Estados Unidos

 

Cualquiera menos Bush - ¡y vuelta al trabajo!

Por Naomi Klein (*)
The Nation y ZNet, septiembre 2004
Traducido por Anna Costa y revisado por Alfred Sola

El mes pasado me uní sin muchas ganas al bando de Cualquiera menos Bush. Me decidí gracias a "la caja Bush", un juguetito que mi hermano le regaló a mi padre en su 66 cumpleaños. La caja Bush es una figura de cartón de Bush, con un juego de pegatinas con frases que incluyen los típicos y cansinos Bushismos: "¿Aprenden nuestros hijos?" "Se equivocaron al subestimarme" - una fruslería que ataca a Bush con los temas habituales, de rebajas en Wal-Mart y fabricado en Malasia.

A pesar de ello, la caja Bush me resultó desesperante. La cuestión no es que el presidente sea tonto, eso ya lo sabía, sino que nos está volviendo tontos a todos. Que no se me malinterprete: mi hermano es un tipo de una inteligencia excepcional; dirige un centro de investigación que publica artículos políticos de peso sobre los fracasos de la política de extracción de recursos orientada a la exportación, y los falsos ahorros de los recortes en la ayuda social. Siempre que tengo alguna duda relacionada con las tasas de interés o las tablas de divisas, él es el primero a quien llamo. Pero la caja Bush resume bastante bien el nivel de análisis que predomina en la izquierda estos días. Ya se sabe: una turbia banda de fanáticos, que o están locos o son imbéciles o ambas cosas a la vez, se han apropiado de la Casa Blanca. Votad a Kerry y devolved el país a la cordura.

Pero los fanáticos en la Casa Blanca de Bush no están locos, ni son imbéciles, ni tan solo son especialmente turbios. Al contrario, sirven abiertamente y con una eficiencia empecinada a las corporaciones que los colocaron en el poder. La fuerza no les viene de ser una nueva estirpe de fanáticos, sino de proveer a la antigua estirpe con un nuevo clima político sin restricciones.

Todo esto lo sabemos, pero hay algo en la combinación de ignorancia, devoción y fanfarronería de George Bush que provoca en los progresistas una condición que yo llamo "la ceguera de Bush". Cuando acontece, provoca la pérdida de vista de todos nuestros conocimientos sobre política, economía e historia, y hace que nos centremos exclusivamente en las extrañas personalidades de la Casa Blanca. Otros efectos secundarios incluyen el deleite con los diagnósticos psicológicos de la retorcida relación de Bush con su padre y las elevadas ventas de los chicles "Bush es tonto", a $1.25.

Esta locura debe acabar, y la manera más rápida de conseguirlo es elegir a John Kerry, no porque vaya a ser distinto, sino porque en la mayoría de temas clave - Irak, la "guerra a las drogas", Israel/Palestina, el libre comercio, los impuestos -será igual de nefasto. La diferencia principal consistirá en que Kerry continuará con esta política salvaje, pero con la apariencia de alguien inteligente, cuerdo y perfectamente gris. Por eso me he unido al bando de Cualquiera menos Bush: sólo con un pelmazo como Kerry al mando conseguiremos por fin acabar con la búsqueda de patologías presidenciales y centrarnos de nuevo en los problemas reales.

Por supuesto, la mayoría de progresistas apoyan con vehemencia la idea de Cualquiera menos Bush, convencidos de que ahora no es el momento de señalar las similitudes entre los dos partidos, ambos controlados por las corporaciones. Yo no estoy de acuerdo. Es necesario afrontar esas decepcionantes similitudes, para luego preguntarnos si tendremos más posibilidades de luchar contra los planes de las grandes empresas de la mano de Kerry o de la de Bush.

No tengo esperanzas de que la izquierda tenga "acceso" a una Casa Blanca con Kerry/Edwards. Pero vale la pena recordar que fue bajo el mandato de Bill Clinton cuando los movimientos progresistas en Occidente empezaron a centrar su atención de nuevo en los sistemas: la globalización corporativa, incluso - ¡anda!- el capitalismo y el colonialismo. Empezamos a entender el imperio moderno no como algo perteneciente al ámbito de una sola nación, no importa cuan poderosa, sino como un sistema global de estados entrelazados, instituciones internacionales y corporaciones, y comprender eso nos permitió construir cadenas globales como respuesta, desde el Foro Social Mundial a Indymedia. Los líderes inofensivos que apoyan las perogrulladas liberales mientras recortan drásticamente la ayuda social y privatizan el planeta nos ayudan a identificar mejor esos sistemas y a construir movimientos lo suficientemente ágiles e inteligentes como para enfrentarnos a ellos. Con el señor de los chicles fuera de la Casa Blanca, los progresistas tendrán que volver a espabilarse, y eso sólo puede ser positivo.

Hay quien dice que el extremismo de Bush tiene de hecho un efecto progresista, porque une al mundo contra el imperio de los Estados Unidos. Pero un mundo unido contra los Estados Unidos no está necesariamente unido contra el imperialismo. A pesar de su retórica, tanto Francia como Rusia se opusieron a la invasión de Irak porque ponía en peligro sus planes de controlar el petróleo de ese país. Con Kerry en el poder, los líderes europeos no podrán esconder sus decisiones imperialistas tras fáciles ataques a Bush. Y esa evolución ya se adivina en la política detestable de Kerry en relación a Irak. Kerry argumenta que debemos dar a "nuestros amigos y aliados... una voz y un papel significativos en los asuntos de Irak", incluyendo "un acceso justo a los contratos multimillonarios de reconstrucción. Esto incluye permitirles contribuir en la tarea de volver a juntar toda la industria petrolífera rentable de Irak".

Sí, así es: los problemas de Irak se resolverán con más invasores extranjeros, dando más "voz" a Francia y Alemania y una porción más grande del botín de guerra. No se menciona a los iraquíes, ni a su derecho a tener una "voz significativa" a la hora de dirigir su propio país, y ni hablar de su derecho a controlar su petróleo o a obtener algún beneficio de su reconstrucción.

Bajo el gobierno de Kerry, la fantasía reconfortante de un mundo unido contra la agresión imperialista desaparecerá, dejando a la vista la lucha por el poder que constituye la verdadera cara del imperialismo moderno. También tendremos que abandonar la idea arcaica de que la caída de un solo hombre, o de un "imperio" a la romana, lo resolverá todo, o al menos alguno de nuestros problemas. Sí, nos llevará a políticas más complicadas, pero al menos tendrán la ventaja de ser ciertas. Con Bush fuera de escena, perdemos al enemigo galvanizador, pero nos enfrentamos a las políticas reales que están transformando nuestros países.

El otro día estaba despotricando con un amigo sobre el despiadado apoyo de Kerry al muro de apartheid en Israel, sus ataques gratuitos a Hugo Chávez en Venezuela y su abismal historial en libre comercio. "Sí - asintió mi amigo con tristeza-pero al menos cree en la evolución" [la extrema derecha cristiana en EE.UU. rechaza la teoría darwinista de la evolución, N. del T.]. Yo también creo en ella, en la necesaria evolución de nuestros movimientos progresistas. Y esa evolución no empezará hasta que nos deshagamos de los imanes en la nevera y demás bromas sobre Bush y nos pongamos serios. Y eso no sucederá hasta que nos deshagamos de la distracción principal. Por lo tanto, Cualquiera menos Bush. Y luego, vuelta al trabajo.

(*) Naomi Klein es la autora de "No Logo" y "Vallas y ventanas". Este artículo apareció originalmente en The Nation

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