El imperialismo en
 el siglo XXI

 

La carrera energética mundial y sus consecuencias (Primera parte)

Por Michael T. Klare
ZNet, 14/01/07
Traducido por Eva Calleja y revisado por Miguel Montes Bajo

Una vez más se ha puesto de moda entre el grupo cada vez más reducido de partidarios de la inútil guerra del presidente Bush en Irak hacer hincapié en el peligro del "islamo–fascismo" y la supuesta ambición de los seguidores de Osama bin Laden de establecer un régimen monolítico, al estilo Talibán, un "Califato", que se extienda desde Gibraltar hasta Indonesia. El presidente mismo ha usado este término ocasionalmente durante estos años, utilizándolo para describir los intentos de los extremistas musulmanes de crear "un imperio totalitario que niega toda libertad política y religiosa". Aunque quizá haya cientos, incluso miles de individuos perturbados y suicidas que comparten esta visión ilusoria, el mundo en la actualidad se enfrenta a una amenaza más sustancial y universal que podría ser denominada: energo–fascismo, o la militarización de la lucha mundial por los siempre menguantes suministros energéticos.

Al contrario que el islamo–fascismo, el energo–fascismo, con el tiempo, acabará afectando a todas y cada una de las personas en este planeta. O bien nos veremos obligados a financiar o a participar en guerras en el extranjero para asegurar suministros vitales de energía, como el conflicto actual en Irak, o bien nos veremos a merced de aquellos que controlen el grifo energético, como los clientes del monstruo energético ruso Gazprom en Ucrania, Bielorrusia y Georgia; o bien, más pronto o más tarde nos encontraremos en constante vigilancia por parte del estado, no sea que consumamos más de nuestra parte asignada de gasolina o nos dediquemos a transacciones ilícitas con la energía. Esto no es simplemente una pesadilla de ciencia ficción, sino una realidad que potencialmente abarca todos los aspectos de la vida y cuyos rasgos básicos, que están pasando ampliamente inadvertidos, se están revelando hoy en día. Entre estos rasgos se incluyen:

* La transformación del ejército de EE.UU. en un servicio mundial de protección del petróleo cuya misión principal es defender las fuentes de suministro de petróleo y gas natural de EE.UU. en el extranjero, mientras vigilan los principales gaseoductos y rutas de suministro del mundo.

* La transformación de Rusia en un superpoder energético , con control sobre los mayores suministros de petróleo y gas natural de Eurasia y con la determinación de convertir estos recursos en una fuerza creciente de influencia política sobre los estados vecinos.

* La pelea despiadada entre los superpoderes por las reservas de petróleo, gas natural y uranio que queden en África, América Latina, Oriente Medio y Asia, acompañada de cada vez más frecuentes intervenciones militares, la constante instauración y cambio de regímenes clientes, corrupción y represión sistemática, y el continuo empobrecimiento de la gran mayoría de los que tienen la mala suerte de vivir en esas regiones ricas en energía.

* Creciente intromisión y vigilancia de la vida privada y pública al crecer la dependencia de la energía nuclear, que trae consigo un aumento de la amenaza de sabotajes, accidentes y el desvío de materiales que se pueden fisionar a manos de proliferadores nucleares ilícitos.

Juntos, estos fenómenos y otros relacionados, constituyen las características básicas de un resurgente energo–fascismo mundial. Aunque puedan parecer dispares, todas ellas comparten una característica común: una creciente participación del estado en la obtención, transporte y asignación de suministros de energía, acompañado por una mayor inclinación a emplear la fuerza contra aquellos que se resistan a las prioridades del estado en estas áreas. Como en el fascismo clásico del siglo veinte, el estado asumirá un control cada vez mayor sobre todos los aspectos de la vida pública y privada buscando lo que se dice ser un interés nacional esencial: la adquisición de energía suficiente para mantener la economía y los servicios públicos funcionando (incluyendo el ejército).

El interrogante de la demanda / suministro

Tendencias como éstas, poderosas y que, potencialmente, pueden cambiar el mundo no ocurren porque sí. Los rastros del ascenso del energo–fascismo se pueden encontrar en dos fenómenos principales: un choque inminente entre la demanda y los suministros de energía, y la histórica migración del centro de gravedad de producción energética planetaria del norte al sur.

Durante los últimos 60 años, la industria internacional de energía ha conseguido con éxito satisfacer la creciente sed de energía mundial en todas sus formas. Sólo en lo referente al petróleo, la demanda mundial pasó de 15 a 82 millones de barriles al día entre 1955 y 2005, un aumento del 450%. La producción mundial creció en una cantidad similar en esos años. Se espera que la demanda mundial siga creciendo en la misma proporción, si no más rápido, en los años venideros, impulsada en gran medida por la creciente influencia de China, India y otros países en desarrollo. No hay, sin embargo, ninguna esperanza de que la producción mundial pueda mantener ese ritmo.

Muy al contrario: un creciente número de expertos en energía creen que la producción mundial de crudo "convencional" (liquido) pronto alcanzará un cenit quizá tan pronto como en 2010 o 2015, y entonces comenzará una disminución irreversible. Si esto resulta ser verdad, ninguna cantidad de arenas de alquitrán canadienses, esquistos bituminosos, u otras fuentes "no convencionales" podrán evitar una escasez catastrófica de combustible–líquido al cabo de una década más o menos, lo que producirá un trauma económico general. El suministro mundial de otros combustibles primarios, como el gas natural, el carbón y el uranio no disminuirán tan rápidamente, pero todos estos materiales son finitos y en un momento dado serán escasos.

El carbón es el más abundante de los tres; si se consume al ritmo actual, se puede esperar que dure quizás otro siglo y medio más. Sin embargo, si se utiliza para reemplazar al petróleo (en varios proyectos 'carbón a líquido'), desaparecerá mucho más rápido. Por supuesto esto no tiene en cuenta la contribución desproporcionada que tiene el carbón en el calentamiento global, si no se cambia la forma en la que se quema en las centrales eléctricas, el planeta será inhabitable mucho antes de que se agote la última mina de carbón.

El gas natural y el uranio sobrevivirán al petróleo en una década o dos más, pero finalmente, también alcanzarán su cenit de producción y comenzaran a disminuir. El gas natural simplemente desaparecerá, como el petróleo; cualquier escasez futura de uranio se puede, en alguna medida, superar mediante una mayor utilización de reactores generadores, que producen plutonio como producto derivado; esta sustancia puede, a su vez, ser usada como combustible en un reactor. Pero cualquier aumento en el uso de plutonio puede también incrementar ampliamente el riesgo de proliferación de armas nucleares, creando un mundo mucho más peligroso y el correspondiente requerimiento para que los gobiernos descuiden todos los aspectos de la energía nuclear y su comercio.

Dichas posibilidades futuras están generando una gran ansiedad entre los funcionarios de las principales naciones consumidoras de energía, especialmente los EE.UU., China, Japón y los poderes europeos. Todos estos países han llevado a cabo grandes revisiones en su política energética durante los últimos años, y todos han llegado a la misma conclusión: ya no se puede depender sólo de las fuerzas de mercado para satisfacer los requisitos energéticos esenciales nacionales, y por eso, el estado debe asumir cada vez más responsabilidad para llevar a cabo la tarea. Ésta fue, por ejemplo, la conclusión fundamental de la Política Energética Nacional adoptada por el gobierno de Bush el 17 de mayo de 2001 y que se ha seguido servilmente desde entonces, igual que la postura oficial del régimen comunista chino. Cuando se encuentra resistencia a esas políticas, además, los funcionarios del gobierno ejercen el poder del estado con más regularidad y con más mano dura para conseguir sus objetivos bien a través de sanciones comerciales, embargos, arrestos e incautaciones, o bien a través del uso de la fuerza directa. Esto forma parte de la explicación de la aparición del energo–fascismo.

Su crecimiento también está impulsado por el cambio geográfico de la producción de energía. En una época, la mayoría de los pozos más importantes de petróleo del mundo se encontraban en Norteamérica, Europa y los sectores europeos del Imperio Ruso. Esto no era una casualidad. Las compañías energéticas más importantes preferían operar en países hospitalarios, cercanos, relativamente estables y sin inclinaciones a privatizar los depósitos energéticos. Pero estos depósitos hace tiempo que han sido mermados y las únicas áreas todavía capaces de satisfacer la creciente demanda mundial están en África, Asia, América Latina y en Oriente Medio.

Casi todos los países en estas regiones han estado sujetos al dominio colonial y todavía abrigan una profunda desconfianza hacia la implicación extranjera; algunos también albergan grupos étnicos separatistas, insurgencias, o movimientos extremistas que los hacen poco hospitalarios para las compañías petroleras extranjeras. Por ejemplo, la producción de petróleo en Nigeria ha sido reducida bruscamente durante los últimos meses debido a una insurgencia en el empobrecido Delta del Níger. Ha sido dirigida por miembros de los grupos tribales pobres que han sufrido terriblemente por la devastación medioambiental causada por las operaciones de la compañía petrolera en su medio, mientras recibían pocos beneficios tangibles resultado de los ingresos del petróleo; la mayor parte de los beneficios que se quedan en el país son robados por las elites gobernantes en Abuja, la capital. Si combinamos esta clase de resentimiento local con una falta de seguridad y, a menudo, grupos gobernantes inestables, no es sorprendente que los lideres de las principales naciones consumidoras hayan tomado cartas en el asunto cada vez más a menudo, preparando acuerdos preferentes con las obedientes autoridades locales y facilitando protección militar, donde sea necesario, para asegurar una entrega segura del petróleo y del gas natural.

En muchos casos, esto ha resultado en el establecimiento de unas relaciones benefactor–cliente impulsadas por el petróleo, entre las principales naciones consumidoras y sus principales suministradores, similares al hace ya tiempo establecido protectorado de EE.UU. en Arabia Saudita y el más reciente apoyo de EE.UU. a Ilham Aliyev, el presidente de Azerbaiyán. Tenemos ya el comienzo del equivalente energético de la clásica carrera armamentística, combinado con muchos de los elementos del "Gran Juego" que una vez jugaron los poderes coloniales en algunas de las mismas partes del mundo. Militarizando las políticas energéticas de las naciones consumidoras y aumentando las habilidades represivas de los regímenes clientes, se está comenzando a colocar los cimientos para un mundo energo–fascista.

El Pentágono: un servicio de protección de petróleo mundial

La expresión más significativa de esta tendencia ha sido la transformación del ejercito de EE.UU. en un servicio mundial de protección de petróleo cuya función principal es proteger los suministros de energía en el extranjero junto con su sistema mundial de distribución (oleoductos y gaseoductos, buques cisterna y rutas de suministro). Esta misión conjunta se articulo en un principio por el presidente Jimmy Carter en enero de 1980, cuando describió el flujo de petróleo del Golfo Pérsico como un "interés vital" para los EE.UU., y afirmó que este país emplearía "cualquier medio necesario, incluyendo la fuerza militar" para vencer cualquier intento de bloquear este flujo por parte de un poder hostil.

Cuando el presidente Carter emitió este edicto, pronto llamado la Doctrina Carter, los EE.UU. no poseían ninguna fuerza capaz de llevar a cabo esta tarea en el Golfo. Para llenar este vacío, Carter creo una nueva entidad, el < Rápido Despliegue de Conjunto Combate Grupo>(RDJTF en sus siglas en inglés), una mezcla de fuerzas con base en EE.UU. creadas especialmente para su posible empleo en Oriente Medio. En 1983, el presidente Reagan transformó el RDJTF en el Comando Central (Centcom), que es el nombre que lleva en la actualidad. El Centcom ejerce el mando sobre todas las fuerzas de combate de EE.UU. desplegadas en la zona del Golfo Pérsico, incluyendo Afganistán y el Cuerno de África. En la actualidad, el Centcom está principalmente ocupado con las guerras de Irak y Afganistán, pero nunca ha dejado de lado su papel original de vigilancia del flujo de petróleo del Golfo Pérsico de acuerdo a la Doctrina Carter.

En la actualidad, se dice que el mayor peligro para el flujo de petróleo del Golfo Pérsico proviene de Irán, que ha amenazado con bloquear los envíos de petróleo a través del vital Estrecho de Hormuz (el estrecho pasaje en la entrada al Golfo) en caso de un ataque aéreo estadounidense en sus instalaciones nucleares. Como posible anticipación a un movimiento de tales características, el Pentágono ha ordenado recientemente el envío de fuerzas aéreas y navales adicionales al Golfo y ha sustituido al General John Abizaid , Comandante del Centcom, quien estaba a favor del compromiso diplomático con Irán y Siria, por el Almirante William Fallon, Comandante del Mando del Pacífico (Pacom) y un experto en operaciones aéreas y navales combinadas. Fallon llegó al Centcom justo cuando el presidente Bush, en un discurso a la nación televisado el 10 de enero, anunció el despliegue un grupo de batalla de portaaviones en el Golfo y advirtió de duras acciones militares contra Irán si no dejaba de apoyar a los insurgentes en Irak y no cesaban sus intentos de adquirir tecnología para enriquecer uranio.

Cuando la Doctrina Carter se promulgó por primera ven en 1980, iba dirigida principalmente al Golfo Pérsico y a las aguas circundantes. En los últimos años, sin embargo, los políticos estadounidenses han llegado a la conclusión de que EE.UU. debe extender esta clase de protección a todas las regiones productoras de petróleo importantes en el mundo subdesarrollado. La lógica para una Doctrina Carter de escala global se describió por primera vez en un informe de un grupo de trabajo bipartito, "La Geopolítica de la Energía", publicado por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), con sede en Washington, en noviembre 2000. Debido a que los EE.UU. y sus aliados son cada vez más dependientes de los suministros de energía de proveedores extranjeros inestables, el informe llegaba a la conclusión, "Los riesgos geopolíticos que acompañan a la disponibilidad de energía no parece que vayan a corregirse". Bajo estas circunstancias, "los EE.UU., como único superpoder en el mundo, deben aceptar sus responsabilidades especiales para salvaguardar el acceso a los suministros de energía en todo el mundo".

Esta manera de pensar, adoptada por Demócratas y Republicanos por igual, parece haber gobernado el pensamiento estratégico de EE.UU. desde finales de los 90. Fue el presidente Clinton el primero en poner esta política en funcionamiento, extendiendo la Doctrina Carter a la cuenca del Mar Caspio. Fue Clinton quien declaró originalmente que el flujo de petróleo y gas del Mar Caspio hacia Occidente era una prioridad de seguridad para EE.UU., y quien, con esos objetivos, estableció lazos militares con los gobiernos de Azerbaiyán, Georgia, Kazajstán, Kirguizistán y Uzbekistán. El presidente Bush ha mejorado estas relaciones considerablemente, estableciendo de esta manera una buena base para la presencia permanente del ejercito de EE.UU. en la región, pero es importante considerarlo como un intento bipartito, de acuerdo con la creencia compartida de que la protección del flujo de petróleo mundial es cada vez más que una función vital, es la función vital del ejercito estadounidense.

Más recientemente, el presidente Bush ha extendido el alcance de la Doctrina Carter al oeste de África, en la actualidad una de las fuentes principales de petróleo para los EE.UU. Se ha dado especial énfasis a Nigeria, donde las tensiones en el Delta (donde se encuentran la mayoría de los campos petrolíferos tierra adentro del país) han ocasionado un descenso importante en la producción. "Nigeria es la quinta fuente más importante de petróleo para EE.UU.", según la Justificación de Presupuesto del Congreso para Operaciones en el Extranjero del Departamento de Estado del Año Fiscal 2007 "y una interrupción en el suministro de Nigeria representaría un duro golpe para la estrategia de seguridad petrolífera de EE.UU.". Para prevenir dicha interrupción, el Departamento de Defensa está proporcionando al ejercito nigeriano y a las fuerzas de seguridad internas numerosas armas y equipo con la intención de sofocar las tensiones en la región del Delta; el Pentágono también está colaborando con el ejercito nigeriano en un número de patrullas y vigilancia con el objetivo de mejorar la seguridad en el Golfo de Guinea, donde se encuentran la mayor parte de los campos marítimos de petróleo y gas del oeste de África.

Por supuesto, los oficiales de alto rango y la elite de la política exterior generalmente odian reconocer estas motivaciones tan insensibles para la utilización de la fuerza militar; prefieren hablar de extender la democracia y luchar contra el terrorismo. Pero de vez en cuando, una pista de esta profunda convicción basada en la energía sale a la luz. Especialmente revelador es un informe de la fuerza operante del Consejo de Relaciones Exteriores sobre "Consecuencias para la Seguridad Nacional de la Dependencia en el Petróleo de EE.UU." . Copresidido por el antiguo Secretario de Defensa James R. Schlesinger y el antiguo director de la CIA John Deutsch, y aprobado por un grupo de políticos de elite de ambos partidos, el informe proclamaba las típicas llamadas a ignorar sobre eficiencia energética y conservación, pero luego terminó con la nota militarista, manifestada por primera vez en el informe CSIS de 2000 (también copresidido por Schlesinger): "Varias operaciones de rutina del ejercito de EE.UU. desplegado regionalmente (presumiblemente por el Centcom y Pacom) han realizado contribuciones importantes para mejorar la seguridad energética, y la continuación de dicho trabajo será necesaria en el futuro. La protección de vías de transporte por mar del petróleo por parte del ejercito naval de EE.UU. es de suma importancia". El informe también exige una intensificación del compromiso naval de EE.UU. en el Golfo de Guinea en la costa de Nigeria.

Cuando expresan esas opiniones, los políticos estadounidenses adoptan a menudo una postura altruista, proclamando que los EE.UU. están llevando acabo "un bien social" cuando protegen el flujo de petróleo global en nombre de la comunidad mundial. Pero esta postura altiva y altruista ignora aspectos cruciales de la situación:

Primero, los EE.UU. son el primer "devorador" de petróleo mundial, consumiendo uno de cada cuatro barriles de petróleo que se consumen al día en el mundo.

Segundo, los oleoductos y rutas navales que protegen los soldados y marines estadounidenses poniendo en peligro sus vidas y su integridad física son principalmente aquellas orientados hacia los EE.UU. y aliados cercanos como Japón y los países de la OTAN.

Tercero, son, a menudo, las compañías con base en EE.UU. las que son protegidas por el ejército estadounidense en operaciones en el extranjero en áreas peligrosas, de nuevo con un gran riesgo para el personal militar implicado.

Cuarto, el Pentágono es en sí mismo el mayor "devorador" de petróleo en el mundo, consumiendo 134 millones de barriles de petróleo en 2005, tanto como Suecia.

Así que aunque es verdad que otros países puedan obtener algunos beneficios de las actividades militares estadounidenses, los principales beneficiarios son la economía estadounidense y las corporaciones gigantes de EE.UU.; los primeros perdedores son los soldados estadounidenses que arriesgan sus vidas cada día para proteger los oleoductos y las refinerías, los pobres en esos países que ven poco o ningún beneficio de la extracción de sus reservas naturales, y el medio ambiente mundial en general.

El coste de esta empresa gigante, tanto en sangre como material, es enorme y sigue subiendo. Para empezar, hay una guerra en Irak que puede haberse comenzado por varios motivos, pero que, al final, no se puede separar de la histórica misión, en un principio dispuesta por el presidente Carter, para eliminar cualquier amenaza potencial al libre flujo de petróleo desde el Golfo Pérsico. Un ataque a Irán también podría tener una serie de motivos, pero, también, estaría ligado a esta misión en un análisis final, incluso si tuviese el efecto perverso de bloquear los suministros de petróleo, elevando los precios de la energía, y llevando a la economía mundial a caer en picado. Y es seguro que habrá más guerras sobre el petróleo después de éstas, con más victimas estadounidenses y más victimas de mísiles y balas estadounidenses.

El coste en dólares también será grande. Incluso si la guerra en Irak queda excluida de la cuenta, los EE.UU. gastan más o menos un cuarto de su presupuesto de defensa, unos 100 mil millones de dólares al año, en gastos relacionados con el Golfo Pérsico, aproximadamente el precio anual para aplicar la Doctrina Carter. Se puede discutir sobre qué porcentaje del aproximadamente billón de dólares de coste de la guerra de Irak se debería añadir a esta cuenta, pero seguramente estamos hablando de un mínimo de muchos cientos de miles de millones sin un final a la vista. La protección de oleoductos y rutas navales en el Océano Indico, Pacífico, el Golfo de Guinea, Colombia y la región del Mar Caspio añaden otros miles de millones adicionales a la cifra.

Estos costes crecerán en un futuro ya que los EE.UU. serán, previsiblemente, cada vez más dependientes de la energía que proviene del sur, y la resistencia a la explotación de sus campos petroleros por parte de Occidente crezca, y cuando se acelere la carrera energética contra las recientemente ascendentes China e India, y según las elites de la política exterior dependan cada vez más del ejercito estadounidense para superar esta resistencia. Al final, la subida de estos costes necesitará elevar los impuestos o reducir los beneficios sociales, o ambas cosas, y en algún momento, la creciente necesidad de recursos humanos para vigilar estos campos petrolíferos, refinerías, oleoductos, rutas marítimas podrían suponer la reanudación del servicio militar obligatorio. Esto generará resistencia generalizada a estas políticas internas, y esto, a su vez, puede desencadenar toda clase de medidas represivas del gobierno que podrían arrojar una sombra mucho más oscura de Energo–fascismo sobre nuestro mundo.


(*) Michael T. Klare es Catedrático de Estudios sobre Paz y Seguridad Mundial en el Colegio Hampshire y el autor de Blood and Oil: The Dangers and Consequences of America´s Growing Dependence on Imported Petroleum (Sangre y Petróleo: Los Peligros y Consecuencias de la Creciente Dependencia de EE.UU. del Petróleo Importado) (editorial Owl).

Este artículo apareció primero en Tomdispatch.com , un weblog de Nation Institute, que ofrece un suministro continuo de fuentes alternativas y de opinión de Tom Engelhardt, durante largo tiempo redactor editorial, cofundador de The American Empire Project (El Projecto del Imperio Norteamericano) y autor de The End Of Victory Culture (El final de la Cultura de la Victoria) una historia del triunfalismo norteamericano en la Guerra Fría, una novela, The Last Days of Publishing, (Los Últimos Días del Mundo Editorial ) y Misión Unaccomplished (Misión Incumplida), (Nation Books), la primera colección de entrevistas de Tomdispatch.