Estados Unidos

 

La derrota electoral de Bush y sus consecuencias en Latinoamérica

Un pato rengo

Editorial de Socialismo o Barbarie, periódico, 10/11/06

“El péndulo de la política estadounidense se alejó de la derecha dando fin a 12 años de ‘revolución conservadora’ y propinando una dura reprimenda al presidente Bush en la guerra en Iraq” (New York Times)

Así sintetizaba el conocido e influyente diario The New York Times la contundente derrota electoral de Bush y el Partido Republicano. Si elegimos editorializar con los resultados electorales en los Estados Unidos, esto se debe al hecho evidente de que no se trata de un mero acontecimiento local, sino de importancia internacional. Es decir, con consecuencias en todo el mundo y en cada país. Esto, más allá de que el triunfador de la jornada, el partido Demócrata, sea tan imperialista y capitalista –parte del tradicional juego bipartidista de los Estados Unidos– como el partido Republicano. Pero esto no quiere decir que el resultado electoral no tenga una muy importante significación política mundial.

Los resultados

Los resultados muestran que los republicanos han recibido su mayor paliza electoral en 12 años: han perdido sus mayorías en las Cámaras de Representantes (diputados), en el Senado y a nivel de las gobernaciones. En la Cámara de Representantes, los demócratas quedaron con 229 bancas, mientras que los republicanos tan solo 196, asegurándose mayoría propia. En el Senado, el resultado ha sido mas ajustado: los demócratas obtuvieron 50 bancas y los republicanos con 49, quedando sin definir una banca. Pero a nivel de las gobernaciones (cuestión de gran importancia territorial), la relación de fuerzas entre ambos dio una vuelta de campana completa: los demócratas pasaron a controlar 28 y los republicanos sólo 22.

Quizás estos “fríos” datos no indiquen mucho por sí solos. Pero hay que saber que las mayorías parlamentarias en Estados Unidos son muy estables y cambian sólo ante circunstancias muy agudas. Por ejemplo, a lo largo de toda la segunda posguerra y hasta el año 1994, los demócratas disfrutaron de la mayoría en ambas cámaras. Es decir, tuvieron mayoría a lo largo de 40 años. En ese año, sucedió lo que se dio en llamar la “Revolución Conservadora” y de la mano del representante del ala derecha republicana Newt Gringich (bajo el gobierno demócrata de Clinton) los republicanos le arrebataron la mayoría en ambas cámaras, prometiendo una hegemonía por décadas y décadas. Doce años después, esta mayoría se ha derrumbado: Bush perdió en ambas cámaras, como tributo a su más que fallida gestión gubernamental. “Lame Duck”, es decir, Pato Rengo, es la tradicional definición que se le da a un presidente debilitado en Estados Unidos cuando pierde su mayoría gubernamental en los dos últimos años de su mandato.

Las consecuencias

Desde estas mismas páginas hemos venido siguiendo paso a paso y analizando el significado político del gobierno de Bush. En varias oportunidades lo definimos como el “polo reaccionario” de una situación internacional de polarización. Está claro que lo ocurrido el martes 9 de noviembre, se ha tratado de un evento electoral, reflejo político “superestructural” de un deterioro en “cámara lenta”, que a pesar de los desastres, escándalo y virtual derrota en Iraq, ha sido manejado por los canales normales del régimen de la democracia imperial, evitando –al menos, por ahora– salidas traumáticas y anticipadas del poder. Es decir, un evento electoral y no en el terreno directo de la lucha de clases.

Sin embargo, con todo esto que ha ocurrido en el terreno “distorsionado” de las elecciones, no deja de tener enormes consecuencias políticas. Porque la derrota electoral de Bush y los republicanos han sido el reflejo político de un hecho de gran importancia “estructural”: la virtual derrota de los Estados Unidos en Iraq, que ha venido socavando la hegemonía norteamericana en el terreno internacional y que debilita este polo reaccionario que ha venido siendo el gobierno de Bush.

Esto no quiere decir que sea un caso mecánicamente igual al de Vietnam, donde el golpe a los yanquis fue mucho más directo y contundente. Porque el nivel de movilización contra la guerra en los propios Estados Unidos no ha llegado –por lo menos aún–  al nivel de finales de la década del ’60. Y porque difícilmente se vaya a observar una retirada tan humillante como el abandono de la embajada yanqui en Saigon asediada por las fuerzas del Vietcong.

Sin embargo, las elecciones vienen a ratificar que Estados Unidos debe cambiar –en un sentido, radicalmente– su orientación en Iraq. Más temprano que tarde Estados Unidos se tendrá que retirar. Y esto, sumado al hecho de que Bush quedará en los próximos dos años sumamente debilitado, es evidente que limitará ese rol de polo reaccionario internacional que venía cumpliendo el imperialismo yanqui.

Republicanos y demócratas

En nuestros análisis anteriores sobre el gobierno de Bush, habíamos introducido otro de importancia. Decíamos que ante el creciente repudio a la intervención en Iraq y el desprestigio que iba sufriendo el gobierno de Bush y el propio imperialismo yanqui internacionalmente, el hecho de que Bush hubiera ganado la reelección en el año 2004, mostraba a la población yanqui de “espaldas al mundo”. Esto ofrecía diferentes lecturas, entre ellas. el hecho de que existe en ese país un amplio sector de masas de clase media, sometido a la manipulación religiosa, retrógrada, conservadora, que en general mira al mundo con desconfianza y temor de perder sus posiciones sociales adquiridas. Pero claro, hay otros sectores sociales en ese país: como la amplia masa asalariada, uno de los proletariados más grandes del mundo; los inmigrantes, que mayoritariamente, engrosan las filas de una nueva clase trabajadora, expresado en la movilización de masas latinas del 1º de Mayo de este año; las clases medias “progresistas” de las urbes. Componentes que en esta oportunidad le han dado la mayoría a los demócratas y han puesto al país más en “sintonía” con el resto del mundo, por lo menos en lo que hace al repudio a la intervención del imperialismo yanqui en Iraq.

Esto no quiere decir que el Partido Demócrata sea un “dechado de bondades” como gusta presentarlo a los gobiernos “progresistas” en nuestra región, como es el caso de K. Este partido es, simplemente, la otra pata del juego bipartidista de la democracia imperial yanky, que cuenta en su haber con tantas o más intervenciones sanguinarias sobre los pueblos del mundo. Y que, además, abraza tanto el capitalismo neoliberal y antiobrero como sus hermanos de clase republicanos. No es casual que Nancy Pelosi, la nueva líder demócrata en el Congreso, haya salido a decir inmediatamente después de conocerse el resultado electoral que “los demócratas estamos listos para liderar, preparados para gobernar y esperando trabajar de manera bipartidista con los republicanos en el Congreso y con el presidente” (La Nación, 9-11-06).

Sin embargo, es un hecho que ante el desastre en la guerra de Irak (en su momento apoyaron la invasión a ese país, así como la “guerra contra el terrorismo”), se ha recostado moderadamente hacia la “izquierda” para captar el “voto castigo” a la administración de Bush y el masivo rechazo a la intervención yanqui en el país árabe. Y es un hecho que, probablemente, se oriente hacia una dirección imperialista mas “consensual” con sus pares europeos, en reemplazo del fracasado unilaterialismo de Bush y Rumsfeld. No casualmente, este ultimo ha sido la primera victima de la derrota electoral republicana.

La derrota de Bush; Iraq y Latinoamérica

Como venimos diciendo, la derrota de Bush tendrá evidentes consecuencias internacionales. La primera, es que tanto, demócratas como republicanos tendrán que abocarse ahora a ver cómo sacar a su país del pantano iraquí. En sus primeras declaraciones pos-electorales (donde Bush admite su responsabilidad en la derrota electoral), no casualmente se ha referido a que Estados Unidos “no puede salir de Iraq derrotado”. Un árduo trabajo “bipartidista” les espera a los partidos imperialistas para ver cómo resuelven esta “cuadratura del círculo”.

Pero las consecuencias políticas no se circunscriben a Iraq. En Latinoamérica, es evidente que la derrota de Bush en un sentido debilita –aunque no mecánicamente– las posiciones de los sectores opositores burgueses más de “derecha”. Estos sectores han venido creciendo últimamente como forma de poner un “contrapeso” y “contralor” al arbitraje (de los intereses y contradicciones sociales) que están realizando los distintos gobiernos “progresistas” de la región. Esto ha incrementando los elementos de polarización política como hemos podido observar a lo largo de las últimas semanas. Y es un hecho que estos elementos de polarización van a continuar profundizándose en la medida que están inscriptos en la misma lógica del proceso regional: es decir, con una crisis de fondo, estructural, no resuelta, lo que llevará a inevitables choques de clases y polarización de los intereses sociales.

De Bush a Oaxaca

Esto mismo es lo que muestran los recientes hechos en México. Se trata de un país importantísimo por población, producto bruto y ubicación estratégico-geográfica. Una nación que ha entrando de pleno derecho en el ciclo de las rebeliones populares que cruza Latinoamérica. La suma del escandaloso fraude contra el candidato centroizquierdista Obrador (por parte del PAN y el PRI) más la incapacidad del gobierno de Fox de suprimir represivamente la heroica Comuna Popular en Oaxaca (APPO) han terminado por detonar una situación más favorable al desarrollo de la lucha de clases en un país marcado por explosivas contradicciones sociales. Se ha abierto así en México una nueva situación política, cuyas consecuencias son, por ahora, impredecibles. Esto más allá de las grandes mediaciones “centristas”, burguesas o pequeño burguesas que configuran el propio PRD de Obrador o el zapatismo de Marcos, cuyo rol frente a la APPO ha sido lamentable, contribuyendo a lo largo de meses y meses a su aislamiento.

En síntesis, la derrota de Bush, contribuye al desarrollo de la lucha de clases mundial y regional. Esto, a condición de que se reafirme la incondicional independencia de clase frente a los gobiernos capitalistas de todo pelaje. Incluso (o, sobre todo) a los que se muestran como “progresistas”, y que sólo vienen a reabsorber, en nuestro continente, el ciclo de rebeliones populares. Ciclo que de polarizarse y radicalizarse, podría terminar abriendo la perspectiva de la revolución obrera y socialista.