Brasil bajo Lula

 

El gobierno Lula y los socialistas revolucionarios

Por Marcelo Yunes

Socialismo o Barbarie (revista), marzo 2003

Desde octubre del año pasado, cuando tuvieron lugar la primera vuelta y el ballotage en las elecciones presidenciales, pasando por la asunción de Lula a principios de año, las discusiones por la integración del gabinete de gobierno y las primeras medidas oficiales, la atención de buena parte de la izquierda de todo el mundo está centrada en el desempeño del gobierno brasileño. Y todo esto ya está ofreciendo clarísimas lecciones políticas, a pesar del escaso tiempo transcurrido. Para los marxistas revolucionarios de todas las latitudes, y en especial para los de América Latina, la experiencia del “neoreformismo antineoliberal” en el poder representa un desafío, una oportunidad, una escuela de estrategia... y también una prueba de fuego que no todos van a pasar.

Ni socialista, ni anticapitalista... ni antineoliberal

Toda la prensa y la intelectualidad de izquierda “sensata”, es decir, no revolucionaria, batía palmas tras la elección de Lula. A juzgar por sus panegíricos anticipados y su tono de euforia, Brasil estaba a punto de pasar al paraíso terrenal. Estos consejeros bienintencionados hubieran hecho bien en prestar menos atención a sus anteojeras ideológicas y tomar, en cambio, nota de las repetidas señales políticas que daban Lula y el PT incluso antes de la elección.

Durante la campaña electoral, el discurso público, los aliados y el manejo de la imagen del “candidato Lula” eran indiferenciables de los de cualquier político burgués con un mínimo de “populismo”. Pero Lula no se conformó con esto (en realidad, quienes no se conformaban eran los “mercados”, que desconfiaban menos de su moderación presente que de su pasado). Por eso, cuando los emisarios del FMI y el Tesoro estadounidense tomaron examen a los candidatos con chances, Lula fue el alumno que más aplicadamente recitó la lección: “sí señores, honraremos todas las deudas; sí, señores, ajustaremos las cuentas públicas todo lo que sea necesario; sí señores, nos comprometemos a un superávit fiscal primario del 3,75% del PBI; no, señores, vuestras acreencias financieras no corren peligro con una gestión del PT”.

Esta línea se ha mantenido inalterable y es el hilo conductor que permite explicar todo lo que vino después: desde la composición del gabinete hasta las primeras medidas, que luego analizaremos. Pero desde ya adelantamos una conclusión: el gobierno de Lula seguirá en todos los aspectos esenciales una línea de continuidad con el gobierno anterior de Fernando Henrique Cardoso. Se trata de un gobierno cuya gestión procapitalista está garantizada por el sólido frente burgués que integra el gabinete ministerial, donde están representados sectores decisivos de la burguesía brasileña: las agrobusiness (de donde proviene el ministro de Agricultura, Roberto Rodrigues), Sadia (cuyo presidente Luiz Furlan está a cargo de Industria y Comercio) y cuadros burgueses como Meirelles (ex director mundial del Bank Boston y ahora titular del Banco Central). El vicepresidente, José Alencar, es un magnate textil con más de 12.000 empleados. Y la principal cámara patronal, la poderosa FIESP (Federación Industrial del Estado de San Pablo, cuyo vicepresidente era el propio Furlan) no deja de enrojecerse las manos aplaudiendo una tras otra las medidas del nuevo gobierno.

Todo esto bastaría para desautorizar algunas elucubraciones de ciertas organizaciones trotskistas que caracterizan al gobierno Lula como de “frente popular” en alguna de sus variantes. Recordemos que, según la clásica definición de Trotsky, el gobierno de frente popular era “el último recurso de la burguesía antes de la revolución proletaria” y estaba integrado mayoritariamente por partidos obreros (el Socialista y/o el Comunista) junto con algún pequeño partido o personalidad que oficiaba de “sombra de la burguesía” en el gobierno. El Frente Popular en Francia en la década del 30 y la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile en los 70 son los ejemplos más citados de este tipo de gobierno.

Pues bien, prácticamente ninguna de esas condiciones se cumple. En primer lugar, Lula llega al gobierno en una situación política de marcada desmovilización de la clase trabajadora, sobre todo en las ciudades (en el campo, la lucha del MST se ha mantenido en niveles parejos en los últimos años). No se trata, por cierto, de que la burguesía haya acudido al PT para que la salve de un atemorizante ascenso de masas; en todo caso, se trata de una acción preventiva. En segundo lugar, si bien es materia debatible, nos parece extremadamente dudoso que pueda seguir considerándose al PT un “partido obrero”. Sin duda lo fue en sus comienzos y durante un período, pero hace ya largo tiempo que la base militante del PT basada en los sindicatos industriales ha sido reemplazada por una robusta capa de funcionarios, adaptada a la materialidad de la gestión pública en múltiples estados, municipios y carteras ministeriales. Y finalmente, resulta casi risible hablar de “sombra” de la burguesía tratándose del gobierno Lula: lo que vemos en los ministerios -y en las instituciones “consultivas” pero muy influyentes, como el Consejo de Desarrollo Económico y Social- es la clase capitalista brasileña en carne y hueso. Tampoco puede decirse que la fuerza a la que pertenece Alencar sea un partiducho. En todo caso, queda a cargo del PT y sus admiradores internacionales explicar cómo se combate al neoliberalismo... con el Partido Liberal como aliado y con un afiliado al partido de Fernando Henrique Cardoso al frente del Banco Central.

Con esto tenemos conformado el elenco. Veamos ahora cómo se están desempeñando los actores en estos primeros meses. Meses que suelen definir el rumbo de cualquier gobierno. Y vamos a tomar dos parámetros decisivos: la política económica y la política exterior.

Guiños al FMI y ladridos a los trabajadores

Ya desde el comienzo mismo de su gestión, el nuevo gobierno se dedicó a demostrar que los gestos de buena voluntad hacia el FMI no quedarían en eso. En su discurso de asunción, el ministro de Hacienda (equivalente al de Economía), Antonio Palocci -un ex marxista, devenido procapitalista con la furia de los conversos- puso los puntos sobre las íes: “Vamos a preservar la responsabilidad fiscal, el control de la inflación y el cambio libre. No vamos a reinventar principios básicos de la política económica. Nuestra principal meta es el ajuste definitivo de las cuentas públicas para garantizar la capacidad del gobierno de cumplir sus compromisos” (La Nación, 3-1-03). Si alguien puede encontrar alguna diferencia con lo que podría haber dicho el más rabioso neoliberal, que avise. Pero no se trata, naturalmente, de que Palocci “ha visto la luz” del equilibrio fiscal: el presidente del PT, José Genoíno, también bendijo la política de “riguroso control del gasto público”. Cómo ácidamente comentan los asombrados columnistas de La Nación, durante toda la campaña electoral el PT había machacado con la necesidad de bajar las tasas de interés para reactivar la economía, mientras el control fiscal y el manejo de la tasa de interés eran los pilares de la política económica de Cardoso.

Esta austeridad macroeconómica está en la base del ajuste fiscal lanzado por Lula el 10 de febrero, que prevé ahorrar 14 mil millones de reales (unos 4000 millones de dólares) con el objeto de llegar, por propia decisión y sin que mediara reclamo alguno del Fondo Monetario, a un superávit fiscal del 4,25% del PBI, aún mayor al comprometido. Esto, que recuerda a la política de Cavallo de ser más papista que el Papa y más ajustador que el FMI, tiene una justificación idéntica: la “pesada herencia recibida” de Cardoso, que habría hecho mal las cuentas obligando a un ajuste adicional. Se trataría de una medida “preventiva” tomada unilateralmente por el gobierno, que teme una fuga de capitales y hace esto para “recrear la confianza” de los mercados financieros internacionales, en momentos en que el fardo de la deuda se hace cada vez más pesado, los rumores de reestructuración de deuda con quita crecen y en voz baja se pronuncia la palabra default. En resumen, el fantasma de Argentina ronda Brasil...

El portavoz de Lula, André Singer, anunció con todo cinismo que “no se harán recortes en los gastos sociales. Esta es la decisión políticamente importante” (Clarín, 11-2-03). Unas pocas cifras sobran para medir el descaro del gobierno. Los cortes por ministerio son los siguientes, sólo en el área social: Educación tiene 34 millones de reales menos, un 4,7% del total de su presupuesto; Previsión Social pierde 247 millones, casi un 17%; en Asistencia y Promoción Social se recortan 250 millones, un 20% del total; Salud pierde 1600 millones, un 6,5%; Trabajo recorta 27 millones, más de un tercio de su presupuesto; Desarrollo Agrario (el ministerio del “socialista revolucionario” Rossetto) tiene 390 millones menos para la reforma agraria y un 35% menos de presupuesto. ¡Hasta el plan Hambre Cero, el gran caballito de batalla de Lula, pierde 34 millones de reales! La frutilla del postre son las carteras más “progresistas”, que quedan virtualmente desfinanciadas. Al ministerio de Ciudades –cuya prioridad iba a ser la urbanización de las favelas- se le saca el 86% de su presupuesto, 1870 millones de reales. Y las secretarías de política para la Mujer y de Derechos Humanos tendrán que apechugar con un 83% y un 80% menos de presupuesto respectivamente.

Mientras tanto, los mismos economistas del PT se quejan amargamente de la política de tasas altas y dólar alto, que beneficia a los acreedores de la deuda pública brasileña a la vez que acentúan la recesión. Marcio Pochmann, del PT, estimó en el diario O Globo un desempleo récord en febrero y “un primer trimestre de 2003 trágico para el mercado de trabajo”, ya que calculó que con cada punto que se sube la tasa de interés aumenta un 0,7% la tasa de desempleo en el Gran San Pablo.

Naturalmente, todo esto no merece más que plácemes de la burguesía y las formales felicitaciones del Fondo Monetario, que constata que esta política “muestra otra vez el compromiso del nuevo gobierno con un programa económico y social exhaustivo y sostenible” (Clarín, 11-2-03). Y al contrario, el presidente de la central obrera Frente Sindical, Paulo Pereira da Silva, dijo irónicamente que ya estaba empezando a extrañar a Pedro Malán, el ministro de Hacienda de Fernando Henrique Cardoso.

Ni que decir tiene que la política exterior de Lula ha sido en todo momento consistente con este rumbo claramente capitalista y ni siquiera antineoliberal inconsecuente. Si en el terreno local se hacen los deberes y se deja contentos a los organismos imperialistas, no hay razón para hacer lo contrario en política internacional. Cuatro señales de esto han sido: a) la cumbre Bush-Lula ni bien éste asumió la presidencia, tras la cual el brasileño se despachó con toda clase de elogios al personaje más odiado de la política mundial, sin ninguna necesidad de hacerlo; b) la prédica anti ALCA del PT ha bajado considerablemente, al punto de haber abandonado oficialmente la campaña por un plebiscito para que la población se pronuncie masivamente en contra. Lo que  en realidad ocurre es que ese plebiscito le ataría las manos al gobierno, y la política del Palacio de Planalto (la cancillería brasileña) se inclina ahora por ver en qué condiciones se haría el ALCA, y no por oponerse frontalmente a él; c) durante lo más candente de la crisis venezolana, el gobierno brasileño pugnó por conformar un grupo de “países amigos de Venezuela”, categoría para la cual propuso a España y ¡Estados Unidos! Si era para darle una mano a Chávez, más bien se pareció a una rodilla; y d) tras su reciente encuentro con el presidente de Colombia, Alvaro Uribe (un cipayo de ultraderecha impresentable, que ha tenido el descaro de solicitar a viva voz la intervención yanqui a su propio país), Lula no tuvo mejor idea que salir a declarar en conjunto con él que está a favor de “combatir el terrorismo”. Aunque no llegó a decir que las FARC son terroristas, de hecho le dio una inmejorable ayuda a la estrategia de Uribe de justificar la intervención yanqui para arrasar militarmente  a la guerrilla.

En este momento, el gran debate en Brasil se da alrededor de dos cuestiones de política económica: la reforma previsional y la reforma a la Constitución para dar autonomía al Banco Central. Pero esta discusión nos remite al otro tema central de este artículo: la actuación de la izquierda brasileña, incluida la que forma parte del PT.

La izquierda petista: entre la vacilación y la traición

Las corrientes de izquierda dentro del PT desde la izquierda se ubican allí a partir de una presunción a nuestro juicio totalmente equivocada, a saber, que el PT es en algún sentido un partido de la clase trabajadora que promoverá cambios sociales anticapitalistas. Pero incluso dejando de lado esto, y aceptando que algunas de esas corrientes militan dentro del PT por razones “tácticas”, resulta asombrosa lo débil y pusilánime que ha sido la oposición a un curso tan manifiestamente procapitalista y hasta proimperialista como el del gobierno de Lula. Francamente, la izquierda de origen trotskista está cumpliendo un papel lastimoso, con la sola excepción de algunos pequeños núcleos y del PSTU. Más allá de las discrepancias que tengamos, es realmente meritorio lo del PSTU en particular, resistiendo desde la época de la campaña electoral las tremendas presiones pro Lula, manteniendo su independencia y una línea crítica esencialmente correcta, frente a un gobierno que tiene el apoyo del 84% de la población, algo inédito en Brasil.

A decir verdad, la reacción inicial de la izquierda petista ante las primeras medidas de derecha, como la designación de Meirelles, no fue ni siquiera de crítica, sino de consternación, lo cual es todo un síntoma. Raúl Pont, ex alcalde de Porto Alegre, dirigente de Democracia Socialista (simpatizante de la Cuarta Internacional-Secretariado Unificado) y figura estelar de la panacea neoreformista del “Presupuesto Participativo”, sintetizó esto al decir que “Lula nos dejó perplejos. El nombramiento de Meirelles nos genera desconfianza y frustración”. Por supuesto, esa “perplejidad” no podía ser tal para nadie que hubiera leído los diarios en los últimos meses: cualquiera podía vaticinar algo por el estilo a partir de las reiteradas señales emitidas por Lula y el PT durante la campaña electoral. Sin embargo, en su sorpresa, Pont no se atreve a criticar, sino que se limita a decirle al movimiento de masas esperanzado en un cambio que “vamos a esperar que empiece el gobierno para evaluar la situación”. Naturalmente, cuando “empezó el gobierno”, las cosas empeoraron. Pero el servilismo de Pont y DS hacia Lula llegaba al extremo de decir que éste “tiene la legitimidad que le dieron no sólo los votos, sino la conducción nacional del partido. Tiene una especie de cheque en blanco para armar el gobierno”. Igual, según Pont, no había mayor motivo de preocupación, dado que “de todos modos, sabemos que la mayoría de los ministros serán compañeros del partido”. Y como “no se puede decir de antemano que todo va a estar mal”, Pont concluye en que se trata de “una estrategia para calmar a los mercados” porque “no hay razones para creer que un hombre de su trayectoria haya hecho un viraje ideológico semejante” (todas las citas son de Página 12, 22-12-02).  Ni los montoneros fueron tan obsecuentes con Perón...

Entre los “compañeros del partido” que integran el gabinete está Miguel Rossetto, otro connotado dirigente de DS, como ministro de Desarrollo Agrario. Codo a codo con él está Rodrigues, magnate de las agrobusiness y titular de Agricultura. No debe haber antecedentes de una capitulación y una integración tan escandalosa de “marxistas revolucionarios” a un gobierno capitalista hecho y derecho. La justificación teórica de Pont, increíble por su endeblez, es que “el carácter del gobierno Lula será definido en el transcurso de un proceso de disputas políticas y sociales” (folleto de Pont presentado en el Foro Social Mundial, p. 20). ¡Es decir, que hasta que esas “disputas” no tengan lugar, el gobierno de Lula va a ser de sexo indefinido! Con esto, DS ha superado en sofistería a los reformistas de todas las épocas.

DS no es la única corriente “crítica” de la línea oficial. Hay otros agrupamientos y dirigentes como la Corriente Socialista de los Trabajadores o el MES (Movimiento de Izquierda Socialista, orientado por Pedro Fuentes y Luciana Genro). Incluso hay matices de cierta importancia dentro de DS; no es igual la actuación de Pont que la de la senadora Heloísa Helena. Otros parlamentarios del ala izquierda del PT son Lindberg Farias y  Babá. Heloísa Helena generó malestar en la dirección del PT con su denuncia a la designación de Meirelles y su negativa a votarlo a él y a Sarney como presidente del Senado. Es interesante constatar que empieza a haber en la base del PT una corriente de simpatía hacia esta actitud crítica. Eso explica que el presidente del PT, Genoíno, haya debido retroceder tras haber dicho que “no vamos a admitir disidencias (...) porque si se admite eso se perderá moral”, y amenazó con expulsiones (Epoca, 2-2-03). Como se ve, Genoíno no tiene nada que envidiarle en cinismo y brutalidad a cualquier politicastro burgués.

No obstante, no habría que exagerar ni las diferencias al interior de la izquierda del PT ni el valor de sus críticas. Porque hay un elemento decisivo que pone en un mismo plano ajeno al marxismo revolucionario a toda la izquierda petista, que es el hecho de que todos los sectores y dirigentes critican a tal o cual medida o dirigente, pero siguen considerando el gobierno como su gobierno y se niegan a criticar directamente a Lula. Este expediente es muy conocido en la historia política del siglo XX: las críticas son al “entorno”, al “sector de derecha”, mientras que el máximo responsable de gobierno (al que Pont le da un cheque en blanco) queda inmune a las críticas. Así ocurre con Heloísa Helena, por ejemplo, quien dice que “no creo que lo que está pasando sea culpa de Lula, no es una cuestión de maldad individual. Lo que hay es una inaceptable demostración de flaqueza del partido” (revista Veja). Lindberg Farias aclara que “una derrota del gobierno sería una derrota para toda la izquierda”, mientras que Babá también tranquiliza al oficialismo: “no soy ningún loco que quiere desestabilizar al gobierno”. Por su parte, Luciana Genro, del MES, tampoco hace olas: “hay matices, pero soy una diputada que quiere ayudar al gobierno, por lo que mi crítica tiene que ser constructiva” (Clarín, 1-2-03). Hay que decirlo con toda claridad: este juego del escondite con las críticas es un escándalo político para el marxismo revolucionario. Habrá que recordarle a Pedro Fuentes, del MES, que viene del morenismo, que Nahuel Moreno ya en 1981 había desnudado la miseria de esta política, que llevaba adelante el lambertismo en Francia bajo el gobierno de Miterrand (La traición de la OCI-u1)

En estos días el gobierno envía al Parlamento dos proyectos que dividirán aguas. Uno es la reforma a la Constitución para que el Banco Central sea independiente del gobierno; viejo anhelo del FMI que receta en todos los países que puede, con el objeto de que la llave de la política monetaria esté fuera del alcance de tentaciones “populistas”. El otro es la reforma previsional, que no es otra cosa que una privatización del sistema jubilatorio al estilo de las AFJPs de Argentina. Los objetivos son claros: eliminar el actual régimen que prevé que los empleados públicos se jubilen con el sueldo que ganaban al retirarse y obligarlos a pasar a los fondos de jubilación privados. Negocio redondo para el sistema financiero privado; fuente de déficits enormes para el sector fiscal, y extensión a todos los asalariados de las pésimas condiciones previsionales vigentes en la actividad privada. El proyecto, que de paso digamos que es textualmente el del gobierno de Cardoso, cuenta con el apoyo de la FIESP, la gran burguesía y los medios.

Una vez más, la dirección del PT amenaza con la expulsión a los parlamentarios del partido que voten en contra. Se trata de una prueba de fuego para la izquierda del PT: o cruza el Rubicón y vota en defensa de los intereses de los trabajadores –exponiéndose a la expulsión- o privilegia las consideraciones “tácticas” por sobre los principios marxistas fundamentales. Y ya hay una mala señal: según nos informa el cro. J.-Ph. Divés, en el congreso de la Cuarta Internacional-Secretariado Unificado se adoptó en relación a Brasil la postura defendida por Joao Machado Borges, de DS: hay que asumir el error de haber entrado al gobierno y ganar tiempo para evitar romper con Lula y el PT sin que haya radicalización de las masas. Este “genialidad” tacticista no augura un cambio de rumbo en un sentido revolucionario, ciertamente...

Adaptación a la democracia burguesa o la perspectiva de la revolución social

En el fondo, buena parte de la explicación de la defección de la izquierda petista pasa por la adopción de un marco teórico y una estrategia que abdican de la perspectiva de la revolución y la reemplazan por un “socialismo” vago, evolutivo, al que se accede mediante el perfeccionamiento de las instituciones democráticas y sin que medie ninguna ruptura de orden revolucionario al nivel del Estado.

En otra oportunidad (ver SoB Nº 10) nos hemos referido a los lineamientos programáticos de DS como ejemplo de deslizamiento desde el marxismo revolucionario hacia posiciones reformistas o como mínimo ambiguas. Digamos que el programa que entonces criticamos, votado en 1999, ha sido reafirmado en todo lo esencial en el texto “Actualidad de un programa socialista”, escrito por dirigentes que representan todos los matices de DS: Raúl Pont, Heloísa Helena, Joao Machado y Joaquín Soriano. Se publicó en el folleto ya citado.

Allí, tras el saludo a la bandera de que la construcción del socialismo no puede ser “puramente gradual, dejando de lado un proceso revolucionario”, se va al fondo de la cuestión. La formulación de Marx de la sociedad socialista y la desaparición del Estado se mantiene sólo “a largo plazo”, porque “como perspectiva para la época actual es necesario presentar una propuesta más limitada (...): la de desarrollar todas las formas posibles de autoorganización popular y de control social sobre el Estado y sobre el mercado” (p. 24). “Con relación a los mercados, es necesario reforzar los controles sobre ellos, sin pretender eliminarlos a corto o medio plazo, naturalmente”. Con toda “naturalidad”, DS delinea aquí la estrategia de todos los reformistas que en el mundo han sido. La única diferencia es que, mientras Le Monde Diplomatique o la CTA son fanáticos del Estado, DS, en homenaje a la letra de Marx, habla de “controlar el Estado” y de “rechazar el estatismo”.

Claro que no hay que creerse mucho la idea de “fortalecer los mecanismos de control de la sociedad sobre el propio Estado”. Al flamante ministro Rossetto se ve que no lo seduce la idea de que sus atribuciones de cartera deban rendirle cuentas a nadie (salvo a Lula, quizá): “Es verdad que los gobiernos no deben ser tutelados por los movimientos sociales. Si esto es verdad, también lo es que no es tarea de un gobierno democrático en un estado de derecho reprimir la capacidad de movilización de los movimientos sociales” (discurso de asunción, 2-1-03). ¡Una pequeña modificación programática: del control de la sociedad sobre el estado... al compromiso verbal del estado de no moler a palos a la sociedad!

El horizonte del “marxista revolucionario” Rossetto no excede la institucionalidad democrática: “El país hizo una opción de cambio (...) tenemos la responsabilidad de cambiar un país que lucha por la democratización del estado (...) Estamos profundizando la democracia y tenemos la misión histórica de dar materialidad y sustancia al valor democrático. Para realizar esa misión es cada vez más importante que fortalezcamos la idea de República (...) A la democracia que queremos, a la República que conquistamos, le gusta la presencia popular, se fortalece con la ciudadanía activa” (idem). Es por eso que el programa de DS cree que “es posible favorecer el avance hacia el socialismo incluso a partir de administraciones municipales y de gobiernos estatales: este es uno de los mensajes más significativos de la experiencia de Porto Alegre” (p. 23).

Lo que en realidad demuestra “la experiencia de Porto Alegre” es que el “socialismo vía la democracia ciudadana”, sin revolución, muere antes de nacer. Y de muerte nada trágica sino más bien ridícula: el PT y DS perdieron las elecciones tanto en la alcaldía de Porto Alegre como en el estado de Rio Grande do Sul, tras lo cual el nuevo gobernador se dispuso a desmantelar sin más trámite el Presupuesto Participativo. Aún circulan por la Web los amargos plañidos de Pont al respecto, junto con un patético llamado a Lula a que instaure el Presupuesto Participativo en todo Brasil...

Lo que el gobierno de Lula y la política brasileña están poniendo de manifiesto no puede ser más claro para los socialistas revolucionarios: la adaptación a la democracia capitalista, incluso en América Latina, es la vía regia para el abandono de la perspectiva de la revolución. El curso de DS y la izquierda del PT no hace más que continuar un proceso que ya tuvo lugar con el propio PT. Así lo señalan varios analistas. Según el brasileño Marco Aurélio Nogueira, “el mejor modo de reflejar la realidad del PT no es siguiendo el camino que va de la izquierda al centro. A lo que estamos asistiendo hoy es a la transfiguración de un partido que se insertaba de modo casi exclusivo en los movimientos y las luchas  sociales, en un partido que se dispone a echar raíces consistentes en el Estado y en el conjunto de las instituciones políticas (...) La opción de la izquierda por lo institucional no tiene por qué traducirse en falta de combatividad y moderación, pero eso se dará en la medida en que ella pierda sus raíces sociales. Lo social y lo institucional funcionan (...) como las dos caras de un único rostro” (Jornal da Tarde, diciembre 2002). Lo mismo señala el sociólogo francés Alain Touraine: lo que más le impresiona del triunfo del PT “es la complementariedad de un movimiento basado en la voluntad de transformación social profunda con la democracia, los límites de la institucionalidad e incluso con los principios de la política económica internacional” (La Jornada).

La “institucionalidad democrática” ya afeitó en Brasil las barbas del PT y de su ala izquierda (“trotskistas” incluidos”). Los marxistas revolucionarios del continente tienen que sacar las debidas lecciones de esto, a riesgo de tener que poner sus propias barbas en remojo.

Volver