Las vueltas

del Argentinazo

 

Burguesías imaginarias y existentes

Por Claudio Katz[1]
(Enfoques Alternativos, febrero 2004, Buenos Aires)

“Reconstruir el capitalismo nacional” es un proyecto estratégico del gobierno que naturalmente aprueban los financistas y los industriales. Pero también diversos intelectuales celebran este propósito, sin explicar que beneficios obtendría la mayoría de la recomposición de un sistema que agobia al pueblo. El capitalismo -en su vertiente extrema de neoliberalismo- es la causa de la tragedia social que padece la Argentina[2].

Los voceros del progresismo soslayan esta caracterización y estiman, que “otro capitalismo” resultará provechoso si se logra “recrear una verdadera burguesía nacional”. Por eso contraponen el actual modelo empresario al vigente en 1950-70. ¿Pero el establishment contemporáneo no es heredero de la burguesía precedente? ¿Es tan significativa la discontinuidad entre ambos grupos?

Integrantes, composición y nacionalidad

Si el término “burguesía nacional” se utiliza para describir a los grandes propietarios locales de los medios de producción, esta denominación retrata a la clase capitalista del pasado y de la actualidad. Este sector conforma un bloque de distintas fracciones que maneja los resortes de la economía. Ciertas políticas económicas favorecen la hegemonía de algún segmento en desmedro de otro, pero esta supremacía nunca es definitiva. Si la convertibilidad, por ejemplo, beneficio a los grupos vinculados con las privatizaciones y el endeudamiento público, la devaluación auxilió a los sectores que exportan o sustituyen importaciones.

La composición del bloque dominante cambió en las últimas tres décadas, pero los ascensos y declives de compañías se registraron dentro del mismo tejido patronal. Algunas firmas mantuvieron posiciones (Perez Companc, Pescarmona, Loma Negra), otras perdieron peso (FATE) y algunas crecieron abruptamente (Macri, Arcor, Roggio).

La asociación con  grupos foráneos y la remisión de capitales al exterior modificaron también la nacionalidad de muchas empresas. Pero estos dos procesos no alteraron el carácter localmente territorializado de la burguesía. La Argentina constituye la base de operaciones y la principal fuente de ganancias para la mayoría de las compañías. Aunque mantienen fuera del país más de 80.000 millones de dólares, tienden a ingresar y expatriar cíclicamente fondos en función de la rentabilidad. Durante la primera mitad de los 90 reintrodujeron dinero para participar de las privatizaciones y en el quinquenio posterior vendieron activos y fugaron divisas. Actualmente repatrían nuevamente fondos para adquirir bienes desvalorizados por la devaluación y revalorizados con la reactivación.

Estas fluctuaciones confirman que el país constituye la referencia central de sus negocios. Aunque invierten en otras regiones (Latinoamérica, Asia Central) y se han entrelazado con socios extranjeros (Techint), el grueso de las compañías no está comprometido en procesos de fusión continental (como en Europa), ni se limita tampoco a intermediar paraísos financieros (como en el Caribe).

Los grupos locales han perdido posiciones frente a las firmas foráneas en el mercado doméstico[3]. Comparten con los capitalistas extranjeros los beneficios surgidos de la explotación de los trabajadores y actúan bajo la misma supervisión del FMI que las corporaciones internacionales. Pero ese retroceso económico y entrelazamiento político solo ha debilitado la presencia de la burguesía nacional, que se encuentra muy lejos de haberse extinguido.

“Oligarquía” y “conciencia de clase”

Algunos analistas[4] consideran que el bloque dominante conforma una “nueva oligarquía”. Pero este viejo término –que se utilizaba para describir a los terratenientes- no es aplicable a los grupos económicos actuales. Estos sectores no son pasivos rentistas, ni escapan a la concurrencia de inversiones.

Es cierto que presentan un comportamiento “aventurero”. Pero esta conducta no es incompatible con la pertenencia a la  burguesía nacional, ya que este segmento siempre incluyó mafiosos y miembros de la elite institucional. Por otra parte, el “empresario responsable” se encuentra en franco retroceso en todo el mundo, como lo prueban los recientes episodios de Enron o Parmalat. La “diversificación” de los negocios no constituye tampoco un rasgo oligárquico, ya que alternar actividades en función del lucro es una forma corriente de compensar los riesgos.

Los empresarios locales tienen predilección por la “valorización financiera”. Sin embargo, esta inclinación no es idiosincrática, ni desmiente su pertenencia a la burguesía. Habitualmente la opción especulativa (1985-89 o 1998-2002) precede o sucede a las etapas complementarias de jerarquización de la actividad industrial (1990-95 o desde 2003).

Ni siquiera el carácter “prebendario” sitúa a este grupo fuera del universo de la burguesía nacional, porque la dependencia de las subvenciones públicas no es una peculiaridad de las últimas tres décadas. El estado apadrinó en forma sucesiva desde la posguerra, la sustitución de importaciones, el proteccionismo desarrollista, las “promociones industriales” y los “planes de competitividad”. Este mecanismo signó el surgimiento y permanencia de la clase capitalista argentina.

Otros analistas[5] interpretan que los empresarios locales “no son burgueses, ni nacionales”, porque “carecieron de conciencia de clase” al vender sus fábricas a “advenedizos financistas o extranjeros”. ¿Pero recuperaron estas convicciones cada vez que reingresaron capitales para hacer negocios dentro del país? Este atributo no puede disiparse y reaparecer con tanta frecuencia.

El parámetro objetivo de la propiedad es más adecuado para caracterizar a una clase dominante que las interpretaciones subjetivas de sus conductas. Pero adoptando incluso este segundo criterio, salta a la vista que los capitalistas locales siempre actuaron en defensa de sus propios intereses. Lo hicieron al apuntalar la dictadura y a todos los gobiernos posteriores. Qué el resultado de esta política haya sido desfavorable en comparación a otras burguesías nacionales (Chile, Brasil, Corea del Sur) no es producto de la “inconciencia de clase”, sino de un desenlace competitivo. Para que ciertos capitalistas avancen en el mercado mundial, otros necesariamente deben retroceder y a la burguesía argentina le tocó ubicarse -en las últimas décadas- en este último campo de los perdedores.

Territorios y proyectos

La desaparición de la “burguesía nacional” es una conclusión frecuentemente expuesta por los teóricos del imperio. Suponen que la “desterritorialización del poder” ha empujado a las clases capitalistas periféricas a integrarse a una nueva dominación trasnacional, sustitutiva de la vieja rivalidad entre potencias[6].

¿Pero qué episodio contemporáneo ilustra este reinado de un imperio supranacional ? Por ejemplo: ¿las tropas norteamericanas ocupan Irak al servicio del “capital universal” o de las compañías yanquis que rivalizan con firmas europeas ? El universo transnacional homogéneo es tan imaginario como la disolución de la clases capitalistas centrales y periféricas en un grupo indistinto.

Mientras que varias corporaciones estadounidenses controlan sectores claves de la economía argentina, ningún empresario nacional tiene influencia sobre el proceso productivo norteamericano. Es cierto que la concurrencia ha cambiado y que las alianzas son muy diferentes a la enteguerra, pero estos acuerdos continúan estableciéndose bajo el comando de aparatos estatales muy diferenciados. Un pugna entre asociaciones transversales del tipo “Perez Companc- Exxon versus Technit- Texaco” es pura fantasía.

El continuado dominio imperialista recrea, por otra parte, frecuentes choques de las corporaciones internacionales con las burguesías periféricas. La disputa en torno al ALCA es tan solo el ejemplo más reciente de esta pugna. Si los capitalistas del Tercer Mundo hubieran desparecido, no existiría la divergencia arancelaria que enfrenta a los exportadores norteamericanos con los industriales locales.

Partiendo de una concepción completamente diferente, otro enfoque identifica la extinción de las burguesías dependientes con la ausencia de “proyectos nacionales” comparables a la industrialización sustitutiva de posguerra[7]. Pero la indudable desactualización de este programa solo indica que el avance de la internacionalización modificó las prioridades de los capitalistas periféricos, sin provocar su defunción como grupo social.

Como el capitalismo mundial se desenvuelve mediante polarizaciones, desigualdades y fracturas regionales, los ensayos de autonomía nacional tienden a reaparecer periódicamente. En los 90 estos experimentos perdieron gravitación en Latinoamérica, pero no en las economías asiáticas. Y como las clases dominantes no han quedado plenamente asimiladas por la recolonización, los “proyectos nacionales” están resucitando también en América Latina.

Pero la experiencia de un siglo indica que estos intentos aparecen, fracasan, resurgen y vuelven a decaer. Esta dinámica refleja la debilidad estructural y el oscilante comportamiento de las burguesías nacionales, que son empujadas a buscar desahogos de su marginal ubicación en el mercado mundial. La incomprensión de esta contradicción conduce a dos equivocaciones simétricas: sobrevalorar la fuerza de este sector en los períodos de euforia e imaginar su extinción en las etapas de repliegue.

Dilemas y opciones

El corolario lógico de todas las interpretaciones del “fin de la burguesía nacional” debería ser la inviabilidad de cualquier programa de capitalismo nacional-periférico. Sin embargo muy pocos defensores de esa tesis plantean esta conclusión. Al contrario, la mayoría postulan sustituir el modelo neoliberal por alguna modalidad de “capitalismo regulado”. Pero si ha desaparecido el sujeto protagónico de este modo de producción: ¿Quién comandaría ese sistema y quién se apropiaría de sus beneficios? A lo sumo una burocracia podría gestionar ese régimen, pero un capitalismo nacional sin empresarios locales es un contrasentido.

Por esta razón todos los gobiernos que efectivamente promueven ese proyecto apuntalan a los sectores burgueses ya constituidos. En el caso argentino, lejos de fantasear con la creación de otra burguesía Kirchner fortalece a los capitalistas existentes. Los agraciados por esta política son los conocidos beneficiarios de la estatización de la deuda y las subvenciones estatales. Para enmascarar este sostén del conjunto de la burguesía, el presidente entabla periódicamente alguna pirotecnia verbal con grupos desprestigiados (Macri, Privatizadas, AFJP).

Quiénes ignoran esta realidad esperando el mitológico surgimiento de “otra burguesía” deberían también considerar otro problema: ¿Qué sentido tiene contribuir a la erección de una clase explotadora ? Es lógico que los banqueros e industriales alienten ese curso. Pero los intelectuales que comparten los anhelos populares: ¿no deberían apostar a favor de una alternativa de los trabajadores?

Las empresas recuperadas constituyen un ejemplo concreto de esta disyuntiva, porque sus viejos dueños han sido reemplazados por los propios operarios. ¿Cuáles deberían ser los próximos pasos? ¿Devolver las firmas a las familias Zanón o Brukman o entregarlas a otro exponente de la burguesía nacional ? Los trabajadores han optado por un camino mucho más acertado: avanzar en la gestación de formas propiedad y administración no capitalistas. Este rumbo apunta a revertir la tradicional delegación del poder a las clases dominantes.

Muchas veces se argumentó que esta última subordinación era necesaria en un país dependiente afectado por “la contradicción principal entre el imperialismo y la nación” y caracterizado por una oposición entre la “burguesía nacional y el retrógrado capital extranjero”. Pero en este razonamiento –que idealiza al empresariado local y disuelve los antagonismos sociales- se basaron las expectativas en Alfonsín, Menen y De la Rúa, que bloquearon el desarrollo de una opción real de la izquierda.

A esa misma frustración conduce hoy el apoyo al proyecto capitalista de Kirchner, que muchas veces es justificado apostando a la evolución del esquema económico actual hacia un patrón más redistributivo. Nadie puede presagiar cual será el rumbo final del gobierno, pero la experiencia enseña que un sostén político de ese tipo engrilla al movimiento popular, le impide gestar su propia opción de poder y empuja a la izquierda hacia la autodestrucción.

La coyuntura es propicia para imponer conquistas sociales y políticas y para avanzar por un camino independiente. Con Kirchner, las clases dominantes recompusieron la estabilidad política y el crecimiento económico, pero no recuperaron el control social, ni desactivaron la protesta popular. El resurgimiento de la movilización ha colocado al gobierno en una postura defensiva de contemporización. Ni las amenazas represivas, ni la deslegitimación oficial de la ocupación callejera han frenado la lucha social.

En torno al movimiento piquetero se perfila un combativo movimiento de masas que podría aglutinar en una misma acción a los desocupados y a los ocupados. El extraordinario acto del 20 de diciembre pasado indica -que por primera vez en décadas- se está gestando un proceso popular que escapa al control del justicialismo y que cuenta con una visible implantación de la izquierda.

Las expresiones –tanto partidarias como inorgánicas- de esta franja política han progresado en número (manifestantes), logros sociales (empresas recuperadas) y conquistas organizativas (comicios universitarios). Y aunque estos saltos no resuelven la pendiente asignatura electoral, también ese escollo podría comenzar a superarse en el próximo período.

Pero el avance genuino de la izquierda requiere una definición estratégica de oposición al “capitalismo nacional”, porque nuestro proyecto es la igualdad, la libertad y la emancipación, es decir el socialismo.

Notas:

[1]Economista, profesor de la UBA, investigador del Conicet. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página Web es: www.netforsys.com/claudiokatz

[2]Esta reivindicación ha sido reiteradamente expuesta por los directivos de la Unión Industrial y de la Asociación de Bancos y por distintos políticos (Miguel Bonaso) e intelectuales (José Nun).

[3]La participación nacional en la producción de las 500 mayores empresas se ha reducido al 20,6% Clarín, 2-10-03 y La Nación, 9-11-03

[4]Verbistky Horacio. “Estampillas”. Página 12, 23-11-03

[5] Wainfeld Mario. Página 12, 7-12-03

[6]Esta es la conocida opinión de Tony Negri. “La Argentina no sabe que hacer con su burguesía”. Clarín, 26-10-03.

[7]Este visión plantea Samir Amin. “El duro mundo capitalista después del capitalismo” Página 12, 10-8-03. ”He sido y sigo siendo comunista”. Rebelión , 27-0-03.

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