Estados Unidos

 

La guerra olvidada de Afganistán se inició hace ahora cuatro años, pero el atentado a las Torres no lo explica todo

El 'Lusitania', 1941 y Bin Laden

Por Xavier Batalla
La Vanguardia, 08/10/05

Afganistán ha entrado en el quinto año de una guerra olvidada que se desencadenó después de una agresión. El salto de Estados Unidos desde el aislacionismo hasta el globalismo puede explicarse por una concatenación de agresiones. Primero, el hundimiento del trasatlántico Lusitania, provocado por un submarino alemán el 7 de mayo de 1915, que costó la vida a 1.200 personas, entre ellas 129 estadounidenses. Segundo, el ataque japonés contra Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, que mató a 2.043 estadounidenses. Y, finalmente, el 11 de septiembre del 2001, cuando los atentados en Nueva York, Washington y Pennsylvania segaron 2.986 vidas, la mayoría estadounidenses, y dieron paso a las guerras de Afganistán y de Iraq.

El hundimiento del Lusitania y el ataque contra Pearl Harbor fueron decisivos para que los estadounidenses resolvieran el dilema de cómo protegerse mejor: si con la defensa de su litoral o con la intervención en el exterior. La guerra de Afganistán no obedeció a una lógica distinta. El 7 de octubre del año 2001, estadounidenses y británicos respondieron militarmente desde el cielo afgano, no porque Dios se lo pidiera a George W. Bush pero sí con la bendición de las Naciones Unidas, a la agresión del 11 de septiembre.

Las agresiones, sin embargo, no lo explicarían todo. El hundimiento del Lusitania no fue lo que obligó a Woodrow Wilson a abandonar su política de neutralidad. Hubo otro acontecimiento más decisivo: el intento de Alemania de ganarse a México, a quien prometió su ayuda, con el telegrama Zimmerman, para recuperar Texas, Nuevo México y Arizona. Pero ni siquiera el telegrama, pese a su gravedad, lo explicaría todo. La opción de convertir a Estados Unidos en una superpotencia había sido adoptada antes de la Gran Guerra. Y la Segunda Guerra Mundial fue otra historia, pero no muy distinta. Hace dos años, The Economist clasificó a los presidentes estadounidenses. Y si a los mejores les daba un 1, a Nixon le despachó con un 4, la peor nota. A Franklin D. Roosevelt le premió con un 1, y para justificar esta nota no invirtió muchas palabras: "Salvó el mundo". Y no le faltó razón. Pero la respuesta a Pearl Harbor no fue sólo una cuestión de justicia. La presencia estadounidense a tres mil kilómetros del continente americano era ya un indicio inequívoco de la vocación global de Washington.

El guión del día después del 11 de septiembre no es distinto. Un año antes de los atentados, cuando George W. Bush era candidato a la presidencia, un think tank neoconservador redactó un documento, Rebuilding America´s defenses: strategies, forces and resources for a new century (Reconstrucción de la defensa de Estados Unidos: estrategias, fuerzas y medios para un nuevo siglo), en el que proponía lo siguiente: "Antes, el objetivo estratégico de Estados Unidos era la contención de la Unión Soviética; hoy, el objetivo es preservar una seguridad internacional que se corresponda con los intereses e ideales estadounidenses (...) El objetivo es asegurar y expandir las zonas democráticas; evitar la aparición de un nuevo poder competidor, y preservar un favorable equilibrio de poder en Europa, Oriente Medio y en la región productora de petróleo circundante". El documento fue obra de The Project for the New American Century (Proyecto para el nuevo siglo estadounidense, PNAC), entre cuyos fundadores están Dick Cheney, vicepresidente de Estados Unidos; Donald Rumsfeld, secretario de Defensa; Paul Wolfowitz, ex subsecretario de Defensa y hoy presidente del Banco Mundial, y Zalmay Khalilzad, embajador en el Afganistán sin talibanes y en el Iraq sin Saddam Hussein.

Este documento se inspiró en otro informe, escrito por Wolfowitz y Khalilzad en 1992, en el que se afirma que Estados Unidos "debe desanimar a las naciones avanzadas de cualquier intento de desafiar nuestro liderazgo o de aspirar a un liderazgo regional". Este informe fue archivado por Bush padre en un cajón, aunque el acceso a la presidencia de Bush hijo lo resucitó. Khalilzad trabajó para la petrolera Unocal, como el presidente afgano Hamid Karzai, y en la década de 1990 negoció sin éxito con el régimen talibán la construcción de un gasoducto desde Turkmenistán hasta Pakistán, pasando por Afganistán. La relación de Khalilzad y Karzai con Unocal ha sido documentada por The New York Times, no por Michael Moore. Es decir, los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre no parecen explicarlo todo.

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