Europa

 

Francia: reportaje

"Hasta que caiga Sarkozy"

Los encapuchados de Blanc-Mesnil denuncian la falta de oportunidades y medios económicos en una zona conflictiva del extrarradio de París
Saludan a la periodista con un rap burlón con el que imitan al primer ministro

Por Eva Peruga
Enviada especial a París
El Periódico de Catalunya, 11/11/05

La noche cae sobre Blanc-Mesnil. Llega la hora de los conjuros, porque esto es el 93. Es el número maldito que identifica al departamento de Seine-Saint-Denis, donde hace 15 días empezó la revuelta de los suburbios. El centro de esta ciudad pobre de casi 50.000 habitantes, alimentada con el éxodo rural, primero, y de la inmigración árabe y negra, después, está tranquilo.

Los alrededores del ayuntamiento, regentado por el comunista Daniel Feurtet, y Correos viven los coletazos del día, con los últimos clientes haciendo las compras antes del cierre de los comercios. El centro, donde los más acomodados viven rodeados de parterres, tiene poco que ver con las llamadas cités, las colmenas donde explotan la frustración y la rabia. ¿Contra quién? Contra los apellidos políticos y contra el Estado.

La bienvenida

"Gentuza, gamberros, lo voy a limpiar todo". Con una especie de rap improvisado con las palabras del ministro de Interior, Nicolas Sarkozy, los encapuchados de la intifada local aceptan hablar con este periódico, a condición de mantener el anonimato. Sus palabras van caras. No quieren contacto con la prensa, a la que acusan de manipulación y temen que sea utilizada por la policía para llegar hasta ellos. Son hijos de la cité de las Cuatro Torres, cuatro edificios de unos 500 domicilios. A su alrededor no hay alumbrado público. Sólo las luces de las porterías.

Hay que ser del barrio para circular por estas calles, en las que a primeras horas de la noche los padres ordenan a sus hijos que suban a casa. El lugar del encuentro tiene las paredes desconchadas, llenas de pintadas, y las colillas de los cigarrillos hacen la vez de alfombra. Los vecinos que pasan cerca no miran hacia el grupo. Los jóvenes sí que no pierden de vista la puerta, porque la policía se encuentra al doblar la esquina. Esta noche incluso hay un retén militar, a pesar de que Blanc-Mesnil disfruta ahora de una calma tensa, la que precede a la tempestad.

Misteriosos SMS

"No vamos a parar hasta que caiga Sarkozy", manifiestan atropelladamente varios de ellos a la vez. "Sarkozy morirá", vaticina uno, mientras otro, para impresionar seguramente, muestra una foto de móvil donde se ve una pistola. Es sólo una fotografía.

No sueltan prenda sobre futuras acciones o sobre el tipo de material que utilizarán en ellas. Sólo uno de ellos esconde bajo su chándal un gel en espray para rociar la cara. La excitación contenida cunde en el grupo cuando se aborda la existencia de un misterioso SMS, en el que se convoca a los jóvenes enmascarados a una acción colectiva en el centro de París. El día no está claro. Sólo dos de ellos conocen el mensaje.

Método tradicional

A pesar de recurrir a internet y al móvil, cuyas huellas pueden llamar la atención de la policía, la pandilla defiende la manera más segura de comunicarse, "el teléfono árabe", que no es más que la antigua transmisión boca-oreja de la información. Y, de esta forma, los de aquí saben qué hacen o harán los de otros barrios de la misma ciudad o de otras poblaciones de los suburbios parisinos. "No hay bandas", insisten, para contrarrestar el discurso oficial, y niegan ser unos mandados.

Chándals, atuendos raperos, jerseys y pantalones oscuros. Ninguno da la impresión de necesitar ayuda económica. Blancos --pocos--, negros, árabes. El grupo, que en algunos momentos del encuentro llega a tener unas 10 personas, entre los 18 y los 24 años, no tiene ni una estética ni una composición étnica homogénea. "No somos una banda", replica uno de los más habladores, con un móvil de última generación colgado del cuello. Y aclara: "Me lo he comprado porque trabajo".

Tocado con un gorro de lana negro, este francés de nacimiento e hijo de la inmigración de las Comores, que juega a hacerse pasar por menor gracias a su aspecto de niño, pero que ya tiene edad de votar, también niega la versión de: "Todo lo que pasa es porque son musulmanes". La mayoría del grupo niega ser creyente a pies juntillas, así como cualquier tipo de ascendente de los islamistas sobre ellos. "Hay judíos en el 93", espetan para probar su tesis.

Y llega el tercer desmentido. Esta vez en boca del más corpulento, compositor aficionado de rap y todavía estudiante. "Ponen en cuestión la educación de los padres en los suburbios. No tienen derecho". Su padre vive en África, su madre, parada, está con él en esta ciudad.

Otro se adelanta a su explicación. "Nuestros padres no saben lo que hacemos. Están en contra de la violencia. Ellos llegaron de África y estaban muy contentos de vivir aquí. Nosotros somos diferentes. La violencia es nuestra forma de expresión. Todo lo hemos aprendido en la calle", concluye, tras reivindicar una lucha muy interiorizada.

Problemas de vivienda

Pero todos admiten al unísono: "Hay problemas de dinero en todas las familias". Un joven de origen marroquí, de 23 años --de los más mayores del grupo--, con el pelo y las patillas perfectamente recortados, ofrece un ejemplo: "En este barrio, hay pisos de 40 metros cuadrados donde viven siete u ocho personas".

En la colmena de las Cuatro Torres, de protección oficial, las familias son numerosas y de origen inmigrante: magrebís, africanos, latinoamericanos, europeos del Este. Según el censo de la alcaldía, de 1999, hay 38.583 franceses y 8.257 extranjeros. Estas cifras no sólo están desbordadas por la actualidad posterior, sino que ahora ya no se corresponden al perfil real de la comunidad, ya que entre los franceses se cuentan a los extranjeros naturalizados.

"Somos franceses", reclaman estos jóvenes y, como tales, exigen las mismas oportunidades. "Nos cierran todas las puertas", comenta con amargura un chico de origen camerunés en busca de trabajo desde hace tiempo. Lo atribuye al mero hecho de vivir en el 93 y, encima, en una cité. Todos asienten cuando uno de los más serios concluye: "En el 93 también hay gente inteligente que quiere progresar".

Un francés muy correcto

En el meridiano de la conversación a varias bandas, esta pandilla de jóvenes no ofrecen la imagen de marginales violentos, sin educación y cero en cultura. Deciden no expresarse en el argot propio de su círculo para hacerse entender. Lo hacen en un francés muy correcto --la escuela pública francesa parece mantener todavía un nivel aceptable-- y lo hacen también con un estilo muy francés, es decir, en clave política.

¿De qué se quejan? Primero del paro. En el 93, la tasa de desempleo es del 26,6%, más del doble de la media de Francia. En Blanc-Mesnil, la cifra oficiosa de parados escala hasta el 40% de la población.

También se revuelven contra el trato recibido en el paso previo, la educación y la formación. "Escriba, escriba esto", reclama uno de ellos. Y explica: "Pedimos una beca y o no nos la dan o nos la dan a final de curso cuando ya no la necesitamos; el Estado francés impide que los chicos estudien". No sólo eso. El músico aficionado añade: "A esta zona sólo vienen profesores jóvenes sin preparación". El chaval de origen marroquí aprovecha para reclamar escuelas especiales, para los jóvenes más conflictivos.

Hacer deporte

"Y queremos locales para poder pasar el rato y canchas para hacer deporte. La alcaldía no nos deja los espacios públicos porque teme que los destrocemos y dice que tenemos que ser miembros de algún club", se indigna un joven de 18 años. Y todos se vuelven hacia uno de los pocos blancos, que no se quita los auriculares con los que escucha al grupo de rap Tandem. La madre de este chico vigila unos locales y les presta unos metros para que puedan hacer deporte. "Este alcalde sólo pone flores en las calles y no se ocupa de las necesidades del sur de la ciudad", denuncian.

La noche avanza. Algunos de los entrevistados se apartan del lugar de la discusión para fumar hachís. Los ojos y la lengua torpe los delatan. No hacen nada que denote la preparación de algún altercado, aunque la excitación por el pulso mantenido con las autoridades los mantiene en alerta. La despedida se hace según su código: choque con las palmas de la mano derecha y luego choque de los puños con el dedo gordo levantado. Fuera, en la calle, hay un silencio sepulcral. A 20 metros queda un recuerdo de la primera noche de altercados: una señal metálica carbonizada. Ya no se sabe qué dirección marcaba. Los encapuchados también intentan que Francia cambie de dirección.

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