China

 

El nuevo movimiento de reconstrucción rural

Riqueza y pobreza extrema

Por Dale Jiajun Wen (*)
Resurgence No. 241, marzo 2007
La Haine, 21/05/07
Traducción de Beatriz Martínez Ruiz

Con la desenfrenada carrera hacia 'la modernidad' de los últimos años, los vínculos de los agricultores con la tierra y con el resto de la comunidad rural ya se han visto gravemente debilitados. La agricultura química ha desplazado casi por completo a la agricultura integrada tradicional.

Un nuevo movimiento chino revaloriza muchos aspectos de su cultura tradicional, como la armonía con la naturaleza, los valores comunitarios y el sentimiento de plenitud frente a la incesante búsqueda de la riqueza y el consumo.

En torno al 70% de la población china sigue viviendo en zonas rurales. Como los medios de comunicación no se cansan de exaltar el 'milagro económico de China', puede que muchos lectores occidentales no sepan que el extenso interior del país se encuentra en un grave estado de crisis. Los expertos han acuñado el término 'problema rural tridimensional' (agricultura, campesinos y zonas rurales) para resumir la multitud de factores que conforman esta situación: ingresos estancados, deterioro de los servicios públicos, gobiernos locales con exceso de personal e ineficientes, corrupción galopante, declive del capital social, degradación del medio ambiente, aumento de la delincuencia e incremento de protestas y manifestaciones. En China, se admite de forma generalizada que el desafío más inmediato que debe afrontar el Gobierno es la crisis rural, pero las soluciones propuestas difieren enormemente.

Los economistas más convencionales siguen contando con que la rápida industrialización y urbanización del país serán la panacea. Sin embargo, el 60% del agua de siete grandes sistemas fluviales está altamente contaminada. Sesenta millones de personas sufren escasez de agua y más de 300 millones carecen de acceso a agua potable. Teniendo en cuenta sólo esta falta de agua, el actual modelo de industrialización y urbanización no parece ni ampliable ni sostenible. Además, ya hay hasta 150 millones de inmigrantes rurales trabajando en zonas urbanas, la mayoría de los cuales trabaja en condiciones de explotación y tiene pocas oportunidades de disfrutar de las comodidades de la vida urbana.

Reconociendo todos estos problemas, algunos expertos han llegado a la conclusión de que la mayoría de la población rural del país debería permanecer en el ámbito rural en el futuro inmediato; la salida hacia las ciudades no es fácil. Por ello, están presentando planes para revivir el espíritu comunitario y capacitar a los habitantes rurales para reconstruir una economía local centrada en las personas y en la comunidad. Con los años, muchos campesinos han llegado a una conclusión parecida y han empezado a autoorganizarse y a explorar una forma de vida alternativa, sostenible y digna. En respuesta a estas iniciativas, algunos académicos y activistas se han unido a grupos de base campesinos para dar vida a un activo Nuevo Movimiento de Reconstrucción Rural.

Las raíces de este movimiento se remontan décadas atrás. Y. C. James Yen, educador y activista social chino, desarrolló un programa integrado de educación, medios de vida, salud pública y autogobierno para el desarrollo rural del país durante los años veinte. Así fue cómo empezó el movimiento de reconstrucción rural que Yen y sus colegas adaptaron posteriormente a otros países en desarrollo. Es ése y otros movimientos, como el Movimiento de la Ciencia Popular de Kerala, el que sirve de fuente de inspiración al Nuevo Movimiento de Reconstrucción Rural.

Una de las piezas clave del movimiento es el Instituto James Yen de Reconstrucción Rural, situado en una aldea que se encuentra a unas tres horas en tren de Beijing. El Instituto ofrece seminarios de formación sobre materias como agricultura orgánica, permacultura, construcción ecológica con materiales locales, organización comunitaria y construcción de cooperativas rurales. Los seminarios se ofrecen a los campesinos de forma gratuita; el único requisito es haber terminado la educación secundaria y mostrar interés por el trabajo comunitario. Los alumnos admitidos reciben un capital inicial (en forma de microcréditos) para crear cooperativas rurales, cooperativas de crédito u otro tipo de organizaciones cuando regresan a sus respectivas aldeas. El Instituto permanece en contacto con estos aprendices y los invita a participar en programas de seguimiento en los que comparten sus experiencias. Hasta el momento, los ex alumnos del Instituto han fundado más de 30 cooperativas locales u otros tipos de grupos culturales y civiles en toda China. Algunas de estas cooperativas y otras ONG han puesto en marcha iniciativas agrícolas comunitarias mediante las que ponen en contacto a los consumidores de las grandes ciudades con los agricultores orgánicos del campo. En materia de políticas, varios académicos y cargos públicos progresistas están luchando por conseguir una ley sobre cooperativas con la esperanza de ayudar a las cooperativas rurales a gozar de mayor protección jurídica y apoyo gubernamental.

Además de estos proyectos, un aspecto vital del movimiento pasa por recuperar la perspectiva agraria en el discurso del desarrollo. Durante el último cuarto de siglo, el discurso sobre la modernización en China ha consistido principalmente en copiar el modelo de industrialización y urbanización de Occidente. La mayoría de materiales educativos contienen el mensaje implícito o explícito de que todo lo urbano es moderno y atractivo, y de que todo lo rural es arcaico y despreciable, y se debería dejar atrás lo antes posible para alcanzar la modernización. El tradicional apego de los agricultores a la tierra se considera un sentimiento estúpido que debería sustituirse por la movilidad ascendente a cualquier precio. Todo esto ha alimentado la fuga de cerebros y de mano de obra de las aldeas, lo cual ha exacerbado la crisis rural y ha contribuido al crecimiento de fábricas donde se explota a los trabajadores en las zonas costeras. Los jóvenes emigrantes rurales serán los que padecerán los abusos más terribles en esas fábricas orientadas a la exportación, pues están convencidos de que en sus propias aldeas no hay futuro. Teniendo en cuenta el gran número de jóvenes que abandonan el campo, esto se convierte en una profecía destinada a cumplirse. Afortunadamente, el movimiento de reconstrucción rural está cuestionando este tipo de colonización cultural.

El profesor Wen Tiejun, al que se suele considerar líder espiritual del movimiento, es uno de los pocos intelectuales chinos que está poniendo abiertamente en tela de juicio el paradigma de desarrollo occidental. En dos de sus libros publicados en 2004 (Deconstruction of Modernization y What do We Really Need?), subraya las limitaciones de recursos de China y describe cómo el extenso interior del país ha servido como recurso interno y como fuente de mano de obra con que alimentar el hipercrecimiento de la costa. Sin otro interior que explotar, el resto de la población rural no puede copiar el camino a la modernización occidental. Él y sus colegas también han formado grupos de discusión sobre la cuestión rural en más de cien centros universitarios de toda China a través de los que ponen a los estudiantes en contacto con la realidad rural: un potente antídoto contra la educación elitista y claramente sesgada a favor de lo urbano.

Los defensores y miembros del movimiento están revalorizando muchos aspectos de la cultura tradicional china, como la armonía con la naturaleza, los valores comunitarios y el sentimiento de plenitud frente a la incesante búsqueda de la riqueza y el consumo.

Con la desenfrenada carrera hacia 'la modernidad' de los últimos años, los vínculos de los agricultores con la tierra y con el resto de la comunidad rural ya se han visto gravemente debilitados. La agricultura química ha desplazado casi por completo a la agricultura integrada tradicional. El uso de abonos orgánicos y ecológicos se ha ido reduciendo a la par que aumentaba la dependencia de fertilizantes y pesticidas químicos. Con la introducción del sistema de responsabilidad por contrato familiar en los años ochenta y el derrumbe de los mecanismos de bienestar colectivos, las explotaciones familiares se han hecho mucho más vulnerables a las catástrofes naturales y a las fluctuaciones de los mercados, lo cual ha obligado a muchos agricultores a hacer un uso excesivo de sus tierras.

La fragmentación de las comunidades rurales también ha desembocado en la explotación y el deterioro de los bienes comunes. Por ejemplo, entre 1985 y 1989, la zona cubierta por barreras cortavientos disminuyó en un 48% en todo el país. Los canales de riego y otras infraestructuras hídricas también han ido sufriendo desperfectos con los años. Todo esto se ha traducido en una mayor erosión del suelo y de la vulnerabilidad ante sequías e inundaciones.

An Jinlei, un veterano instructor voluntario dedicado a la agricultura orgánica, está intentando que todos los campesinos recuperen el amor por la tierra y la comunidad. Mientras enseña técnicas orgánicas, no se cansa de repetir que la agricultura orgánica no tiene nada que ver con hacer dinero eliminando los productos químicos ni con sacar partido de un nicho del mercado. La agricultura es una forma de vida y no un negocio para obtener lucro. Un buen agricultor es un humilde intermediario: es una persona que aprecia profundamente la tierra y lo que ésta le ofrece, y que, a cambio, se encarga de cuidarla como es debido; es consciente de que todos los animales y las plantas son unas formas preciosas de vida conectadas con nosotros y, por tanto, trabaja con ellas, no en su contra. Además, en lugar de competir por hacerse con un mejor puesto en el mercado, los agricultores colaboran entre sí para formar una comunidad saludable en una tierra saludable. Puede que esta idea de volver a conectarse con la tierra suene como algo sentimental a oídos de los economistas más pragmáticos y de los agricultores más industrializados, pero no es más que un enfoque sensato. Como fuerza impulsora del Nuevo Movimiento de Reconstrucción Rural chino, puede que sea nuestra mejor oportunidad para solucionar la crisis más urgente del país.


(*) Dale Jiajun Wen es especialista en China y en cuestiones sobre globalización, y trabaja para tender puentes entre las voces alternativas que están surgiendo en su país y el movimiento internacional por la justicia social. Para más información, véase China Copes with Globalization: a mixed review, Dale Wen, International Forum on Globalisation.


Problemas medioambientales en el gigante asiático

La fábrica de muerte

Por Adrián Foncillas
Corresponsal en China
El Periódico, 19/05/07

Huang Sha.– La compañía china TCL es la mayor productora de televisores del mundo desde que comprara la multinacional Thomson. La firma Lenovo se ha convertido en la tercera del sector de informática, tras adquirir la sección de ordenadores personales de IBM. China produce el 47% de los teléfonos móviles mundiales: 103 millones se quedan aquí y 252 millones son exportados. El carbonato de estroncio se utiliza en las pantallas de ordenadores, televisores y móviles. La boyante compañía Zhong Hao Ji Long extrae el carbonato de estroncio, así que puede hablarse de un tornillo más de la fábrica global china.

Huang Sha es un pueblo de campesinos situado a dos horas por carretera de Chongqing, la macrociudad del interior. Sus 500 habitantes pensaron hace 12 años que les llovería el dinero cuando unos análisis en el subsuelo detectaron el carbonato de estroncio y se abrió la fábrica. Ahora enumeran atropelladamente los desastres: toses, vómitos, cáncer de pulmón, hijos devueltos por el Ejército por mala salud, cerdos y gallinas muertos con pulmones deformes, preocupación por la esperanza de vida de los niños, casas agrietadas por las excavaciones en el subsuelo...

El valle es verde y con arrozales en su falda. Parece inmune a la mole de cemento gris y a las chimeneas humeantes. De cerca sí se ven pinos como espinas de pescado y el agua terrosa de los campos. El pueblo ha perdido la mitad de los arrozales. Las perforaciones y los vertidos químicos solo permiten agua corriente durante diez minutos diarios. Un campesino me enseña cómo la aprovechan: se lava la cara con cuidado de que una gran palangana recoja toda el agua, y repite el proceso con el tronco y los brazos primero y los pies después.

Pozo lejano

Ese agua no puede ser bebida ni después de hervirse, así que las mujeres cada vez van más lejos buscando un pozo con agua potable. Es un problema común en China, que solo cuenta con el 7% de las reservas mundiales de agua dulce. Un millar de lagos han desaparecido en 50 años y los ríos son los más contaminados del planeta. En el 2005 había 360 millones de chinos sin agua potable. El Gobierno prometió 392 millones de euros para llevarla a 100 millones de las zonas rurales.

En el pueblo escuece no sacar nada de la ruina sanitaria y medioambiental. La fábrica, poco después de abrir, echó a los lugareños y atrajo trabajadores de la lejana provincia de Hebei. Los del pueblo eran pobres campesinos; los de Hebei rozaban la indigencia. "Sabían que algún día podíamos rebelarnos. Además, si algún obrero enferma de cáncer, solo tienen que devolverlo a Hebei sin que suban las estadísticas de la zona", explica Wang Shei, quien desvela que cobraban un extra por callar sobre los incidentes y las enfermedades si se les preguntaba.

El pueblo parece uno más de la zona de influencia del río Yangtsé: niños corriendo entre gallinas y mayores jugando al mahjong (el dominó chino) en la calle. Pero apenas se ve un puñado de campesinos con sombrero de paja y rodillas hundidas en los arrozales. Cerrada la puerta de la fábrica y sin campos por cultivar ni animales que criar, los jóvenes ejercen los trabajos más duros en ciudades cercanas.

China tiene un sincero empeño en atenuar su calamidad medioambiental. Pekín prefiere sacrificar puntos de crecimiento económico a cambio de que sea más armonioso. Este año anunció que exigiría resultados ecológicos a las provincias, y no solo los balances contables con los que hasta ahora medía el éxito. El año pasado cerró 2.600 grandes empresas por contaminantes.

Gansterismo local

La fábrica de Huang Sha sigue abierta por el habitual gansterismo transversal de los gobiernos locales, que a diferencia de lo que pasaba con Mao, escapan al control de Pekín. No hay pruebas de la mordida del alcalde, pero apenas aparece por el pueblo desde que compró varias casas en la región. El tribunal local desestimó la demanda de los habitantes contra la fábrica. Cuando esperaban en la estación de tren, camino de denunciar su caso en Pekín, la policía los devolvió a casa.

Apenas me he acercado a la fábrica cuando baja de un todoterreno Guo Kai Lun, copropietario, miembro del Gobierno local y ocasional agresor de ecologistas sexagenarios. Guo viste la única camisa limpia y planchada en muchos kilómetros a la redonda y es muy sobrio en la versión que se le pide. "Las emisiones están bajo control. La fábrica cumple la ley. Los árboles se mueren porque el clima aquí es muy seco. No hay más preguntas".

Wu Deng preside una oenegé ecologista de Chongqing. "El problema de China es que es muy pobre. Los campesinos ven una fábrica como una oportunidad, nunca sus consecuencias medioambientales. Pero la situación ha mejorado: de las 13 empresas químicas que había en ese condado, siete fueron cerradas".

Preguntados sobre si trabajarían en la fábrica que ha arruinado su salud, viviendas y cosechas a cambio de los 800 yuanes (80 euros) de salario, los campesinos son claros: "Mañana mismo".