Tomando la palabra

 

Carlos Penelas

La visión de un poeta sobre la barbarie contemporánea

Carlos Penelas nació en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en 1946. Es poeta, escritor y conferencista. Publicó más de veinte libros de poesía y prosa, entre los cuales se pueden destacar Poemas del amor sin muros (1970), La gaviota blindada y otros poemas (1975), Conversaciones con Luis Franco (1978), Los dones furtivos (1980), Finisterre (1985), Queimada (1990), El corazón del bosque (1992), El mirador de Espenuca (1995), Guiomar / Cantiga (1996), Los gallegos anarquistas en la Argentina (1996), Anarquía y creación (1997), Valses poéticos (1999), Desobediencia de la aurora (2000), De Espenuca a Barracas al Sur (2000), El regreso de Walter González Penelas (2001), Elogio a la rosa de Berceo (2002), Diario interior de René Favaloro (2003), El aire y la hierba (2004) y Crónicas del desorden (2006).

Una extensa obra poética –saludada por Luis Franco, Raúl González Tuñón, Ricardo Molinari, Juan L. Ortiz, Elvio Romero, Osvaldo Bayer, David Viñas, Eduardo Blanco Amor, Héctor Ciocchini, Xesús Alonso Montero, entre otros– revela el devenir creador de Carlos Penelas, probablemente una de las voces más serias de la generación del ’70. La crítica ha advertido una preocupación raigal por adentrarse en los símbolos expresivos y en las estructuras modernas, conciliando el peso y la medida de su lirismo.

En estos artículos la visión de un poeta sobre la barbarie contemporánea.

La industria de la imbecilidad

Debemos confesar que nos formaron bajo una educación bizarra. En los últimos años no hay duda que los gobiernos se encargaron de avances tecnológicos, de guerras, de la opresión que domestica. Trivialidad, bufonadas de lo cotidiano que petrifican lo sensible. Etiquetas fraudulentas cubrieron el sentido común en todo el planeta y un automatismo robótico generó la fatuidad vaciando todo contenido. Y aquí estamos, querido lector, aquí estamos. En el dogma de la ambición, la urgencia y la infelicidad.

G. C. Lichtenberg – a leerlo, ya – lamentaba que la historia se compusiera únicamente del relato de los hombres despiertos. En 1951, Jean Schuster escribió: “Cuando, una noche, todos los explotados sueñen que es preciso terminar y cómo terminar con el sistema tiránico que los gobierna, entonces, tal vez, la aurora surgirá en todo el mundo, sobre las barricadas”. No deja de ser bello. Utópico y bello. Las familias bien constituidas no pensarán lo mismo ni las escuelas dominicales ni los espectadores que sueñan participar en Gran Hermano o Bailando por un sueño. Así es, todo mezclado, ricos y pobres, todo mezclado. El espíritu es otra cosa. De eso saben los artistas, los amantes y los solitarios. Sutil, el tema, cálida lectora.

¿Cómo hacer? nos preguntamos una y otra vez. La lectura puede ser un camino. Hay otros, sin duda. La lectura debe emocionarnos de lo contrario nos embalsama, nos fosiliza. Alguien dirá que no es una obligación leer. De acuerdo. Alguien dirá que hay gente feliz sin libros y sin ópera y sin pintura. No nos oponemos. Ahora bien, ¿qué gente es? ¿Cuál es la felicidad, el gozo, el placer de sus vidas? ¿Cómo medirlo, cómo sentirlo, cómo saberlo? Bien, sigamos. Uno no dice que nos da felicidad la lectura. También nos aproxima al dolor, a la angustia, a la existencia. A una realidad diferente. Teóricamente nos hace más profundos, más humanos. Por otra parte advertimos que sobrevive la mediocridad y sucumbe la mirada crítica. Se perpetúa la industria de la imbecilidad.

La humillación implantada por los grandes medios de comunicación se convierte en orgullo. Mojamos la medialuna con placer mientras vemos crímenes, violaciones, casas destruidas y pornografía. Hay gente feliz sin libros, qué duda cabe. Está lo formal y lo vulgar, los profesionales que se lavan los dientes con prolijidad, se miran al espejo y sonríen. En el fondo una sociedad que ostenta apatía, movida por fuerzas de una ignorancia supina. La maquinaria está en marcha una vez más. Con nuevas técnicas, con formas disimuladas. Coordina una voluntad envenenada. El resentimiento, el sentido de inferioridad. Mientras tanto lo pasamos lo mejor posible. Cerramos los ojos, la culpa está en otra parte, la responsabilidad también. ¿Somos infieles? ¿A qué somos infieles? Y eso de la fidelidad ¿cómo se construye? Y la felicidad, ¿qué es la felicidad? Esta sociedad -tal vez no quiera verlo, tal vez le moleste lo que hoy escribo, tal vez me odie sin conocerme- esteriliza hasta el vacío absoluto. Después vienen los delirios colectivos, la señal de los tiempos, las fachadas monótonas, los almuerzos familiares, los cumpleaños de quince. La broma deja de ser graciosa, la adulación se convierte en hábito, la fatuidad un latido de nuestro corazón. Pero en el fondo -usted sabe tan bien como yo- la verdad está en el amado y en la amada, en el instante en que sus miradas se aíslan de la Tierra , en el momento que sus cuerpos flotan. Y son primitivos, lúcidos, rebeldes.

Nuestro querido John Berger lo explica mejor: “El perfume me devuelve a mi primera infancia, al primer jardín que conocí, y de pronto, desde aquel tiempo tan lejano, vuelven ambos olores, desde mucho antes que el lilo o la mierda tuvieran nombre para mí”.

Carlos Penelas, Buenos Aires, mayo de 2007


Maestros, citas y murgueros

No hablaremos de la vida de Lars von Traer ni de El año pasado en Marienbad del finísimo Alain Resnais. Más simple, más cercano a uno. De lo cotidiano, de la retórica que pasa por verdad, del maquillaje que muestra belleza y juventud. No es nuevo, nada es nuevo. En los Estados Unidos metamorfosean gatos para que se comporten como perros. Leyó bien, es como lo acabo de escribir. No hay más ilusiones, hay elusiones, escandalosos estragos, amputaciones planificadas, décadas de gobiernos abandónicos. Y en el medio una sociedad errática, diversa, que no entra en razón. ¿Se trata de un proceso irreversible? ¿Hablamos desde el romanticismo sin comprender la realidad, los hechos, las estructuras del Poder? Jean-Paul Sastre escribió hace tiempo que no importaba lo que las circunstancias habían hecho del hombre, sino lo que el hombre hacía con lo que se había hecho de él. Sin simplificaciones, querida lectora. Puede releer, si lo desea.

En la realidad global de nuestros días las pantallas reemplazan, en muchísimos casos, las redes de contención de los individuos. Y de las familias, el colegio, los parientes y amigos. No hay cultura cívica sólida, los mercados crean otra cosa. La angustia cotidiana, el descontento y el desconcierto, la depresión, son partes de lo cotidiano. Además, esto que nos parece espantoso –cartoneros, miseria, pobreza, desocupación, desfalco, edificios educativos u hospitales en estado deplorables- se le confiere el carácter de inevitable, casi natural, como si no hubiera otra alternativa posible. Algo adquirido, algo que viene solo, por inercia. Como los psicólogos: casi sesenta mil tiene la Argentina, se calcula que hay alrededor de ciento cincuenta y cuatro profesionales por cada cien mil habitantes. En los países desarrollados la proporción es tres veces menor. Y en esta situación leemos en los diarios que por primera vez, hay más musulmanes que católicos. El 20,45% de la población mundial profesa la fe islámica y la tendencia va en aumento. El rostro del cristianismo debe cambiar, las formas y lugares de inversión también. Hay más estadísticas, pero eso, lector generoso, analícelo por su cuenta.

Queremos ser neutrales y no podemos, no hay alternativa. Somos cómplices de la imbecilidad serial, no tenemos excusas, no las intente buscar. Si cambia de canal no tiene tampoco salvación. La humillación está allí. Dejó de ser inocente, el mercado vomita todo. Usted gatilla una y otra vez y la imagen que viene le vuela la cabeza del mismo modo que la anterior. Usted necesita que lo fagociten, que lo engañen. Por eso ve sandeces y es adicto a la estupidez, es murguero de alma, se volvió perverso y juzga de perverso a los otros. Nunca es tarde para ser lo que podrías haber sido, escribió Elliot. Creo que se equivocó, sin duda un romántico, un hombre con culpa.

El pasado, entendido como fuente de educación y de enseñanza, como fuente del saber perdurable, fue perdiendo prestigio. Hay otros modelos: el simiesco-sindical es uno de ellos, el modelo barrabrava, otro. Hay más, hay más. Nos vamos transformando en una suerte de zoológico humano. Por eso, lúcido lector le recodaré una palabras de nuestro Mariano Moreno cuando concibió el Plan Revolucionario de Operaciones que representa uno de los documentos históricos más importantes de 1810. Entre otras cosas leemos en él: “¿Qué sacrificios hemos hecho, ni qué emprendimientos, que sean suficientes para que podamos tributarnos loores perpetuos por la preferencia de la primacía?”

Por último. Unas palabras del doctor Horacio Sanguinetti: “Mis batallas entre estudiantes son un índice de la ruptura de la alianza entre alumnos, padres y maestros. Los maestros perdieron jerarquía, los padres abandonaron su rol y los chicos no tienen rumbo”. Caro amigo y lector Nelson, hay salida. Pero si no planteamos esta parte de la realidad no encontramos el camino. Hasta la próxima.

Carlos Penelas, Buenos Aires, mayo de 2007


Frankestein, Marlene y Edith Piaf

Se suele asociar la Inquisición con los muy lejanos tiempos de Torquemada. Sin embargo, la última víctima del Tribunal de la Santa Inquisición fue el maestro Cayetano Ripoll, ajusticiado en Valencia el 26 de julio de 1826. Ripoll, que había luchado como un héroe contra los invasores napoleónicos, creía en Dios, tal vez más que sus verdugos, pero no compartía el dogmatismo católico. El maestro valenciano era deísta, del espíritu piadoso de los cuáqueros. Decidió no obligar a los alumnos a ir a misa y en la escuela cambió el preceptivo Ave María por la expresión "las alabanzas pertenecen a Dios". El Tribunal fue muy considerado con él. Lo normal era ahorcar y quemar en una hoguera al condenado. En este caso se decidió solamente ahorcarlo y proceder a una quema simbólica. A la manera de una instalación artística, debajo de los pies de Ripoll colocaron un barril pintado con llamas. Esto escribió recientemente Manuel Rivas en un diario de España.

Pocos relatos literarios han sido más distorsionados que la historia del doctor Frankestein y su siniestra literatura. La gente repite una y otra vez reflejos manipulados de películas, series televisivas y relatos. Este clásico de las letras es uno de aquellos, que como bien dice nuestro genial Mark Twain, son de los que todos hablan y nadie ha leído. La historia nace de una tormentosa noche de junio de 1816 a orillas de un lago en Ginebra, cuando Lord Byron, el poeta Percy Shelley, su esposa Mary (nada más ni nada menos que la hija de la famosa feminista Mary Wollstonecraft y del pensador anarquista William Godwin) y el doctor Polidori, médico de Byron, deciden competir entre ellos para ver quién escribe el cuento más aterrador. Esa noche Mary Shelley creó Frankestein, el moderno Prometeo. Eran los tiempos del iluminismo, los días de Galvani (que movía los músculos de una rana con electricidad), las albas de la fraternidad. Pero vaya usted, egregio lector, a discutir con la plebe, los supuestos intelectuales o la caterva de sinvergüenzas que nos rodean. El olvido es virtud nacional. En algo hay que creer, lo último que se pierde es la esperanza.

Y volver a las andadas, como diría mi madre, una adicción que nos acecha. Lo importante es llegar y quedarse. Sea como sea. No hay piedad para Hamlet desde la oratoria persuasiva de los palcos de barrio. Hay labia, fobia y también rabia en cada uno de estos personajes. Una gran cuota de cinismo, de hipocresía. Caudillismo ancestral, corrupción desembozada. Todo importa poco, menos Bailando por un sueño o Gran Hermano. Por higiene y vergüenza no deberíamos verlos, pero los vemos. Se confunde vaciamiento, política, señores impolutos, caballeros prolijos alimentando encuestas. Una unificada diversidad de rufianes que invade mingitorios, hoteles alojamientos, aulas que se caen, baches, globos de colores, camisetas de fútbol, pastillas para combatir el colesterol y banderitas celebrando el 20 de junio. Todo es sopor, bombo, maquillaje y otra vez la escena que empuja a millares de hombres con su trámite formal. Y dale que te dale / y dale otra vez. Nacimos de un repollo, se dilapidan doblones, los nombres de la fantasía crece, el esplendor en los barrios, la comedia electoral. Nadie cree absolutamente nada, advierten la falsedad de los ciudadanos ovinos, la escena coral, la picaresca criolla, la jornada de lo teatral. Palo y a la urna. Chito y al negocio. Bingo y a cantarle a Gardel. Y salen en las fotos con rostros de personas serias, honestas. El simulacro da dividendos, la ceremonia conmueve. Y dale que te dale / y dale otra vez.

Hace unos días, el querido Osvaldo Bayer, publicó un artículo relacionado con las elecciones en la Capital. Recordaba con tristeza, ironía y perplejidad, aquella elección de hace más de un siglo cuando fue consagrado el primer diputado socialista de América, Alfredo Palacios. También evocaba el 1 de Mayo de 1904 cuando setenta mil obreros anarquistas llenaron las calles de La Boca recordando a los Mártires de Chicago. Una ciudad de sólo novecientos mil habitantes. El 1 de Mayo no era asueto y el presidente Roca había amenazado con reprimir. Se metió bala y palo y sangre. Cayó asesinado el primer mártir obrero del Día de los Trabajadores (no la Fiesta del Trabajo, compañero), el recordado marinero Juan Ocampo, con apenas diez y ocho años.

Estas cosas nos hacia evocar nuestro amigo Bayer. Y otras, muchas otras al hablar del triunfo aplastante de Mauricio Macri. Ahora todo es pro si comemos ravioles, gritamos los goles con el Diego y queremos más seguridad. Y sí, esta es la sociedad actual. ¿Y los otros, dónde están, de dónde viene el banquero guevarista, el banquero estalinista, el progresista que cambia y cambia y no deja de cambiar?

¿Y cuándo El General decía “de casa al trabajo y del trabajo a casa”, qué nos decía? Para nosotros y para todos los hombres del mundo que quieren… ¿Qué quieren Lopecito, qué quieren? Formá lo de Barcelona, tomá el ejemplo de Primo de Rivera, Lopecito, yo no miro, yo no veo. ¿Y cuándo la izquierda tiene cinco o diez fracciones, qué está representando? ¿Y la gente común, la pequeña burguesía que apoyó al capitán ingeniero, qué luego no quiso ver ni sentir ni oír nada, que sólo hablaba de Miami o de Susana Giménez? De los chistes de Olmedo y las canciones de Palito. Sandro, con el fuego y la rosa y vamos que podemos. De los nuevos ricos, del cambio generacional. Burros, Osvaldo, burros que no les interesa ni León ni Bakunin. A los militantes, digo, los otros son “verdura”, no saben dónde queda Rumania o si Rafael Barret jugaba en Rosario Central. Y después la clase media se hace patriotera, futbolera, gitana, prostituta, frívola. Se hace de silicona, de argentinidad. Tira papelitos, les importó un carajo si hubo desaparecidos. Más tarde se militariza o cree en los dueños de la tierra, en apellidos patricios. Después, otra vez populista pero desde otro ángulo. Termina votando al muchachito, a Alan Ladd, al ingeniero Macri. Y una suerte de intelectualidad de izquierda, que flota, que está siempre con el gobernante de turno, asume – una vez más - cargos. Da risa. Y dale que te pego. Sigue el juego de la marmota, vamos por los sufragios. No, caro Osvaldo, deseos imaginarios.

En 1904, y antes, hubo gente que pensaba en el cambio social , en la ética, en la utopía. Una conducta. No eran usureros que compraban propiedades y terrenos. Siga, siga el baile. No le creo, no le creo nada. Miente. Los que lo siguen se van a arrepentir, y será tarde. Y vuelta a empezar. ¿Yo señor?, no señor, ¿pues entonces quién lo tiene? Eran pocos, muy pocos, a principio de siglo. Más que ahora, claro. Mejores que los de ahora, sin duda. Pero pocos. De lo contrario no explicamos esto. Desopilante y doloroso. Ingenuo también.

Manuel Rivas, Osvaldo, nosotros amamos a Henrik Ibsen. Él escribió hace tiempo: “Es imperdonable que los científicos torturen animales. Deberían hacer sus experimentos con periodistas y con políticos”. Me olvidaba decirte Osvaldo, vos que hablabas de Marlene; ésta noche me quedo en casa. Dan un documental sobre Edith Piaf. Mañana, cuando me recupere del pasmo, releo a Esquilo. Hasta la próxima, cálida y comprensible lectora.

Carlos Penelas, Buenos Aires, 15 de junio de 2007