cuba) que integran esa "Cumbre de las Américas". La cuarta reunión ordinaria de la Cumbre debía realizarse en 2005 en Buenos Aires; pero Washington forzó un abrupto cambio de fecha y lugar, rompiendo la regularidad de las reuniones: 1994 en Miami, 1998 en Santiago de Chile, 2001 en Quebec.

La urgencia e irregularidad de la convocatoria dieron tema a diversas interpretaciones. Se habló mucho, por ejemplo, de la necesidad de Bush de cortejar el voto hispano para las elecciones de este año, demostrando que “se interesa por América Latina”. Sin descartar la importancia de eso, otros problemas parecen haber sido más influyentes. Quien mejor los resumió fue el presidente venezolano, Hugo Chávez: “hay un remolino de rebeldía que recorre toda la región”. Y el Amo de Washington está inquieto por eso, junto con otras preocupaciones que lo motivan a tratar de asegurar política y económicamente su retaguardia; es decir, el “patio trasero” del imperialismo yanqui, más conocido con el nombre de América Latina.

Problemas y necesidades del imperialismo yanqui

Las cosas en Irak van mal. La captura de Saddam puede fortalecer algo a Bush en EEUU, pero en Irak el intento de establecer una colonia petrolera enfrenta una creciente resistencia, que empieza a evocar los fantasmas de Vietnam y Argelia.

En el frente interno, hay una polarización aguda, que ha dividido a la opinión pública norteamericana en pro o en contra de Bush casi en partes iguales. El bloque neo-conservador no tiene claramente garantizada su reelección.

A nivel de la economía, las políticas de “keynesianismo militar” (quemar miles de millones en gastos bélicos) y de recortes de impuestos a los ricos han impulsado una cierta recuperación. Pero ella tiene dos problemas: el empleo no se recobra en la misma medida y sobre todo los déficits fiscal y comercial –y la consiguiente deuda pública para enjugarlos– han asumido dimensiones inéditas.

Si se tratase de otro país, probablemente EEUU ya habría tenido un estallido estilo Argentina o por lo menos una corrida como la de Brasil en el 2002. Pero tiene la ventaja no sólo de constituir la principal economía capitalista y el más fuerte poder imperialista, sino también de ser el emisor de la moneda mundial, el dólar. Imprimir dólares le da un margen de endeudamiento mucho mayor que cualquier otro Estado. ¿Pero hasta dónde se va a estirar ese chicle?.

Acerca de esto ha comenzado en el mundo una discusión entre los economistas. Algunos hacen predicciones catastrofistas, probablemente exageradas. Pero sucede que por primera vez (que recordemos), el FMI ha hecho una advertencia al gobierno de EEUU sobre sus déficits. Es habitual que el Fondo regañe a los gobiernos africanos o latinoamericanos, pero no a los países imperialistas y menos a EEUU.

La solución es simple pero no fácil. EEUU debe aumentar sus ingresos “genuinos” para depender menos de la entrada de capitales, sobre todo vía endeudamiento. Esto implica ante todo más ventas de productos estadounidenses en el mercado mundial, pero significa también avanzar en otros rubros no menos suculentos (dividendos de los capitales norteamericanos en el exterior, venta de servicios, ingresos por propiedad intelectual-patentes, cobro de las deudas financieras, etc.). Los productos competitivos de EEUU no deben encontrar trabas para colocarse en el exterior y a buenos precios, y al mismo tiempo le conviene dificultar el ingreso de los que puedan competir en el mercado interno (por ejemplo, productos agrícolas).

Pero todo eso es más fácil de decir que de hacer. A la competencia mundial de la Unión Europea y Japón se va agregando progresivamente la de China. En esa situación, EEUU trata de valerse del dominio semicolonial que ejerce en América Latina, para profundizar su dependencia y convertirla en el coto de caza exclusivo de sus corporaciones. En esto consiste el proyecto del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas). Como dijo Colin Powell, secretario de Estado de Bush, “nuestro objetivo es garantizar para las empresas norteamericanas el  control de un territorio que se extiende desde el Ártico hasta la Antártida y el libre acceso –sin ninguna clase de obstáculos– de nuestros productos, servicios, tecnologías y capitales a todo el hemisferio”. Avanzar en este camino fue uno de los propósitos de Bush respecto a la Cumbre, quizás el más importante. Y quiere sacar adelante el ALCA en el 2005.

Mientras en Monterrey los presidentes de América Latina disertaban sobre los problemas sociales y la pobreza, Bush hablaba del “libre comercio”; es decir, del ALCA. El apuro de Bush no es sólo económico. En el 2005 vence la autorización concedida por el Congreso de EEUU al Ejecutivo para negociar acuerdos comerciales por la “vía rápida” (fast track). Y la burguesía yanqui no es unánime en ese tema. Puede haber dificultades en volverlo a votar.

“Remolinos de rebeldía” en América Latina

Bush quiere imponer el ALCA a una América Latina que presenta cada vez más problemas de insumisión (o de “gobernabilidad”, para emplear la jerga usada en la Cumbre). No se trata sólo de los grandes estallidos, como el de Bolivia en el 2003 y el de Argentina hace dos años. Los “remolinos de rebeldía” están en movimiento en todos los países con mayor o menor fuerza, y uno de sus componentes fundamentales es el que señala The New York Times al comentar lo de Monterrey: “hay un tremendo descontento en América Latina contra los EEUU” [1].

La década neoliberal de privatizaciones, “libre comercio”, apertura al capital extranjero y endeudamiento feroz ha producido una catástrofe económico-social sin precedentes en la historia del continente. Es un curso hacia la “africanización” de regiones y países enteros, como por ejemplo Bolivia. En el 2003, América Latina tuvo un producto per cápita 2% menor al de 1997 y en sólo 8 años, de 1994 al 2002, la tasa de desempleo en la ciudades latinoamericanas se duplicó [2]. O, para decirlo otra vez en palabras del New York Times: “la pasada década de libre comercio... ha sido una «década de desesperación» para los vecinos del sur, que viven con la horrible realidad de una pobreza creciente y generalizada” [3].

Pero también es “generalizada” la bronca de las masas trabajadoras y populares por esta situación, aunque muchas veces no se manifieste abiertamente en rebeliones como las de Ecuador, Argentina o Bolivia. En otros casos, se ha expresado pasivamente, por vía electoral. Las traiciones de Lula y el PT en Brasil o de Lucio Gutiérrez en Ecuador, al continuar esencialmente con la misma política, disimulan que el sentido del voto mayoritario reflejó un anhelo de cambio más o menos radical.

A este descontento generalizado de las masas trabajadoras y populares, también hay que añadir que sectores de la burguesía latinoamericana no están conformes con sus hermanos-rivales del Norte. Por encima de todo, los une la condición común de explotadores. Pero los huesos que les deja EEUU tienen cada vez menos carne. Y si se impone el ALCA en los términos deseados por Washington, más de uno deberá bajar la cortina.

La Cumbre de Monterrey reflejó, entonces, estas contradictorias presiones, la del imperialismo yanqui (atropellando con el ALCA y otros temas), la situación de rebeldía y descontento de las masas latinoamericanas con los consiguientes problemas de “gobernabilidad” y, por último, los agravios y reclamos de los capitalistas del sur contra el ingrato Gran Hermano del norte.

Por eso, la Cumbre fue una cacofonía, una reunión de crisis. Bush hablaba a favor del “libre comercio” (léase ALCA), además de condenar a Castro y a la “corrupción” (no de su gobierno, uno de los más corruptos de la historia de EEUU, sino de los de más al sur). Lula y Kirchner se dedicaban, en cambio, a exhibir las llagas de la pobreza latinoamericana y a contradecir a Bush, poniendo en duda que el “libre comercio” arregle todo, y sosteniendo que si EEUU quería “gobernabilidad”, había que remediar la situación social. Mientras Lula tronaba contra el neoliberalismo —olvidando que su política en Brasil es más neoliberal que la del anterior gobierno—, Kirchner aprovechaba para pasar la gorra, pidiendo a Bush un Plan Marshall para América Latina [4]. Chávez fue más allá y señaló que el ALCA sólo empeorará las cosas: "Una máquina infernal que produce pobres a cada minuto, nuevos pobres. ¿Ése es el camino? Bueno, el camino al infierno, podría ser” [5]. Y propuso, entonces, que fuese implementado el FHI (Fondo Humanitario Internacional), que reuniría sus fondos quedándose con un 15% de los pagos de las deudas externas. EEUU y Canadá rechazaron de plano esa propuesta. El presidente de Bolivia, Carlos Mesa, tiró en la reunión otro petardo fuera de programa, exigiendo la salida al mar para Bolivia, que fue inmediatamente apoyada por Chávez y Lula, y provocó un incidente con el presidente de Chile, un incondicional de Bush. También fuera de programa se sucedieron otras peripecias, como la denuncia del pedido de Bush al presidente Fox de México, para que cooperara en derrocar a Chávez.

En medio del alboroto, Bush debió envidiar los buenos tiempos de Clinton, donde nadie se salía del libreto y el tono de las “reuniones americanas” las daban Menem, Fujimori y otros por el estilo, bajo el lema de la alineación automática e incondicional con Washington.

Días antes de la Cumbre, The New York Times ya había alertado cómo venía la cosa: “EEUU, que antes ha visto a la mayoría de las naciones latinoamericanas como aliados dóciles y de fiar, está ahora frente a un creciente resentimiento... y algunas de esas naciones lo ven como enemigo de sus intereses... Los líderes latinoamericanos dicen que ahora son pragmáticos en sus relaciones con EEUU. Y que no tienen miedo de confrontar a Washington, incluso ante una considerable presión” [6].

En síntesis, en Monterrey se reflejó la nueva situación mundial y latinoamericana, muy distinta de los 90. Los principales gobernantes burgueses de América Latina se toman de la catástrofe social y sobre todo de los “remolinos de rebeldía” para decirle a EEUU: “¡Ojo! ¡Vean los líos que tenemos! ¡Aflojen la mano o aquí se pudre todo!”.

Mucho ruido... y pocas nueces

Sin embargo, estos inéditos pataleos de algunos presidentes latinoamericanos, tuvieron sus límites precisos. Y esto nos permite hacer un balance, tanto del resultado de la Cumbre, como de Lula, Kirchner y Chávez.

A este respecto, gran parte de la prensa “progresista” de América Latina —en nuestro país, ese “boletín oficial” de Kirchner que es Página 12— ha hecho un balance disparatado, sin respeto por los hechos. Pero quien se llevó la palma en eso, fue el diario “progre” La Jornada de México, que escribe lo siguiente: En Monterrey, Bush pretendió meter en cintura a los presidentes de Venezuela, Argentina y Brasil, que se han destacado en la defensa de los intereses y la dignidad de América Latina... Pero no lo consiguió... el emperador vino por lana y salió trasquilado” [6].

Según los comentaristas “progres”, la prueba de la “derrota de Bush” es que en la Declaración firmada al terminar la Cumbre, no figura el 2005 como fecha perentoria para concretar el ALCA. Entonces, al darle largas al asunto, Lula y Kirchner habrían realizado una hábil jugada, que patea el ALCA fuera de la cancha y, de hecho, lo manda al muere.

Esto es simplemente una falsedad. Bush no sólo consiguió que Lula y Kirchner firmaran una declaración que ratifica la puesta en marcha del ALCA (Chávez en cambio, se mantuvo en el rechazo). También logró que confirmaran la fecha del compromiso.

La Declaración dice al respecto: “Acogemos los avances logrados hasta la fecha para el establecimiento de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y tomamos nota con satisfacción de los resultados equilibrados de la VIII Reunión Ministerial del ALCA realizada en Miami en noviembre de 2003. Apoyamos el acuerdo de los ministros sobre la estructura y el calendario adoptado para la conclusión de las negociaciones para el ALCA en los plazos previstos...” [7]

¿Y que dice ese “acuerdo de ministros” de la Reunión de Miami acerca del “calendario” y “los plazos previstos” para poner en marcha el ALCA? “Nosotros, los ministros, reafirmamos nuestro compromiso con la conclusión exitosa de las negociaciones del ALCA hasta enero del 2005”.[8]

¡Más claro, agua! En Monterrey, Lula y Kirchner ratificaron el compromiso firmado en noviembre pasado en Miami de concluir la implementación del ALCA antes de enero del 2005.

El balance de ésta u otra reunión internacional no puede hacerse por los discursos. Detrás del podio y las pirotecnias verbales, funciona a puertas cerradas la verdadera reunión, donde se negocian acuerdos y compromisos, y se redactan los textos finales. Y aquí Lula y Kirchner tiraron la toalla.

Por supuesto, Bush no ganó por knock out. No pudo imponer propuestas como la de proscribir a los “gobiernos corruptos” (que de hecho reserva a EEUU el derecho de decidir quién es “corrupto”). También debió tragarse los habituales discursos contra la “narcoguerrilla” y ni siquiera se atrevió a reclamar apoyo a su aventura colonial en Irak. Pero logró dar un paso adelante en el compromiso del ALCA, una de sus principales objetivos en América Latina.

Chávez finalmente quedó solo en la oposición al ALCA. En esto se refleja el carácter diferente de su gobierno respecto a los de Lula y Kirchner.

Tanto Lula como Kirchner son gobiernos burgueses, sin veleidades “reformistas” (más allá de una modesta cuota de “asistencialismo” para paliar la miseria y evitar estallidos sociales) y que se apoyan en sectores importantes de la burguesía (incluyendo empresas de capital extranjero).

Chávez también es un gobierno burgués que, sin embargo, tiene violentamente en contra a casi toda la burguesía venezolana y, por supuesto, al capital extranjero y al imperialismo yanqui en particular. Para sostenerse, se ha visto obligado a apoyarse en las masas pobres. En ese contexto de relaciones de clase, Chávez, a diferencia de Lula y Kirchner, intenta llevar adelante algunas tímidas reformas, pero que exasperan a la burguesía aunque no atacan de raíz su poder económico, ni menos aun cuestionan al capitalismo y la propiedad privada. Esta mecánica de clase –semejante a la de Cárdenas en México, Perón en Argentina y Velasco Alvarado en Perú– se ve facilitada en Venezuela por el colosal papel económico del Estado, dueño de la producción y comercialización del petróleo.

Lo sucedido en Monterrey nos lleva a una conclusión ineludible y muy diferente a la del “progresismo” con ilusiones en los Lula y los Kirchner. La lucha por la liberación de América Latina de la dominación imperialista sólo puede ser librada consecuentemente por las masas trabajadoras y populares.

Notas:

1.- Expectations are low at Americas Conference, NYT, 12/01/04.

2.- CEPAL, Estudio económico de América Latina 2002-2003.

3.- Bush Meets Skepticism on Free Trade at Americas Conference, NYT, 14/01/04.

4.- El Plan Marshall fue implementado por EEUU en la posguerra para poner en pie las economías imperialistas destruidas en la Segunda Guerra Mundial.

5.- Monterrey: entre el comercio y la pobreza, Lourdes Heredia, BBC Enviada especial, 14/01/04.

6.- El trasquilado de Monterrey, La Jornada, 15/01/04.

7.- Declaración de Nuevo León, Monterrey, 13/01/04, subrayados nuestros.

8.- Declaración ministerial de Miami, 20 y 21/11/03, subrayados nuestros.

Volver