Estados Unidos

 

Entrevista con un cronista excepcional del poder estadounidense

Derrumbe total: una conversación con 
Seymour Hersh

Por Deborah Campbell
Adbusters Nº 73, agosto–septiembre de 2007
Rebelión, 28/08/07
Traducido por S. Seguí

En el panteón de periodistas legendarios, Seymour Hersh destaca como cronista excepcional del poder en EE UU. Nació en Chicago, en 1937, y alcanzó fama internacional en 1969 con su reportaje sobre la matanza de My Lay, en Vietnam. Su descubrimiento de la matanza de centenares de civiles vietnamitas –principalmente mujeres y niños– a manos de los soldados estadounidenses dio un nuevo impulso al movimiento contra la guerra; además, le hizo merecedor al Premio Pulitzer. Más tarde escribió sobre Henry Kissinger, JFK y Mordechai Vanunu, el israelí secuestrado por el Mossad en Roma y encarcelado durante 18 años en Israel por haber hecho pública la existencia del arsenal nuclear israelí.

Famoso por su manejo de fuentes gubernamentales de alto nivel, los artículos que publica en The New Yorker sobre la guerra de Iraq se han convertido en lectura obligada por sus revelaciones de las maniobras encubiertas del gobierno de Bush. Richard Perle, uno de los más destacados neocons y uno de los autores de la guerra de Iraq, dijo de Hersh que era "lo más parecido a un terrorista que había en el periodismo estadounidense", después de que Hersh revelase la participación de Perle en algunos mangoneos financieros planeados para beneficiarse de la guerra. Como resultado, Perle tuvo que abandonar su cargo de presidente del influyente Defense Policy Board, y amenazó a Hersh con un proceso por difamación, lo que nunca llevó a la práctica. En 2005, Hersh reveló que EE UU estaba realizando operaciones secretas en Irán para localizar blancos de un futuro ataque. En 2006, reveló que el Gobierno estaba estudiando la posibilidad de realizar un ataque con armas atómicas sobre Irán, y también informó de que EE UU había instado a Israel a planear y ejecutar la guerra contra Líbano, en la que murieron más de un millar de civiles libaneses. Más recientemente, ha escrito sobre el apoyo de EE UU y Arabia Saudí a los yihadistas suníes de Líbano. Si el objetivo del periodismo es rendir cuenta de los actos de los poderosos, Hersh es un ejemplo gigantesco de cómo hacerlo. La presente entrevista, publicada en Adbusters, fue realizada con la colaboración de su redactora Deborah Campbell en la oficina de Hersh en Washington.

Sobre el escándalo de Abu Ghraib y el equilibrio de poder en Oriente Próximo

Deborah Campbell: Su reciente artículo sobre cómo se ha silenciado el informe del general Taguba sobre el escándalo de la prisión de Abu Ghraib [en el que se acusaba a Donald Rumsfeld de desinformar al Congreso] es bastante impresionante. ¿Cuál fue para usted el descubrimiento más sorprendente?

Seymour Hersch: Ya he dejado de sorprenderme con estos tipos. Pero, quizás podría destacar el descarado desprecio hacia el Congreso. Ya sabemos que desprecian a la prensa. Pero también se dirigen al Congreso enmascarando lo que saben. Es algo ya conocido.

DC: ¿Cómo es posible, en su opinión, que el gobierno de Bush se siga saliendo con la suya con este tipo de comportamiento?

SH: Esta pregunta que tendría que hacerse al Congreso y a la prensa llamada seria. Quizás estamos ya tan encallecidos... Ha habido tantos casos... Hay una palabra que ya no se usa: moralidad. Pues bien, cuando hay tal falta de moralidad por parte de todos, el resultado es una degradación de los valores y una degradación de la Constitución. En mi opinión, esto muestra lo frágil que es globalmente la sociedad. Estos tipos llegan y consiguen colapsar el estamento militar, el Congreso, la prensa, el Gobierno federal. Es sorprendente la facilidad con que todo se va al garete.

DC: A la vez que leíamos su reportaje sobre Líbano y sobre el apoyo de EE UU y Arabia Saudí a los yihadistas suníes, entre otros a Fatah Al Islam, pudimos contemplar el ataque del ejército libanés contra Fatah Al Islam en un campamento de refugiados en Líbano. ¿Qué pasó allí?

SH: Mire, no quiero ser tiquismiquis, pero en realidad lo que yo piense no tiene ninguna importancia. Lo evidente es que, suponiendo que yo tenga razón, hay un patrón de comportamiento. Si retrocedemos dos decenios, cuando la guerra contra Rusia tenía lugar en Afganistán, vemos que los saudíes nos convencieron de que podían controlar a los salafistas –Osama Bin Laden y compañía– y nosotros les brindamos toda nuestra ayuda con pleno conocimiento de causa y a la luz del día, y al final nos salió el tiro por la culata. Así pues, no es ilógico llegar a la conclusión de que una de las cosas que sucedieron es que al final no hubo manera de controlar a gente que pensábamos controlar. Y ahora mismo estamos ayudando al ejército libanés a combatir a gente que apoyamos previamente de manera indirecta. Se trata, como de costumbre, de una completa locura.

DC: Usted se entrevistó con el jeque Hassan Nasrallah en Líbano, hace algún tiempo. ¿Es por miedo a Nasrallah y a su popularidad por lo que estamos apoyando a los yihadistas suníes hoy?

SH: Sin duda. Por supuesto.

DC: Los países occidentales y los medios de comunicación le han colocado la etiqueta de terrorista. ¿Qué impresión le causó?

SH: Me parece que en Europa lo ven de muy diferente manera. Los alemanes han negociado ya con él, sin duda; los franceses lo están haciendo. De hecho, el Gobierno francés ha invitado a Nasrallah a una conferencia sobre la crisis libanesa en su conjunto. No se sabe si la conferencia tendrá lugar. Me han dicho que la han pospuesto debido a las protestas de EE UU. Así pues, la etiqueta que usted menciona es básicamente un punto de vista estadounidense. Creo que los británicos son también de otra opinión.

Y no creo que haya duda de que, hiciera lo que hiciera hace veinte años, hoy está desarrollando una política responsable. Su respuesta a la crisis reciente ha sido muy interesante, al apoyar al ejército libanés, etc. Así pues, los hechos hablan por él. Además, es probablemente el personaje más influyente de Oriente Próximo en estos momentos.

DC: ¿Más que el presidente iraní Ahmadineyad?

SH: Por favor, ¡no me cabe ninguna duda! Todas las encuestas de popularidad, en particular después de la guerra contra los israelíes, lo sitúan en primer lugar de la lista. No sé si es cierto, pero parece que en algún momento en los últimos seis meses, Ahmadineyad pidió a Hezbolá que el jeque realizase una visita oficial a Teherán. No lo hizo, quizá por una razón tan sencilla como es su propia seguridad. Pero sigue siendo una figura imponente. Además, es una persona con la que, si tocamos de pies a tierra, deberíamos conversar. Pero aquí en Washington DC no parece que se viva en el mundo real.

DC: ¿Acaso contribuye la popularidad de Nasrallah a este cambio a favor de una ruptura entre shiíes y suníes en Oriente Próximo?

SH: Este parece ser el objetivo de nuestro Gobierno: movilizar a los suníes moderados –por ejemplo, en Egipto, Líbano y Arabia Saudí– para que se unan a Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel contra los shiíes. Muy sorprendente, todo.

DC: Tanto de los shiíes de Irán, como los de Líbano o Siria...

SH: En particular contra los de Irán. Si llega a haber una negociación entre Israel y Siria confían los israelíes en distanciar a los sirios de Nasrallah e Irán, pero no creo que sea posible.

DC: ¿Por qué este cambio? ¿Por qué es ahora éste el nuevo frente? ¿Es porque vemos ya a los shiíes en el poder en Iraq?

SH: Probablemente. No me es posible preguntarle al presidente al respecto, pero parece claro que tiene que ver con el fracaso en Iraq y la posibilidad de un gobierno shií en Iraq junto al gobierno shií de Irán. Desde el punto de vista estadounidense, y también desde el punto de vista de los suníes moderados se trata de una opción bastante amenazadora.

DC: Parece que a nadie se le ocurrió en su día sumar dos y dos, y no se dio cuenta de que, en Iraq, dar a cada persona un voto suponía un gobierno shií.

SH: Bueno, es evidente que echaron cuentas, pero creo que pensaron que podrían controlar la situación mejor de lo que lo están haciendo.

DC: ¿Es éste un esquema recurrente, creer que pueden controlar las situaciones y que luego éstas se les vayan de las manos?

SH: Una vez más, así lo parece. Aunque también es posible que todo lo que está sucediendo sea lo que el establishment estadounidense pretende. Se trataría, fundamentalmente, de la teoría del caos. Hace veinte años, Kissinger afirmó en relación con la guerra entre Irán e Iraq: que se maten entre sí, ayudemos a ambas partes a acabar con el adversario. Esta podría ser una de las teorías que explican el enfrentamiento entre suníes y shiíes. Resulta casi imposible discernir las ideas de esta gente.

DC: En lo relativo a Irán, usted ha escrito que hay luchas internas sobre las políticas y que Cheney está a favor de un enfoque más militarista hacia Irán. ¿Quién cree usted que esté ganando estas luchas de políticas en estos momentos?

SH: De hecho, voy a escribir más sobre este asunto. No creo siquiera que sea realmente una batalla de políticas; en mi opinión, el tema ha sido siempre Cheney, Cheney, Cheney, Cheney. Es muy difícil obtener información fiable sobre lo que opina o va a hacer el presidente. No sé nada, salvo que Condoleezza Rice va por libre. Siempre he sido escéptico de su influencia. Pero nadie sabe nada. Este gobierno es el más sumergido, escondido e irreal que hemos tenido nunca.

Sobre el gobierno Bush y Oriente Próximo

DC: Usted, que ha analizado los gobiernos estadounidenses desde Vietnam, ¿cómo ve la política exterior del actual gobierno?

SH: De risa. Mire, incluso en los peores días de Vietnam siempre tuvimos a Kissinger. Nunca pensé que llegaría a decir esto, pero si hoy tuviéramos a un Kissinger, al menos podríamos estar razonablemente seguros de que habría un determinado protocolo detrás de lo que parece una política de locos. En un momento dado, recuerdo que a comienzos de los setenta Kissinger intentó firmar un acuerdo para comprar al sha de Irán el suministro de petróleo para algo así como doce años a un precio de saldo –diez o doce dólares por barril–, lo que explicaría las enormes ventas de armas que hacíamos a ese Estado en quiebra. Hubiera sido inexplicable, de no haber sido por el trato paralelo. Así que con él uno siempre pensaba que, bueno, quizás había algo que no alcanzábamos a ver. De modo que si Kissinger estuviera aquí, esta locura que estamos viendo ahora mismo en relación con la guerra de Iraq podría estar vinculada a alguna forma de intrincado plan escondido que quizá seríamos incapaces de imaginar. Pero sin alguien como Kissinger, lo que está a la vista es lo que hay.

DC: Pero uno tiene que preguntarse si hay algún tipo de lógica detrás de todo. Ha hablado de la teoría del caos. Iraq aparece como un desastre de la política estadounidense, pero quizás no lo sea para los tipos que manejan el guiñol: se ha vacunado a Iraq, estamos cerca de Irán, se está construyendo una enorme embajada, una base permanente en Oriente Próximo, estamos vendiendo armas por valor de miles de millones de dólares, etc.

SH: No lo veo así. Podemos decir que ahora Israel puede mudar sus sistemas antimisiles de las fronteras cercanas a Iraq a otras fronteras. Pero, no... es un desastre. Por supuesto que estos tipos planeaban hacerse con el petróleo, y que están construyendo una gran instalación en la Zona Verde. Y también que están construyendo al menos una base militar de la que sabemos muy poco. Aparentemente están metiendo toneladas de cemento en algún lugar cercano a la frontera con Irán. Y piensan en bases permanentes. Todo ello formaba parte del plan estratégico, pero no van a poder mantener ninguna de esas cosas. El final será atroz. Al final, la embajada será derribada. Será un derrumbe total. La teoría del caos, a grandes rasgos, consiste básicamente en que todo desaparezca convertido en humo. Pero yo no creo, de ninguna manera, que nada de esto pueda acabar en algo dotado del mínimo sentido. Ni siquiera lo creen los defensores de la idea de la destrucción controlada. Pero, bueno, quizás tengan razón. El presidente no habla con claridad. Al final, uno de los enemigos de EE UU será siempre Arabia Saudí. Sabemos que han estado haciendo de las suyas, financiando grupos salafistas por aquí y por allí. Y que Arabia Saudí es un país moderado; que Jordania es un país moderado, aunque Abdullah II esté sostenido con alfileres; que Mubarak, de Egipto, es ciertamente un demócrata... Estos países son bastante marginales. Así pues, no tengo ni idea de lo que puede suceder.

Sobre el periodismo de investigación

DC: Volviendo a usted, y a los comienzos de su carrera, y al reportaje sobre la masacre de My Lay, ¿resultó fácil llevar ese trabajo al conocimiento del público?

SH: No. Nadie lo quería. Tuve que crear una agencia de noticias independiente y venderlo a los periódicos como una colaboración sindicada, explicando a todo el mundo que los derechos de autor eran nuestros, que había estado sujeto a consultoría jurídica y que nuestra era toda responsabilidad ante cualquier proceso judicial que pudieran instruir. O sea, fue horrible. Yo era un redactor con experiencia, que había trabajado con Associated Press, con United Press International, que había sido secretario de prensa de un candidato a la Presidencia de EE UU, que había publicado en un montón de revistas. Conocía a todo el mundo. Y tenía ese reportaje que nadie quería ni tocar. Pero una vez que lo tuvimos sindicado y que cualquier periódico pudo publicarlo indicando el derecho de autor y dejando bien claro que ellos no eran responsables, entonces comenzó a difundirse. Pero todo eso fue bastante horrible. Creo que lo enviamos a más de cincuenta periódicos –por fax con acuse de recibo, como se hacía entonces, antes del correo electrónico– y al final 35 ó 36 lo sacaron, muchos de ellos en primera página. Así pues, la prensa como institución no está totalmente muerta. Su estado es crítico, pero no está totalmente muerta.

DC: En este sentido, ¿percibe usted cambios en el entorno mediático?

SH: Difícil pregunta. Fundamentalmente, me resulta un poquito chocante que la prensa llamada seria haya pasado de largo ante la guerra contra Iraq y ante la actual Presidencia. Pienso que cuando volvamos la vista atrás y observemos el momento actual, vamos a ser muy críticos con la prensa. Realmente, han fallado en uno de los grandes temas morales de nuestro tiempo, del mismo modo que fallaron en relación con Vietnam durante muchos años. Triste, muy triste.

DC: ¿Observa usted en la actualidad algún periodismo de calidad?

SH: Dana Priest, del Washington Post, ha hecho algunos buenos artículos. Y un joven, Nir Rosen, que también escribe cosas buenas y que además ha pasado tiempo allí. Hay muchos periodistas de calidad que publican cosas, pero no todas en lugares donde podamos verlas. Mi ex periódico, el New York Times, me ha decepcionado enormemente, no solo debido a Judith Miller sino debido a su permanente manipulación de la guerra. Es bastante decepcionante. Después de todos esos años que estuve allí, me deja bastante boquiabierto que no hayan encontrado el modo de ser más críticos con Bush.

DC: ¿Puede usted contarnos en qué está trabajando ahora?

SH: No, ¿por qué? Estoy haciendo lo mismo que he venido haciendo desde el comienzo de esta guerra. No he escrito otro artículo desde el 11 de septiembre. Lo odio.