Estados Unidos

 

El Dios evangelista de Bush

Por Carlos Fresneda
El País, Madrid,09/03/03

Dicen que George W. Bush experimentó una conversión religiosa comparable a la de San Pablo. A los 40 años abandonó el alcohol y abrazó a Jesucristo, gracias a un reverendo. Como presidente de EEUU habla como si fuera el brazo ejecutor de un plan divino. Está rodeado de unos colaboradores profundamente religiosos.

«He escuchado la llamada. Creo que Dios quiere que me presente a las elecciones presidenciales» (George W. Bush al telepredicador James Robison, 1998).

Así que Dios, con la mediación del Tribunal Supremo, puso a George W. Bush en la Casa Blanca. Y el presidente se sintió tocado por la luz divina. Y todas las noches da gracias al Altísimo en sus plegarias, y le pide «guía, sabiduría y fuerza» para la segunda gran batalla de su vida. Su primera guerra, la que libró en 1986, se saldó con la victoria de Bush sobre el alcoholismo. Nunca antes había sentido la presencia de Dios como en aquella lucha desigual contra el genio de la botella. Le redimió de sus pecados el reverendo Billy Graham; dicen que experimentó una conversión comparable a la de San Pablo.

Con 40 años recién cumplidos, Bush dijo “adiós al [whisky] Jack Daniels y dio la bienvenida a Jesucristo” (en palabras de un viejo amigo a la revista Newsweek). Se hizo miembro ilustre de la Primera Iglesia Metodista Unida, participó en un grupo de estudio de la Biblia, prometió a Dios y a Laura que no volvería a empinar el codo... y ahí sigue.

Los grupos de estudios bíblicos son ahora el pan de cada día en la Casa Blanca. Bush inicia las reuniones de su gabinete con una plegaria. Su jefe de personal, Andrew Card, está casado con una ministra metodista. La consejera de Seguridad, Condoleezza Rice, es hija de un predicador de Alabama. Y el compañero del alma de Bush durante sus primeros devaneos con la Biblia, Don Evans, ocupa la secretaría de Comercio. Tenemos, por supuesto, al fiscal general John Ashcroft, el más fanático servidor de Cristo. Y a Karl Rove, asesor para todo, oficiando como diácono de la ultraderecha religiosa. Y al periodista y teólogo Mike Gerson, que le escribe esos discursos con resonancias incendiarias.

El pensamiento evangélico, con toda su carga apocalíptica, está echando espinas en la rosaleda de la Casa Blanca. Más que como un conservador compasivo, Bush suena a veces como un predicador de ese fundamentalismo protestante tan arraigado en el profundo sur. Y tan a tiro de Dick Cheney y Donald Rumsfeld, los señores de la guerra...

No, no es mera retórica prebélica lo que estamos oyendo estos días. Bush dice lo que dice con el pálpito y desde el púlpito, como si fuera el brazo ejecutor de un plan divino. Su misión consiste en borrar el mal de la faz de la Tierra. Así le llamen profeta del mesianismo militarista.

Antes del 11-S, las veleidades religiosas de Bush formaban parte de su jocoso anecdotario. Como aquella vez que le dijo a su madre que sólo los cristianos van al cielo, y ella le contestó que había que ser menos rígido, y él insistió en que no, que sólo los cristianos, que lo dice el Nuevo Testamento. Al final, tuvieron que llamar por teléfono al reverendo Billy Graham, siempre a mano, para que dirimiera la batalla teológica.

«No juguéis a Dios», les dijo Graham. «¿Quiénes sois vosotros dos para jugar a Dios?». Bush tomó nota, y cuando en 1993 le preguntaron en televisión por el incidente, respondió: «Los gobernadores no deciden quiénes van al cielo. Dios es quien lo decide, y absténganse los políticos de querer jugar a Dios».

Pero los chismes texanos han dejado paso a las jaculatorias presidenciales, y el verbo de W. se ha ido tiñendo poco a poco de tintes temerarios. Dos veces, dos, empleó la palabra «cruzada» para bautizar la guerra contra el terrorismo. Los países islámicos —y los no tan islámicos— se echaron a temblar.

Luego aprenderíamos que «Dios no ha sido nunca neutral» en la batalla entre el bien y el mal. Y de ahí, a la Operación Justicia Infinita, rebautizada luego como Libertad Duradera. El salmo 27 del rey David fue el faro que iluminó las noches del novato comandante-en-jefe: «Cuando se acercan a mí los malhechores, son ellos, mis adversarios y enemigos, los que tropiezan y sucumben».

De Osama bin Laden pasamos a Sadam Husein. El maligno se hizo presente en varios sitios a la vez en cuestión de semanas y luego nos cayó del mismísimo infierno «el eje del mal» (expresión acuñada por el teólogo Mike Gerson y por el ideólogo David Frum, que inicialmente había previsto hablar del «eje del odio»). Lo de axis of evil sonaba como más justiciero y vengativo. A Bush le caló en lo más hondo de su credo bíblico.

El lado negativo

Hay un cierto «elemento fatalista» en el presidente Bush, admite David Frum, que acaba de narrar aquel año vivido peligrosamente en The Right Man. «Tú lo haces lo mejor que puedes y aceptas que todo está en manos de Dios», palabra de Frum. «Si tienes confianza en que hay un Dios que rige el mundo, tú cumples tu función y esperas que las cosas funcionen».

Ese fatalismo no le viene a Bush de ahora. Cierto que el 11-S le reafirmó en sus convicciones, pero la vena apocalíptica empezó a aflorarle el día de la inauguración presidencial, cuando se inspiró en los libros de Job y Ezequiel: «Un ángel lleva las riendas en mitad del torbellino y dirige esta tormenta...». ¿Se refería a Dios o al ángel exterminador?

Lo que está claro a estas alturas es que el hijo sobrepasa al padre en espíritu y en fervor. George H. Bush, su predecesor, fue discreto creyente de la Iglesia Episcopaliana, de misa dominical, pero sin necesidad de involucrar a Dios en sus planes bélicos.

La familia emigró a Midland, Texas, cuando Georgie tenía 2 años, y allí comulgaron con el credo de mamá Barbara: presbiteriana. Bush padre puso dinero para construir la iglesia que vemos en la foto, y Bush hijo no faltó casi ni un domingo hasta que cumplió los 18. El chaval dejó de interesarse un buen día por la Biblia y siguió el camino de perdición de cualquier otro universitario americano.

Parece que en su paso por Yale, bajo influencia del padre, formó parte de una fraternidad con marchamo religioso, por aquello de poner un norte en su errática vida. Pero Georgie empezó a aficionarse al alcohol, y puede que también a otras sustancias más o menos prohibidas. La bibliotecaria Laura le rescató del precipicio, aunque ni aquel proverbial encuentro, ni su conversión a la Iglesia Metodista, ni el nacimiento de las gemelas le apartaron de la bebida. Laura le dio un ultimátum en 1985: «O la botella, o yo». Él decidió ponerse en manos de un tercero: el reverendo Billy Graham.

El propio Bush lo cuenta en su biografía, A Charge to Keep: «El reverendo Graham fue a visitar a mi familia un verano, durante un fin de semana, cuando estábamos en Maine... Y lo que me dijo encendió una chispa en mi corazón. Durante el fin de semana, plantó una semilla en mi alma, y la semilla fue creciendo durante un año. Me mostró el camino y empecé a andar. Fue el principio del cambio en mi vida».

Bush resucitó en la piel de un reborn christian (cristiano renacido).El reverendo Graham fue el artífice del milagro, aunque hubo un personaje mucho más terrenal que medió en su conversión: Don Evans, un texano como los que veíamos en Dallas, compañero de fatigas en el turbulento mundo del petróleo.

Evans arrastró a Bush al primer grupo de estudios bíblicos, una actividad tan popular casi como la música country en los estados sureños. Durante casi dos años, profundizó en el estudio del Nuevo Testamento y se adentró en el Evangelio según San Lucas. La conversión de San Pablo fue la historia que le hizo abrir los ojos y cerrar el tapón de la botella.

Aquí tenemos pues a Bush hijo, redimido para la causa religiosa y política, embarcado en la campaña presidencial de Bush padre, y ejerciendo como puente con la ultraderecha cristiana, cada vez más influyente en la base republicana. Así conoce a Jerry Falwell, de la Mayoría Moral, y sobre todo a Pat Robertson, de la Coalición Cristiana.

«Apóstol» del sur

George Walker se va labrando, como quien dice, un nombre entre los «genuinos fundamentalistas» del sur, que le arroparon sin excesiva convicción mientras duró su mandato en Texas. Una de sus últimas pruebas de fe, 10 de junio de 2000, fue precisamente la proclamación del Día de Jesús: «Para rendir honor a su fe y a sus enseñanzas, cristianos de todas las razas y denominaciones se unen para reconocer a Cristo como ejemplo de amor, compasión, sacrificio y servicio».

Por esas fechas, las ejecuciones que pesan sobre su cabeza como gobernador de Texas superan las 200. Hasta el ultraconservador Bill O'Reilly le pone el dedo en la llaga durante una entrevista en Fox News:

— Mucha gente se pregunta: si el gobernador Bush está tan influido por Jesucristo, ¿cómo puede apoyar la pena de muerte?

— Bien, no estoy seguro de que Cristo afrontara la pena de muerte en el Nuevo Testamento... Yo creo en la pena de muerte cuando se administra de una manera segura y firme, como una señal amenazante de que, si cometes un crimen en mi Estado, va a haber una consecuencia, y no va a gustarte...

Aun así, cuando le preguntaron en plena campaña presidencial por su filósofo o su pensador favorito, no dudó en responder: «Cristo, porque él cambió mi corazón».

También por aquel entonces se produce la polémica visita electoral a la Universidad Bob Jones, la cuna del fundamentalismo protestante, donde las relaciones interraciales están prohibidas y donde al Papa se le considera como el Anticristo.

Bush se pasó por allí a sabiendas de que necesitaba un gesto para movilizar a la ultraderecha cristiana. Y su anfitrión fue nada menos que John Ashcroft, que se marcó un discurso premonitorio y patriótico: «Única entre todas las naciones, América reconoce que la fuente de nuestro poder es divina y eterna, y no cívica y temporal... Nuestro único rey es Jesús». Aplausos.

En España, en otros tiempos, John Ashcroft se habría sentado a la vera de Cristo Rey. En EEUU, siglo XXI, es el Gran Hermano de la Justicia, con ese ojo vigilante de Dios que llega ya hasta el último resquicio de la vida de sus compatriotas.

Presidente capellán

El fundamentalismo religioso empapa, pues, todos los frentes de la Administración Bush, desde las nominaciones judiciales al tema del aborto, desde la abstinencia sexual a la agresión militar. Donald Rumsfeld y Dick Cheney, los halcones laicos, le han robado a San Agustín la doctrina de la «guerra justa» y se persignan ahora en presencia del presidente-capellán.

«Militarismo, Mesianismo y Masculinidad». Ésa es la santísima trinidad de la Administración Bush, en palabras de Lee Quinby, profesor de Estudios Americanos del Hobart and William Smith College. «El pensamiento apocalíptico se ha secularizado por vía militar», afirma Quinby, que coincide con otros analistas en el doble filo de la fe de Bush: «La gente que comparte con él su fervor evangélico es la misma que piensa que estamos en el final de los tiempos, y eso es muy peligroso».

A muchos americanos les preocupan las creencias del presidente, esa tendencia a verlo todo bajo el prisma maniqueísta del bien y del mal, esa temible convicción de estar en manos de la Providencia.

«América triunfará ante la adversidad porque es la voluntad de Dios», dijo Bush hace un mes escaso, en la tradicional Plegaria Nacional que fue más bien una plegaria unánime de guerra. «La libertad que tanto apreciamos no es un regalo de América al mundo, sino un regalo de Dios a la Humanidad», dijo días después, en el cónclave de Radiodifusores Cristianos.

De modo que la «libertad» a los iraquíes, precedida de miles de bombas, forma parte de un plan divino, y ni el Papa va a poder evitarlo. «Esta guerra es ilegal e injusta», le dijo el cardenal Pio Laghi a Bush esta semana. «Pido a Dios que le inspire en la búsqueda de un modo para alcanzar la paz, la más noble de las empresas humanas», le escribió el Papa.

Bush, por si se le abre el cielo, se despereza por las mañanas leyendo un libro de sermones evangélicos, My Utmost for His Highest, del predicador baptista Oswald Chambers. Y por las noches reza... «Rezo para buscar guía, sabiduría y fuerza. Rezo por nuestros hombres de uniforme y por la población de Irak. Rezo por la paz...Y me reconforta pensar que otros rezan por mí».

Oswald Chambers / El guía espiritual del presidente

Para no pocos españoles ha resultado sorprendente la noticia de que George Bush comienza cada jornada con una lectura de My Utmost for His Highest, un libro clásico de Oswald Chambers, cuya influencia espiritual es inmensa en el mundo anglosajón y sus libros de carácter devocional constituyen motivo de lectura y reflexión diarias para decenas de millones de personas. Nacido en Escocia en 1874, Chambers estaba especialmente dotado para el arte e incluso cursó estudios en la Universidad de Edimburgo. Sin embargo, en 1922 experimentó una profunda vocación espiritual que le llevó a dejarlo todo y a dedicarse a predicar el Evangelio. Recorrió con esa finalidad Gran Bretaña, América y Japón y, en uno de esos viajes, conoció en 1908 a Gertrude Hobbs, con la que se casaría dos años más tarde. Oswald siguió enseñando la Biblia a la vez que dictaba libros que Gertrude recogía taquigráficamente. Al estallar la Primera Guerra Mundial, Chambers se convirtió en capellán de las tropas británicas, con las que estuvo en Egipto. En 1917, Chambers murió tras una operación de apendicitis. El telegrama con el que su esposa dio la noticia a sus familiares decía simplemente: «Oswald está en Su presencia». El ataúd, transportado por una cureña de cañón, fue seguido por una escolta de 100 soldados como tributo a un hombre al que habían llegado a apreciar entrañablemente. Las obras de Chambers llaman la atención por su profundidad bíblica y su sencillez y, sin duda, ahí reside la clave de su éxito entre todas las clases sociales. Lejos de ser un recetario o una colección de máximas, sus libros enfrentan al lector con cuestiones como la soledad, el miedo, la toma de decisiones, la necesidad de encontrarse con Dios, la reconciliación o la superación espiritual, proporcionándoles un enfoque bíblico. / CÉSAR VIDAL

Los presidentes / La religión en sus decisiones

George Washington. El primer presidente norteamericano fue un devoto protestante. Prohibió la blasfemia en el Ejército y promovió los cultos religiosos con la lectura de la Biblia y oraciones. La Constitución de EEUU calcaría su sistema de división de poderes de la forma de gobierno de la Iglesia presbiteriana.

Abraham Lincoln. El presidente más creyente de la Historia de EEUU. Su ataque contra la institución de la esclavitud derivaba de la creencia en el principio bíblico de que el ser humano fue «creado a imagen y semejanza» de Dios. Leía a diario la Biblia y decidió emancipar a los esclavos después de que, tras pedir ayuda a Dios, el Ejército Confederado se viera obligado a retirarse. Rehusó instrumentalizar a Dios políticamente. «No tengo tanto interés porque Dios esté a nuestro lado como por estar yo en el lado de Dios».

Jimmy Carter. Perteneciente a la Iglesia baptista, en la que sirvió en calidad de diácono, Carter constituyó un referente de sinceridad y honradez, típicamente protestante, para el electorado norteamericano justo después del caso Watergate. Su fe en la posibilidad de mejorar el mundo le llevó a abandonar a su suerte a las dictaduras de Somoza y el Shah, a propugnar una nueva doctrina de los Derechos Humanos y a forzar las conversaciones de Camp David entre Egipto e Israel.

Ronald Reagan. Convencido protestante. Defensor entusiasta de los valores tradicionales americanos. En su haber estuvo el provocar el colapso de la URSS y la desaparición de las dictaduras comunistas en el Este.

Bill Clinton. Las supuestas creencias de Clinton nunca formaron una parte importante de su toma de decisiones. La única excepción fue la petición que hizo a algunos pastores muy conocidos, como Tony Campollo, para que le ayudaran a encontrarse espiritualmente tras el escándalo Lewinsky. / C.V.

Creacionismo / Evolucionismo. Darwin queda prohibido

No es en 1859, fecha de publicación de El Origen de las Especies, sino en los albores del siglo XXI, cuando pseudocientíficos americanos declaran falsos los hallazgos de Darwin. La Constitución de EEUU profesa la separación entre Iglesia y Estado y, como tal, no se ha de enseñar religión en las escuelas. Aun así, la gran mayoría de niños jura en el colegio lealtad a su nación bajo Dios. Mientras en California se intenta quitar ese «under God» de la jura, en otros estados se pretende desterrar a Darwin. En Kansas dejó de enseñarse la Teoría de la Evolución, como la única explicación de la Creación. Los republicanos, que en 1999 echaron a Darwin de los libros escolares, perdieron las siguientes elecciones por esta controversia. El segundo distrito más grande de Georgia ha dictado que los niños reciban una educación «equilibrada»: en las clases de ciencia, la Biblia es tan importante como El Origen de las Especies, eso sí, advirtiendo que la evolución «es una teoría y no un hecho» que se debe estudiar «con ojo crítico».La misma guerra, entre evolucionistas y creacionistas, se ha librado en otros estados. Pero los creacionistas tienen un as en la manga. Han relanzado un movimiento que defiende el origen divino del ADN. Es la nueva moda creacionista, buscar explicaciones divinas para la ciencia. En Kentucky se ha inaugurado un parque temático, Creationland, donde Adán y Eva comparten el Edén con dinosaurios.

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