Francia

 

Respuesta a nuestros amigos alemanes

Por Daniel Bensaïd, Alex Callinicos, Francisco Fernandez Buey, Domenico Jervolino, Stathis Kouvélakis y Francisco Louça
Socialisme–International–reseau, 23/05/05
Traducción de Flor Beltrán, corresponsal en París

En un artículo aparecido en Le Monde del 3 de mayo, distinguidos intelectuales alemanes (Jürgen Habermas, Gunther Grass y Wolf Biermann), se dirigen a sus "amigos franceses". Les piden aprobar el Tratado constitucional.

Aunque bienvenidos al debate francés, nuestros amigos alemanes parecen sin embargo muy mal informados de su contenido. Seguramente esta es la consecuencia de que su ratificación parlamentaria en Alemania los ha privado de una controversia pública. Si Francia hubiese adoptado el mismo procedimiento parlamentario, un 90% de los diputados y senadores habrían aprobado el Tratado, mientras que ahora el resultado del referéndum es dudoso.

Para nuestros amigos alemanes un "no" francés traicionaría el progreso y las Luces (sic). ¿Y por qué no "el sentido de la Historia"? La seriedad de las observaciones requiere algunas precisiones.

1. Partidarios de un "no de izquierda", nosotros adherimos a la perspectiva de une Europa social, democrática, abierta, y no limitada a las fronteras dudosas de la civilización judeo–cristiana. Por eso nosotros rechazamos un Tratado que constitucionaliza una Europa liberal, continúa con la demolición de las conquistas sociales y de los servicios públicos, y favorece (por la carencia de armonización social y fiscal) el dumping social y el desarrollo desigual.

2. Una Unión Europea sin programa social, abierta a la competencia de todos contra todos, es inevitablemente antidemocrática. Liberales declarados, que saben su Montesquieu de memoria, se entusiasman así con un mecanismo institucional en el cual el ejecutivo (Consejo y Comisión) y el judicial (el Tribunal de Justicia) legislan, mientras que el legislativo (el Parlamento) es un ectoplasma consultivo. Nuestros amigos alemanes saben cuanto pesó en la historia de Alemania la unificación burocrático bismarckiana sobre las ruinas de las revoluciones democráticas abortadas. Elevar a un status constitucional un Tratado cocinado a espaldas de los pueblos, sin ejercicio efectivo de su poder constituyente, no producirá a largo plazo más que decepciones y resentimientos. La misma idea europea saldría desacreditada.

3. Este Tratado entre estados, revestido de solemnidad constitucional, seria mas realista considerarlo como un "reglamento interno conciliador", según la sobria fórmula de Michel Rocard." [dirigente socialista]. Elevarlo al nivel de Constitución es darle más que una función simbólica. Se trata de constitucionalizar orientaciones (codificadas en el Capitulo III) que antes correspondían a decisiones de los poderes electos, de manera que una mayoría podía cambiar lo que otra había hecho. Al grabarlos en una Constitución prácticamente inmodificable, el procedimiento de revisión es imposible. Así se encerraría la soberanía popular en un corset y se prohibiría en nombre de la “libre competencia” las políticas que darían prioridad a la lógica de las necesidades y el bien común, contra la despiadada de los mercados bursátiles.

4. Llevados por su fervor, los abogados del “sí” atribuyen poderes mágicos a un espíritu benefactor europeo: la paz, los derechos sociales, el Airbus, todo gracias a la Unión Europea. Pero los derechos sociales no fueron concedidos por un fantasma benévolo, sino que fueron conquistados por luchas sociales reales. La paz no es un obsequio generoso de la Comisión de Bruselas, sino el resultado de antecedentes trágicos y de relaciones de fuerzas resultantes de la Guerra Mundial (sin olvidar que la relativa paz interior de sesenta años tuvo por contrapartida la participación en todas las expediciones coloniales e imperiales, en África o en el Golfo) En cuanto a Ariane y el Airbus, no son el fruto de una Constitución, sino el resultado de cooperaciones industriales respaldadas por estados realmente existentes.

5. Según nuestros amigos alemanes, el Tratado constitucional sería necesario "para equilibrar las relaciones con los Estados Unidos". Sin embargo, por la aceptación de la tutela de la OTAN, el Tratado ratifica la subordinación europea frente a la potencia hegemónica de EEUU. Su presupuesto militar es más del doble del de la Unión Europea. Pretender reducir significativamente esta diferencia llevaría a un relanzamiento enorme de los déficits públicos o (como hipótesis obviamente más probable) a una reducción drástica de los presupuestos sociales. Si existe un nuevo “desafió americano”, no se le podrá hacer frente copiando a su modelo liberal Una respuesta a la hegemonía imperial debería, por el contrario ganar la simpatía y la amistad de los pueblos, presentando un verdadero modelo alternativo de paz y justicia social.

6. Si hoy la Unión Europea esta enferma, no es por un posible “no” francés (u holandés) al Tratado constitucional. Es por un defecto inscrito en su programa de fabricación. El escenario del Acta Única (en 1986) y del Tratado de Maastricht excluía tres acontecimientos importantes. Por un lado, la mundialización liberal ha implicado una concentración de capitales transnacionales más que europeos: la Unión Europea tiene muchas más asociaciones industriales con firmas norteamericanas o japonesas que entre socios propiamente europeos. Por otro lado, el derrumbe repentino de los regímenes burocráticos del Este precipitó la cuestión de la expansión, llena de contradicciones sociales, pero políticamente ineludible. Por último, la desintegración de la Unión Soviética, la unificación alemana, y la ruptura de los precarios equilibrios de la posguerra pusieron a la orden del día un nuevo reparto del mundo y una nueva distribución de alianzas. Así se mezclaron los ingredientes de una crisis histórica. Sólo podría resolverla un cambio radical de lógica, dando a la prioridad a las convergencias sociales, democráticas, y ecológicas, y no el cálculo egoísta de ganancias y rentas bursátiles.

7. Si creemos a los partidarios del “sí”, sería “este Tratado o nada”: ¡"No hay alternativa", le gustaba decir a la Sra. Thatcher!. Esta retórica de la resignación contribuye a desacreditar la política. Por el contrario, estamos convencidos no sólo de que los criterios de convergencia social (en materia de salario, empleo, servicios públicos y seguridad social) constituirían una medida de justicia social elemental, sino que serian el mejor medio de evitar el dumping social. Ellos proporcionarían la base sobre la cual podría negociarse la ampliaci{on de la Unión Europea. Tales criterios lograrían verdaderamente "falsear la libre competencia". Estarían pues en contradicción con el espíritu y la letra del actual Tratado Constitucional.

Nuestros amigos alemanes se inquietan por un “no” que "aislaría" inevitablemente a Francia. Su preocupación expresa una visión estática del mundo., Podemos pensar por el contrario que un “no” rompería el círculo vicioso de los pequeños pasos y del mal menor, que muy a menudo llevan a lo peor. Invitaría a los pueblos europeos a hacerse protagonistas de su propia historia. El temido aislamiento sólo seria en relación a los gobiernos y no en relación a los movimientos populares contra la guerra, a los foros sociales europeos, a los movimientos de la mujeres o de los trabajadores desempleados. Los gobiernos pasan, los pueblos permanecen.

Nuestros amigos alemanes temen un "no populista a la Constitución" y al "encierro de los "nacionalistas de izquierda en un búnker". Conocen muy mal a los partidarios del “no de izquierda”. En gran mayoría, son militantes altermundialistas, iniciadores de las euromarchas y animadores de los foros sociales europeos. Lo que puede hacer volcar el voto del 29 de mayo, es por el contrario el empuje de un “no” social y solidario, y no el "no" chauvinista e islamófobo de la vieja derecha.

Nuestros amigos alemanes piden a sus "amigos franceses"... “no hacer sufrir a la Constitución europea las consecuencias del descontento hacia su gobierno”. La experiencia y el buen sentido de trabajadores establecen sin embargo con mucha razón una relación lógica entre las políticas seguidas desde hace veinte años y el Tratado Giscard. Si la Constitución propuesta es el espíritu del liberalismo, la contrarreforma social vivida diariamente es su carne, y Chirac–Raffarin son el instrumento. La principal línea divisoria opone el “no” de izquierda a un “sí” ecuménico que, según confesión del resucitado Jospin[1], ilustra la compatibilidad entre la derecha liberal y la izquierda liberal. Si esta izquierda, voluntariamente sometida a la camisa de fuerza constitucional, vuelve al gobierno, debería pues perseverar en la vía de Maastricht, Ámsterdam y del pacto de estabilidad.

Hace tres años François Hollande[2] hacia su peregrinaje a Puerto Alegre donde el Foro Social Mundial declaraba que otro era mundo posible. Hace un año, el Partido Socialista hacía campaña para el elecciones al Parlamento europeo bajo el lema: "Y ahora, la Europa social" ". El “sí” al Tratado liberal significaría hoy que otra Europa (sin hablar de “otro mundo”) es imposible. François Hollande podrá prometer la Europa social para Pascuas o para el día que le dé la gana, pero no podrá hacer olvidar que la Unión Europea contaba en 1997 con trece gobiernos socialistas. Ni que Lionel Jospin, un año antes de ser primer ministro, condenaba el pacto de estabilidad "absurdamente concedido a los alemanes" y denunciaba el Tratado de Amsterdam como "un super Maastricht". En cuanto a Jacques Delors[3], confesaba dos años apenas después de haber firmado el Tratado de Maastricht sobre los fondos bautismales, que lo había "defendido con calor " pero que “no estaba locamente enamorado". Hoy parece locamente enamorado del Tratado Giscard que defiende con calor. Seguramente, dentro de dos años, nos dirá que no estaba más enamorado que del Tratado de Maastricht.

Daniel Bensaïd, filósofo, Universidad de París 8
Alex Callinicos, filósofo, Universidad de York
Francisco Fernandez Buey, filósofo, Universidad Pompeu Fabra de Barcelona
Domenico Jervolino, filósofo, Universidad de Nápoles
Stathis Kouvélakis, filósofo, King¹s College de Londres
Francisco Louça, economista, diputado al Parlamento portugués


Notas:

[1] Antiguo primer ministro (1997/2002) , que llevó una política neoliberal, fue derrotado en las elecciones por la extrema derecha.

[2] Actual dirigente máximo del Partido Socialista francés.

[3] Ex ministro socialista.

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