Asia-Pacífico

 

La ofensiva de la guerrilla acorrala al gobierno dictatorial del rey Gyanendra

Nepal: diez años de guerra silenciada

Por Marcos Rebollo
Corresponsal en Katmandú
Diagonal, 12/04/06

Trece mil muertos son muchos para una guerra de la que no se habla en el mundo. El enfrentamiento entre el rey autocrático y una guerrilla cada vez más numerosa y que ocupa el 40% del territorio no deja de agudizarse.

En Nepal no hay coca, ni petróleo, así que pocos saben que el país del millón de dioses y las cumbres más altas está inmerso en una guerra que ha borrado del suelo en la última década casi 13.000 vidas. Un conflicto que enfrenta a una guerrilla maoísta, desgajada en los ‘90 del Partido Comunista, con una monarquía autocrática que se erige en descendiente del principal dios hindú: Vishnu.

Desde que el 2 de enero finalizó la última tregua de los maoístas (pese a los tenues intentos de los principales partidos políticos para que el rey Gyanendra sentara las bases democráticas y la guerrilla volviera al ruedo político) han muerto centenares de personas, sin apenas repercusión mediática. La última vez que el conflicto saltó al mundo como noticia fue en 2001, cuando el príncipe heredero Dipendra, antes de suicidarse, asesinó a 11 miembros de su familia, entre ellos a su padre, el rey Birendra, que en 1990, tras una revuelta, había promulgado una Constitución, aún vigente, que establece una monarquía constitucional y limita sus poderes. Esta masacre con tintes hamletianos, aún irresuelta, llevó al trono al actual rey, tío del desequilibrado asesino. Casi todos creen que Gyanendra convenció a su sobrino para que apretara el gatillo, pero decir esto en Nepal es sinónimo de cárcel perpetua. Un año después, en octubre de 2002, el nuevo rey destituyó al primer ministro y aplazó las elecciones con una promesa no cumplida: poner fin a la guerrilla y a su guerra popular, que estalló en 1996 con la intención de instaurar una república comunista y que, desde entonces, controla amplias zonas rurales del país asiático: hasta un 40% de los distritos del país.

En los últimos tres años, los pasos de Gyanendra se encaminan a hacerse con más poder y a asegurar el futuro trono del príncipe Paras, mientras Nepal sigue desangrándose, empobreciéndose y perdiendo las frágiles cotas democráticas que se consiguieron en la década de los ‘90. En febrero de 2005 el rey asestó otro golpe de Estado que volvió a paralizar el país durante semanas.

Y pese a que los maoístas acordaron una tregua de cuatro meses que finalizó a principios de año, el conflicto ha vuelto a extenderse en 2006 más intensamente en este Estado feudal de 28 millones de habitantes.

En noviembre, mientras el rey, dicen, estaba de safari por África, los principales partidos, los maoístas, India, Estados Unidos y la ONU se sentaron en Delhi para llegar a un acuerdo de 12 puntos, acuerdo que se frustró ante la negativa del rey a firmarlo. Las consecuencias: vuelta a los atentados de la guerrilla comandada por Prachanda y a la continua represión del ejército real, la temida RNA.

Aunque la sociedad civil pide que se disuelva el parlamento para empezar de cero, la agenda real camina por otro sendero: el de las elecciones. Gyanendra, en un intento por legitimar su poder –criticado hasta por el Gobierno de Bush (que hace un año congeló la ayuda militar al rey)–, prometió comicios municipales para febrero de este año y elecciones generales para 2007. Las elecciones de febrero, primeras en siete años, fueron precedidas por huelgas maratonianas y un intenso boicot por parte de los siete partidos de la oposición y los maoístas al tildarlas de fraude y de excusa para no acometer reformas profundas.

Reformas que cambiarían la situación de la mujer y de las castas más desfavorecidas, y que pondrían freno a la impunidad con que Ejército y Policía secuestran, torturan, amenazan y matan a insurgentes, sospechosos de pertenecer a la guerrilla o simples opositores.

Medidas que acabarían con la impunidad con la que el rey prohíbe manifestaciones, encarcela a disidentes, cierra radios, impone temibles toques de queda, multa a periódicos que no están bajo su cuerda o aplica un código de conducta a las ONG, para controlar, sobre todo, a las que luchan denunciando violaciones de los derechos humanos.

Promesas de reformas que nunca llegan y que hunden a la gente en un pesimismo cada vez más hondo. El pueblo se encuentra cada vez más cansado por el conflicto.

Un sentir que, a finales de 2005, recogió Bishnu, maestro en Rolpa, uno de los distritos donde ondea la bandera roja de la guerrilla: “Nos obligan a quemar los libros de octavo, porque contienen retratos del rey y la historia de su familia.

Nos dicen que somos traidores porque recibimos un sueldo del Estado [un maestro gana unas 2.000 rupias nepalesas al mes: 25 euros], y el gobierno nos tacha de maoístas, de terroristas, porque vivimos aquí. ¿Qué se supone que debemos hacer? Nosotros pensábamos que el ejército perseguiría a los maoístas, pero nos están persiguiendo a nosotros”.