Haití

 

Claves de la tragedia haitiana

Por Ernesto Carmona (*)
Argenpress, 02/03/05

Dos manifestantes muertos por la policía, varios soldados brasileños heridos y rechazo popular a las tropas de la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustah) son las noticias que salen de Puerto Príncipe, cuando se cumple un año de la invasión franco estadounidense que derribó el gobierno del país más empobrecido de la región. Los grandes medios internacionales que ayer justificaron que Jean Bertrand Arístide haya salido por la fuerza 'porque se iba a imponer la democracia' y reconstruir Haití, hoy arguyen que la ayuda extranjera no llega porque los países ricos desconfían de los frecuentes disturbios y la presencia del 'fantasma de Arístide', pero no informan que a EEUU le desagrada el enfoque no represivo de la Minustah.

Los medios internacionales no se explican por qué tantos haitianos pobres arriesgan su vida en manifestaciones para conmemorar con protestas el primer aniversario del golpe perpetrado por EEUU y Francia. Hablan de la 'sombra de Aristide' y de 'los peligros para la transición a la democracia', fantasía que justificó la llegada de tropas de Argentina, Brasil y Ecuador después que las de Chile fueron las primeras en llegar. El pueblo haitiano todavía no ve la 'reconstrucción' que prometió la Minustah.

La agencia France Presse ilustró ayer la pobreza hospitalaria del país en que la esperanza de vida es de 49 años y el personal de salud no percibe sus magros salarios hace seis meses:

'Los bebés se mueren por falta de oxígeno, adolescentes embarazadas hacen el trabajo de parto paradas contra la pared, no hay laboratorio, ni medicamentos, ni guantes, y cada vez hay menos médicos: el hospital universitario de Haití, el mayor del país, tiene pronóstico sombrío.

'A falta de dinero para llevar a sus enfermos a un centro de salud privado, decenas de haitianos se agolpan ante las puertas del decrépito hospital de 700 camas, donde acuden los más pobres entre los pobres, para rezar en voz alta, de ojos cerrados, con la Biblia en una mano y la otra levantada, llamando a Dios'.

Las fuerzas militares

En Haití hay no hay salud pública, pero existe bastante presencia armada. El brazo armado del gobierno es su policía plagada de criminales, coexistiendo con otros poderes militares, como las bandas armadas que desestabilizaron a Arístide y los casos azules de la Minustah que fueron impotentes para neutralizarlos porque fueron legitimados por el nuevo gobierno como 'combatientes de la libertad' y comenzaron a incorporarse a la policía. Un cuarto poder armado radica en los grupos del narcotráfico que utiliza el territorio como pasadizo al mercado estadounidense.

La empobrecida población negra brega por sobrevivir en sus tugurios urbanos, luchando contra su peor amenaza terrorista: el hambre y el desempleo. Nadie recuerda la 'agenda de la transición' de los grupos supuestamente 'democráticos' que respaldaron la intervención de EEUU y Francia, en consonancia con los paramilitares 'de la libertad'.

Y mientras la policía cumple las brutales tareas de represión y muerte que le encomienda el 'gobierno de transición' del 'presidente' Boniface Alexandre y su primer ministro Gérard Latortue, Naciones Unidas está relegada a un rol de mero observador armado del orden público, pero generalmente llega tarde a la escena del crimen, después que la policía los cometió, y sólo para recibir la indignación popular que relaciona su hambre con el costoso aparataje de los casos azules.

Constreñida a un papel tan irrelevante como el que desempeñó la ONU en Bosnia Herzegovina, la Minustah languidece, impotente y sin dinero para cumplir su cometido, simplemente porque Estados Unidos no da el pase para que fluyan los 1.400 millones de dólares comprometidos por los donantes internacionales, el Banco Mundial, el Interamericano de Desarrollo y varios países desarrollados. Washington no tiene confianza en la Minustah y desearía un enfoque de choque, más represivo, menos dialogante, sin tomar en serio la promesa de 'reconstrucción', es decir, un enfoque estadounidense. Sin que EEUU tenga esa garantía, sólo llegarán algunos centavos para dorar la píldora de unas elecciones que tampoco está interesado en que ocurran luego porque como están las cosas las ganaría 'la sombra de Arístide', con o sin la presencia física del ex sacerdote.

Problemas de un país misérrimo

En Haití hay ocho millones de seres humanos que tienen encima a 3 mil policías y a 7 mil soldados extranjeros, amén de un millar de paramilitares, pero viven peor que hace un año. La inseguridad y el hambre campean por doquier. Los paramilitares que la ONU no desarmó a tiempo, son ahora la autoridad que mata en casi todos los pueblos y que la Minustah sólo procura controlar. Además, hay narcotraficantes utilizando sin problemas el territorio para enviar droga a EEUU que también están armados y mantienen una alianza estrecha con las bandas paramilitares, hoy casi identificadas con la policía, a la que se están incorporando formalmente. Para completar el cuadro, EEUU mantiene sus propios vasos comunicantes directos con el aparato policial que contradicen las políticas más civilizadas de la Minustah. Es decir, en Haití se impone el caos al estilo de Irak y al gusto de EEUU, sin que se haya emprendido ninguna 'reconstrucción', por lo menos seriamente. Para Washington sería ideal que la Minustah se pusiera a las órdenes de la policía del gobierno de 'transición'. ¿De transición a qué? Esa es la cuestión.

Los activistas de organizaciones políticas y de derechos humanos viven en total inseguridad, en un duro contraste con la creciente legitimación de los grupos armados. Las violaciones constantes de los derechos humanos son hoy un gran problema hasta para la OEA –que en septiembre emitió un severo informe– pero no es el único. Y otro gran problema es el hambre, en un país donde el 80% de la juventud está desempleada, no tiene escolaridad, ni la posibilidad de practicar deportes. En Puerto Príncipe hay tres o cuatro edificios públicos que son frecuentados de noche por jóvenes que acuden allí a estudiar bajo la luz eléctrica que no existe en sus hogares. Haití vive en la oscuridad. Y no es sólo una metáfora.

En la otra vereda está la elite económica –compuesta por mulatos, árabes, otros extranjeros y uno que otro negro– que controla el comercio, el gas, las líneas aéreas y todo el precario mundo económico haitiano. Esta elite antidemocrática, sustentadora sempiterna de dictaduras, necesita a un negro al frente del Estado –debilitado y corrupto– para controlar mejor la economía, en una nación donde más del 80% de la población vive en la informalidad económica. Los periódicos están al servicio de la elite del 1% de la población. La radio es más fuerte que la televisión, gracias a las pilas y transistores, porque en Haití no hay electricidad.

Si la 'transición' concluyera hoy con elecciones libres, probablemente volverían a ganarlas Arístide y su partido, la Familia Lavalas. Por eso el gobierno mantiene una postura ambigua ante los paramilitares, que están realizando una limpieza ideológica entre militantes jóvenes, simplemente por la vía del exterminio físico. Más de 200 paramilitares ingresaron formalmente a la policía y hoy cometen de uniforme los mismos crímenes que antes ejecutaban con jeans y zapatillas Nike. EEUU, el gobierno haitiano, la elite y la policía se juegan para que no cambie el statu quo y mucho menos haya elecciones. El tiempo también juega a su favor.

Un poco de historia

Arístide gobernó Haití sustentado en la 'Familia Lavalas', creada por él mismo, con un fuerte arraigo entre los pobres de las ciudades, aquellos que más sufren el hambre. Lavalas también encarna el sincretismo de la cultura haitiana, que incluye el ancestral culto vudú. Es el partido de los desposeídos, de los que nada tienen, de perfil populista de izquierda, relativamente anárquico, identificado con la negritud. En una población mayoritariamente originaria del Africa, los estratos sociales mantienen estrecha relación con el color de la piel. Los mulatos, los blancos y los extranjeros –en su mayoría comerciantes árabes– conforman una clase acomodada respecto a los negros: son la clase propietaria.

A Aristides podría reprochársele haber centralizado excesivamente el poder de manera personal, en sintonía con la tradición tribal, como el jefe de una gran tribu, alejado del arquetipo clásico del político burgués latinoamericano. Su estilo de distribuir dinero como jefe tribal lo condujo al desorden y al abuso de los privilegios del poder. Pasando por encima de la burocracia, se saltó las normas administrativas y financieras, debilitó al Estado y se hizo vulnerable a las críticas de corrupción. Y en esencia, no fue tan distinto al modelo populista que otros practicaron antes en Latinoamérica, sin que Estados Unidos organizara bandas armadas y tampoco invadiera sus países. Si las tropas de EEUU y Francia acometieron una ocupación ilegal, Naciones Unidas la legitimó horas más tarde, cuando Arístide ya volaba hacia el Africa ese mismo domingo 29 de febrero de 2004. El pronto envío de militares desde Chile reforzó la legitimación que después fortalecieron Brasil, Argentina, Ecuador, Sri Lanka y otros. Una vez más la ONU debió entendérselas con hechos consumados y políticas preestablecidas por EEUU

¿Por qué hubo invasión?

Haití no tiene recursos naturales, ni de dónde sacar plata, pero a Aristide se le ocurrió cobrarle a los franceses por el saqueo colonial que después remataron las sucesivas invasiones estadounidenses, como la de 1915–1934. En el país no quedó nada. Las potencias imperiales depredaron los valiosos árboles de caoba, mientras los cultivos intensivos de azúcar, algodón y tabaco dañaron irreversiblemente los suelos por falta de cuidado, aplicando la filosofía de 'sacar y sacar para llevar'. El medio ambiente quedó comprometido para siempre. Hoy los huracanes devastan al país porque ya no quedan árboles que amortigüen su fuerza.

Los esclavos haitianos que humillaron a Napoleón cuando derrotaron a sus tropas se liberaron simultáneamente de sus cadenas y de sus lazos coloniales –en 1804– antes que ningún país iberoamericano. Pero lo pagaron caro, porque las potencias imperiales solidarizaron con Francia en un bloqueo internacional como el que hoy sufre Cuba. Para levantarlo, fueron obligados a indemnizar a la metrópolis por ser libres, a la misma nación que en 1789 proclamó los Derechos del Hombres. Pero hay que ser 'objetivo': entonces los negros no eran considerados humanos, ni por Tomas Jefferson, que poseía esclavos y a la vez decía que 'todos los hombres son iguales', pero no tenía empacho en utilizar a sus esclavas con fines sexuales, aspecto de su personalidad que hoy la 'cultura' de EEUU exalta como un gran ejemplo de amor sin barreras. Haití todavía es víctima del racismo de las elites blancas de las grandes potencias y también de algunos países 'hermanos'.

En 1814 Francia le exigió a Haití una indemnización de 150 millones de francos oro, pero en 1838 la rebajó a 90 millones. Cuando Haití claudicó, París lo reconoció como nación independiente y comenzó a percibir las cuotas de la indemnización que terminaron de pagarse en 1883. Estados Unidos –y también El Vaticano– establecieron relaciones 60 años después de su independencia, pero eso no fue un inconveniente para invadirlo un poco más tarde, tal como hizo en Cuba, Nicaragua y otras repúblicas. El primer desembarco se produjo en 1888, luego hubo otro en 1891, etcétera. Como no había petróleo, lo abandonó a su suerte. Pero hasta el papel moneda, que antes se imprimió en Francia, se llevó desde el país del norte. Colombia acreditó su primer diplomático en 1870. En general, la América hispana no fue muy amistosa con los haitianos. Y por esos años, el anatomista darwiniano Etienne Serres, francés por supuesto, proclamó 'científicamente' que los negros eran inferiores por tener el ombligo demasiado cerca de los genitales. La ciencia europea promovía la superioridad blanca.

La Comisión Debray

Aristide se atrevió a reclamar a Francia la devolución de la indemnización pagada por la independencia, valorándola en 21.685 millones de dólares de 2003. Ante tamaña insolencia de este negro del tercer milenio, el gobierno de Jacques Chirac conspiró con George Bush para sacarlo del poder. Aunque la mitad de los esclavos que los franceses capturaban en Africa moría durante el viaje y los que arribaban apenas sobrevivían un promedio de 7 años, Aristide fue moderado porque se limitó a cobrar la indemnización efectivamente pagada, sin añadir una estimación del valor de la vidas humanas, de la mano de obra esclava, ni de los recursos naturales extraídos.

Quizás para guardar apariencias, Francia decidió estudiar los reclamos en una comisión independiente que estuvo a cargo de Regis Debray, quien en cierto modo se hizo cómplice de la política colonialista francesa . Pero su grupo reconoció que hubo daños y acogió el principio de una reparación histórica. Empero, la soberbia gala en política exterior redujo a la nada tales recomendaciones. Un diplomático de ascendencia francesa destacado en Puerto Príncipe –que pidió reservar su identidad para evitarse problemas– arguyó que Francia mantiene intactos lo que llamó 'sus residuos coloniales en el trato con la gente de las ex colonias'. 'La política de Francia con Haití fue siempre una relación neurótica', dijo.

El diplomático recordó los desastres de Francia en todas sus colonias. Mencionó a Vietnam, Senegal, Malí, El Chad y Argelia como 'sostenedores de una pesada herencia'. También evocó cómo los ex combatientes de esas naciones que defendieron a Francia de los nazis alemanes en la 2ª Gran Guerra percibieron después un tercio de la pensión asignada a los veteranos franceses 'químicamente puros', aunque también ellos tenían nacionalidad francesa.

Una vez desatada la crisis con Francia, se agudizó el conflicto interno. Estados Unidos ayudó a desestabilizar a Arístide con fondos de la National Endowment Development (NED) que financiaron a los grupos armados constituidos por ex militares que Arístide dejó desempleados. La Comunidad de Países Caribeños (Caricom) lo convenció de negociar una salida política cediendo a sus enemigos una cuota de poder en un 'gobierno de unidad nacional', pero ya era tarde. La burguesía haitiana y la llamada oposición democrática rechazaron la opción. Envalentonadas por Francia percibieron que accederían a todo el poder y no a una cuota. Así se impidió una salida política a la crisis de gobernabilidad del régimen de Aristide. Y se puso en escena la fantasía de una agenda política de 'transición', donde lo único real es la escenografía del continuismo de una historia sin fin. Estados Unidos, Francia y otros países desarrollados quisieran que la situación actual de Haití no mejore nunca, y ése es el espíritu de las noticias que difunden los grandes medios de comunicación, con CNN a la cabeza.


(*) Ernesto Carmona, periodista y escritor chileno.

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