Afganistán

 

De Kipling a Bush y la producción mundial de opio

Por Roberto Bardini
Bambupress (*) / Rodelu.net, 31/05/05

Los expertos ya hablan de "narcoeconomía". En noviembre del año pasado, la ONU advirtió acerca del riesgo de que el país se convierta en un "narcoestado". Este retroceso es resultado de la primera guerra "antiterrorista" de Estados Unidos en el siglo XXI

Según los montañeses de Afganistán, un antiguo proverbio acuñado por sus enemigos dice: "Cuídate del veneno de la cobra, el diente del tigre y la venganza de un afgano". Persas, griegos, mongoles, turcos, ingleses, soviéticos y estadunidenses intentaron dominar el país y nunca lo lograron del todo. Los invasores tuvieron que enfrentarse a uno de los pueblos más aguerridos del mundo.

La historia afgana sorprende por la repetición de acontecimientos. Es lo que el historiador Karl E. Meyer, autor de El Saqueo del pasado (Fondo de Cultura Económica, México, 1990) denomina "continuidad extraordinaria". De Ciro el Grande a los mujaidines, de Alejandro Magno a los talibanes y de Gengis Khan a George W. Bush, la historia se repite.

El gran juego: de la seda a la amapola

El escritor inglés Rudyard Kipling (1865-1936), nacido en Bombay, utilizó en su novela Kim de la India, publicada en 1905, la definición de "el gran juego" para describir las maniobras del espionaje europeo en el siglo XIX en su intento de dominar a los pueblos de Asia Central, desde Afganistán hasta Turquía, y apoderarse de sus recursos. Entonces el imperio británico y el zarismo ruso competían por el control de ese territorio salvaje, que alguna vez se conoció como "la ruta de la seda".

El ejército colonial inglés ocupa Afganistán de 1839 a 1921, pero al costo de tres guerras, varias rebeliones y uno de los desastres militares más sangrientos de la historia del Reino Unido: la matanza de más de 12 mil personas en el cuartel de Kabul, en 1841. Hay quienes predicen que algo similar ocurrirá con los ocupantes estadounidenses.

En 1996, los talibanes (del persa: "estudiosos del Corán") toman la capital afgana y ejecutan al presidente Mohamed Najibullah, ex jefe de la policía secreta apoyado por la Unión Soviética. Un siglo y medio antes, los rebeldes afganos le hicieron lo mismo a Sir William Mac Naghten, el gobernador inglés.

El "gran juego" continúa hoy con más protagonistas. Ahora se trata de "la ruta de la amapola". La hermosa flor de cuatro pétalos color blanco o rojo escarlata constituye, en forma de opio, la principal exportación de Afganistán. Quizá sea una retribución del país asiático a las delicadas gentilezas que Europa y Estados Unidos le dispensan desde 2001.

De "señores de la guerra" a "barones de la droga"

En enero, el gobierno de Estados Unidos reconoció que uno de los resultados de la ocupación de Afganistán es que ese país volvió a ser el principal productor mundial de opio. La primera nación invadida en la nueva "guerra contra el terrorismo" del siglo XXI recuperó el primer lugar internacional en la elaboración de la materia prima para la heroína y morfina: la amapola. Según la Oficina de la ONU contra la Droga y el Crimen (UNODC),  el opio afgano proporciona el 90 por ciento de la heroína que se consume en Europa.

En la década del 80, tras la invasión soviética, los anticomunistas mujaidines (palabra persa que designa a los guerreros islámicos) utilizaron el comercio de opio para financiar su guerra, con el consentimiento de la Agencia Central de Inteligencia y otros servicios de espionaje extranjeros. Entonces, el gobierno de Ronald Reagan los denominaba "luchadores de la libertad".

Durante el régimen talibán (1996-2001) se prohibió el cultivo de la flor y se logró una reducción de 90 por ciento a partir de 2000. En 2002, un año después de la invasión estadounidense, la producción repuntó. Ahora la Organización de Naciones Unidas y otros organismos internacionales calculan que el país produce un 87 por ciento del opio del mundo, la mayoría del cual se convierte en heroína y morfina.

Según cálculos de agencias estadounidenses, las ganancias de los jefes del narcotráfico afgano en 2004 fueron de poco más de dos mil millones de dólares. Este año, de acuerdo con las mismas fuentes, será de 7 mil millones. En este "gran juego", los "señores de la guerra" aliados de Estados Unidos contra los talibanes, van camino a convertirse en "barones de la droga".

El negocio representa una "inyección" de casi tres mil millones de dólares anuales a la economía afgana, equivalente al 60 por ciento del PIB legítimo del país. Antes, el cultivo se realizaba en 28 de las 34 provincias; ahora, por primera vez, se extendió a todas. Esta faena da empleo directo al 10 por ciento de la población. Fuera del cultivo, más de un millón y medio de nativos están involucrados en el tráfico.

El hombre que quiso ser rey

Como sucede en Bolivia, Colombia y Perú, los agricultores de Afganistán ganan más con la cosecha de amapola que con cualquier otra semilla. El trigo, por ejemplo, proporciona un ingreso 30 veces menor.

Muchos campesinos afganos de regiones aisladas adoptaron el opio como moneda. En lugar de ahorrar dinero, almacenan la planta seca en sus casas. El estupefaciente se acepta como pago por servicios prestados y compras en muchos comercios. Un agricultor puede adquirir a crédito calculando la cosecha de opio de la próxima temporada.

Los expertos ya hablan de "narcoeconomía". En noviembre del año pasado, el director de la Oficina de la ONU contra la Droga y el Crimen, Antonio María Costa, advirtió acerca del riesgo de que Afganistán se convierta en un "narcoestado". El funcionario indicó que la amapola se cultiva en 131 mil hectáreas en el país, el doble que en 2003.

La ONUDC reconoce que el opio cumple un papel importante en la subsistencia económica de las comunidades rurales afganas. "Como producto no perecedero de poco peso y de alto valor, es adecuado para la infraestructura dañada por la guerra", sostiene.

Al ver los resultados de su "guerra antiterrorista", Bush debería intentar echarle un ojo a El hombre que quiso ser rey, relato breve de Rudyard Kipling publicado en 1889. Narra el intento de dos buscavidas ingleses que quieren hacerse ricos y viajan a Kafiristán, una miserable región afgana. Uno de ellos, Daniel Dravot, se hace pasar por descendiente de Alejandro Magno y es considerado casi como un dios. Pero el estafador comienza a creerse sus propias mentiras e intenta quedarse para siempre como monarca... hasta que los nativos descubren su impostura y le cortan la cabeza.

También existe la opción de que algún asesor le recuerde a Bush el final de Kim de la India, cuando el héroe de la novela se encuentra tan involucrado en las maniobras de espionaje, agresión y mentiras que llega a la conclusión de que el "gran juego" puede seguir jugándose solo.

"Nuevas tierras significan nuevas pendencias", dice uno de los personajes de El libro de las tierras vírgenes, publicado en 1893.  Además de escritor, Rudyard Kipling fue poeta del colonialismo, masón, viajero, espía y propagandista en tiempos de guerra. El novelista sabía de lo que hablaba.


(*) Bambú Press está contra lo "políticamente correcto", el "pensamiento único" y la "globalización" impuesta desde arriba. Está a favor de la ética, las relaciones fraternales entre personas y la universalidad construida desde abajo.


La primera guerra de las drogas

Comerciantes ingleses inician en el siglo XIX el tráfico de opio en gran escala, cuando la East India Company (Compañía de las Indias Orientales), decide aumentar sus ganancias con la introducción de opio del Punjab hindú en China.

El opio está prohibido en China desde 1729. Los británicos lo descargan en el puerto de Cantón, oculto en cajas de sal. En 1823, un incorruptible funcionario llamado Lin Tse-Hsu descubre la maniobra y ordena destruir 20 mil envases en los muelles. Comienza entonces la "guerra del opio", que dura tres años y concluye con la derrota china. Es, en nombre del "libre comercio", la primera guerra del narcotráfico.

La monarquía inglesa está en el "negocio" desde 1729, según Los protocolos de la Corona Británica (Horacio Ricciardelli y Luis Schmid, editorial Struhart, Buenos Aires, 2004). Según los autores, de 1827 a 1860 las ganancias del Reino Unido excedieron, en valores actuales, a la suma de beneficios de General Motors, Ford y Chrysler a principios de la década de 1950 en Estados Unidos.

Los flemáticos comerciantes ingleses, desde luego, dicen que se dedican al "negocio del té".

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