Estados Unidos

 

Ante la tragedia, muestra lo peor de su rostro conservador

“Derechos de propiedad”, fue lo primero que resguardó Bush

Por Johann Hari
Corresponsal en EEUU
The Independent / La Jornada, 06/09/05
Traducción de Guillermo García

La inundación de Nueva Orleáns está convirtiéndose en la conciencia pública estadounidense, en el equivalente para George W. Bush de la crisis de los rehenes en Irán, en 1979: un repentino y desastroso hecho que pone al descubierto la incompetencia del presidente.

Una imagen lo resume todo: mientras el presidente tocaba una guitarra ante una audiencia de megarricos que aportaron fondos para una causa republicana, a unos cientos de kilómetros de ahí, decenas de miles de personas –incluidos algunos de los más pobres de Estados Unidos– estaban atrapados en un desastre de película, debido a la falta de recursos para poder abandonar su lugar de residencia, antes del huracán.

Es difícil describir a Bush como alguien que sigue una filosofía política. Es duro imaginarlo en un momento de lectura sobre las tesis de Milton Friedman y Freidrich Hayek. Vamos, no es fácil pensar que sea capaz de decir sus nombres. Pero en años recientes y en días posteriores al desastre, el presidente ha permanecido pegado a su guión ideológico tan estricto, que ha causado mayores desastres.

La guía política de Bush fue puesta por escrito por un ideólogo de la derecha llamado Marvin Olasky, un hombre a quien el gobernante admira tanto, que hasta le escribió un elogioso prefacio a su libro Conservadurismo Compasivo.

La filosofía de Olasky es simple: el gobierno debería hacer lo menos posible. El sector público es invariablemente ineficiente y, peor, moralmente corrupto. El gasto gubernamental sencillamente alienta a la gente a ser dependiente de los recursos oficiales, generando una especie de morfina para adictos a los subsidios, incapaces de confiar en sí mismos. Por eso el gasto en proyectos públicos debería ser llevado al mínimo.

Una vez que eso suceda, la caridad privada y las empresas proveerán todos los servicios que el gobierno suele financiar, pero con "mayor eficiencia" y sin "problemas morales". Las únicas tareas del gobierno deben ser la seguridad en el exterior y los derechos de propiedad interna.

Difícilmente Bush sigue esa filosofía cuando afecta a los ricos estadounidenses que cobran cuantiosas cantidades del presupuesto. Para mencionar sólo una: hay que recordar a la supercorporación Wal–Mart, que ha recibido mil millones de dólares en subsidios federales y estatales.

Por el contrario, el presidente ha seguido devotamente esa filosofía cuando el gasto tiene que ver con la esfera pública.

Esto puede ser visto en el largo camino de Katrina. Bush ignoró advertencias sobre la seguridad pública en Nueva Orleáns para cuidar los pasos de su guión prestablecido: recortes a la esfera pública. Congresistas de Luisiana trataron de conseguir más dinero para fortificar los diques de Nueva Orleáns contra las inundaciones, con base en informes que señalaban que el azote de los huracanes sobre la ciudad era una de las principales amenazas a la seguridad del país.

El problema de esos congresistas fue que su argumento estaba en favor de un gobierno grande, sin beneficios inmediatos para las corporaciones, la antítesis de la filosofía que sigue Bush. Así es que, en vez de recibir más recursos, fue reducido 44 por ciento el presupuesto para financiar la construcción de los diques de Nueva Orleáns, a cargo del cuerpo de ingenieros del ejército.

Además hubo otra parte de la "burocracia" que Bush decidió cortar para que el presidente pudiera reducir los impuestos de los más ricos. Se trata de la Agencia Federal para la Administración de Desastres (FEMA, por las siglas en inglés), la entidad diseñada para responder a desastres en el territorio continental estadounidense.

El mandatario anunció que tareas centrales del FEMA debían ser canceladas para trasladarlas al sector privado. "Muchos están preocupados por la posibilidad de que la ayuda federal para desastres haya evolucionado hacia un programa sobredimensionado", afirmó alguna vez un vocero de Bush, en el más puro estilo de Olasky.

Cuando el huracán estaba a 24 horas de impactar la costa del Golfo de México, Bush no abandonó sus dogmas. El procedimiento de evacuación fue privatizado. A la gente de la ciudad se le pidió sencillamente –por emisiones de radio– que saliera de la región, sin asistencia de la autoridad. Nada hizo el gobierno por ayudar a 150 mil personas tan quebradas económicamente que no podían agarrar sus cosas y abandonar Nueva Orleáns. Esto, presumiblemente, hubiera sido "moralmente corrupto".

Cuando las aguas inundaron la ciudad del jazz y el blues, Bush no dio un paso atrás. Los derechos de propiedad fueron lo primero que protegió. Los saqueos fueron vistos como un peligro mayor que el aumento en el nivel del agua, las enfermedades y el hambre en el Superdome. La mirada de las tropas se desvió de las misiones de búsqueda y rescate de personas a impedir que gente hambrienta y sedienta irrumpiera en supermercados y tiendas de abarrotes. Esta imagen podrá pasar a la historia como un símbolo del conservadurismo gubernamental que pone a la propiedad por encima de las personas.

La segunda respuesta fue de tipo ideológico: demandar la caridad del sector privado. En el momento en que la gente miró hacia la administración pública en espera de asistencia urgente, el presidente sugirió dar dinero a las entidades regionales caritativas. Pero no se trató de cualquier organización de ese tipo. El sitio en Internet de FEMA fue vinculado a la Cruz Roja y a la Operación Bendición del evangelista de ultraderecha Pat Robertson.

Un gobierno pasivo que sirve sólo a los intereses de las corporaciones no puede resolver problemas. Esto es algo visto. En 1927 el Mississippi se desbordó y un millar de personas, sobre todo negros pobres, se ahogaron. El presidente Calvin Coolidge mostró una indiferencia casi total por Nueva Orleáns. El pueblo estadounidense se sorprendió de que el rescate quedara en manos de la Cruz Roja y que el gobierno no financiara el alivio de refugiados y la reconstrucción de viviendas.

En 2001, un amigo y consejero de Bush, Grover Norquist, dijo que la fuerza del movimiento en favor del conservadurismo recortaría al gobierno hasta tal punto que la administración federal pudiera ser lanzada por el desagüe de una tina. Pero lo que sucedió fue que la bañera en Nueva Orleáns estaba llena de gente. Y puede ser que Bush y su filosofía también acaben ahogados.

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