Estados Unidos

 

Entrevista a John Mearsheimer y Stephen Walt

El lobby israelí y la política exterior de EEUU

Reportaje de Paige Austin
Mother Jones, 18/07/06 / Sin Permiso, 30/07/06
Traducido para Sin Permiso por David Casassas

Los profesores norteamericanos Stephen Walt y John Mearsheimer responden al río de críticas desatado por su famoso texto sobre el lobby israelí y la política exterior estadounidense publicado en la primavera pasada por la London Review of Books.. La entrevista corrió a cargo de Paige Austin para Mother Jones (18 de Julio de 2006)

Cualquier trabajo de investigación acarrea ciertos riesgos. Pero la publicación, en la edición del 23 de marzo de la London Review of Books, del artículo “The Israel Lobby”, escrito por los profesores Stephen Walt y John Mearsheimer, de la Harvard University y de la University de Chicago, respectivamente, parece presagiar secuelas especialmente severas. Al asegurar que el alcance de la alianza estadounidense-israelí “no tiene parangón en la historia política norteamericana”, Walt y Mearsheimer nos sitúan ante una pregunta claramente incómoda: “¿Por qué los Estados Unidos han querido dejar de lado su propia seguridad y la de varios de sus aliados con el objetivo de promover los intereses de otro estado?”

Arguyen los autores que el apoyo prestado por Estados Unidos a Israel no viene motivado ni por consideraciones de tipo estratégico, ni por ningún tipo de imperativo moral. Bien al contrario, los autores señalan al lobby israelí como la principal fuerza rectora de dicho apoyo. Si no fuera por el poder de esta comunidad de defensores de los intereses de Israel, dicen los autores, Estados Unidos no hubiera abrazado tan estrechamente una alianza que es, según el punto de vista de los autores, perjudicial para los intereses estadounidenses en el exterior. Walt y Mearsheimer, tempranos opositores de la invasión estadounidense de Irak, mantienen que el lobby israelí es en parte la causa también de esta debacle: “La presión de Israel y del Lobby no fue el único factor explicativo del ataque a Irak en marzo de 2003, pero fue decisivo”, escribieron. “La guerra estaba motivada, en buena medida, por el deseo de hacer de Israel un país más seguro”.

La ofensiva contra el artículo poco se hizo esperar. Como un periodista observó posteriormente, “ningún ensayo académico había generado tanta controversia” desde que Samuel Huntington escribió El choque de civilizaciones. Las reacciones fueron, en gran medida, críticas: hasta Noam Chomsky puso en cuestión el formidable poder atribuido al lobby por parte de los autores. En la New York Review of Books, el reportero Michael Massing denunció la “escasa documentación” y, a menudo, lo poco convincentes que resultaban los argumentos del artículo. Pero Massing también destacó que los profesores Walt y Mearsheimer se enfrentaran a una cuestión que normalmente queda ensombrecida por la mortaja del tabú, a la vez que afirmó que “la repugnante campaña lanzada contra ellos […] constituye, per se, un excelente ejemplo de los métodos intimidatorios utilizados por el lobby y sus adeptos”. Asimismo, Massing ofrecía información adicional que mostraba hasta qué punto el lobby es poderoso.

Mientras, el New York Post relacionaba a ambos estudiosos con el antiguo líder del Ku Kux Klan David Duke. El profesor de Harvard Alan Dershowitz cuestionaba los motivos que llevaron a Walt y a Mearsheimer a escribir su texto, lo que lo llevaba a la siniestra conclusión de que sólo el más asqueroso antisemitismo podía explicar la aparición de tal artículo. Otros eran más explícitos en este sentido: en un artículo de opinión del Washington Post titulado “Sí, es antisemita”, Eliot Cohen, un profesor de la Johns Hopkins, dijo del estudio que “no es ni académico ni de intervención política: es, de manera imperdonable, mero fanatismo”.

¿Cómo están Walt y Mearsheimer viviendo todo esto? Ambos profesores hablaron recientemente con Mother Jones y defendieron los argumentos contenidos en su ensayo, a la vez que rechazaron varias de las acusaciones que se están vertiendo sobre ellos.

Mother Jones: ¿Por qué decidieron ustedes ponerse a trabajar conjuntamente sobre esta cuesión?

John Mearsheimer: Steve y yo habíamos sido colegas en la University of Chicago durante una década y habíamos hablado mucho sobre política exterior estadounidense y sobre Israel. Habíamos mantenido una estrecha relación antes de escribir el artículo. De hecho, lo que ocurrió con el texto sobre el lobby es que, en otoño de 2002, hablé con gente del Atlantic Monthly sobre la posibilidad de escribir un artículo sobre el lobby y la política exterior estadounidense. Estaban muy interesados en sacar este texto, pero les dije que sólo lo escribiría si podía hacerlo con otra persona más, y que esta persona debería ser Steve.

MJ: ¿Por miedo a posibles reacciones hostiles?

JM: Sí, pensé que el estudio crearía una tormenta tal, que nadie, en solitario, podría ser capaz de resistir. Pensé que se necesitarían dos estudiosos de reconocido prestigio para aguantar las críticas despiadadas que se lanzarían contra el artículo y, especialmente, contra sus autores. Esta es la razón por la que dije a Atlantic que antes tenía que preguntar a Steve si querría colaborar conmigo, y que, si decía que sí, escribiríamos el artículo juntos. Les dije también que si Steve decidía no hacerlo, yo no querría hacerlo solo.

MJ: Cuando el informe salió a la luz pública, ambos fueron criticados por haberse aventurado en terrenos que no les son propios. ¿De qué conocimientos disponían para abordar esta cuestión con la preparación que ello exige?

Stephen Walt: En primer lugar, se trata de una cuestión que tiene que ver con la política exterior y con la política internacional, y tanto John como yo hemos trabajado en este terreno durante unos 25 años. Así que contábamos ya con credenciales substanciales. En segundo lugar, ambos habíamos trabajado sobre temas de Oriente Medio en el origen de nuestras respectivas carreras profesionales, de modo que, aunque ninguno de los dos se presentaría como un experto en Oriente Medio, ambos contábamos con una buena base sobre la cuestión. Finalmente, tanto John como yo habíamos escrito, a lo largo de mucho tiempo, un buen número de textos sobre distintos aspectos de la política exterior norteamericana, con especial atención en los mecanismos que la ponen en funcionamiento y la rigen. Así que la afirmación de que nos movíamos en un terreno que no conocíamos me parece una crítica engañosa.

MJ: El trabajo ofrece una definición algo expansiva del lobby israelí. ¿Qué es lo que, en opinión de ustedes, conforma el lobby?

JM: Sostenemos que el lobby es una amplia coalición de grupos e individuos que emplea una considerable cantidad de tiempo trabajando para asegurar que la política exterior norteamericana dé apoyo a Israel, sin importar lo que Israel haga. Hacemos hincapié en el hecho de que no se trata de un lobby judío, pues no sólo no incluye a todos los judíos norteamericanos, sino que, además, incluye a sionistas cristianos –éstos, bueno es saberlo, constituyen una parte importante del lobby-.

MJ: ¿Qué es lo que hace del lobby pro-israelí un grupo de presión distinto de otros que, al igual que éste, promueve sus intereses?

SW: No hay demasiadas cosas que el lobby israelí haga que no practiquen también otros grupos como el lobby cubano-estadounidense u otros grupos de interés. La diferencia la hallamos en cuán eficaces son estos grupos. El israelí es considerado por muchos como el más eficaz e influyente en Washington. Esto es, por lo menos, lo que aseguran políticos como Bill Clinton o Newt Gingrich, que no están de acuerdo en demasiadas cosas, pero sí en este punto. En definitiva, no se trata de que sus actividades sean distintas, sino de cuán eficaces son; no se trata de qué hacen, sino de lo bien que lo hacen.

MJ: Han sido ustedes criticados desde la izquierda –por Noam Chomsky y Stephen Zunes, por ejemplo- por estar librando de cualquier tipo de culpa al gobierno de los Estados Unidos al atribuir tanta responsabilidad al lobby israelí. ¿Qué hay de factores externos a la acción del lobby, como la dependencia del petróleo de Oriente Medio, que puedan también estar determinando la política estadounidense en relación con Israel?

JM: Mucha gente, especialmente gente de izquierdas, cree que la política estadounidense en Oriente Medio viene marcada en gran medida por intereses relativos al petróleo –dicha acusación apunta básicamente a las compañías petroleras y a los estados productores de petróleo de la región-. Se trata de una tesis intuitivamente atractiva, pero lo cierto es que existe escasa evidencia empírica de que tales compañías petroleras y estados productores de petróleo estén guiando la política estadounidense en Oriente Medio. En cambio, sí contamos con sobrada evidencia relativa al poder del lobby israelí como principal fuerza rectora de dicha política.

Voy a poner sólo dos ejemplos. Si las compañías petroleras y los estados productores de petróleo estuvieran guiando la política exterior, Estados Unidos estaría favoreciendo a los palestinos frente a los israelíes. Y lo que ocurre es todo lo contrario. Si los intereses del sector del petróleo fueran la clave, Estados Unidos no hubiera entrado en guerra contra Irak, y su relación con Irán sería de una confrontación mucho menor. Pero la cuestión es que el lobby constituyó una de las principales fuerzas promotoras de la guerra contra Irak, del mismo modo que ha estado fomentando asiduamente una política de línea dura contra Irán.

MJ: El apoyo estadounidense a Israel ¿no podría explicarse también por la histórica afinidad entre ambos estados, así como por la simpatía de Estados Unidos con dicho país en tanto que democracia semejante?

JM: La razón principal por la que existe esta poderosa afinidad entre las clases políticas israelí y estadounidense radica en el hecho de que no se nos permite mantener una discusión abierta y relajada acerca de la política exterior israelí y la relación entre Estados Unidos e Israel. Por ejemplo, si pudiéramos mantener un debate abierto y franco sobre lo que los israelíes están haciendo en los territorios ocupados de Palestina, la opinión pública estadounidense mostraría una simpatía mucho menor hacia Israel. Y, claro está, ésta es la razón principal por la que quienes apoyan a Israel hacen todo lo posible para silenciar a los críticos de la política israelí con respecto a los palestinos. De hecho, la actual relación entre Estados Unidos e Israel no resistiría el peso del escrutinio público.

SW: No estamos diciendo que el lobby israelí sea la única fuerza que explique el apoyo y simpatía estadounidenses para con Israel; lo que decimos es que el lobby israelí constituye la raíz de la naturaleza incondicional de dicho apoyo, esto es, la causa de que éste se mantenga sea cual sea la política exterior emprendida por Israel. Existen muchas razones por las que la ciudadanía estadounidense tiende a mirar con buenos ojos el estado judío, y lo cierto es que yo mismo podría hacer mías un buen número de ellas. John y yo hemos declarado abiertamente nuestro apoyo al derecho de Israel a existir como estado, a la vez que pensamos que la sociedad israelí presenta características admirables. Lo que sostenemos con respecto al lobby es que fomenta aquellos aspectos del apoyo a dicho estado que no se corresponden con los intereses estadounidenses.

MJ: ¿Qué les hace pensar que las fuerzas pro-israelíes son la causa real de decisiones de los Estados Unidos en materia de política exterior como la invasión de Irak o, para tomar otro ejemplo de su estudio, la presión ejercida sobre Siria? ¿No podría tratarse de que, sencillamente, el gobierno estadounidense y el lobby israelí estén de acuerdo en lo que debe hacerse?

JM: Empecemos analizando la Syrian Accountability Act, que fue concebida para ejercer una presión despiadada sobre Siria en un momento en el que Damasco estaba prestando su ayuda a Estados Unidos para hacer frente a Al Qaeda. Está claro que la Administración Bush no quería esta ley y que fue el lobby quien presionó duramente el Congreso para que la hiciera realidad.

En relación con Irak, sostenemos que el lobby –y aquí nos referimos básicamente a los neoconservadores- estuvo presionando, desde principios de 1998, para que se declarara la guerra. Pero los neoconservadores no lograron convencer a la Administración Clinton para que usara el ejército para derribar a Saddam. Como tampoco fueron capaces de persuadir a la Administración Bush, por lo menos durante la primera fase de su mandato, para que declarase la guerra a Irak.

Después del 11 de Septiembre, sin embargo, el Presidente Bush y el Vicepresidente Cheney cambiaron de opinión sobre Irak, y concluyeron que la guerra tenía sentido desde un punto de vista estratégico. No cabe duda de que los neoconservadores jugaron un papel importante para que Bush y Cheney llegaran a esta conclusión, pues disponían de un muy bien armado conjunto de argumentos para justificar la guerra, por mucho que Saddam no tuviera nada que ver con el 11 de Septiembre. En esencia, nuestra tesis es que el lobby no podía, por sí solo, lograr que los Estados Unidos atacaran Irak: necesitaba ayuda, y esta ayuda se la prestaron Bush y Cheney después del 11 de Septiembre. En otras palabras, el lobby era una de las principales fuerzas que empujaron a Estados Unidos a la guerra, si bien no fue la única.

MJ: Ustedes sostienen que existe una importante imbricación entre el lobby y los neoconservadores en general. ¿Sugieren que Paul Wolfowitz y Richard Perle estuvieron promoviendo la guerra de Irak desde el mismo seno de la Administración con el objetivo de favorecer a Israel?

SW: Los neoconservadores constituyen una pieza de la amplia coalición de grupos que muestran posiciones netamente pro-israelíes. Mantienen vínculos estrechos con el Likud y otros grupos más de derechas y de línea dura que operan dentro de Israel. Y creo que las medidas que promovían perseguían, en parte, la creación de un entorno estratégico que fuera bueno para Israel; en parte, para echar una mano a Israel en su confrontación con los palestinos.

Pero quiero aclarar también que estoy seguro de que estos grupos estaban convencidos de que dichas medidas iban a resultar beneficiosas para los intereses estadounidenses. No acusamos a nadie de deslealtad o de tratar de perjudicar los intereses estadounidenses en nombre de Israel. Creo que trataban de promover los intereses estadounidenses y los israelíes al mismo tiempo.

MJ: ¿En qué dirección creen ustedes que la política de Estados Unidos en Oriente Medio cambiaría si disminuyeran los actuales apoyos y vínculos con Israel?

JM: En primer lugar, creo que podríamos hacer un análisis mucho más ecuánime del conflicto árabe-israelí. Creo que podríamos lograr el sosiego necesario para analizar los argumentos de ambas partes, lo que permitiría alcanzar un acuerdo que diese a los palestinos un estado viable. También creo que Estados Unidos recuperaría su estrategia tradicional de actuar como garante externo de cierto equilibrio político en la región. En otras palabras, Estados Unidos retiraría sus tropas de Irak y, más en general, del Oriente Medio, sin por ello dejar de ejercer cierto control desde la distancia, tal y como lo hizo durante la Guerra Fría. En definitiva, pienso que la presión del lobby israelí ha constituido una de las principales razones que explican la profunda militarización de la presencia de los Estados Unidos en Oriente Medio desde al Guerra del Golfo de 1991. Creo, finalmente, que si el lobby fuese más débil, Estados Unidos encararía la cuestión iraní con menor crispación.

MJ: Hasta algunos defensores de su informe han dicho que el amplio uso de fuentes secundarias en lugar de, por ejemplo, entrevistas o encuestas da a su estudio cierto aire de “segunda mano”. ¿Por qué decidieron basarse en el tipo de fuentes con las que han trabajado?

SW: Cualquier objetivo que un conjunto de estudiosos pueda fijarse debe enfrentarse a determinados límites. Nosotros pensamos que había una gran cantidad de información disponible en fuentes periodísticas y en testimonios que otras personas habían recogido en otros trabajos. Además, estábamos especialmente interesados en averiguar de qué modo estos grupos pro-israelíes actúan en el debate político, y esta es una cuestión que difícilmente se puede estudiar a través de fuentes primarias.

Merece la pena subrayar que, en gran medida, nos basamos en fuentes israelíes y en periódicos judíos como el Forward, así como en fuentes propias del establishment como el New York Times o el Wall Street Journal. Ni John ni yo somos periodistas de investigación, y tenemos que hacernos cargo de nuestras obligaciones laborales diarias. Quiero decir con esto que no estábamos en condiciones de dedicar grandes cantidades de tiempo entrevistando a gente en Washington. Otros sí lo han hecho. Por ejemplo, Michael Massing ha publicado un impresionante trabajo de periodismo de investigación sobre la cuestión que nos ocupa [en The New York Review of Books], y el caso es que los resultados de su labor muestran que nuestras tesis centrales son totalmente correctas. El estudio de Massing ofrece sobrada evidencia empírica que sostiene y complementa el panorama que nosotros hemos dibujado a partir de otro conjunto de fuentes.

MJ: Pero ¿cómo podían estar ustedes tan seguros de que la presión lobby es la causa de que se tomen ciertas decisiones sin conocer de primera mano los mecanismos a través de los cuales dicha presión se ejerce?

JM: En nuestro trabajo describimos cómo opera el lobby en la práctica. Por ejemplo, mostramos la forma en que el lobby logró derrotar al Senador Charles Percy, que iba a ser reelegido en 1984. Mostramos también cómo el lobby forzó al Presidente Bush, en abril de 2002, a rectificar tras haber instado a Ariel Sharon a retirar sus tropas de las zonas palestinas que acababa de reocupar. El caso es que, de no ser por limitaciones de espacio, hubiésemos podido poner sobre la mesa cantidades ingentes de ejemplos que refuerzan nuestras afirmaciones. Michael Massing lleva razón cuando dice que hubiese sido interesante que hubiéramos analizado con mayor detalle cómo funciona el lobby. Pero la cuestión es que la London Review of Books no nos daba más que un espacio de 14.000 palabras y nosotros estábamos tratando de cubrir un amplio período histórico, a la vez que queríamos abordar una gran cantidad de cuestiones. Sin duda, tales constricciones no podían sino limitar el alcance de nuestro relato.

MJ: En el foro de debate sobre su artículo organizado por la revista Foreign Policy, Shlomo Ben-Ami critica sus tesis sobre el poder del lobby arguyendo que, en varias ocasiones, las administraciones estadounidenses han actuado en contra de los deseos de Israel. Cita, por ejemplo, la Cumbre de Madrid; o el reconocimiento, por parte de Reagan, de la OLP; o la decisión de Clinton de organizar Camp David. ¿Cómo explican ustedes estos ocasionales fracasos del lobby?

JM: Apenas hay un puñado de casos en los que el lobby no haya logrado imponer su voluntad, y además hay que remontarse a los años 80 o a principios de los 90 para ubicar la mayoría de tales casos. Con el tiempo, el lobby ha ido creciendo y fortaleciéndose, hasta el punto de que, en la actualidad, en raras ocasiones falla.

SW: Nunca hemos dicho que el lobby sea omnipotente o que dicte todos y cada uno de los pasos que los presidentes americanos realizan. Podemos identificar un buen número de situaciones en las que el lobby ha apuntado hacia una dirección determinada sin lograr sus objetivos. Sin embargo, en tales ocasiones dichos objetivos han sido, por lo general, secundarios: no se trata de asuntos centrales, de cuestiones críticas para los intereses de Israel; se trata, en cambio, de asuntos que, sin ser determinantes, aparecen de un modo tal, que resulta evidente dónde se hallan los intereses estadounidenses.

La clave radica en el hecho de que, haga lo que haga Israel, Estados Unidos continúa prestándole su apoyo. Israel sigue construyendo asentamientos pese a que cada presidente desde Lyndon Johnson ha dejado entrever que se trata de una mala política; nos espían de forma rutinaria; han dado o vendido tecnología militar estadounidense a terceros países; además, según Amnistía Internacional, Human Rights Watch y B’Tselem, han violado un buen número de derechos humanos; y ninguno de estos hechos ha sido motivo suficiente para que el apoyo estadounidense cesara.

MJ: Escriben ustedes en su trabajo que el hecho de que Estados Unidos padezca el problema del terrorismo “se debe en buena medida a la estrecha alianza que mantiene con Israel”, y que el apoyo estadounidense a Israel es una de las causas principales del sentimiento anti-estadounidense que se respira en el exterior, sobre todo en Oriente Medio. ¿Hasta qué punto creen que estos problemas se aliviarían con una disminución de nuestro apoyo a Israel?

JM: No hay duda alguna de que el apoyo estadounidense a las políticas israelíes en los territorios ocupados de Palestina es una de las fuentes principales de nuestros problemas con el terrorismo, si bien en ningún caso puede decirse que sea la única. Si Estados Unidos fuera capaz de presionar a israelíes y palestinos para que alcancen cierta solución para su conflicto, el problema del terrorismo todavía persistiría, pero una de sus manifestaciones más importantes perdería fuerza. Sin ir más lejos, el informe de la Comisión del 11 de Septiembre deja bien claro que la decisión de Osama bin Laden de atacar Estados Unidos venía marcada por el comportamiento de Israel con los palestinos. Hasta consideró la posibilidad de cambiar la fecha del ataque para hacerla coincidir con una visita a Washington de Ariel Sharon. Sin duda, quería asegurarse de que el Congreso captaba el mensaje de su ataque, pues consideraba que el apoyo más acérrimo con el que contaba Israel era, precisamente, el del Capitolio.

Pero no se trata sólo de bin Laden: en general, las gentes del mundo islámico muestran una profunda hostilidad hacia Estados Unidos, a quien acusan de apoyar a Israel a expensas de los palestinos. Como consecuencia de ello, cantidades ingentes de personas de Oriente Medio tienden a simpatizar con bin Laden en mayor medida de lo que lo harían si Estados Unidos no actuara como lo hace. En la medida en que Estados Unidos continúe apoyando la política israelí con respecto a los palestinos, será imposible ganar simpatías y establecer lazos con el mundo árabe e islámico y resolver el problema del terrorismo.

MJ: La publicación de su informe ¿ha tenido consecuencias para ustedes en el seno de las universidades en las que trabajan?

SW: Nada substancial. Que yo sepa, sólo ha habido un puñado de reacciones negativas como cancelaciones de invitaciones previamente efectuadas y otras cosas por el estilo. De hecho, una de las razones por las que John y yo pudimos escribir este artículo es el hecho de que ambos gozamos de una situación contractual que garantiza que no perderemos nuestros empleos.

JM: No dispongo de información por la que tenga que afirmar que la aparición del artículo ha conllevado represalias sobre mi persona. Ahora bien, se hace difícil conjeturar cuáles serán las consecuencias reales a largo plazo para mi carrera profesional. Tengo la impresión de que Steve y yo tendremos que pagar un precio elevado, pero de momento es difícil identificar hechos concretos que muestren que esto puede que sea así. Ojalá me equivoque.

MJ: ¿Qué tipo de precio creen ustedes que pueden tener que pagar?

JM: Es dable pensar que la aparición de este estudio hará difícil que alguno de los dos sea llamado para ocupar un puesto en el ámbito de la toma de decisiones de tipo político en Washington. También se hace difícil imaginar que Steve ocupe algún cargo de responsabilidad de alto nivel en el ámbito académico, pese al hecho de que acabe de cerrar un muy buen mandato como Decano académico de la Kennedy School.

MJ: ¿Y ya habían previsto todo esto?

JM: Sí. No existe la posibilidad de estudiar cómo opera el lobby sin darse uno cuenta de que va a pagar un precio importante por ello.

MJ: ¿Creen ustedes que el estudio ha sido ignorado por los medios de comunicación dominantes?

SW: Lo más descorazonador ha sido constatar que no es que el trabajo sea ignorado, sino que buena parte de los medios de comunicación dominantes lo tratan de un modo muy superficial. Una de las razones por las que no hemos concedido muchas entrevistas ni hemos hecho demasiadas apariciones públicas a propósito del artículo es, sencillamente, que no queremos que la atención se centre en los autores, sino en aquello que escribimos.

JM: Lo que sorprende en este punto es que, pese a la importancia de las problemáticas relaciones de Estados Unidos con los países de Oriente Medio, y pese a que un gran número de personas, incluidos algunos de nuestros críticos, reconocen que muchas de nuestras tesis son correctas, especialmente las que se refieren al papel del lobby en la confección de la política exterior estadounidense, el interés mostrado por los medios de comunicación dominantes ha sido más bien escaso. De hecho, la cuestión de los beneficios o perjuicios que pueda conllevar nuestra política para con Israel es algo que en raras ocasiones se discute en los medios de comunicación dominantes.

MJ: ¿Están satisfechos de haber escrito el artículo?

SW: Sí. No seremos capaces de abordar el conflicto entre israelíes y palestinos, o las implicaciones de la elección de Hamas, o la situación en Irak, o nuestra política con respecto a Irán, así como otros muchos temas candentes, si no podemos mantener un debate abierto sobre todos estos temas.

JM: Haber escrito el trabajo hace que me sienta bien, y si tuviera que hacerlo de nuevo, lo haría con entusiasmo. El lobby israelí y su influencia ha sido un tema tabú durante demasiado tiempo. Es muy importante para el interés nacional que esta cuestión sea discutida con profundidad y seriedad, tanto en los medios de comunicación como en el Capitolio. Demasiadas cosas están en juego como para seguir actuando como si el lobby e Israel no existieran.