Atentados en Londres

 

Entrevista a Michael Brown, especialista en seguridad internacional

"No hay solución militar para la lucha contra el terrorismo"

Por Fabián Bosoer
Clarín, 01/08/05

Los últimos atentados terroristas en Londres coincidieron con varios informes que advierten sobre episodios de esta naturaleza, o aún peores. ¿No se está acertando en la estrategia o no termina de entenderse el fenómeno del terrorismo?

– Creo que las respuestas hasta ahora, y sobre todo en Estados Unidos a partir del 11 de septiembre de 2001, estuvieron básicamente promovidas por el problema terrorista propiamente dicho. En cierto modo, el Gobierno estadounidense fue tomado por sorpresa y ha estado respondiendo lo más rápido posible para manejar este tipo de amenazas, pero sin un plan maestro. Los gobiernos se mueven con lentitud, se concentran en enfrentar la posibilidad de acciones brutales de terror como las que estamos viendo, pero sin prestar debida atención a otros temas igualmente graves que componen el mismo escenario global.

– ¿Quiere decir que se están atacando las consecuencias en lugar de las causas que lo originan?

– La primera constatación es que distintas partes del mundo enfrentan desafíos a su seguridad existencial muy diferentes, pero casi todos los lugares del mundo afrontarán algún desafío de seguridad muy serio en este siglo XXI. Hay tendencias a largo plazo más que preocupantes: una es que se prevé que la población mundial habrá crecido de 6.000 a 9.000 millones para el año 2050, y si pensamos que el 90% del crecimiento se dará en el mundo en desarrollo, o sea la parte del mundo que ya es pobre económicamente, el agua y la tierra son recursos limitados, y en el mundo en desarrollo en particular, podemos prever que veremos más presión demográfica, más competencia por los recursos y un mayor potencial de conflictos. Pero los problemas en el mundo en desarrollo no quedarán confinados, se introducen de un modo u otro en el mundo desarrollado. Sumemos a ello la proliferación de armas y la existencia de redes y organizaciones que pueden llegar a acceder a armas de destrucción masiva. El terrorismo es uno de los desafíos a la seguridad y un ejemplo de que estos desafíos no pueden ser afrontados con los recursos de guerras convencionales.

– Comparando las predicciones de 10 o 15 años atrás, es evidente que el talante cambió: del optimismo inicial con la globalización a estas perspectivas catastróficas. ¿Qué es lo que falló en estas previsiones?

– En efecto, la realidad internacional cambió de una manera dramática, casi sin que muchos se dieran cuenta. Los problemas del mundo tras la guerra fría fueron muy serios y diferentes de los que conocimos con la competencia entre dos superpotencias. Esto es algo que no entendimos adecuadamente entonces: la globalización no fue una panacea sino una gran parte del problema. No se advirtió que en el mundo en desarrollo se encuentran realmente la mayoría de los problemas de seguridad del siglo XXI y que no ocuparse del desarrollo económico, la salud pública, la gobernabilidad y la democracia en esas regiones tiene consecuencias en todas partes.

– ¿Los ataques del 11–S fueron como un despertador sobre esta situación?

– Podemos tomarlo así, pero me temo que la respuesta bélica, la guerra de Iraq, volvió a ocultar las cuestiones de fondo. Ha habido un desdén considerable de las grandes potencias respecto de los problemas del resto del mundo.

– Nuevos problemas y desafíos que son mirados con un prisma viejo. ¿Cuál es el prisma con el que debemos mirarlos y qué es lo que vemos, en tal caso?

– El enfoque tradicional era observar los problemas militares entre estados. En la era posterior a la guerra fría necesitamos otra concepción de la seguridad que tenga en cuenta no sólo la seguridad nacional sino la seguridad de grupos humanos dentro de los países y también la seguridad internacional. También debemos tener muy en cuenta los aspectos no militares de la seguridad. Muchas cuestiones como la globalización económica, la competencia por los recursos, el crecimiento demográfico, los movimientos migratorios, incluso enfermedades contagiosas como el sida pueden crear tensiones sociales que pueden llevar a una inestabilidad política que en algunos casos pueden llegar a desembocar en conflictos violentos. La gran mayoría de los conflictos actuales se desarrolla dentro de los estados y no entre ellos. Hay conflictos regionales que tienen lugar más allá de las fronteras pero no son conflictos entre estados, como sucedía antes.

– ¿No se corre el riesgo de militarizar estas cuestiones que afectan a las sociedades?

– Existe ese riesgo: el de simplificar y pegarle el rótulo de problemas de seguridad a situaciones que son mucho más complejas y exigen en primer lugar respuestas comprensivas. El campo de los estudios sobre seguridad debe ser más amplio, lo que no quiere decir militarizar estos problemas sino en todo caso evitar que lleguen a esa dimensión.

– Las amenazas a la seguridad parecen derivar en gran medida de la inadecuación de las capacidades de los estados. ¿Hasta qué punto queda cuestionada la noción tradicional de soberanía?

– Es cierto, nuestras ideas sobre la soberanía estatal están cambiando en algunos aspectos importantes. La globalización hace que sea más difícil para los gobiernos controlar sus economías y sus fronteras. Sin duda, es más difícil controlar la circulación de la información hacia dentro y hacia fuera de los países. En todos esos sentidos, el poder estatal no es tan poderoso como antes. Y también ha habido un cambio gradual hacia la idea de que los gobiernos no pueden hacer cualquier cosa que se les ocurra en su territorio. Después de los ataques del 11–S, el Consejo de Seguridad de la ONU sancionó prontamente una resolución autorizando el uso de la fuerza militar en contra del Gobierno de Afganistán sobre la base de que estaba llevando a cabo acciones que constituían amenazas para la paz y la seguridad internacionales. Eso no significa que los estados estén desapareciendo totalmente. Tampoco significa que la comunidad internacional vaya a actuar en respuesta a cada guerra, genocidio o abuso contra los derechos humanos. Pero la idea de que la soberanía es un absoluto es inconsistente con las realidades del siglo XXI.

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