Estados Unidos

 

Los muertos que no votan

Por Jorge Gómez Barata
Argenpress, 02/11/06

Suelo evadir el tema de las bajas norteamericanas en Irak y su presunto significado electoral, porque me parece excesivamente frívolo convertir la vida de miles de jóvenes y el dolor de sus familias en datos para inútiles cábalas políticas.

Tampoco me gusta la idea de sumarme al duelo unilateral de los que lamentan las bajas de un solo lado y se abstraen del aspecto cualitativo del problema. No hay un solo niño, mujer o anciano norteamericano muerto en Irak y en Estados Unidos nadie es más pobre, porque haya una guerra.

Algunos expertos pasan por alto que para alcanzar la hegemonía, en los siglos XIX y XX, los Estados Unidos libraron más guerras que cualquier otro país, incorporando a su psicología social una cultura bélica que los prepara, tanto para disfrutar las victorias, como para asimilar los costos humanos de las guerras que son consustánciales al imperio.

La primera guerra norteamericana se libró contra México y el saldo no pudo ser más rentable: con 5.000 bajas se anexaron 2 200 000 km². Cincuenta años después, la joven Nación necesitó apenas 100 días para derrotar a España y con menos de 500 muertos en combate, se apoderó de Filipinas, Cuba y Puerto Rico.

La Primera Guerra Mundial sirvió de pretexto para el debut como gendarme mundial, que acudió a un conflicto que no era suyo, prevaleciendo sobre todos los bandos. 126.000 muertos eran más de los que el país podía soportar. El Congreso sancionó a Woodrow Wilson al no ratificar el tratado que creó la Sociedad de Naciones e imponer las leyes de neutralidad.

Geopolítica aparte, la II Guerra Mundial dio a Norteamérica la posibilidad de afianzar su liderazgo y aproximarse a un diseño mundial basado en la hegemonía compartida, frustrado por la muerte de Roosevelt, la actitud de Truman y el paréntesis de la Guerra Fría.

Estados Unidos lloró a sus hijos, a los que reverencia como héroes, pagando un precio, aunque enorme, muy inferior a la carga de otros países que contribuyeron más y resultaron menos beneficiados por la victoria. De los 55 millones de bajas militares y civiles, sólo 400.000 fueron norteamericanas, mientras que la Unión Soviética, aportó 27 millones.

La campaña contra el Japón y luego contra Alemania, fueron cubiertas por un eficaz discurso ideológico. Nunca antes la Nación estuvo tan unida ni tan respaldadas sus autoridades. En Corea, a falta de los argumentos válidos, se inventó la amenaza comunista y el país apoyó a Truman en una guerra por intereses geopolíticos, presentada como la primera librada por razones ideológicas.

Cuando, como ocurre ahora en Irak, los militares se utilizan como fuerza de ocupación, se les destina a tareas policíacas y punitivas y se les corrompe induciéndolos al maltrato a la población civil, la simbólica espada del soldado se convierte en cuchilla de verdugo, exponiéndolo al odio y al desprecio universal.

Para los que ponen alguna esperanza en que las bajas produzcan un desenlace a favor del Partido Demócrata, hay una mala noticia: Polk, Wilson, Roosevelt, Truman, Kennedy, Johnson y Clinton, todos con guerras a su haber, eran demócratas.

Si los muertos votaran, probablemente norteamericanos e iraquíes coincidirían en abstenerse. No veo diferencias, ni siquiera matices.