Europa

 

Francia

Desempleo y desesperación en el corazón de la protesta

Una recorrida por Clichy–sous–Bois, el suburbio más conflictivo

Por Patricio Arana
Corresponsal en Francia
La Nación, 05/11/05

Clichy–sous–Bois. Durante años, Valentino Falin vivió en Clichy–sous–Bois, una ciudad desfavorecida del norte de la capital francesa y dividida entre barrios residenciales y ciudadelas "calientes" donde los inmigrantes del norte de Africa se instalaron en la década del 70, cuando Francia necesitaba mano de obra.

"Tuve la suerte de ir al colegio en Le Raincy", la ciudad "rica" de la zona, dice Valentino, un taxista de 22 años, estudiante en pintura desde que terminó su bachillerato.

"Si hubiese ido al colegio en Clichy–sous–Bois mi candidatura para la escuela de arte no tendría el mismo color", afirma, consciente de que el más mínimo detalle puede influir en su trayectoria. "Los jóvenes franceses hijos de inmigrantes que viven en Clichy–sous–Bois son constantemente discriminados. ¿Cómo quiere que consigan un trabajo?", se indigna.

En Clichy–sous–Bois, André Balverde creó una asociación, La Fontaine aux Images, para trabajar con los jóvenes de los barrios "sensibles". En un terreno baldío, bajo una carpa de circo, André se prepara para el ensayo de una obra de teatro en la que actúan los que el primer ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, y gran parte de la sociedad francesa, califican de racailles, desechos de la sociedad, marginales.

"Soy un simple testigo y todo esto lo vivimos con mucho miedo. Vemos la violencia, los jóvenes que queman sus propios autos y los de los vecinos; del otro lado, vemos el comportamiento de la policía y los intercambios violentos", se lamenta.

André, al igual que Valentino, no justifica la violencia desatada. En efecto, lamenta que los jóvenes actúen de manera "suicida" al incendiar los negocios o los vehículos de sus vecinos.

No obstante, cree que eso era casi inevitable. "Vemos la desesperación de los jóvenes", afirma André, que intenta con su asociación hacer que salgan de este círculo de violencia.

¿Por qué viven con desesperación? "La policía, sin tener en cuenta los derechos de los ciudadanos, cae rápidamente en el delito de la discriminación, por el color de la piel, y emplean métodos violentos totalmente inútiles", sostiene Balverde con amargura.

Según André, los métodos utilizados por la policía no son los mismos que en el resto de Francia. "Los jóvenes o niños que por cualquier razón son controlados por la policía viven una experiencia traumática. Los controles de policía no son superiores en Clichy–sous–Bois que en otras comunas. No obstante, son diferentes y los testimonios de los jóvenes es que se ven influenciados por la discriminación", afirma André.

¿Y las razones de esta violencia? André coincide con Valentino. "Cuando se vive en este barrio, conseguir un trabajo es imposible. La gente que vive en Seine–Saint Denis está marcada con un sello y son discriminados a pesar de tener las capacidades profesionales para obtener un empleo", critica Balverde. "Es todo un conjunto, mezclado con un reflejo comunitario que hace que la gente se reagrupe en una comunidad. Los jóvenes ya no tienen esperanza", sostiene.

Cuando el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, los trata de racailles, un término del lunfardo francés extremadamente peyorativo, sólo agrava las cosas. "Tales calificativos son negativos y socavan la moral de los jóvenes. Jóvenes que quieren trabajar e integrarse, que quieren compartir los mismos valores de la comunidad francesa", añade André, consternado. A lo lejos se escuchan las sirenas de la policía. "¿Ve? Ahí comienza el baile", se despide Balverde.

Son las 18 y un poco más lejos espera Adda Ouassini, un joven de origen libanés, estudiante de historia, que vive en el barrio Les Bosquets, en la ciudad vecina de Montfermeil, "un gueto", afirma. Adda repite el mismo discurso de André y Valentino y sostiene que no está para nada de acuerdo con que los medios repitan que los que participan en las violencias son jóvenes que necesitan integrarse. "Son franceses; no son inmigrantes. Es un problema de jóvenes y de aspiraciones y no de integración", se indigna.

A diferencia de los barrios residenciales, las ciudadelas se caracterizan por sus torres de 15 a 20 pisos y no hay pequeñas casas con jardín. En estos edificios, en su mayoría insalubres, que fueron hace treinta años el orgullo de los planes de vivienda de diferentes gobiernos, se amontonan los marginados y los que no tienen recursos para otra cosa.

Sin transporte

Para llegar allí no hay ómnibus. El transporte público finaliza su recorrido antes de ingresar en las zonas sensibles. "Si la policía les dice que va a pasar algo finalizan el servicio y hacen bajar a los pasajeros", dice Ouassini. "La gente tiene que regresar a sus hogares a pie. A esta hora se meten en sus casas y ya no salen. Hay un toque de queda no declarado", añade.

En La Forestiere, uno de los guetos, se puede ver aún la carrocería abandonada de un vehículo incendiado; difícil es establecer si fue la víspera o hace ocho días. En las calles, en donde se amontonan las bolsas de residuos, los jóvenes comienzan a reagruparse, "se juntan y esperan a que aparezca la policía", explica Adda.

En la noche del miércoles, se quemaron 300 vehículos en todo el departamento, hubo choques con los CRS –las fuerzas antimotines francesas– e incluso algunas balas perdidas.

Si bien la población de estas comunas es en su gran mayoría de religión musulmana, la violencia no tiene un cariz comunitario. Ouassini dice que "una solidaridad entre la miseria" permitió que se extendiera a otras localidades.

Atravesar las tres ciudadelas donde todo comenzó hace ocho días lleva más de una hora. En el trayecto hacia la estación de Le Raincy, Habib, el hermano de Adda, señala el estacionamiento de un centro comercial. "Ahí están esperando", dice, refiriéndose a un centenar de CRS. "En cualquier momento va a comenzar". Son las 20.

Volver