El imperialismo
en el siglo XXI

 

Estado imperial, imperialismo e imperio

Por James Petras
Rebelión, 09/07/05

Traducido por Sinfo Fernández

Introducción

El imperialismo, la dominación y explotación político–económica de los países a través de la penetración económica y/o la conquista militar o intervención es la fuerza impulsora de la historia contemporánea. Regiones enteras de la Europa del Este, la antigua URSS, Africa, el Sureste y Centro de Asia y América Latina han sido convertidas en neo–colonias, colonias o esferas de influencia de EEUU, la Unión Europea y Japón. Países capitalistas que acaban de emerger como tales, como China, están desafiando a los poderes imperiales establecidos en los mercados, las materias primas y las fuentes de energía. Las guerras imperiales, las ocupaciones coloniales, las intervenciones y golpes militares para ensanchar el imperio son eufemísticamente denominados “cambio de régimen” y “democratización”. Para entender la naturaleza, estructura y dinámica del sistema imperial es necesario identificar y explicar conceptos políticos clave y el lugar que ocupan en la construcción del imperio mundial contemporáneo.

Hay tres conceptos interrelacionados que son fundamentales para entender el mundo contemporáneo: estado imperial, imperialismo e imperio. Las dinámicas de acumulación a escala mundial, la necesidad de mayores concentraciones de capital establecidas en grandes unidades económicas para poder extenderse por todo el mundo, se basan en la idea de que pueden trasladarse al exterior y pueden encontrar seguridad y territorios rentables y fuerza de trabajo a la que explotar. La reubicación de capital (vía corporaciones multinacionales), su capacidad para explotar las materias primas, para asegurarse fuentes de energía, prestar capitales e imponer el pago de deuda, dominar mercados cautivos y fijar sueldos bajísimos para las filiales de manufacturas dependen de forma absoluta de las relaciones políticas que facilitan esas condiciones.

La institución política esencial que facilita la expansión exterior del capital es el estado imperial, así como el surgimiento, en las regiones elegidas, de regímenes y clases gobernantes orientadas hacia modelos imperiales de acumulación de capital.

La organización y actividad del estado imperial son cruciales en la creación de las condiciones políticas para el imperialismo – la expansión económica del capital. El imperio es el producto conjunto de la actividad combinada del estado imperial y el proceso de expansión económica imperialista. Mucho se ha escrito acerca de las dimensiones económicas del imperialismo: el crecimiento y papel de las corporaciones multinacionales (CMN), la importancia de los recursos energéticos y la industria del petróleo, la absorción y compra de empresas que han sido privatizadas, las condiciones económicas y las políticas de ajuste estructural impuestas por las instituciones financieras internacionales (IFI) como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Algunos estudios han conectado estas fuerzas económicas imperialistas con políticas imperialistas y sus resultados favorables para las CMN y las consecuencias socio–económicas negativas para el país escogido. El supuesto normal, o no declarado, es que el estado imperial es sencillamente un reflejo pasivo, una vasija vacía de capital imperialista; la asunción de que el estado imperial puede reducirse a un simple instrumento de los intereses y fuerzas colectivas del capital imperial. Esto lleva a confundir el análisis de las estructuras políticas del imperialismo con los procesos económicos del imperialismo (la expansión del capital). La suposición que subyace es que hay una identidad tan poderosa entre ‘estructura’ y ‘proceso’ que sólo se necesita mirar el proceso (acumulación de capital) para deducir la naturaleza y dinámica interna del estado imperial.

Este enfoque simplista de deducción económica tiene varias debilidades notorias a la hora de comprender la formación del imperio. En primer lugar, el estado imperial formula estrategias y tácticas que van más allá de las demandas e intereses inmediatos de todos o de la mayoría de los capitales que están comprometidos en la expansión exterior. En segundo lugar, esta aproximación reduccionista no tiene en cuenta los conflictos de intereses entre los que toman las decisiones político–militares y los ideólogos del estado imperial y los estrategas de las CMN. Los reduccionistas suponen simplemente que cualquier cosa que los políticos imperiales decidan va automáticamente en interés de las corporaciones económicas imperiales. Hay una pretendida unidad entre política, estrategia e ideología donde en realidad debería haber simplemente una hipótesis de trabajo que debería ser comprobada a través de hechos empíricos o históricamente observables.

Estado imperial: Mito y Realidad

La relación del estado imperial con los intereses económicos imperiales dominantes es compleja y cambiante, aunque parezcan compartir y/o trabajar hacia el objetivo común de crear un imperio mundial.

El estado imperial representa, pero no es lo mismo, a los intereses económicos dominantes. Esta distinción es fundamental porque abarca dos conceptos. Por un lado, cuando nos referimos a la noción de “representación”, queremos decir que el estado imperial (EI) está, en todos los casos, organizado para extenderse y defender los intereses económicos de las clases dominantes, persiguiendo y creando oportunidades económicas para poder realizar inversiones, ventas, obtener beneficios, rentas y pago de intereses a escala mundial. Igualmente importante es que el EI actúa para crear un entorno político óptimo que asegure ventajas económicas por encima y en contra de adversarios y competidores nacionales e internacionales.

Por otro lado, cuando decimos que el EI no es lo mismo que la clase gobernante, queremos destacar el hecho de que quienes toman las decisiones clave y las agencias del EI son quienes deciden cómo, cuándo y dónde defender y representar los intereses imperiales. Entre los intereses económicos de la clase gobernante y las políticas imperiales hay ideologías, intereses burocráticos, lealtades particularistas y concepciones estratégicas de las agencias del EI y de los que toman las decisiones que asignan prioridades, idean estrategias y tácticas y distribuyen recursos del EI – a saber, efectivos militares, operativos de la CIA, pagos a conspiradores militares, etc… Los intereses económicos imperiales de las CMN se ven infiltrados a través de esta red de intereses e ideologías de los consejeros políticos del EI.

Mientras que algunos escritores se refieren a esta distinción entre representación y ausencia de identidad como “autonomía relativa del Estado”, el término suscita múltiples cuestiones: ¿relativa a qué? ¿dónde? ¿cuándo? ¿en qué circunstancias y en qué espacio de tiempo? El término “autonomía” plantea otras cuestiones similares – ¿de qué? ¿para hacer qué? ¿a veces, la mayoría de las veces o todo el tiempo? El uso y abuso del término “autonomía relativa del Estado” ha llevado a algunos escritores a seguir considerando el Estado como un ente independiente de la matriz de clase económica en la que va empotrado. El análisis “centrado en el Estado” se contrapone mecánicamente a una aproximación (determinada por el concepto de clase) “centrada en la sociedad”. Ambos enfoques carecen de cualquier comprensión dialéctica acerca de las interrelaciones que se dan entre clase y estado, reduciendo la política estatal a las concepciones políticas de los que toman las decisiones o a un reflejo directo de los intereses económicos de las clases dominantes.

El enfoque “centrado en el Estado” cortocircuita el análisis al eliminar las estructuras del poder económico, la socialización y el proceso selectivo que define el reclutamiento de los que toman las decisiones en el Estado y las influencias históricas acumulativas que conforman los objetivos e imperativos del aparato estatal. Como resultado de todo ello, el enfoque centrado en el estado no puede explicar la dirección económica a largo plazo y a gran escala ni los imperativos capitalistas que guían la acción de Estado. Lo que nos proporciona el enfoque centrado en el Estado es una descripción, y en algunos casos un análisis, de las variantes idiosincrásicas y políticas entre los que toman las decisiones en el Estado y la pluralidad de políticas perseguidas dentro de un marco histórico estructural más amplio.

De forma similar, el denominado análisis “centrado en la sociedad” (análisis de clase) describe a la clase gobernante y algunos de los vínculos, orígenes sociales y modelos de desarrollo de quienes toman las decisiones específicas de Estado y continúa atribuyendo políticas específicas de EI a los intereses de las clases gobernantes. Este enfoque asume que todos los consejeros políticos del EI ejercen de correas directas de transmisión de los intereses de la clase gobernante, vaciándoles de sus lealtades políticas e ideológicas y poderes burocráticos. Esta aproximación fracasa a la hora de explicar, o sencillamente ignora, las políticas del EI que perjudican los intereses de la clase gobernante, prioriza intereses no económicos (gastos militares/guerras de conquista) que podrían amenazar la estabilidad económica de la clase gobernante imperial. Igualmente significativo es que este enfoque asume un EI monolítico que siempre actúa en consonancia, fracasando a la hora de comprender los conflictos internos y su reflejo en los diferentes centros de poder fuera del Estado.

Los ejemplos más notorios de esta falacia de concreciones equivocadas aparecen relacionados con la política del EI en Oriente Medio. Muchos analistas de izquierdas vinculan la invasión estadounidense de Iraq con los intereses petrolíferos basándose en un silogismo simplista: EEUU necesita petróleo, Oriente Medio tiene petróleo, por tanto EEUU va a la guerra para asegurarse el petróleo. Este “análisis” es deficiente en varios puntos. Primero, asume que la única variable que influye en los consejeros políticos es la de los “intereses petrolíferos” o la de una “estrategia de guerra por petróleo”. Esta idea excluye totalmente el poderoso papel de los “lobbys” pro–israelíes y de los sionistas y pro–sionistas que elaboran la política estadounidense para Oriente Medio. Segundo, e igualmente importante, olvida los acuerdos políticos, diplomáticos y económicos (todos ellos de carácter no militar) que han facilitado el acceso de EEUU al petróleo a través de sus clientes políticos en la región. Tercero, no considera la ausencia de esfuerzos importantes por parte de la industria del petróleo para asegurarse el petróleo por medio de la guerra (antes o durante la guerra) en contraste con los actos de militaristas civiles y sionistas. Finalmente, no discute los efectos perjudiciales que la guerra ha tenido sobre la industria del petróleo en términos de acceso, seguridad y estabilidad que existían antes de la guerra o las dificultades para asegurar nuevos contratos petrolíferos durante la guerra.

Al ignorar las especificidades del EI (divisiones entre pro y contra–sionistas), imputando determinaciones causales sobre una serie de intereses económicos (petróleo), reduciendo la política a una opción (guerra en lugar de pactos con clientes), lo que aparece como “análisis de clase” se convierte en una vulgar caricatura de la realidad, que obscurece la naturaleza compleja del EI y sus contradicciones internas.

El Estado Imperial: Complementariedad, Convergencia, Competición y Conflicto

Hay varios problemas que afectan a los estudios sobre imperialismo. En primer lugar, no analizan de forma adecuada el EI. En la mayoría de los casos, estos análisis se centran de forma exclusiva en las dimensiones económicas del imperialismo – olvidando el papel central del EI en la creación de condiciones para la expansión y seguridad de las CMN. En segundo lugar, lo que aparece como discusión de las políticas imperialistas es o anecdótica (intervención de la CIA para derrocar un régimen), o unidimensional (papel del Pentágono, de los militares) o muy general (“Washington”). Hay pocos, o ninguno, escritores que analicen las agencias múltiples del EI de forma sistemática. En tercer lugar, muchos escritores que mencionan la dimensión política del EI suelen caer en dos concepciones erróneas. Algunos consideran al EI como un bloque homogéneo que actúa siempre exclusivamente a la orden de un conjunto de intereses económicos particulares. Otros, normalmente científicos políticos estadounidenses que ignoran el contenido imperialista del Estado, hacen hincapié en los conflictos internos y en la fragmentación dentro del aparato burocrático del Estado. El primer grupo de escritores no aporta conocimiento alguno de las múltiples agencias interrelacionadas y actividades del EI y cómo estas convergen y crean conflictos ante una serie de políticas en circunstancias diferentes. La segunda escuela, que sitúa su enfoque en las rivalidades internas, no tiene en cuenta las convergencias a largo plazo y a gran escala de los intereses y políticas entre las agencias del EI, particularmente con respecto a los adversarios más importantes y en defensa de los mercados, las CMN y las materias estratégicas.

En los debates entre los escritores marxistas e izquierdistas hay pocas discusiones realmente serias sobre el estado imperial como entidad opuesta al estado capitalista.

Las categorías utilizadas son muy generales, refiriéndose a aparatos “coercitivos”, “ideológicos” y “reguladores”, cada uno a su vez asociado con un número limitado de agencias del Estado (Departamento de Estado, Pentágono, CIA). Una vez más, los escritores hacen generalizaciones infundadas, atribuyendo a los “militares” posturas belicosas agresivas y a los administradores civiles un enfoque diplomático y político ‘suave’. En realidad casi todas las agencias importantes del “Estado” están muy implicadas en la ampliación del imperio, por encima de su actividad doméstica.

Agricultura, Tesoro, Comercio y otros muchos gabinetes y agencias específicas están implicados y dedican el grueso de su personal y presupuestos a promover los intereses económicos de las CMN en la competición y conquista de mercados exteriores y oportunidades de inversión. En la época del imperialismo, especialmente en una coyuntura en la que la mayoría de los beneficios de las CMN más poderosas provienen de actividades en el exterior y el gobierno ha definido un Estado de amplitud mundial y conflicto permanente, el núcleo de la actividad del EI se enfoca hacia la construcción y defensa del imperio mundial.

El papel predominante del EI se pone en evidencia, por una parte, en los vastos recursos y personal que se ponen en juego para la promoción de la inversión exterior y de los préstamos, y por la otra, en las enormes sumas dedicadas a guerras coloniales, operaciones encubiertas, bases militares y armamento ofensivo. En contraste, el “estado capitalista” concentrado en la economía doméstica ha acumulado grandes déficits presupuestarios y de cuentas corrientes, permitiendo la existencia de productores agrícolas e industriales domésticos no competitivos y dependientes de subsidios masivos gubernamentales y legislación proteccionista. En la época de la construcción del imperio el EI es la unidad central para comprender el flujo y dirección de las “políticas domésticas” –políticas presupuestarias y comerciales– así como las cuestiones sobre la guerra y la paz. “Las políticas domésticas” están subordinadas al bienestar del imperio y las prioridades del EI imponen los parámetros del debate político doméstico.

El EI tiene diferentes ‘componentes’, agencias con funciones o actividades especializadas pero superpuestas. Estas agencias incluyen todos los departamentos: el económico, el de inteligencia, el militar y el regulador. Por debajo de cada uno hay una vasta estructura jerárquica que unidades especializadas han detallado sucesivamente y que han sido organizadas para tratar con áreas políticas específicas, unidades territoriales y operativas. En la cumbre están esas agencias del EI, complementándose una a otra para conseguir los objetivos imperiales, convergiendo, compitiendo y entrando en contradicciones en cuestiones de jurisdicción, recursos y posiciones privilegiadas en la estructura imperial de toma de decisiones.

Dentro de los parámetros de la meta trascendente de construcción imperial, y de los imperativos de la expansión y conquista permanentes, las distintas agencias luchan por la preeminencia, dando la apariencia de una estructura de poder plural y fragmentado.

En realidad, el muy sólido control vertical y la homogeneidad de los intereses imperiales de todas las agencias y su convergencia con las metas imperiales más grandes definen los límites de las rivalidades intra–burocráticas. En efecto, los puntos principales de disputa entre el Departamento de Estado, la CIA y el Pentágono se refieren a qué políticas y personal de la agencia son los más adecuados en una época y lugar particulares para implementar la política imperialista comúnmente acordada. En casi todos los casos de penetración económica, guerras, mercados, desestabilizaciones de regímenes nacionalistas, las actividades de las agencias del EI convergen y se complementan unas a otras.

Hay tres claros componentes del EI – cada uno con su conjunto específico de actividades y extensiones en la “sociedad civil” exterior.

El primer componente del EI se centra en la actividad política, ideológica, diplomática y cultural, normalmente asociada al Departamento de Estado, pero que implica también al Pentágono y la CIA. Este componente se dirige de forma esencial a consolidar aliados o clientes, convenciendo a dirigentes o regímenes de “centro” o “centro–izquierda” y aislando a los anti–imperialistas; El segundo componente del EI son las agencias económicas como el Departamento del Tesoro, el de Comercio, la Reserva Federal y el de Agricultura, que están dirigidas para promocionar las CMN estadounidenses, conquistar mercados, hacer añicos las barreras comerciales y anti–inversión, asegurar las energías estratégicas y materias primas, financiar las exportaciones, crear circuitos financieros y socavar a los competidores.

Una vez más, estos ‘componentes económicos’ del trabajo del EI forman tandem con los componentes políticos y militares a la caza de sus metas. La presión diplomática, la guerra ideológica y las operaciones encubiertas de la CIA crean interlocutores maleables en los países elegidos receptivos a la firma de tratados comerciales y de inversión en términos favorables para las CMN estadounidenses.

El tercer componente del EI viene conformado por el aparato militar y el de inteligencia que normalmente, pero no siempre, trabajan junto con los componentes políticos y económicos. Hay claramente al menos diez agencias de inteligencia implicadas en asesinatos, recogida y procesamiento de información, campañas de desestabilización y otras actividades encubiertas o no que afectan a operativos civiles estatales, ONGs, oficiales militares y sectores de elite privados que incluyen especialmente a medios de comunicación. El imperio militar se extiende a través de 180 bases situadas en 125 países y que implican desde ocupaciones directas coloniales a una profunda penetración de los ministerios de Defensa, a influir directamente en los esfuerzos operativos contra la insurgencia y a asesorar y financiar clientela mercenaria contra los adversarios estatales. El aparato de inteligencia militar se ocupa de desarrollar guerras secuenciales, guerras múltiples, amenazas de guerra (guerra psicológica), guerra por poderes, guerras separatistas, así como asesinatos, secuestros y tortura de adversarios. El componente militar y de inteligencia del EI actúa bajo el principio imperial de que las leyes, edictos e intereses del imperio son primordiales y tienen precedencia sobre el derecho internacional, los Acuerdos de Ginebra y los principios constitucionales estadounidenses. El imperio no reconoce fronteras ni respeta soberanías nacionales, excepto si encajan con sus propios intereses, afirman la superioridad de sus leyes y el derecho a perseguir a sus adversarios en cualquier lugar, en cualquier época – el principio imperial de ‘extraterritorialidad’. Un corolario de este principio imperial es la doctrina de guerras ofensivas permanentes (eufemísticamente llamadas “guerras preventivas”), un enfoque diseñado específicamente para asegurar un dominio mundial incontestable. Teniendo en cuenta las decisivas tareas ‘históricas mundiales’ abrazadas por el EI y su limitada capacidad formal, un elemento clave en los operativos del EI es contratar y asegurarse fuerzas mercenarias, regímenes clientelistas y grupos cívicos que actúen como “una extensión del EI”. Esto va referido a organizaciones que no están vinculadas formalmente o legalmente unidas al EI, pero que están profundamente penetradas, financiadas y dirigidas por operativos clave o representantes del EI. Cada uno de los componentes del EI tiene sus vínculos especiales con estas organizaciones e instituciones de la ‘sociedad civil’ que juegan un papel muy significativo y eficaz en el proceso de construcción del imperio. En gran parte, sus logros en la construcción del imperio se basan en la cobertura ideológica, en la apariencia de no ser filiales del imperio, de ser más ‘internacionales’ que imperiales, de ser ‘no gubernamentales’ en lugar de correas de transmisión imperiales, de ser ‘sociedad’ más que de ser ‘de y para’ el EI. En esa función, desvían atención hostil sobre el papel del EI a las ‘instituciones internacionales’, convierten el engrandecimiento internacional en una ‘lucha interna’ entre antagonistas locales y proporcionan una cobertura ideológica de estar ‘expandiendo la democracia’ para justificar la hegemonía o dominación imperial.

Las extensiones civiles de los componentes económicos del EI incluyen: 1) las instituciones financieras internacionales (IFI), en las que se integran el FMI, el BM y los bancos regionales. Los miembros estadounidenses del IFI son seleccionados e instruidos por el Tesoro de EEUU y sus decisiones sobre empréstitos están basadas exclusivamente en los intereses políticos y económicos del EI y de las CMN de EEUU.

2) Las CMN operan a la vez como unidades económicas y como instrumentos políticos; proporcionan inteligencia, posiciones operativas para los agentes del EI, desinvierten o invierten, abastecen de servicios y productos o de una parte de los mismos o los retiran, todo ello de acuerdo con las políticas del EI. 3) Las fundaciones y universidades cívicas privadas son instrumentos clave para el reclutamiento de políticos, periodistas, intelectuales, artistas y otros ‘fabricantes de opinión’ vía becas, subvenciones, nombramientos académicos y premios honoríficos. El mundo académico proporciona con frecuencia inteligencia especializada en “trabajos de campo” a través de reuniones con altos operativos del EI. El papel de las filantropías ‘privadas’, como la Fundación Ford, la Fundación Soros y núcleos de otras fundaciones, subsidian y adoctrinan a favor del imperio a estratos enteros de futuros ideólogos y tecnócratas de los antiguos países comunistas. Su papel no debe valorarse excesivamente. 4) A este respecto, debería darse una importancia especial a las organizaciones un poco del estilo de las ‘ONGs’, un nombre inapropiado si es que alguno lo es. Las ONGs están financiadas a nivel gubernamental (la mayoría por estados imperiales), trabajan con gobiernos y crean o se comprometen con colaboradores de ONGs en determinados países al implementar tareas económicas y políticas que benefician al imperio. En la esfera socio–económica, compiten y se enfrentan con movimientos socio–políticos, fragmentando comunidades pobres, cooptando dirigentes, despolitizando luchas, localizando “soluciones” para micro–proyectos y desviando la atención del pillaje y la explotación que llevan a cabo las elites neoliberales. En la esfera política, las ONGs reciben millones para propagar y movilizar apoyos masivos que desestabilicen regímenes anti–imperialistas, promuevan clientela electoral a favor del imperio y proporcionen cuadros y dirigentes para los consiguientes regímenes clientelistas. Las ONGs realizan abiertamente las mismas exactas tareas que la CIA solía efectuar de forma encubierta. Las ONGs orientadas hacia el mercado con agenda económica que trabajan a nivel de masas complementan la agenda del IFI a nivel nacional.

Han surgido recientemente varias organizaciones internacionales más, como la Organización Mundial del Trabajo (OMT), que está bajo el control conjunto de los estados imperiales europeos y EEUU, que proporciona un marco de reforzamiento legal que facilita la expansión y conquista de mercados y la penetración de la inversión por todo el mundo que beneficia a las poderosas CMN en los países imperiales, y a las elites exportadoras agro–mineras en los Estados clientes.

Los componentes políticos de las CMN operan fuera de algunas de las mismas armas organizativas ‘civiles’ que utilizan los económicos. Las fundaciones privadas proporcionan fondos para la adoctrinación ideológica, entrenan economistas, científicos sociales y otros profesionales en cuadros capitalistas (“contratistas”) y les proporcionan una doctrina que legitime el pillaje de la economía (“privatización”), desnacionalización de propiedades (“libre mercado”) y la promoción de la desigualdad (“movilidad social individual”). Las fundaciones reclutan servidores para hacer de “mediadores” o  “intermediarios” entre el EI y el Estado cliente, entre las CMN y los recursos lucrativos locales.

Las organizaciones cívicas y las ONGs, fuertemente financiadas a través de los canales del EI, juegan también un papel muy importante en la expansión del alcance político del imperio. Se suministran fondos, escuelas de entrenamiento, decenas de consejeros del EI provenientes de sindicatos imperiales, partidos políticos y agencias consultivas sobre estrategias y tácticas a partidos políticos localmente patrocinados, grupos cívicos y ONGs, algunos preexistentes, otros de reciente creación, influyendo en elecciones y en comités de “observación” electorales. La profunda penetración del EI en la “sociedad civil” vía correas de transmisión locales destaca la importancia creciente de las “organizaciones civiles” en la construcción del imperio y en la proyección de las políticas imperiales sobre nuevos territorios.

El resultado óptimo de la estrategia civil del EI es la creación de “Estados clientes viables y legitimados” que proporcionan una fachada de democracia al servilismo hacia los intereses económicos, militares y políticos del imperio.

El componente militar del EI trabaja con grupos locales paramilitares, organizaciones de oficiales militares retirados así como a través de tratados bilaterales y “alianzas” militares”, que son en gran manera preparados y dirigidos por funcionarios militares. A través de la elite militar local y en concomitancia con los clientes políticos del EI, los militares imperiales reclutan ejércitos mercenarios para que sirvan en las guerras coloniales y de ocupación. A través de la adoctrinación, entrenamiento y entrega de armas a los oficiales militares de los países clientelistas, los militares imperiales pueden extender sus guerras y su capacidad de intervención más allá de su capacidad doméstica.

Los Estados clientes próximos a nuevas regiones que pueden ser objeto de potenciales conquistas facilitan la penetración mientras reducen los costes logísticos. Las bases militares proporcionan seguridad tanto al Estado cliente local como al EI: el régimen cliente puede contar con protección imperial frente a una revolución popular; la dependencia del régimen cliente asegura la continuación del avance militar imperial.

Para evaluar la fortaleza o debilidad del imperio, un estudio serio debe ir más allá del mero análisis de beneficios y costes de gastos e ingresos domésticos del imperio y tener en cuenta los efectos múltiples que las expansiones exteriores pueden provocar al perpetuar y extender el imperio. La multiplicación exitosa de las “extensiones” militares, políticas y económicas alivia los costes personales y económicos de mantenimiento del imperio. Además, el marco para medir los costes y beneficios del imperio al examinar su sostenibilidad tiene que considerar por adelantado los pesados costes para el Estado (hasta que se logre la conquista y empiece la explotación) y los beneficios a la baja que se acumulan en el sector privado (una vez implantado en la economía).

Por otra parte, el cálculo completo de costes y beneficios tiene que estar basado en una distinción fundamental entre el gran público (contribuyentes, soldados) y las clases de elite (las que se benefician). Lo que algunos escritores citan como los “pesados costes del imperio” de una mal definida “nación” (EEUU) es en realidad una redistribución de ingresos desde las clases asalariadas a las acomodadas, vía EI.

En la medida en que esa estrategia particular del EI para la construcción del imperio no se ponga en peligro, los beneficios, oportunidades de inversión y asociaciones entre las elites económicas, los “costes” del imperio para los pasivos ciudadanos son irrelevantes. Sin embargo, cuando los consejeros políticos adoptan estrategias que perjudican a la vez los intereses económicos de las CMN y provocan malestar popular, aparecen divisiones entre las elites del EI y entre los componentes internos del mismo.

Componentes complementarios del Estado Imperial

La realidad diaria en las operaciones de las agencias del EI es la complementariedad de sus actividades. En la cúspide del poder –la ‘Casa Blanca’ y el ‘Consejo Nacional de Seguridad’ normalmente se logra llegar a posiciones comunes. Sin embargo, las políticas vienen dictadas en función de los imperativos de construcción del imperio inherentes a la expansión y acumulación perpetua del capital – la necesidad esencial de expandirse o desmoronarse. La acumulación y expansión en el exterior significa aumentar el poder político imperial, asegurar mercados, imponer regímenes clientelistas y establecer esferas de influencia en las que determinadas políticas macro–económicas favorezcan a las CMN que están en el lugar. Ello supone extender la influencia militar a través de bases o funcionarios locales, desplazando a competidores, socavando a los grupos anti–imperialistas (nacionalistas, socialistas, islamistas), derrocando regímenes, promoviendo partidos y organizaciones cívicas favorables al imperio. Cada integrante del EI actúa fundamentalmente en el área de su especialidad: el Departamento de Estado financia grupos políticos, presiona a políticos, recluta intelectuales; el Pentágono activa el factor militar; el Tesoro, vía las IFI, interviene en la formulación de la política económica; y la CIA infiltra grupos y se compromete en acciones directas violentas a través de operaciones clandestinas. Los “grupos de extensión” en la sociedad civil son activados para denunciar, movilizar propagandas y manifestaciones ante posibles elecciones o en contra de la elección de determinados funcionarios, para de proporcionar una cobertura de legitimidad a golpes de estado o desestabilizar regímenes.

El punto teórico clave es que por encima o por debajo de las rivalidades burocráticas habituales, los integrantes del EI convergen para movilizar recursos, materiales y personas, especialmente en tiempos de crisis, guerra, revolución, golpes y contrarrevoluciones que aseguren el imperio. Con objeto de servir a los imperativos de la construcción del imperio, no hay normalmente grandes conflictos entre el Departamento de Estado, el Pentágono y la CIA. No hay gobiernos “invisibles” operando por “detrás” del aparato del EI. Eso no quiere decir que las actividades y operaciones organizadas y dirigidas por las agencias del EI estén abiertas a examen público o supervisión. Lo que significa es que las acciones o actos violentos y clandestinos de subversión política están organizados por agencias oficiales identificables del EI y que son diseñadas para realizar políticas imperiales específicas.

Conflictos en el interior del EI

Habiendo establecido la regla general de la complementariedad de actividades dentro del EI, hay sin embargo dos tipos y momentos de conflictos internos entre sus componentes. El caso más frecuente es la rivalidad entre las agencias en cuanto a recursos, jurisdicción, personal y presupuestos, todo lo que podría llamarse procedimiento burocrático. Este puede afectar al grado en el cual una u otra de las agencias del EI puede aumentar su papel en la prosecución de la construcción de la agenda imperial. Estos “conflictos intraburocráticos” son objeto de estudio normalmente de científicos políticos convencionales, que los describen como determinantes principales de la política exterior, ignorando gozosamente las convergencias y complementariedades más importantes. En la mayor parte de los casos, esos conflictos pueden revelar determinados énfasis y diferencias tácticas en la acción política imperial.

El segundo, y muy poco frecuente, tipo de conflicto dentro del EI, y sin embargo el más serio, afecta a la ideología, estrategia, prioridades y lealtades políticas. Los conflictos más importantes dentro del EI normalmente tienen lugar al mismo tiempo que se producen giros importantes en política exterior, que acentúan la escalada de agresiones, que inician una guerra, que suponen un cambio de alianzas. Por ejemplo, hubo debate y conflicto dentro del EI acerca del lanzamiento de la Guerra Fría contra Rusia, con unos cuantos funcionarios argumentando que era mejor mantener políticas cooperativas como medio para ir socavando gradualmente el poder comunista en contra de la opinión de la mayoría belicosa. El debate fue breve y terminó con una derrota política total – los Guerreros Fríos no sólo dictaron la política sino que también llevaron a cabo una purga con sus opositores del Departamento de Estado. Asimismo, cuando se produjo el climax de la pérdida por EEUU de la guerra en Vietnam, emergió un debate dentro del EI entre los que pedían acabar con las pérdidas y con la guerra para pasar a defender otras regiones estratégicas del imperio y así poner fin al desorden político interno y a las acciones de funcionarios que buscaban continuar o intensificar la guerra con un ejército colonial en desintegración. Se alcanzó un compromiso entre los dos grupos: la vietnamización de la guerra, que implicaba la retirada del grueso de las tropas estadounidenses y la confianza en los consejeros estadounidenses y en las tropas vietnamitas. Lo que queda patente en estas disensiones que se producen en el EI es que todas tienen lugar dentro del marco más adecuado de aproximación para la construcción del imperio. Ninguno de los participantes en esas disensiones se cuestiona la existencia del imperio mismo – sólo la mejor combinación de fuerzas militares, diplomacia, prioridades políticas e intereses económicos. Sin embargo, estas diferencias tienen consecuencias sustanciales a corto y medio plazo para los pueblos afectados y para el futuro del imperio.

Con el final del siglo XX y la llegada del nuevo milenio se ha abierto una nueva división importante dentro del EI en cuanto a estrategia, ideología y lealtades políticas entre los extremistas sionistas (E–S) y los constructores conservadores tradicionales del imperio. Los E–S ocupan posiciones clave en varios de los componentes del EI, incluido el Pentágono y el Departamento de Estado y han establecido sus propias redes de inteligencia. Cuentan con el apoyo incondicional de las organizaciones judías más poderosas y de sus redes civiles, que influyen sobremanera en los Partidos Demócrata y Republicano, en el Congreso y en los medios de comunicación. En el EI, los E–S han hecho de la ampliación e intensificación del poder israelí en Oriente Medio la prioridad central a la hora de dar forma a la política exterior de ese EI. Los E–S han sido los arquitectos estratégicos de la guerra de Iraq, cuyo coste va ya por los 250.000 millones de dólares en sus dos primeros años, con varias decenas de miles de víctimas estadounidenses. En el EI, los E–S, más que cualquier otro grupo con peso en el pasado, tienen en la sociedad civil una poderosa y activa red de influyentes y organizados partidarios, un grupo bien organizado de ideólogos extremistas unidos a los medios de comunicación que expanden su propaganda de forma vigorosa entre las clases educadas, y un conjunto poderoso de organizaciones judías que censuran e intimidan en el EI a los críticos de “Ante todo, primero Israel”. Este poderoso aparato civil está conectado políticamente con los partidos, con los aparatos ejecutivo y judicial y proporciona protección al, por otra parte, extremadamente controvertido grupo dentro del EI – que antepone sus lealtades a un Estado extranjero (Israel) a sus compromisos con la construcción imperial de EEUU. Más exactamente, los E–S han moldeado la construcción imperial de EEUU alrededor de las necesidades de la hegemonía regional israelí. Por otra parte, cuando hay un conflicto de intereses entre la construcción del imperio y los intereses israelíes, los que salen perjudicados son los primeros. La persistencia y expansión del poder sionista en el EI, a pesar de otros problemas importantes (aislamiento político, mentiras descubiertas y hostilidad universal) que ha creado en la construcción del imperio, por no hablar ya de la cifra horrible de muertos entre los masacrados pueblos de Oriente Medio, puede sólo explicarse por el alto nivel de influencia y hegemonía que el aparato judío pro–Israel posee sobre la sociedad estadounidense y especialmente sobre sus instituciones políticas.

Teniendo en cuenta el conjunto de fuerzas que se oponen dentro del EI a los E–S, sólo su poderoso reparto secundario fuera del EI puede justificar su continuado dominio sobre la política exterior estadounidense, especialmente en lo que concierne a Oriente Medio.

La oposición a los E–S se ha visto forzada a actuar de forma semiclandestina – y en el mejor de los casos ha sido una fuerza crítica que ha perdido más que ganado en los debates políticos que se han producido en el EI.

La política de guerra para Oriente Medio diseñada, propagada, promovida y llevada a cabo por los E–S en el EI ha provocado oposiciones por parte de los militares profesionales, la CIA y el Departamento de Estado, así como entre multitud de antiguos funcionarios. Provocó preocupación entre las compañías petrolíferas importantes, en el mundo diplomático y en los mercados energéticos. La estrategia de los E–S de ocupación tras la invasión, en línea con los intereses israelíes, favoreció la destrucción del Estado iraquí y la desarticulación de su sociedad, impidiendo su reconstrucción y destruyendo al mayor opositor a las conquistas israelíes y anexión de Palestina. La fragmentación de Iraq en subregiones étnico–religiosas, el uso de técnicas israelíes de guerra urbana y de torturas fueron promovidas por los E–S. Las políticas de guerra, la ocupación y el desmembramiento de Iraq fueron ejecutados por civiles militaristas del Pentágono, fundamentalmente por E–S en oposición a muchos oficiales profesionales.

La fabricación absoluta de pretextos falsos para la guerra – armas de destrucción masiva, los lazos con Al Qaida, etc…– fueron propagados por los E–S, para encubrir su agenda de alcanzar el Gran Israel, a veces de forma explícita y en otras ocasiones de forma implícita. Las mentiras políticas sirvieron para sus objetivos finales.

Sin embargo, la desarticulación de sus mentiras y la colaboración desleal con un Estado extranjero no ha provocado reflexión ni debate alguno, ni ha forzado dimisiones, como habría ocurrido normalmente en una situación en la que una guerra se convierte en un desastre muy costoso. La razón de todo ello descansa en el respaldo incondicional unánime que los E–S recibieron por parte de la organizada sociedad civil judía y su hegemonía sobre las instituciones políticas. Por otra parte, las críticas recibidas en el EI de legisladores, académicos y medios de comunicación, que se atrevieron a desafiar o criticaron a los sionistas en el EI, han sido castigadas (como anti–semitas), marginadas y en algunos casos hasta con expulsiones de puestos de trabajo. Como resultado, los E–S conservan sus posiciones o han avanzado incluso a posiciones más influyentes, ej. Elliot Abrams, neofascista, criminal convicto, que en la actualidad dirige la política de Oriente Medio en el Departamento de Estado.

La política de los E–S de guerras secuenciales contra los adversarios de Israel se sitúa como primer objetivo de la agenda del EI: los siguientes objetivos previstos incluyen a Irán y Siria. Han aparecido nuevas disensiones sobre la ‘próxima’ guerra entre una minoría que argumenta una retirada negociada y la estridente peña de ‘Ante todo, primero Israel’ que clama por ataques militares inmediatos. Otras cuestiones como el acceso al petróleo y al control de sus precios, la guerra a largo plazo y gran escala y la inestabilidad en Oriente Medio, suscitadas por las poderosas compañías petrolíferas, los banqueros y consultoras internacionales, se sitúan en un distante segundo lugar en la agenda sionista que quiere destruir a Irán, el vecino que desafía a Israel.

Esto motiva varias cuestiones teóricas más amplias: ¿Bajo qué condiciones puede darse una trastienda entre los consejeros políticos del EI y los intereses de las corporaciones multinacionales y la construcción del imperio? ¿Cómo puede representar mejor el EI a los sectores poderosos de la clase dirigente actual? Sólo los ignorantes pueden asumir que porque EEUU tengan intereses petrolíferos importantes en Oriente Medio, la política exterior de EEUU sigue o persigue esos intereses excluyendo otros o que ese factor es el determinante de su política. Esta última posición ha sido defendida por un número de progresistas bien intencionados que se quedan cortos en el análisis o que por acción u omisión tratan de no ofender a sus colegas judíos – incluso aunque sean tan patentes las evidencias en sentido contrario.

¿Representa siempre el Estado Imperial a las clases dominantes?

En la mayoría de las circunstancias (pero no en todas, como ya hemos visto previamente) los políticos en el EI representan los intereses de la clase dominante, los bancos y corporaciones más poderosos. Sin embargo, la cuestión que se plantea es hasta qué punto el EI –sus diversos componentes– representa esos intereses.

Es fundamentar hacer una evaluación de la eficacia del EI al analizar su papel en la construcción del imperio. Para responder a esa cuestión se necesita enunciar otra: El personal, políticas y estrategias, ¿amplían las oportunidades y fortalecen la seguridad de las CMN, aumentan el acceso a, o el control de, los recursos estratégicos, amplían mercados y facilitan asociaciones lucrativas con las elites locales? Los políticos imperiales, ¿siguen políticas militares que son compatibles con los intereses económicos? 

Estas son cuestiones complejas porque una de las defensas construidas por los consejeros políticos que tienen que enfrentarse con “políticas aparentemente fallidas” es que los ‘resultados positivos’ aparecerían a ‘largo plazo’. Cualesquiera que sean las complejidades del hecho de medir el éxito o fracaso de las políticas imperiales en cuanto a tiempo y lugar, en la mayor parte de los casos se puede hacer una determinación objetiva. 

Por ejemplo, las decisiones de ir a la guerra en Corea y Vietnam, de invadir Cuba, de intervenir en Somalia fueron claramente políticas fallidas desde la perspectiva de los costes que conllevaron para la economía imperial y por los resultados negativos a la hora de abrir nuevas oportunidades económicas y ampliar el control territorial. 

En otros casos, las políticas intervencionistas en países más pequeños e indefensos como la República Dominicana, Guatemala, Nicaragua, Panamá, Granada y el Salvador, tuvieron éxito al destruir movimientos o regímenes progresistas y amañar regímenes clientelistas, pero proporcionaron pocas oportunidades económicas sustantivas a las CMN, ya que las economías se estancaron, el poder de los consumidores se detrajo, se explotaron pocos recursos naturales y la emigración de trabajadores redujo las reservas de mano de obra barata. 

En el caso de las políticas imperiales hacia países ricos en recursos y, por tanto, más lucrativos como Irán, Chile, Argentina, Brasil, Bolivia y el Congo (Zaire), los resultados aparecen mezclados. Las ventajas a corto plazo de derrocar el régimen nacionalista de Mossadegh en Irán instalando al Shah en su lugar, proporcionaron grandes oportunidades a las CMN de EEUU y un incondicional cliente político–militar en la región del Golfo durante 26 años; sin embargo, la neo–colonia dictatorial fue derrocada por una coalición de fuerzas seculares y nacionalistas islámicas en 1979, convirtiéndose en un adversario estratégico durante los siguientes 26 años y quizá más. 

En contraste, la intervención de EEUU en Chile, Argentina, Bolivia y Brasil en los años sesenta del pasado siglo y los consiguientes regímenes militares clientelistas elaboraron un marco político–económico a largo plazo para la penetración económica estadounidense a gran escala. Y más importante aún, las transiciones a regímenes civiles electorales y sus consiguientes políticas se vieron condicionadas por las ‘lecciones’ dictadas por las políticas imperiales. Aunque el EI y las CMN cosecharon los beneficios de 30–40 años de regímenes pro–imperio, no fue sin desafíos violentos masivos, como en el caso de las rebeliones populares y del derrocamiento de los regímenes clientelistas en Argentina y Bolivia y de la continua inestabilidad en Perú y Ecuador.

La guerra de EEUU en Iraq ha sido, de forma rotunda, un error garrafal desde la perspectiva de construcción del imperio: ha llevado a derrotas tácticas, a prolongada guerrilla urbana imposible de ganar, a una disminución en los alistamientos militares, a desmoralizar a las tropas de la Guardia Nacional y la Reserva, inflando los déficits presupuestarios, aislando a EEUU de sus aliados, que fue abandonado por clientes de la coalición. Además, la debacle militar proporciona una prueba de que el imperio estadounidense no es invencible. De forma clara, los arquitectos principales de esta guerra han dado sin darse cuenta un gran estacazo al componente militar del imperio.

Desde la perspectiva de los intereses económicos de EEUU, los costes de la guerra sobrepasan de lejos cualquier beneficio que se pueda obtener en la extracción o propiedad del petróleo, tanto en la actualidad como a medio plazo. Las gravísimas violaciones masivas de derechos humanos y las matanzas de civiles han generado una hostilidad universal por todo el Oriente Medio (excepto en Israel), haciendo que las inversiones y actividades mercantiles de las CMN sean muy inseguras y problemáticas.

¿Eran tan obtusos los arquitectos de la guerra del EI, tan ignorantes de la oposición, costes y consecuencias de la guerra? Se daban claramente todas las razones históricas para anticipar una fuerte resistencia y grandes cifras de muertos. Incluso dando por supuesta la mediocridad de quienes toman las decisiones, no hay base para pensar que la persistencia de la guerra y la política de prolongar la debacle de Iraq con una nueva catástrofe en Irán sea simple ignorancia. La guerra de Iraq ha sido un éxito a los ojos de sus autores, porque su criterio era: ¿Beneficia al Estado judío? Y como le beneficia, no les importa cómo puede afectar a la construcción del Imperio Estadounidense. El hecho de que los E–S estén impulsando enérgicamente una nueva guerra con Irán, que causará estragos al imperio y a sus regímenes clientelistas y generalizará el conflicto por todo Oriente Medio, es otro indicativo de que la eficacia política viene medida en función de si promueve el poder de Israel en la región y disminuye el de sus enemigos, sin importar cómo pueda afectar a la construcción del imperio estadounidense.

En términos de “calidad” y competencia de la política imperial, está claro que los E–S actuaron de forma magnífica al perseguir la defensa de los intereses del Estado israelí – maximizando sus beneficios a cambio de virtualmente ningún coste– y de forma miserable a la hora de promover la construcción del imperio estadounidense. La diferencia en la actuación no es consecuencia de falta de habilidades políticas sino el resultado de diferentes prioridades, motivaciones y objetivos estratégicos.

El ascendiente de los militaristas civiles, incluidos, pero no de forma exclusiva, los E–S, ha relegado en gran medida los intereses económicos de las CMN a un puesto secundario en la construcción del EI. Mientras los gastos militares aumentan, la deuda exterior crece exponencialmente, el déficit presupuestario y los pagos de intereses debilitan los cimientos económicos del imperio y aumentan la dependencia de los flujos financieros extranjeros. De forma cada vez mayor, las CMN de EEUU realizan su producción en el exterior y exportan desde allí a EEUU, aumentando el déficit comercial de la economía doméstica. Igualmente importante es que los militaristas civiles no tienen una estrategia por la cual los gastos militares inmediatos y las intervenciones conduzcan a futuras ganancias económicas para las CMN, como ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial y durante la Guerra Fría. Desde el momento en que la mayor parte de los gastos militares se han dirigido a la destrucción de la infraestructura productiva civil iraquí, han puesto en peligro las fuentes principales de beneficios y han expulsado o asesinado a la mayor parte los científicos y profesionales más importantes de aquella comunidad. Las políticas de ocupación colonial, destrucción y pillaje por parte de los sátrapas coloniales han restringido de forma severa la imperial “no se consigue nada sin causar dolor”. Los políticos militaristas civiles partidarios de la guerra total, ocupación permanente y de regímenes impuestos socavan las posibilidades de estabilidad y seguridad a largo plazo necesarias para los inversores productivos a gran escala, pero benefician a los capitalistas especuladores, a los contrabandistas y a los oligarcas mafiosos interesados sólo en empresas a corto plazo que proporcionen beneficios masivos.

Condiciones para el conflicto: Estado Imperio – Corporaciones Multinacionales

Podemos especificar ahora algunas de las condiciones bajo las cuales los componentes y agencias del EI entran en conflicto con las CMN en cuanto a alianzas, prioridades, políticas, estrategias y tácticas regionales y globales.

El primer punto de conflicto entre el EI y las CMN se centra en la ideología: el EI, especialmente bajo la influencia de los militaristas civiles, se concentra en alianzas militares con primos ideológicos, mientras que las CMN buscan inversiones lucrativas, acuerdos comerciales y socios económicos basados en nociones de mercados libres y comercio libre – como mecanismos para una eventual penetración y dominación.

Vienen a la mente algunos casos contemporáneos que afectan a las relaciones de EUU con Oriente Medio, China y Cuba. En cada región los ideólogos militaristas civiles persiguen políticas ajustadas a nuevas confrontaciones militares en detrimento de las inversiones lucrativas y acuerdos comerciales de las CMN. 

En Oriente Medio, los militaristas civiles, se alinean con Israel contra Arabia Saudí, Irán, Siria y el resto del mundo islámico árabe, mientras que las CMN se comprometen en inversiones y comercio con los países árabes e islámicos.

Con respecto a China, los militaristas civiles persiguen una política de envolvimiento militar, apoyan la independencia de Taiwan y se enzarzan en una histérica demonización retórica de la política defensiva china; mientras, 500 firmas invierten 300.000 millones de dólares en China y Pekín financia el déficit comercial estadounidense, para gran alivio de los banqueros estadounidenses. 

Un conflicto similar se evidencia con respecto a Cuba. Los militaristas civiles –dirigidos por la prole de los exilados cubanos– persiguen políticas que van desde el patrocinio de terroristas exiliados a un agresivo boicot económico, mientras las CMN más importantes de EEUU desarrollan un comercio valorado en un billón de dólares en productos alimenticios y farmacéuticos con Cuba. 

Algunos conflictos similares se evidencian con respecto a Venezuela, donde los militaristas civiles han organizado golpes y financiado a organizaciones cívicas extremistas para tratar de instalar un régimen pro–imperialista, mientras que las compañías petrolíferas importantes de EEUU como Chevron–Exon han firmado acuerdos para inversiones multimillonarias con el régimen nacionalista social–liberal. Hay otras regiones y cuestiones en Europa Occidental y Rusia donde se dan conflictos entre el EI y las CMN.

Sin embargo, lo que está claro es que la política imperial refleja tanto la fortaleza como las debilidades de los militaristas civiles y de las CMN en áreas específicas. En Oriente Medio, el poder de los militaristas civiles, apoyados por las organizaciones judías más importantes y su poder sobre el Congreso y los medios recomunicación, es mucho más fuerte que el asalto por el petróleo de las CMN, los diplomáticos profesionales y sectores de los militares profesionales. En contraste, en China, el amplio orden de batalla de las CMN y el monto del tamaño del comercio y la inversión estadounidense tienen mucho más peso sobre la política que las acciones de los militaristas civiles, que carecen del equivalente a una base de poder doméstico influyente comparable a los organizados judíos. Con Cuba y Venezuela se da un equilibrio, en el que las CMN de EEUU trabajan alrededor de las restricciones comerciales y se meten en inversiones y comercio, como en el caso de Venezuela, mientras que los militaristas civiles trabajan para derrocar regímenes sin encontrar oposición por parte de las CMN.

La Mentalidad de los Militaristas Civiles

Aunque las motivaciones y campañas de los directores ejecutivos de las CMN (beneficios, mercados, recursos, y costes operativos bajos) aparecen claramente, es mucho menos entendida y conocida la mentalidad de los militaristas civiles y del equipo sionista. Podemos especificar ocho características de forma telegráfica, algunas de las cuales se pueden aplicar sólo al equipo de sionistas: 1. Prioridades militares sobre las económicas. La mayoría de los militaristas no se han implicado de forma directa y profunda en los grandes negocios o en los combates militares directos. Viven y trabajan en un mundo enrarecido de ideólogos, en institutos ideológicos e interactúan con políticos extremistas que piensan del mismo modo que ellos. Tienen pocos conocimientos o interés en las consecuencias económicas o humanas de las guerras imperialistas, que consideran buenas en sí mismas, algo así como experiencias ‘liberadoras’.

2. Ven el mundo, de forma obsesiva y exclusivamente, como un territorio en el que conseguir poder a cualquier coste. Siguen, sin vacilar, políticas que implican matanzas masivas y rechazan totalmente cualquier cargo de genocidio y crímenes de guerra. Tienen una fe absoluta en la justicia de los asesinatos masivos en aras a aumentar el poder político de su propio imperio y de su adoptada ‘madre patria’.

3. Muchos actúan motivados por una visión religiosa o quasi–religiosa que ignora cualquier razón económica. La arrogancia virulenta de su honesto estilo es reveladora de la sustancia proto–fascista de sus políticas. Cien mil muertos iraquíes no son nada para la mente de un asesino profesional actuando en nombre de una ‘causa sagrada’ que le autoriza a hacer cualquier cosa. Los sionistas nunca admiten algún fracaso o algún crimen. Utilizan su influencia para cargar de responsabilidad a otros – las torturas en Abu Grhaib y en Guantánamo se la atribuyen a funcionarios militares o al Fiscal de la Casa Blanca. Ni uno solo de los sionistas situados en la cima aparece en la lista de los responsables de los abusos aunque hubiera complicidad a nivel organizativo. La procedencia de la mentalidad sionista refleja su adhesión profunda a los métodos israelíes de dominio sobre los palestinos: desplazamientos masivos de población y destrucción de los medios de vida e instituciones, castigos colectivos, torturas, encarcelamiento sin juicio durante largos períodos, ataques militares indiscriminados sobre centros de población civil y asesinatos con total impunidad.

Es absurdo buscar en los escritos de teóricos políticos mediocres y oscuros aficionados a la astrología (Leo Strauss) para encontrar las raíces de las prácticas imperialistas totalitarias de los consejeros políticos sionistas, cuando toda su vida activa política ha estado profundamente influenciada por las políticas terroristas del Estado de Israel, de las cuales han tomado sus referencias ideológicas y sus lecciones políticas.

La convergencia de fundamentalismo cristiano, extremismo sionista y poder imperialista ha llevado a la doctrina totalitaria de guerra ofensiva permanente, de guerra total, sin distinción entre objetivos civiles y militares e indiscutida dominación mundial. Lo que sostiene a estas elites extremistas en el poder y la razón por la que conservan el poder, a pesar de las políticas desastrosas, es que tienen circunscripciones formidables en la sociedad civil con decisiva influencia sobre instituciones políticas clave como el Congreso estadounidense y los medios de comunicación.

Los militaristas civiles extremistas no han sido cuestionados por las CMN de forma rigurosa por varias razones. En primer lugar, las CMN han recibido beneficios enormes del régimen imperial a través de subsidios y reducciones de impuestos muy importantes, de créditos a bajo interés, de políticas agresivas para abrir mercados, promover privatizaciones y reforzar los pagos de la deuda exterior. Además, la Casa Blanca ha defendido a las CMN estadounidenses contra competidores debilitados por la legislación laboral, y en el terreno del medio ambiente, y en casos de empresas no competitivas, les ha facilitado legislación proteccionista.

Estos beneficios pesan más en la balanza que los conflictos que puedan darse entre las CMN y los militaristas civiles del EI. El conflicto entre el EI y las CMN se agota en las presiones para competir en áreas políticas específicas con los militaristas civiles, que tienen su principal campo de influencia en la política en Oriente Medio, y en los pronunciamientos de ‘estrategias globales’, mientras que las CMN se reparten las políticas favorables en China y en grado menor en Cuba y Venezuela.

Base Estructural de los Conflictos Ideológicos en el Estado Imperial

Las diferencias políticas entre los militaristas civiles y las CMN se basan, en parte, en perspectivas ideológicas en conflicto. En el caso de los militaristas civiles, sus concepciones son explícitas mientras que en el caso de las CMN se articulan de forma menos clara.

Voluntarismo Versus Integración Global

Los militaristas civiles actúan bajo el convencimiento de que la “voluntad política” puede superar todos los obstáculos, de que ‘proyectar poder’ puede ‘crear hechos’ con los que otros países (antiguos aliados o adversarios) tengan que vivir – de ahí la idea de acción unilateral y guerras múltiples. El voluntarismo presume de capacidad ilimitada para las acciones militares y para llevar a cabo ‘sacrificios’ materiales, todo ello santificado por banalidades ideológicas (“cruzadas democráticas”) y recompensas intangibles. El voluntarismo asume un grado alto de la autonomía de las elites y de la sumisión de las masas, basándose en la misión visionaria de las primeras y en la ignorancia, lealtad refleja o miedo de las últimas.

La filosofía voluntarista es profundamente autoritaria; los dirigentes son elegidos para dirigir y los seguidores tienen que obedecerles. La fórmula que justifica las guerras que persiguen la dominación mundial varía según las circunstancias y va desde descaradas mentiras sin maquillar, demonización, engaños e invenciones para magnificar los menores incidentes y convertirlos en amenazas mundiales. Los votantes son contemplados como una masa a la que hay que engañar, engatusar, adular y manipular a través de los medios de comunicación, mientras se amenaza a las personas críticas con edictos y legislación autoritaria punitivos. El Congreso está para ser disciplinado y movilizado en pos de los dirigentes por medio de amenazas inminentes de guerra y terrorismo.

En contraste, los supuestos explícitos e implícitos de las CMN se basan en la idea de que la economía mundial se ha convertido en una estructura integrada en la que las empresas imperiales se fusionan y compiten; las CMN reconocen un mundo económico multipolar que necesita el apoyo del EI y de establecer acuerdos con las normas de otros EI (Unión Europea y Japón). Las CMN no prescinden de las guerras limitadas ni de las actividades subversivas militares mientras no trastornen sustancialmente los circuitos comerciales existentes, las inversiones o el acceso a las materias primas. Las CMN más competitivas y poderosas, así como las instituciones financieras más fuertes, promueven el comercio multilateral y los acuerdos en inversiones, y consideran que las actividades político–militares del EI les proporcionan seguridad y apoyo en las negociaciones internacionales a la hora de llevar a cabo esos acuerdos con clientes y aliados. Las CMN menos competitivas son más ‘unilaterales’, proteccionistas y centran más su actividad a nivel estatal – dependen del proteccionismo a los mercados domésticos y de los subsidios para poder competir en mercados extranjeros. Hay una identidad política mayor entre las CMN menos competitivas y los militaristas civiles a nivel de ‘acciones unilaterales’, pero a menudo se dan mayores conflictos en las relaciones con socios comerciales exteriores.

Los militaristas civiles creen en la “extraterritorialidad”, en la supremacía de las leyes estadounidenses y en la aplicación de la autoridad por encima de la soberanía nacional y su extensión lógica y ocupación colonial. Esta posición entra en conflicto con las demandas de las CMN de un orden legal internacional reconocido que defienda y promueva relaciones capitalistas y resuelva controversias. Sin embargo, estos conflictos se amortiguan debido a los privilegios especiales que acumulan las CMN en lugares bajo control colonial de EEUU, tales como el acceso especial a lucrativas empresas privatizadas, contratos para reconstrucción y compras militares relacionadas con las mismas. 

Por otra parte, las políticas de embargo de los militaristas civiles entorpecen la acción de las filiales de las CMN en el exterior al comprometer el comercio o impedir que se puedan vender productos. Sin embargo, los conflictos entre los militares que siguen las políticas de los militaristas civiles y las políticas de ‘libre mercado’ de las CMN no impiden que cooperen a la hora de desestabilizar regímenes vulnerables. Las refinerías de petróleo estadounidenses rechazaron procesar las importaciones de petróleo cubano a principios de los años sesenta del pasado siglo, en línea con los esfuerzos de EEUU para acabar con la revolución. Durante los primeros años de 1970, bajo el gobierno socialista de Allende, las compañías estadounidenses que trabajaban con cobre entablaron pleitos para impedir las exportaciones chilenas de cobre, al alimón con los esfuerzos de la CIA para derrocar el régimen. La industria aeronáutica de EEUU cooperó con el EI en las presiones al gobierno de Chavez cuando rechazaron reparar y poner al día los aviones de combate venezolanos.

El punto teórico es que dentro del proyecto de construcción del imperio hay “intereses especiales” y hay “intereses generales” de la clase dominante. No existe nada parecido a una “lógica imperialista” que proporcione un conjunto coherente de políticas para cualquier lugar y cualquier época. Las "inconsistencias" se dan tanto por razones políticas domésticas como por la influencia de grupos ideológicos diferentes dentro del EI. 

Por ejemplo, aunque el “libre comercio” sea la doctrina general de las CMN, las excepciones incluyen la protección de los no competitivos, pero políticamente influyentes, intereses agrícolas. El lobby cubano estadounidense apoya el embargo comercial contra Cuba; el Estado israelí y la economía fuertemente subsidiada por EEUU durante alrededor de medio siglo son ejemplos claros contrarios a las doctrinas de “libre mercado” de las CMN. Cuando los “intereses especiales” de la configuración de poder sionista/judío imponen políticas favorables a Israel pero que perjudican los intereses principales petrolíferos de las CMN, que socavan las alianzas entre EEUU y los países árabes y que a la hora de proseguir su agenda marginan a componentes tradicionales del EI, surge un importante conflicto “subterráneo” viciado que tiene repercusiones en los asuntos de personal, en los legislativos y en la política estratégica.

La segunda presidencia de Bush representa una mayor consolidación y expansión del poder de los militaristas civiles hacia posiciones estratégicas. Los sionistas siguen controlando el Pentágono, mientras que amplían su peso dentro del Consejo Nacional de Seguridad y en la política hacia Oriente Medio con el ascenso de Elliott Abrams. Al mismo tiempo, la Seguridad Interior está a cargo de otro miembro de la red sionista, Michael Chertoff, que demostró su entusiasmo acorralando y encarcelando de forma arbitraria a cientos de árabes y musulmanes estadounidenses por el mero hecho de su etnia o religión. El punto culminante del creciente peso de los militaristas civiles lo ha constituido el nombramiento estratégico de Porter Goss para dirigir la CIA. Goss es un ardiente impulsor de la doctrina de confrontación militar con China, lo que implica ciertamente un debilitamiento de los consejeros políticos del “libre mercado” de las CMN.

Hay una interdependencia negativa entre expansión económica y guerra, particularmente en Oriente Medio y Asia. Las graves amenazas militares y el envolvimiento agresivo hacia China, que emanan de los militaristas civiles dominantes, pueden tener efectos gravemente desestabilizadores sobre la financiación continua que China está realizando y que alivia el enorme déficit comercial estadounidense, perjudicando asimismo a los inversores estadounidenses en China – implicando un debilitamiento del dólar y de la rentabilidad de las 500 CMN más importantes. Nuevas series de ataques militares por parte de EEUU–Israel a Siria e Irán pueden conducir a una conflagración militar general por todo Oriente Medio, precipitando la crisis del petróleo, elevando los precios por las nubes y llevando inestabilidad a los clientes estadounidenses, abocando al desastre a la economía estadounidense con un sin fin de guerras, que sangrarán aún más al país.

Israel, desde luego, sería el único beneficiario en una región que se está convirtiendo en la tierra yerma de Oriente Medio (un ‘horrendo desierto’ de proporciones bíblicas) en la que EEUU se agotará en guerras, con crisis económicas y militares de inmensas proporciones. Lo más probable es que las políticas imperiales de los militaristas civiles devengan en pérdidas para todas las partes: los EEUU irán a la quiebra y los países antiimperialistas sufrirán destrucciones masivas. Los efectos a largo plazo para la construcción del imperio dependerán de las consecuencias políticas de las políticas imperiales fallidas – la forma en que los fracasos se analicen, las políticas y los consejeros políticos se vean afectados y qué tipo de alternativas políticas que puedan emerger.

Es fundamental realizar el diagnóstico de las razones que conducen a los imperios al fracaso porque ese estudio puede llevar o a reconstruir y fortalecer de nuevo el imperio o a un desafío a las políticas, personal, ideologías, instituciones e intereses que dirigieron las políticas fracasadas. Las críticas más conservadoras argumentarán que la construcción del imperio llevaba un enfoque correcto pero que la ejecución fue errónea – la ocupación no se manejó de forma adecuada, se utilizaron muy pocos efectivos militares, etc… Las críticas liberales expondrán que las políticas estaban equivocadas, que la guerra debería haber sido un ‘asunto multilateral’ desarrollado junto a la Unión Europea, en el que la guerra y el botín deberían haber sido compartidos. La minoría progresista argüirá que instituciones como la de los civiles del Pentágono desarrollaron posiciones de fuerza que no les correspondían y que debían haber sido realizadas por los diplomáticos del Departamento de Estado. 

Cada uno de esos diagnósticos y prescripciones van incardinados por la idea de invertir la deriva de los fracasos y derrotas imperiales y reconfigurar el EI a fin de volver a consolidar las posiciones avanzadas del imperio. En el mejor de los casos, pueden llevar a algunos cambios de personal, a ajustes ideológicos (los aullidos de guerra de los militaristas civiles se amortiguarían), a una reconstrucción de agencias (con recuperación de militares profesionales y diplomáticos) y se harían esfuerzos de reconciliación con los aliados internacionales. Las potencialidades de estos “cambios para que nada cambie” depende de la capacidad del EI para “reformarse a sí mismo” en épocas de crisis. Sin embargo, la reforma imperial no será fácil teniendo en cuenta la atrincherada naturaleza de los militaristas civiles y el apoyo que les ofrecen los fanáticos sionistas, los fundamentalistas cristianos y las masas serviles.

Sólo si las nuevas guerras acaban en conflictos prolongados que cuesten miles de vidas, en una total desorganización de la economía que conduzca a una crisis internacional que afecte tanto a las CMN como a la economía doméstica, podríamos entrever la aparición de una oposición significativa entre una población intimidada y fragmentada que carece de auténtica organización política antiimperialista. El surgimiento del descontento de masas requerirá una clara comprensión de la responsabilidad de los militaristas civiles y de los sionistas de “Ante todo, primero Israel”, los principales arquitectos de la política de guerra. Será necesario afrontar un análisis de la geopolítica de la guerra, del papel de las CMN y de la necesidad de sacrificar el imperio para reconstruir la ‘república’. Esto necesita una guerra de clases en contra de los costes del imperio y por la transformación de la economía, de la propiedad de los bienes y de los dirigentes.

La construcción del imperio es, por su propia naturaleza, violenta y destructiva para los demás; las resistencias y derrotas con que se pueda topar, especialmente en lo que afecta a los sectores estratégicos del EI, tienen siempre repercusiones violentas en el interior del imperio. Su eslabón más débil, los trabajadores y contribuyentes, explotados y sacrificados en aras al mantenimiento del imperio, sólo reaccionarán cuando se vean forzados por circunstancias externas. Sólo con sacudidas “exteriores” se pondrá en marcha una reacción interna entre una población imbuida de creencias imperiales y de sumisiones.

El EI, al contrario que los militaristas civiles y sus comparsas de fanáticos sionistas, no es invencible; Iraq ha demostrado las mismas lecciones aprendidas anteriormente en Corea y Vietnam. La economía de EEUU no puede sostener la agenda de los militaristas civiles de nuevas y múltiples guerras y prolongada resistencia de masas en múltiples lugares. Los militaristas civiles pueden ignorar la pérdida de aliados, el abandono de los clientes de la coalición de guerra, la vulnerabilidad de nuevos puntos de conflicto en el Imperio. Los militaristas civiles pueden poner ideólogos que piensan del mismo modo que ellos para dirigir la CIA, el Pentágono, la Casa Blanca y el Departamento de Estado, que se repetirán unos a otros sus doctrinas, pero toda su voluntad colectiva no puede cambiar las fuerzas estructurales fundamentales en el poder – presupuestos, deuda, formación de resistencias, resistencia armada, ejércitos vulnerables, aislamiento diplomático, escasez de mercenarios… El deseo de poder puede llevar a hacer muchas cosas destructivas, pero como Hitler comprendió (o comprobó), puede también destruirse a sí mismo.

Volver