Género

 

Reportaje a Martha Ferro

Periodismo de cachiporra

Por Silvina Molina
Artemisa Noticias, Buenos Aires, 28/03/07

Feminista y socialista, así se define Martha Ferro. Dirigió la revista de género Todas, del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) en los turbulentos años setenta. Viviò en Nueva York y volvió para hacer la revolución. Hoy le da batalla al cáncer desde Olavarría, donde están sus orígenes. En esta entrevista analiza la cobertura de la violencia de género desde el periodismo policial.

Esta nota está inconclusa. Porque con Martha Ferro podríamos llenar páginas y páginas, tantas como las que escribió durante 18 años en el diario Crónica, de donde fue despedida en julio del 2001 luego de una huelga que impidió la publicación de tres ediciones. Esta vez, le pedimos que analizara la cobertura de la violencia de género desde el periodismo policial, y dijo cosas como ésta: “El verdadero periodista no puede quedarse solo con el testimonio de la mujer golpeada, tienen que darle salidas”; “Nunca le di espacio en las notas al golpeador, no me gustan los torturadores”; “La violencia hacia la mujer no existe para la policía, los jueces y los machos”; “Todavía estamos en Jurasic Park con la cobertura de la violencia”. “Feminista y socialista”, como ella misma se define, dirigió la revista de género Todas, del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) en los turbulentos años setenta. Aunque antes se fue a Nueva York a conocer al poeta Allen Ginsberg, volvió para hacer la revolución y hoy le da batalla al cáncer desde Olavarría, donde están sus orígenes.

- En Tinta Roja, documental que muestra el día a día del trabajo del equipo periodístico de la sección policial del diario Crónica, se la escucha decir a una mujer: “Bueno señora, venga el jueves y nosotros le ponemos que su hermano le pega”. ¿Cuándo sintió que estaba escribiendo una nota sobre violencia familiar?

- Siempre. La violencia familiar, para los únicos que no existe es para los jueces, los machos y la policía.

- Algunas investigadoras de las ciencias sociales establecen que el asesinato de Alicia Muñiz en manos del boxeador Carlos Monzón, marca un antes y un después en el tratamiento periodístico de la violencia hacia la mujer ¿Usted qué opina y cómo lo vivió?

- Estoy de acuerdo. No me olvido que desde la sección policial de Crónica hicimos mucho para que el tema no quedara en una paliza seguida de muerte. Nos mandamos una tapa con título catástrofe para la historia: Mujeres marchan contra Monzón.

-¿Cómo se cubría una noticia sobre violencia contra la mujer en Crónica? Por ejemplo ¿había que pelear la nota con el editor? ¿Se le daba voz al victimario? ¿Y a la víctima?

- Cuando las noticias llegan a la redacción, las mujeres ya están muertas o mutiladas. No tuve problemas nunca con el editor. Lo cierto es que todos los días se podría llenar un diario con estas noticias. Llegan por decenas diariamente. Existe una especie de anestesia informativa con este delito, como con tantos otros. Yo siempre sostuve que las noticias que se publican no son todas las noticias, porque si se publicaran todas, tendríamos asco ajeno de vivir en esta barbarie.

Nunca le di la palabra al golpeador. No me gustan los torturadores. Mostrábamos los cadáveres de las mujeres y las fotos que evidenciaban cómo las habían desfigurado… eso cuando querían hacer la denuncia, porque la policía no tomaba la denuncia. Pero cuando la policía leía la nota en Crónica, iba a buscar a la mujer y hacía lo que tendría que haber hecho antes.

-¿Hubo una evolución en el tratamiento periodístico de la violencia?

- El tratamiento cambió. Creo que se fue visualizando que las mujeres golpeadas eran miles y de todas las clases sociales. El tema tuvo más prensa, se crearon grupos de autoayuda, se dieron cuenta de que era un problema social y político. Se adelantó bastante. Pero todavía estamos en Jurassic Park.

-¿Y usted acompañó ese proceso, investigó sobre la problemática?

- Soy socialista. Tenía diez años cuando vi que un tipejo le pegaba a una mujer por celos y yo me lancé sobre sus piernas y lo empecé a patear. Por supuesto que leí sobre el tema, sobre todo a las feministas norteamericanas. Yo viví siete años en Nueva York, entre 1965 y 1972, y por entonces las gringas tenían un grupo - “Las Vengadoras”- donde devolvían palizas a los golpeadores.

- Usted dijo en una entrevista que “el barrio te cuenta quién es chorro o asesino” ¿en casos de hombres violentos es así? ¿Cómo se comporta el barrio?

- Nunca hay que creer en la policía. El barrio te resuelve todos los crímenes. El barrio sabe todo. Pero en los sectores medios, el barrio calla. Es que la clase media guarda sus secretos bajo treinta llaves y nunca quieren comprometerse cuando son testigos de un caso de gatillo fácil, asesinos al volante o violencia familiar. No tienen tiempo, no les gusta ir a Tribunales. Son muy hipócritas, después van al Festival de Cine y lloran por una historia de papel, y toman café y se indignan porque hay gente que no come.

- Su trabajo implica conocer el mundo de la institución policial ¿cómo definiría la actitud de la policía como fuente de información en casos de violencia?

- La policía tiene el nombre de “yuta” en el lunfardo canero ¿Por qué? Porque es falluta. Ellos encubren al golpeador, lo justifican. No dan información veraz, ni por las mujeres golpeadas. Todas “se lo merecen”, para ellos.

- Cuénteme sobre algunos casos que cubrió de mujeres golpeadas ¿qué le pasó a la mujer y a la periodista?

- Eran testimonios desgarradores. Recuerdo a una mujer, esposa de un famoso cirujano que le había propinado varias palizas. Cuando le desfiguró la cara lo denunció. Tuvo que ir a Francia a reconstruirse el rostro. Todos me impactaron. La indefensión de las mujeres es muy dolorosa, pareciera no tener salida. Lo bueno era que desde mi lugar no me quedaba con el testimonio, sino que les insistía que fueran a los grupos de autoayuda. Lo mismo hice con los casos de gatillo fácil. Porque si te quedás con la nota y nada más, la cosa no sirve. Hay que dar salidas, propuestas. Algunos dicen que eso no es tarea de los periodistas. Yo creo que los que lo hacen, sí son periodistas. Los demás viven para teclear novedades, noticias frescas.

- Si hoy una periodista quiere hacer policiales ¿qué le aconsejaría Martha Ferro que hiciera, en casos de cobertura de violencia hacia la mujer?

- Le aconsejaría que sea feminista, que sea socialista y que tenga bien en claro que para sostener las aberraciones del patriarcado las mujeres somos explotadas, maltratadas, traficadas, asesinadas. Le aconsejaría que dé cachiporrazos en la PC…

- El estilo de Crónica tiene que ver con la llamada prensa amarilla ¿cómo se encuadran las noticias de violencia en este estilo de hacer periodismo?

- Sí, se la tilda de sensacionalista, de amarilla, de vulgar... Sin embargo, Crónica muestra uno o tres crímenes por día de todos los que acontecen en el país. Creo que los otros diarios son más sensacionalistas y amarillos cuando pregonan que todo está bien, que la miseria disminuye, cuando reverencian a las multinacionales, alaban las relaciones internacionales que llevan a cabo nuestros gobiernos, a la dueña de Clarín que se apoderó de dos hijos de desaparecidos. Crónica es (era) el hecho maldito del periodismo argentino.

-¿Pero no hay cierta sordidez en la manera de mostrar las noticias?

- Es que la violencia en Argentina es sórdida, espectacular. ¿No observan cómo tratan a los chicos de la calle, los cartoneros, las prostitutas? Si una foto de Crónica capta esa violencia, la frase que un periodista expone con dureza no hace más que mostrar un poco de lo qué pasa.

-¿Y cuánto importa el lenguaje en ese contexto?

- El lenguaje policial es el lenguaje de las tumbas, de las cárceles, de los márgenes, casi de la novela negra. En Crónica hay periodistas de derecha y los hubo, y todos sin excepción muestran cuando escriben su visión del mundo. Yo soy marxista y trato de meter mi visión. No hay periodismo objetivo. Ahora recuerdo que Gabriela Esquivada hizo su tesis sobre Crónica y cuenta que la organización Montoneros quería hacer un diario como Crónica, con ese lenguaje que solo te da andar por los cinco cordones del conurbano y otras zonas terribles del país.

-¿Cómo llega a Crónica?

- Llegué a la revista ¡ESTO! y cuando cerró nos pasaron a la redacción de Crónica. En blanco trabajé 16 años, y dos en negro. Toda una vida. Me echaron después de una huelga feroz. Fue la primera vez en la historia del periodismo gráfico que Prensa para un diario por tres ediciones.

- El periodismo policial ¿tiene un lenguaje propio? ¿Qué términos inventó usted por ejemplo?

- El periodismo policial tiene un lenguaje riquísimo y es heredero del lenguaje tumbero, del tango, de los márgenes. Siempre se renueva. Yo invente “hienario”, no me acuerdo de otras. Me gustó tanto que siempre la encajaba cuando llegaba la sordidez a la mesa de noticias. Siempre me impresionó la llamada “risa de las hienas”, sus mordiscones arteros, cómo saborean la carroña. Cuando observo y respiro lo que pasa en esta sociedad con los más débiles, siento que crece la población de hienas, siento que estoy en un hienario compuesto por todas las clases sociales. Y olfateo la barbarie creciente.

-¿Es verdad que decidió ser periodista por influencia de su mamá, que levantaba quiniela?

- Nací en 1942, en el Hospital Rawson. Mi madre no tenía un nombre para mí, que era la quinta nena, por eso la partera le sugirió que me llamara Martha, como la heroína de una radionovela que escuchaba con fervor. Mi madre le hizo caso, y sin más trámite fui Martha gracias a la partera. Esta historia la conocí cuando tenía casi siete años, y ahí nomás me di cuenta que iba ser difícil andar por el mundo. Mi madre soñaba con gatos, con muertos, cuchillos, degollados y payasos… todos sus sueños valían para que jugara a la quiniela y ganara o perdiera.

Ese lenguaje de los bordes y su devoción por los crímenes que devoraba cada tarde en el diario Crítica y su afán por resolverlos, me cautivaban. Ella quería ser jefa de la División Homicidios, yo empecé a querer escribir esas historias que tenían sin aliento a los lectores. Entre ella, las novelas de Juan Carlos Chiappe y Juan José de Soiza Reilly, sembraron en mí la planta que soy: una cronista de policiales y una titiritera de cachiporra.

En 1978 el PST me encarga dirigir la revista Todas, de feminismo de género; se vende por miles y logramos que muchas mujeres trabajadoras se organizaran a partir de la revista, logramos que comprendieran la lucha socialista. La revista Todas sirve para sacar al partido de la clandestinidad. Fueron nueve mujeres, dirigidas políticamente por Nora Ciapponi y Alba (así, sin apellido, la nombra Martha Ferro).

-¿Cuál era el objetivo de la revista?

- Era una táctica para salir de la clandestinidad y captar mujeres trabajadoras para el partido. Los temas tratados eran de género, pues estábamos en plena dictadura y nada era fácil.

- ¿Qué notas se leían en Todas?

- La doble tarea, la violencia doméstica, el trabajo de las enfermeras, maestras… También una sección literaria donde publicamos algunos cuentos de las escritoras inglesas del siglo XIX. Cuando hicimos la presentación de la revista en un teatro de San Telmo que se llamaba La Rueda Cuadrada, acudieron más de 300 mujeres que la habían leído y que se entusiasmaron mucho; algunas de ellas posteriormente comenzaron a militar para el PST. El segundo número fue más exitoso y Cipe Lincovsky e Inda Ledesma nos brindaron su ayuda y actuaron para la revista en el teatro Margarita Xirgú.

-¿Por qué dejó de editarse?

- Hacia fines de 1979 la situación política comenzaba a cambiar y volcamos las fuerzas hacia la creación del CELS, la COPEDE y la Coordinadora para la Educación. Muchas estuvieron en desacuerdo con la decisión del partido. Lo importante fue que hacia adentro, las compañeras tomaron el tema de la mujer, se convirtieron en feministas.

- Comenzó su trabajo como periodista en Olavarría y ahora vive allí ¿cómo fue ese proceso?

- En Olavarría tengo un grupo familiar muy solidario. Por eso volví. Y volví jodida, con metástasis. Estuve un año sin hablar y esperando la carroza. Lucho todos los días. A veces escribo alguna nota en el diario El Popular de Olavarría. Formé un grupo de titiriteros que van por los barrios con los fantoches de cachiporras, hacen periodismo con títeres.

En Inglaterra hay un personaje “Punch” (lo llaman el títere más malo de Inglaterra) que siempre, cuando vuelve de trabajar, golpea a su mujer Judy y al bebé de ambos. La violencia de Punch acaba cuando Judy agarra un palo y se defiende. Los títeres de cachiporra fueron popularizados en España por García Lorca. Ese títere termina con todas las injusticias tomando “las armas”. Yo digo que en el único lugar donde triunfa el bien, es en el teatro de títeres de cachiporra.

 

tomando “las armas”. Yo digo que en el único lugar donde triunfa el bien, es en el teatro de títeres de cachiporra.