Estados Unidos

 

“¡Vean que emocionante y divertida es la guerra, niños!”

Los nuevos soldados descalificados

Por Adán Salgado Andrade (*)
Enviado por el autor, 14/05/06

Cada vez más, el Pentágono tiende a facilitar el manejo del armamento bélico y a presentar al ejército y a la guerra como una emocionante aventura en la que todo mundo puede y debe participar.

La época capitalista que vivimos, tiende a facilitarlo todo por meras y llanas razones económicas – sí, hay que abaratar cuanto se pueda y obtener la máxima ganancia posible. Fabricación, administración, gobierno, educación... desde las fábricas, pasando por las oficinas privadas, gubernamentales, los departamentos de diseño, las comunicaciones, los bancos, las casas de bolsa, las escuelas... y más, se ha buscado que pueda ser procesado por computadoras y softwares específicamente diseñados para cada necesidad, no importando cuán difícil sea ésta o el campo en que se aplique.

En todos estos procesos, es evidente que el factor humano ha tendido a perder, pues en muchos de ellos, el saber-hacer de las personas (know how) se ha diluido en el contenido de programas computacionales, de tal forma que ya no se requieren empleados sumamente preparados, pues en varios casos basta con que sepan leer y escribir, como sucede con las llamadas maquiladoras, en donde la mayor parte de los obreros desarrollan tareas relativamente fáciles de control y vigilancia de máquinas, a las que alimentan con las materias primas requeridas – plástico, metal, hilo, etcétera – y aprietan botones, jalan palancas o “programan” para que tales ingenios elaboren la parte concreta, dentro del proceso de trabajo, necesaria para la obtención del producto final.

Por lo mismo, sus servicios no son imprescindibles y pueden sustituirse fácilmente por otros obreros dispuestos, por necesidad, a percibir los bajos salarios que su descalificada labor les otorga. Y así, en todas las labores, hasta en el diseño de, por ejemplo, artículos electrónicos (celulares, computadoras, DVD’s, etcétera), se emplean programas computacionales que han tendido a agilizar y a facilitar la innovación tecnológica.

Por ello, hasta los llamados empleos de cuello blanco  (white collar jobs, como se les conoce en la jerga inglesa) actualmente se están exportando desde los llamados países desarrollados hasta los menos desarrollados (el llamado outsourcing), los que, sin embargo, cuentan ya, gracias a la facilitación mencionada, con suficiente infraestructura computacional y personal medianamente calificado – ingenieros computacionales, por ejemplo –, que puede realizar dichas tareas de investigación e innovación más rápidamente y, lo más importante, mucho más barato  (ver mi artículo “El outsourcing en R&D”, publicado por Prensa Latina).

Por supuesto que los ejércitos no podían dejar de lado esta tendencia al facilitismo, especialmente el estadounidense, que desde hace años, a través del Pentágono, ha hecho alarde de despliegues tecnológicos, que emplea como tácticas de amedrentamiento para, seguramente, atemorizar de entrada cualquier intentona enemiga de desafiarlo – de hecho, durante la invasión a Iraq, la victoria estadounidense se dio más rápido de lo previsto, debido, sobre todo, a los infames e intensos bombardeos previos efectuados con aviones y bombas inteligentes, cuyas víctimas fueron mayoritariamente civiles, lo que condujo a una prematura rendición de un atemorizado y desmoralizado ejército iraquí –, el cual no sólo aplica el 80% de los nuevos descubrimientos científicos al diseño y fabricación de armamento – la agencia DARPA (Defense Advanced Research Projects Agency), dependiente de aquél, ofrece premios económicos a las mejores invenciones e innovaciones bélicas que se hagan cada año, desde armas, hasta robots de todo tipo –, sino que cuenta con todo un despliegue publicitario – Hollywood, videojuegos, cadenas noticiosas –, que presenta al ejército estadounidense como un invencible complejo bélico, con el cual, mejor ni meterse (ver mi artículo “Tecnologías de la muerte y sus grandes avances”, publicado por Prensa Latina).

Pero, obviamente, como ya mencioné, hasta el Pentágono ha buscado reducir costos, tanto en las labores propias de combate – digamos que la guerra debe ser más barata –, como en toda la infraestructura previa. Y en ello el entrenamiento de los aspirantes a soldados resulta vital, pero también facilitarlo, es decir, que no resulte una difìcil y onerosa tarea manejar, por ejemplo, un tanque o pilotear un avión y si se puede delegar la labor de los soldados a las armas que usan, mejor (así como en la fábrica las máquinas hacen lo que antes sabían hacer los obreros), sobre todo, porque, aduciendo razones de seguridad para aquéllos, se están empleando robots bélicos que muy fácilmente pueden ser operados a distancia por cualquier soldado que, más que experto en operaciones y tácticas militares, lo sea en videojuegos, como veremos.

Un primer ejemplo de esta nueva clase de armas-robots lo constituye una especie de tanque llamado Gladiator, que el Pentágono espera poner en operación – o sea, ponerlo a matar –, para el 2007. Justamente este aparato ilustra nuestra tesis del facilitismo hasta en la guerra. Así, cualquier joven mariner versado en, digamos, Halo – muy socorrido videojuego bélico en el que gana el que más mata – que, incluso, ni siquiera haya terminado su high scholl, o no esté ni siquiera entrenado para combatir en el campo de batalla, podrá operarlo mediante un joy stick a distancia, gracias a las cámaras que se incluyen, así como disparar las metralletas y obuses con los que el juguetito está equipado, además de contar con equipo de localización térmica, posicionadores láser y GPS – éstos, para ubicar exactamente al enemigo, aunque dudo que pueda diferenciar entre objetivos civiles y militares, como no lo hicieron las bombas inteligentes en Iraq –, detectores químicos y acústicos e incluso – á la James Bond –, se camuflajea mediante humo... ¡toda una maravilla de la gran tecnología de la muerte, pues!, que nos pone a desear, utópicamente al menos, que todo ese ingenio científico se aplicara a combatir la destrucción ecológica, el hambre y las enfermadedes curables.

A un razonable precio de $400,000 dólares cada Gladiator – suficiente dinero como para alimentar a 400,000 humanos de aquéllos de los que sobreviven con un dólar por día –, el Pentágono está contentísimo y lo considera una ganga, pues no se requiere de gran ciencia para maniobrarlo – como ya dije, alquien que sepa jugar Halo o cualquier otro videojuego bélico, de los muchos que hay en el mercado –, además de que, justifica, no se arriesgará la vida de tantos soldados que mueren tan “valerosamente” por las justas causas que Estados Unidos, el país “amante de la libertad”, defiende tan encomiadamente. En este caso, el ahorro sustancial no se da tanto en la compra de aparatos, sino en el entrenamiento, el cual se efectúa en virtuales escenarios bélicos, como el llamado “cuarto de guerra”, desarrollado por el Instituto de Tecnologías Creativas (¡ahora hasta al acto de matar le llaman creativo!), gracias al cual se ahorra mucho dinero. Por ejemplo, para capacitar a 13,500 hombres en campos reales de entrenamiento militar sólo durante tres semanas, se requieren 250 millones de dólares. En cambio, en los cinco años que lleva funcionando este “creativo” entrenador militar virtual, se han “capacitado” más o menos a igual número de hombres y “sólo” se han gastado 45 millones de dólares, un “gran” ahorro, al decir de sus creadores y coordinadores.

Otro buen ejemplo de la tendencia a videoguerrear son los así llamados UAV’s, (Unmanned aerial vehicles), tales como el Predator que es un avión-robot que, dirigido a control remoto mediante satélites, puede localizar objetivos y bombardearlos (este tipo de aviones son de los que se van a emplear permanentemente, de acuerdo con recientes declaraciones del Departamento de Seguridad Doméstica – Department of Homeland Security – de los EU, para patrullar la frontera entre México y Estados Unidos, con el fin de cuidarla de la invasión de los peligrosos ilegales mexicanos). De la misma forma que con el Gladiator, cualquier soldado, aún sin ser piloto – más difícil que ser soldado de infantería –, puede operar un UAV mediante un joy stick. Los así llamados “Uniforme 96”, en realidad no son pilotos, pues nunca suben a uno de esos aparatos, sino que son militares de bajo rango que operan a control remoto a los Predators y a otros tipos de tales aparatos. El Predator no es tan barato, pues cada avioncito de esos cuesta $4.5 millones de dólares, pero sí hay un importante ahorro si se considera que un avión piloteado como el bombardero F-15, cuyo costo es de $55 millones de dólares, requiere de un experimentado piloto militar que percibe $7000 dólares mensuales más prestaciones, además de que su entrenamiento es más largo y costoso y no es tan fácil sustituirlo.

En cambio un “Uniforme 96” no gana más de $2000 dólares al mes, su entrenamiento es sencillo y corto y se le puede reemplazar sin mayor problema por otro soldado raso que sepa videojugar (tal y como sucede en las maquiladoras). Otros tres vehículos con similares capacidades voladoras y bélicas son el Raven (empleado por vez primera en 1995), el Global Hawk (debutado en 1998) y el Shadow (que casi apenas vio la luz, en 2002). Pero en este caso, la facilitación la ha puesto en tela de juicio justamente la Fuerza Aérea estadounidense, quien insiste en que el manejo de esos sofisticados aparatos no es cosa de juegos y se empecina en que sean experimentados pilotos quienes los operen.

No sucede lo mismo con el ejército, pues ha puesto, como dije, a soldados “segundones” (los “Uniforme 96”) a manejarlos, de los que fueron rechazados de la high scholl por “burros”, pero que son unos superexpertos en videojugar. Además, experimentados generales del ejército, tales como el mayor Tom Wilkerson, han declarado que debido a que las batallas por los aires (como las nostálgicas que se libraban durante la Primera y Segunda guerras mundiales, avión contra avión) ya son cosa del pasado, vaticinan que quizá llegue el momento en que ya no se requieran pilotos militares para nada (dura declaración, muy seguramente, para la Fuerza Aérea).

Claro, en este caso, no sólo se trata de ahorrar en el entrenamiento, sino en la contratación y en los salarios devengados al personal militar, como señalé, pues no es lo mismo pagar a un experimentado piloto o soldado de alto rango, que a un cabo. Supongo que la acalorada defensa de la Fuerza Aérea para que los UAV’s sean operados por experimentados militares estaría en relación directa con el presupuesto asignado para salarios, pues si el Pentágono pensara que la guerra se ha facilitado y abaratado, podría considerar la reducción de dicho presupuesto, con la pérdida de beneficios y privilegios que ello acarrearía consigo, especialmente a los militares de alto rango. Claro, no todo es tan maravilloso en la guerra descalificada...

Paso ahora a exponer el otro punto que trataré en este análisis, que es el del intento conjunto entre el gobierno y el Pentágono por lograr la renovación por el enrolamiento y el gusto por el ejército, tan bajo en el ánimo de los jóvenes, renuentes durante algunos años a enlistarse en las fuerzas armadas. Sobre todo, luego de la guerra contra Vietnam, fue que la matrícula militar descendió a niveles nunca antes vistos, problema agudizado porque el servicio de las armas en EU es opcional (al menos hasta ahora), así que el ejército tiene que recurrir, incluso, a técnicas publicitarias y mercadotécnicas para presentar como una verdadera opción la carrera de las armas.

La película de Michael Moore “Fahrenheit 9/11” muestra a reclutadores que casi mediante engaños tratan de que los jóvenes se enrolen, diciéndoles lo “fácil y atractivo” que es el ejército. Aunque luego del sospechoso derribamiento de las torres gemelas en 2001, se dio una euforia patriotera en donde muchos hombres estadounidenses de distintas edades decidieron “quitarse la camisa” por su país enrolándose en el ejército, alimentada su beligerancia por la campaña de terror psicológico que, muy oportunamente el gobierno de Bush se encargó de propagar, con excelentes resultados, pues los estadounidenses, hoy en día, son una de las poblaciones más aterrorizadas del planeta.

Sin embargo, ese efímero entusiasmo por las armas ya quedó atrás, sobre todo a partir del fracaso militar que ha significado la invasión a Iraq, destruido país en donde la resistencia ha matado a más soldados estadounidenses (más de mil) que durante la inicial invasión.

Obviamente con tantos muertos y el caos reinante allí, de nueva cuenta el ciudadano medio se ha preguntado de qué sirvió la invasión, si la justificación, acabar con el “terrorismo mundial”, para nada se ha cumplido y, al contrario, cada vez este mundo se vuelve más inseguro (el que tal inseguridad sea o no genuina, es tema de otro análisis, pero, de entrada, me atrevería a señalar que es parte de un plan para mantener aterrorizado a todo mundo y que se sumen a la acción belicista de EU y apoyen sus futuras invasiones en “pos de la paz mundial”).

Así, otra vez, son pocos los jóvenes que se interesan por las armas. Sin embargo, recientemente se está revirtiendo tal tendencia, gracias a los videojuegos bélicos, muchos de ellos, diseñados inicialmente para que fueran empleados exclusivamente por el ejército como un medio de entrenamiento. Pero se han vuelto tan populares en sus aplicaciones domésticas, que el ejército los está usando, no sólo para obtener un dinerito extra, sino también para inducir a los niños, sobre todo, a que jueguen a ser soldados y lo hace ¡gratis!

Un ejemplo de esta tendencia es el videojuego llamado America’s Army (El ejército de América, con eso de que su gentilicio da a entender que son los dueños del continente americano), desarrollado por $12 millones de dólares, que gratuitamente pueden jugar los adolescentes, de los cuales, cinco millones ya lo han bajado de Internet y lo juegan muy cómoda y divertidamente en sus PC’s. Este videojuego resulta ser tan realista (de hecho, también lo emplean para entrenar a sus hombres el Servicio Secreto y la Armada), que quien lo videojuega, de pronto se siente como si estuviera en la guerra, viviendo una emocionante aventura, pateando los traseros de los enemigos que se le enfrenten y volándoles los sesos.

Está resultando tan lucrativo el “jueguito”, que ya hasta se están creando franquicias y ya le vendió el ejército los derechos a la empresa Ubisoft, que lo va a sacar con el nombre de Ejército Americano: Un soldado nace, que podrá usarse para Xbox y la Play Station 2, por módicos $50 dólares. Por si fuera poco, la compañía juguetera Radioactive Clown (Payaso radioactivo, ¡vaya nombrecito!) está vendiendo sus figuras de acción basadas en el juego por también módicos $13 dólares.

Y esto es, justamente, lo que me interesa resaltar: la temprana inducción de los niños y muchachos al gusto por las armas, así como un inconsciente convencimiento de que enrolarse en el ejército es fabuloso (A fantastic adventure!). De esta forma, se va logrando nuevamente legitimar y popularizar a un desprestigiado ejército y a sus funciones, pues no se le presenta como algo intrínsecamente peligroso o malo.

Al contrario, mostrado en esa forma, la guerra es, pues, una fabulosa aventura que vale la pena correrse. Complementado eso con los familiares anuncios televisivos de que la carrera de las armas es una buena opción para el futuro y con la permanente campaña de terror que mencioné arriba y ¡bingo!, otra vez habrá en unos cinco o seis años (eso deben desear el gobierno y el Pentágono, cuando los actuales adolescentes tengan mayoría de edad y sean aptos para las armas) filas de jóvenes esperando enrolarse cuanto antes en alguno de los cuerpos militares estadounidenses.

Por ello, quizá, se esté buscando el facilitismo, para que esos futuros soldados descalificados peleen fácilmente, tal y como lo están aprendiendo desde ahora videojugando con America’s Army. (studillac@hotmail.com )

* Profesor de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México).