Historia
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Orhan Pamuk: literatura y genocidio

Por José Steinsleger
La Jornada, 18/10/06

En los raros momentos en que las sincronías justifican el espíritu de Ripley, traigo a la tribuna una que me gustó: la soterrada ligazón entre Lawrence de Arabia (1888–1935), el escritor argentino Roberto Arlt (1900–42), el aventurero venezolano Rafael Nogales Méndez (1879–1936) y el nuevo premio Nobel de Literatura, Orhan Pamuk (Estambul, 1952).

Buscaba en la red datos sobre el escritor turco premiado y di con el bolivariano; revisaba el papel del agente británico en la caída del imperio otomano (Cartas de T. E. Lawrence, Sur, 1944) y descubrí Vidas paralelas (Lawrence–Nogales), artículo de Arlt publicado en El Mundo de Buenos Aires y reproducido por El Nacional de México el 31 de diciembre de 1937.

El amalgamado cuarteto de personajes gira en torno a sus descarnados análisis y comentarios acerca de hechos cuidadosamente negados por Turquía: el genocidio de un millón y medio de armenios cristianos en 1896, 1897, 1909 y el atroz 1916, y las matanzas sistemáticas de kurdos en el decenio de 1990.

Lawrence en la novela The Mint: "...teníamos siempre las manos manchadas de sangre. Eso nos estaba permitido" (n.e., sangre de turcos).

Nogales Méndez en su memoria Cuatro años bajo la media luna: "Y para ilustrar la indiferencia con que las autoridades civiles otomanas contemplaban el martirio y el suplicio de medio millón de cristianos... creo que basta recordar la siguiente frase que profirió el Gran Visir Talaaf Pachá durante cierta entrevista con el ministro americano Mr. Morgenthau: '¿Las matanzas?... qué va. Aquello sólo me divierte".

Arlt en el artículo citado: "¿Por qué se recuerda a Lawrence y se olvida a Nogales?... Los dos han sido temerariamente aventureros... Lawrence y Nogales, ambos militares profesionales, desnudan tan despiadadamente a los militares profesionales, que éstos terminan causándonos horror... Merodeando por el desierto con las manos tintas en sangre, quizá baleándose mutuamente desde una duna, y los dos, al caer la noche, a la lumbre incierta de una tienda de campaña escribiendo las memorias del día, mientras los esclavos hierven en leche agria una pata de camello o se reparten un puñado de arroz".

Y Orhan Pamuk en octubre de 2005, durante la entrega del Premio de la Paz de los libreros alemanes: "... una Europa que se defina a sí misma a partir de estrechos criterios cristianos, lo mismo que una Turquía que trate de derivar su fuerza únicamente de su religión, será un lugar que sólo mirará hacia dentro, divorciado de la realidad y más atado al pasado que al futuro".

País islámico no árabe que desde su constitución republicana (1926) quiere y no quiere pertenecer a la Unión Europea en versión demoliberal, Turquía fue aliada de Alemania y el imperio austrohúngaro en la Primera Guerra Mundial y hoy es miembro de la OTAN, que sostiene con Estados Unidos e Israel una alianza militar en la esquizofrénica geopolítica de Medio Oriente y Asia Central.

En ese contexto de realpolitik y complicidades perversas, el genocidio armenio fue borrado de la historia turca. No existió. Pues, como escribió en plena guerra mundial el embajador alemán H. Morgenthau en Estambul, cuando aún se llamaba Constantinopla: "... La Sublime Puerta (imperio otomano) quiere esta guerra para acabar con sus enemigos interiores, los cristianos armenios, sin ser incomodada por las presiones diplomáticas".

En tanto, los padecimientos de los kurdos a manos de Turquía serán más o menos atendidos si concurrimos a un recital de la pianista Condoleezza Rice para que nos regale la melodía que exalta el "fundamentalismo islámico" como gran responsable del crimen universal. ¿Entendió? Yo tampoco.

Pero así es. En octubre de 2002, la embajadora de Israel en Armenia, Rivka Cohen, visitó Turquía y allí, bizantinamente correcta, negó que la nación armenia sufriera genocidio. Ante la reacción armenia, la cancillería israelí tocó a dos manos la partitura de Rice: el "holocausto" judío fue planeado y el pueblo armenio sufrió una "masacre". ¿Y la ONU? Bien. El asunto está archivado en la sección "crímenes de lesa humanidad". Un alivio.

Asimismo, en marzo de 2005 el embajador de Estados Unidos en Armenia, John Evans, decidió no concurrir al recital de Condoleezza. En la Universidad de Berkeley Evans reconoció que las matanzas de 1916 se encuadraban en la definición de genocidio de la ONU. Condoleezza golpeó el teclado con furia y el embajador perdió la chamba. Parece que el hombre no entendía las pautas que imperan en el ranking del dolor universal.

Por vez primera en la historia del Nobel, en momentos en que la humanidad delira en el mentado "choque de civilizaciones" que predican sus enemigos, el galardón ha suscitado mayor satisfacción en Armenia y los pueblos del Kurdistán que en la patria natal del escritor premiado.

Sin embargo, por su innegable y fuerte simbolismo geopolítico y cultural, la consagración de Pamuk está siendo periodísticamente tratada de un modo superficial y metafórico. Como si sus novelas sólo representasen un capítulo literario en el puente colgante que en Estambul conecta Asia y Europa, sobre las aguas del Bósforo.


Quiero denunciar genocidios desde el banquillo de los acusados

Por Robert Fisk
The Independent / La Jornada, 17/10/06
Traducción de Gabriela Fonseca

Estos son tiempos difíciles para quienes niegan el Holocausto. Hablo de aquellos que deliberadamente mienten sobre el genocidio, en 1915, de millón y medio de armenios cristianos a manos de turcos otomanos. Recientemente, la cámara baja del parlamento francés aprobó una ley que convierte en crimen negar que los armenios fueron objeto de genocidio.

Y una hora más tarde, el más célebre escritor turco, Orhan Pamuk, quien recientemente fue liberado por una corte turca de los cargos de insultar la "turquedad" (sic) por declarar a un periódico suizo que nadie en Turquía se atrevía a mencionar las masacres en Armenia, ganó el Premio Nobel de Literatura. En fosas comunes bajo los desiertos de Siria y tierras del sur de Turquía, algunas almas han encontrado paz.

Mientras Turquía sigue diciendo tonterías sobre su inocencia –porque se supone que el asesinato sistemático de cientos de miles de hombres armenios y la violación de sus mujeres es nada más que el triste resultado de una "guerra civil"–, historiadores armenios como Vahakn Dadrian continúan desenterrando con ahínco de sepulturero nueva evidencia de lo que fue un Holocausto premeditado (y sí, merece ser escrito con mayúscula, por ser el precursor directo del Holocausto judío, pues algunos de los arquitectos nazis del mismo estaban en Turquía en 1915).

Las víctimas armenias fueron asesinadas con dagas, espadas, martillos y hachas, para ahorrar munición. Se llevaron a cabo enormes operaciones de ahogamiento en el mar Negro y en el río Eufrates, cuyas víctimas fueron mayoritariamente mujeres y niños. Había tantos cadáveres que éstos taponaron el curso natural del Eufrates al grado de que este se desvío casi un kilómetro. Pero Dadrian, quien habla y lee turco fluidamente, acaba de descubrir que decenas de miles de armenios también fueron quemados vivos en graneros.

El historiador acaba de encontrar un testimonio jurado de una corte marcial turca que brevemente persiguió a los autores del genocidio turco después de la Primera Guerra Mundial. Es un documento escrito por el general Mehmet Vehip Pasha, comandante del Tercer Ejército Turco, quien afirmó que cuando visitó el poblado armenio de Chourig (significa "pequeña agua en armenio"), encontró que todas las casas estaban atestadas de esqueletos humanos quemados, y había tantos que todos estaban de pie y pegados unos a otros como si hubieran sido empacados. "En toda la historia del Islam no es posible que exista paralelo a esta salvajada", señala el general Vehip.

El Holocausto armenio que ahora es tan "inmencionable" en Turquía no era ningún secreto entre la población del país en 1918. Millones de turcos musulmanes fueron testigos de las deportaciones masivas de armenios, tres años antes. Algunos tuvieron el infinito valor de proteger a vecinos y amigos armenios arriesgando su propia vida y la de sus familias.

El 19 de octubre de 1918, Ahmed Riza, el presidente electo del senado turco y antiguo simpatizante de los líderes de los Jóvenes Turcos que cometieron el genocidio, afirmó en su discurso inaugural: "enfrentémoslo, nosotros los turcos asesinamos a los armenios salvajemente (vahshiane, en turco)".

Dadrian ha detallado cómo el ministro del Interior, Talat Pasha, emitió dos series de órdenes paralelas al estilo nazi. En la primera serie se exigía proveer de pan, aceitunas y protección a los deportados armenios, pero al mismo tiempo se ordenó a los oficiales turcos "cumplir su misión en los centros poblacionales" tan pronto los convoys de deportados se hubieran alejado lo suficiente para garantizar que hubiera el menor número posible de testigos.

Tal como lo testificó el senador Reshid Akif Pasha el 19 de noviembre de 1918: "La 'misión' de la que se hablaba era atacar los convoys y asesinar a la población. Estoy avergonzado de ser musulmán; estoy avergonzado de ser un estadista otomano. Qué mancha ha quedado en la reputación del Imperio Otomano, este pueblo criminal".

Qué extraordinario parece que los dignatarios tucos pudieran expresar esas verdades en 1918, y admitir sin tapujos ante su propio parlamento el genocido armenio, del que también podía leerse en los editoriales de los periódicos turcos que hablaban de uno de mayores crímenes cometidos contra los pueblos cristianos.

Sin embargo, parece mucho más extraordinario que hoy sus sucesores sostengan que todo es un mito y que cualquiera que en el Estambul actual diga lo que esos hombres admitieron en 1918 puede enfrentar un juicio debido a la famosa ley 301, que prohíbe la "difamación" de Turquía.

No estoy seguro de que quienes niegan el Holocausto –sean antiarmenios o antisemitas– deban ser llevados ante una corte por sus peroratas. David Irving es un "mártir" de la libertad de expresión particularmente desagradable. Y no creo que la multa de un franco que una corte francesa impuso a Bernard Lewis por negar el genocidio armenio en un artículo que publicó Le Monde en 1993 haga algo más que darle publicidad a un historiador anciano cuyo trabajo se ha venido deteriorando con los años.

Sin embargo, es muy gratificante enterarse de que el presidente francés, Jacques Chirac, y su ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, han anunciado que Turquía deberá reconocer que la muerte de los armenios fue un genocidio antes de que se le permita ingresar en la Unión Europea. Claro, Francia tiene una poderosa comunidad armenia de medio millón de personas.

Como ya es típico, una valentía así no ha sido mostrada por Lord Blair de Kut–al–Amara ni por Estados Unidos, que comentó, de manera cobarde e infantil, que la nueva ley francesa aprobada por el senado "prohibirá el diálogo" necesario para la reconciliación entre Turquía y la Armenia actual. Me pregunto cuál es el mensaje oculto aquí. ¿No se debe hablar más del Holocausto judío para no obstaculizar la "reconciliación" entre Alemania y los judíos europeos?

Repentinamente, la semana pasada, esas fosas comunes armenias se abrieron ante mis propios ojos. El mes próximo mis editores turcos publicarán en su idioma mi libro La gran guerra por la civilización, que incluye un largo capítulo sobre el genocidio armenio, titulado "El primer Holocausto".

Hace unos días recibí un fax de la editorial Agora Books de Estambul. Decía que los abogados de la empresa creen que "es muy posible que seamos demandados por la ley 301", que prohíbe que se difame a Turquía y es la misma que abogados derechistas intentaron usar contra Pamuk.

Mis editores señalan que, por ser yo extranjero, estoy "fuera de su alcance". Sin embargo, si lo quiero así, puedo presentarme ante una corte para que se me haga un juicio turco.

Personalmente, dudo que quienes niegan el Holocausto en Turquía se atrevan a tocarnos, pero si lo intentan será un honor estar en el banquillo de los acusados al lado de mis editores turcos para denunciar un genocidio que hasta Mustafa Kamel Atarturk, el fundador del Estado turco moderno, condenó.