Estados Unidos

 

Los victimarios no quieren obtener información, sino infundir miedo

Los extensos "beneficios" de la tortura

Por Naomi Klein
Masiosare / La Jornada, México, 22/05/05
Una versión de este artículo apareció en The Nation, EEUU
Traducción de Eugenio Fernández Vázquez

Incluso los expertos torturadores dicen que sus bárbaros métodos no les permiten obtener más información de la que ya tenían. ¿Pará que sirve entonces torturar? La autora sostiene que la mejor respuesta la dio Lynndie England, la soldado de las patéticas fotos de Abu Ghraib: "Para controlarlos"

Pude ver de reojo los efectos de la tortura durante un evento en honor de Maher Arar. Este canadiense nacido en Siria es la más famosa víctima de la "entrega", el proceso mediante el cual funcionarios estadounidenses torturan en otros países. Arar estaba cambiando avión en Nueva York cuando sus interrogadores estadounidenses lo detuvieron y lo "entregaron" a Siria, donde fue retenido diez meses en una celda un poco más grande que una tumba y de donde era sacado periódicamente para ser golpeado.

Arar era homenajeado por el Consejo Canadiense para las Relaciones Islámico–Americanas. La audiencia le dio una cariñosa ovación de pie, pero había miedo en la celebración. Muchos importantes líderes comunitarios mantuvieron su distancia de Arar, respondiéndole sólo tentativamente. Algunos oradores fueron incapaces incluso de mencionar al huésped de honor por su nombre, como si tuviera algo que pudiera contagiarles. Y quizás estaban en lo correcto: la tenebrosa "evidencia" más tarde desacreditada que llevó a Arar a una celda infestada de ratas fue la culpabilidad por asociación. Y si pudo pasarle a Arar, un exitoso ingeniero en sistemas electrónicos y hombre de familia, ¿quién está a salvo?

En un discurso público rara vez visto, Arar enfrentó directamente este miedo. Dijo a la audiencia que un comisionado independiente ha estado tratando de reunir evidencias de que los funcionarios de procuración de justicia rompían la ley al investigar a musulmanes canadienses. El comisionado había oído decenas de historias de amenazas, acoso y visitas a domicilio inapropiadas. Pero, dijo Arar, "ni una sola persona había hecho una denuncia pública. El miedo les impedía hacerlo". El miedo a ser el próximo Maher Arar.

Este miedo es aún mayor entre los musulmanes estadounidenses, donde el Acta Patriótica otorga a la policía el poder para requisar los documentos de cualquier mezquita, escuela, biblioteca o grupo comunitario sólo por ser sospechoso de tener vínculos con terroristas. Cuando esta intensa vigilancia es acompañada por la siempre presente amenaza de tortura, el mensaje es claro: estás siendo observado, tu vecino puede ser un espía, el gobierno puede encontrar lo que sea sobre ti, si das un mal paso podrías desaparecer en un avión que va a Siria o en "el profundo hoyo negro de Guantánamo", por citar a Michael Ratner, presidente del Centro por los Derechos Constitucionales.

Pero este miedo debe ser finamente calibrado. La gente que está siendo intimidada necesita saber lo suficiente para estar asustada pero no lo suficiente como para exigir justicia. Esto podría explicar por qué el Departamento de Defensa desclasificará cierto tipo de documentos que podrían contener información incriminatoria sobre Guantánamo fotos de hombres en jaulas, por ejemplo al mismo tiempo que suprime las fotografías de lo que pasó en Abu Ghraib. Y podría también explicar por qué el Pentágono aprobó el nuevo libro de un ex traductor militar, que incluye pasajes sobre prisioneros humillados sexualmente, pero no le permitió escribir sobre el uso generalizado de perros de ataque. Esta filtración estratégica de información, combinada con los desmentidos oficiales, induce un estado que los argentinos describen como "saber sin saber", un vestigio de su guerra sucia.

"Obviamente, los agentes de inteligencia tienen un incentivo para esconder el uso de métodos no legales," dijo el miembro de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés), Jameel Jaffer. "Por otra parte, cuando usan la entrega y la tortura como amenaza es innegable que se benefician, en cierto sentido, del hecho de que la gente sabe que los agentes de inteligencia están dispuestos a actuar fuera de la ley. Se benefician del hecho de que la gente entiende la amenaza y la sabe creíble".

Y se están recibiendo amenazas. En una declaración jurada interpuesta contra la sección 215 del Acta Patriótica, Nazih Hassan, presidente de la Asociación de la Comunidad Musulmana de Ann Arbor, Michigan, describe este nuevo clima. La membresía y la asistencia han caído, las donaciones van en picada, han renunciado miembros de la junta directiva (Hassan dice que sus miembros evitan hacer algo que pudiera poner sus nombres en algunas listas). Un miembro testificó de forma anónima que había "dejado de hablar de temas políticos y sociales" porque no quería llamar la atención.

Ése es el verdadero propósito de la tortura: aterrorizar. No sólo a la gente en las jaulas en Guantánamo y en las celdas de aislamiento sirias, sino también y sobre todo a la comunidad más amplia que se entera de estos abusos. La tortura es una máquina diseñada para quebrar la voluntad de resistir, la del prisionero individual y la colectiva.

Esta afirmación no es controversial. En 2001, Médicos por los Derechos Humanos publicó un manual sobre el tratamiento de sobrevivientes de tortura en el que se leía: "los perpetradores tratan en muchas ocasiones de justificar sus actos de tortura y malos tratos con la necesidad de reunir información. Pero esta conceptualización oculta el propósito de la tortura. El objetivo de la tortura es deshumanizar a la víctima, romper su voluntad y, al mismo tiempo, sentar un horrífico precedente para los que entren en contacto con la víctima. De esta forma, la tortura puede romper o dañar la voluntad y coherencia de comunidades enteras.

Y a pesar de este cuerpo de conocimiento, la tortura sigue siendo debatida en Estados Unidos como si fuera solamente una forma moralmente cuestionable de obtener información y no un instrumento del terror del Estado. Pero hay un problema: nadie sostiene que la tortura sea un método eficaz de interrogación, mucho menos quienes la practican. La tortura "no funciona. Hay mejores formas de lidiar con los cautivos," dijo el director de la CIA, Porter Gross, al Comité de Inteligencia del Senado el 16 de febrero. Y un memorando recientemente desclasificado escrito por un oficial del FBI en Guantánamo afirma que la extrema coerción no produjo "nada más que lo que el FBI tenía usando simples técnicas de investigación." El manual de interrogación en campo del Ejército afirma que la fuerza "puede inducir a la fuente a decir lo que piensa que el interrogador quiere oír".

Y sin embargo, los abusos siguen ocurriendo. Uzbekistán es el nuevo punto de entrega, el "modelo El Salvador" fue importado a Irak. Y la única explicación a la persistente popularidad de la tortura viene de una fuente impensada. A Lynndie England, la chica caída de Abu Ghraib, se le preguntó durante el juicio por qué ella y sus colegas habían forzado a los prisioneros desnudos a formar una pirámide humana. "Para controlarlos", respondió ella.

Exactamente. Como herramienta de interrogación, la tortura no sirve. Pero cuando se trata de control social, nada funciona tan bien como la tortura.

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