El imperialismo en
el siglo XXI

 

Relaciones EEUU–Rusia

Nueva época de competividad despiadada

Por Nikolai Zlobin (*)
RIA Novosti, Moscú, 01/11/07

Parte I: ¿Las relaciones entre Rusia y Estados Unidos en el espacio postsoviético se orientan hacia su desplazamiento recíproco o hacia la cooperación?

Para valorar la política de ambos países en el entorno euroasiático, antes que todo se deben comprender los procesos globales que caracterizan el mundo actual.

En los últimos quince años de forma lenta e irreversible en el mundo ha comenzado a gestarse una nueva época. El mundo bipolar, donde el sistema social–político global era rehén de las relaciones entre Moscú y Washington, y la estabilidad dependía de la voluntad de ambas potencias de concertar acuerdos, ya forma parte de la historia que nunca más se repetirá. El incipiente mundo unipolar con Estados Unidos a la cabeza está demostrando su incapacidad de dar respuestas eficaces a los retos que plantea la época contemporánea. Y los intentos de buscar alternativas complican aún más la solución de problemas internacionales concretos.

Actualmente, estamos afrontando un problema de gobernabilidad del sistema mundial a consecuencia de varios factores.

En primer lugar, la correlación de fuerzas geopolíticas en la arena internacional ha cambiado completamente. Y el sistema administrativo de las relaciones internacionales, incluidas las principales organizaciones y estructuras mundiales, sus normas y procedimientos, permanece inalterable como herencia de un período histórico anterior. Actualmente, ese sistema es absolutamente inadecuado y más bien supone uno de los factores que desestabilizan el mundo.

No obstante, la élite política de la mayoría de los países reconoce con poco entusiasmo la necesidad de crear un nuevo sistema de Derecho Internacional y de organizaciones internacionales. Incluso se puede hablar de que existe una resistencia obstinada a esos cambios por parte de los grupos gobernantes más antiguos. Por lo visto, el sistema de gestión de las relaciones internacionales establecido durante la geopolítica de la Guerra Fría resultó ser más fuerte que su propio contenido político. Además, su inercia en mucho impide la creación de otro marco legal y un sistema nuevo de organizaciones internacionales adecuados a la nueva época.

En segundo lugar, las potencias mundiales al desarrollar su política exterior ahora optan por pasos imprevistos. Actualmente, el mundo vive una época de improvisación política que prácticamente está suplantando las estrategias estatales de política exterior. En el mundo, el desorden cada vez es mayor, y ante la imposibilidad de predecir su desarrollo, se sobrepasan considerablemente los límites de su seguridad. Estados Unidos, la única potencia mundial, resultó débilmente preparada para asumir el protagonismo y la responsabilidad a dimensiones globales, y en cierta medida, se ha limitado a conducir su liderazgo bajo la forma de una dominación vulgar. Por esta razón, EEUU está perdiendo su importancia y autoridad como modelo ideal de desarrollo social.

Organizaciones y movimientos destructivos desde el extremismo islámico hasta el nacionalismo étnico y estatal ahora pretenden ser ese modelo social que tanto buscan las sociedades. En consecuencia, la política de países como EEUU y Rusia en cierta medida se torna coercitiva, y esa política, al desarrollarse con la dinámica de las reacciones en cadena, bruscamente limita las posibilidades de cooperación. Incluso sectores influyentes en los países ya hablan de una nueva Guerra Fría.

Además, se produjo la quiebra total de las estructuras regionales tradicionales que sirvieron de base a la política internacional y al comercio exterior durante muchas décadas.

Ahora, mucho más que antes, los procesos globales desempeñan un papel incomparable y en gran medida, determinan los parámetros de desarrollo regional, la seguridad y la estabilidad. La capacidad de incorporación en los procesos globales, en detrimento de los procesos regionales, actualmente determina el papel e importancia de cada país por separado. Las élites nacionales en la mayoría de los países intentan salir del marco de sus regiones, y aquellos países cuya política y economía se orienta exclusivamente hacia el regionalismo se quedarán al margen de la política mundial.

Ese tipo de procesos globales son más evidentes en la economía mundial. Los ritmos de desarrollo de los países con economías tradicionalmente fuertes son más lentos comparados con las economías emergentes. El mercado energético mundial, actualmente recalentado por los elevados precios de los combustibles es un poderoso factor contra las tendencias regionalistas.

El sistema de la educación es cada vez más global. Las religiones tradicionales, especialmente el Islam de forma decidida han salido de sus regiones y de forma rápida se propagan por el planeta. Decenas de millones de personas y miles de millones de unidades de carga diariamente cruzan las fronteras que cada vez se vuelven más transparentes y convencionales.

En otras palabras, las divisiones políticas y económicas a nivel regional ya son menos notables. Y los bloques regionales políticos, económicos y militares cada vez desempeñan papeles de menor importancia, la mayoría de las veces de carácter geográfico o técnico, como la limitación de las fronteras, el mantenimiento de sus infraestructuras o la regulación de la emigración entre vecinos.

En conclusión, la mayoría de los países deben reconsiderar sus prioridades nacionales y buscar nuevos métodos no tradicionales para realizar sus propios intereses en el ámbito internacional. Esto concierne de forma particular a Rusia y todos los países del espacio postsoviético.

La nueva época geopolítica se diferencia de la anterior por su enorme dinamismo y la rapidez con que cambia la situación en la palestra internacional.

La mayoría de los Estados con más frecuencia prefieren conservar "las manos libres" para paliar los asuntos internacionales. La concepción de las denominadas coaliciones flexibles, que EEUU comenzó a practicar tras el atentado del 11 de septiembre ya es una norma.

Así, en septiembre pasado el vicepresidente del gobierno Serguei Ivanov dijo que Rusia apoya la concepción de coaliciones flexibles, es decir, no pactar con ningún Estado alianzas a largo plazo, o asumir compromisos que de forma súbita puedan entrar en contradicción con los intereses nacionales rusos.

El proceso de transformación de los Estados tradicionales se acelera y se producen cambios notables en muchas de sus funciones más importantes.

En particular, han cambiado los conceptos de economía nacional, espacio informativo, defensa, seguridad nacional y personal, como también los métodos para su realización.

Los Ejércitos contemporáneos resultaron incapaces de garantizar la seguridad de sus propios ciudadanos. La victoria militar, que en el sentido tradicional de la palabra consiguieron los estadounidenses en Iraq, en realidad resultó una derrota.

Muchas esferas tradicionales de gestión salen de las manos de los Estados. Estos, en su lucha por supervivir, tratan de congelar enormes sumas de dinero en fondos estatales, o refuerzan su control en la esfera energética, o asumen la imagen de fortalezas rodeadas de enemigos. En mayor medida, los Estados se convierten en órganos de atención social masiva y en menor medida, en garantes de seguridad.

Este factor es especialmente negativo para los países que perdieron su seguridad tras la desintegración de las estructuras internacionales. En la lista de esos países hay que incluir prácticamente a todas las antiguas repúblicas soviéticas.

Dirigida por la ONU, la comunidad mundial regida en los principios de igualdad y soberanía entre los Estados, resultó impotente en la lucha contra aquellas fuerzas que además de no formar parte de esa entidad, cuentan con estructuras que operan en otro sistema de coordenadas.

La confrontación entre Estados y bloques paulatinamente dejan de ser la base de la política en la práctica mundial. Pero el sistema de las relaciones internacionales, especialmente la seguridad internacional y nacional continúan interpretándose en función de esa confrontación en calidad del peligro principal de nuestro tiempo.

Como resultado, ese peligro dejó de ser adecuado, y parcialmente, él mismo pasó a convertirse en un factor desestabilizador. Esa situación puede cambiar únicamente cuando aparezcan nuevas élites o se produzca un cambio de generación política.

 La nueva época mundial se caracteriza por el inicio de una competividad despiadada a muchos niveles. En esencia, comienza la época de competividad entre los modelos, sistemas de valores, principios y actitudes para resolver los problemas que afrontamos todos.

Aquel que pueda crear el modelo de desarrollo más atractivo podrá convertirse en líder, independientemente del potencial militar, o los recursos energéticos que posea.

Actualmente, en el mundo global no existe ningún modelo de desarrollo atractivo mientras que en los tiempos de la Guerra Fría había dos, el estadounidense y el soviético. Ahora, EEUU, China, Rusia, la Unión Europea y otros países han comenzado a elaborar su nueva imagen atractiva en el mundo.

De la sombra política emergen países y regiones que se encontraban inmersos en ella debido a razones específicas del período de la Guerra Fría.

Actualmente, las relaciones ruso–estadounidenses se encuentran al borde de una nueva militarización y de competitividad intransigente en el ámbito político y militar.

Para ambas partes esto es perjudicial. Una nueva militarización de sus políticas de forma muy negativa influirá en la situación general del mundo. Este roce se produce en parte porque EEUU y Rusia profesan ideologías diferentes en sus relaciones. EEUU no tiene ninguna esperanza en cuanto a la integración de Rusia a Occidente y su transformación en un Estado amigo, aliado y democrático.

Por su parte, Rusia aspira a ser reconocida como un Estado autónomo con una política interna y exterior independiente de cualquier injerencia foránea.

Este conflicto no tiene solución, y en la política real su existencia se podrá sofocar únicamente mediante pasos tácticos. Debe tenerse en cuenta que las relaciones actuales entre Rusia y Estados Unidos son profundamente asimétricas porque es muy considerable la diferencia de sus respectivos potenciales.

Incluso en el caso de que EEUU fuera el monopolista ideal del poder mundial, siempre habrá países que intentarán socavar ese monopolio.

No obstante, hasta ahora nadie ha podido exponer ningún argumento a favor de que el mundo multipolar es más seguro o estable que el mundo unipolar.

El mundo unipolar es injusto, pero el mundo multipolar puede ser más peligroso e inestable. Rusia es el único país grande del mundo que perdió su influencia internacional y una enorme parte de su seguridad nacional. Incluso eso ocurrió en el período de mayor aproximación con EEUU, que a su vez, no impidió que los acontecimientos se desarrollaran de esa forma.

Los intentos de encontrar una fórmula eficaz para las relaciones entre ambos países no han tenido éxito. No se ha estructurado la nueva base fundamental para esas relaciones, y los intentos de construirla como imagen invertida al período de la Guerra Fría fracasaron. El nivel de desconfianza mutua no ha disminuido, es más, de ambas partes han surgido nuevos motivos para sospechar. Tratando de restablecer su influencia mundial, Rusia periódicamente entra en conflicto con los intereses de EEUU, incluso en zonas de su influencia tradicional.

En primer lugar nos referimos al espacio postsoviético donde la situación en mayor medida depende de la atmósfera de las relaciones entre Moscú y Washington.

Parte II: Eurasia es una de las regiones más dinámicas, imprevisibles e inestables del mundo, donde simultáneamente a la formación de Estados nacionales tienen lugar procesos contradictorios

Eurasia actualmente existe únicamente como ente geográfico pero no geopolítico. Los países que se encuentran en esa región se desarrollan independientemente el uno del otro, y todos ellos avanzan en direcciones diferentes.

Los factores regionales de concertación económica, política­, militar y de otra índole comenzaron a derrumbarse, y ese proceso ha continuado a nivel subregional produciendo el mismo efecto. Como resultado, entes geopolíticos como Asia Central, Cáucaso del Sur y Europa Oriental dejaron de existir. Actualmente, esos conglomerados son apenas una combinación de países donde cada uno resuelve sus problemas políticos y socioeconómicos fuera de la región, y procura garantizar su seguridad estableciendo relaciones con jugadores foráneos así sea la OTAN, la Unión Europea, Estados Unidos o Rusia. A pesar de que en la región continúan existiendo organizaciones interestatales, la mayoría de ellas tienen un carácter formal. Casi todos los intentos de crear uniones o bloques estables en la región no han sido exitosos, y las organizaciones como el GUAM o la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) han demostrado su eficacia porque responden a los intereses de países clave, y esto condiciona que esas dos entidades tengan un relativo funcionamiento eficaz.

Todo esto hace que el entorno de Eurasia políticamente sea muy variable y su desarrollo inestable y asimétrico. Eurasia se ha convertido en una plaza de rivalidad y competividad de los países grandes incluidos Rusia y EEUU.

En tanto, la propia Eurasia se vuelve una zona sin perspectiva, porque ninguno de los países realiza su desarrollo de acuerdo a estrategias políticas o conceptuales definidas, a excepción tal vez, de Kazajstán.

Existe el gran peligro de que Eurasia quede rehén de la confrontación de los grandes países, en parte repitiendo el destino que tuvo Europa en el período de la Guerra Fría. Es decir, Eurasia puede ser el escenario de una especie de una "guerra fría regional".

Sería ingenuo considerar que las tendencias centrífugas liberadas tras la desintegración de la Unión Soviética permanecerán inscritas en las fronteras que tenían las repúblicas soviéticas en 1991. No hubo y tampoco hay razones serias para suponer que el gran imperio se iba a desintegrar en el marco de las fronteras administrativas internas convencionales, muchas de las cuales, como es conocido, fueron demarcadas de forma subjetiva y no de acuerdo a criterios económicos, políticos y mucho menos étnico–culturales.

La desintegración de la URSS no terminó con la disgregación de las antiguas repúblicas soviéticas, esa disolución continúa. El entorno que antes ocupó el imperio soviético se descompone cada día. Ocurren profundos procesos culturales, económicos, de mentalidad, y si se quiere, de aniquilación. Ese proceso de disociación está muy lejos de haber concluido. Eurasia todavía tiene fronteras inestables. Con determinado grado de acierto se puede afirmar que las fronteras de los países euroasiáticos va a cambiar, se van a desplazar y hasta cuestionar convirtiéndose en tema de negociaciones y hasta de conflictos. Esto coincidió con el inicio de cambios a gran escala en la geografía política del mundo, y también con una serie de procesos de integración que en los últimos años comenzaron a perfilarse en el espacio postsoviético. Todo esto acrecienta la inestabilidad y exige mucha moderación por parte de los países foráneos.

La disolución de la URSS también conllevó a un vigoroso resurgimiento de las élites nacionales. En cierta medida, esas nuevas élites adquirieron esa condición de forma ocasional por la coincidencia de circunstancias determinadas.

Las particularidades y estructura que tenía la élite soviética en tiempos anteriores determinó que las élites locales que han surgido ahora, en general sean incapaces de asumir toda la responsabilidad por sus países, no puedan distinguir los intereses nacionales de los personales o familiares, y se inclinen a plantear al nivel más alto posible, antiguos agravios y prejuicios. A la cabeza de los países postsoviéticos, en calidad de líderes aparecieron grupos políticos sin experiencia en la percepción estratégica y global, y tampoco sin práctica en la adopción de decisiones autónomas incluidas las vías para realizar sus propias decisiones. Todas estas élites y grupos tienen un carácter transitorio. Ninguna de ellas, incluida la élite rusa, suponen una élite nacional válida. Estas élites no pueden formular y expresar los intereses de sus países o delinear los mecanismos para su realización sin asimilarse a los grupos dominantes mundiales, y en consecuencia, esas élites tienen pocos instrumentos de influencia internacional.

Los regimenes políticos que se han formado en la Comunidad de Estados Independientes (CEI) también tienen un carácter provisional.

Ninguno de ellos ha logrado adquirir su forma definitiva y tampoco ha podido elaborar los procedimientos necesarios desde la adopción de las resoluciones hasta los mecanismos relacionados con la selección de cuadros, etc. Hasta ahora, en ningún país de la CEI se ha formado partidos políticos reales, medios independientes de información masiva, la división de poderes eficaz, una propiedad privada estable y la supremacía de la ley. Prácticamente en todos esos países el sistema político, la Constitución y las leyes son objeto de manipulaciones de aplicación electoral.

Paulatinamente, la participación de las élites euroasiáticas en los procesos mundiales conlleva a que ellas adquieren connotaciones globales, al tiempo que sus pueblos permanecen provinciales. Como resultado, las élites rinden responsabilidades ante el mundo pero no ante su propio país. Especialmente este proceso es apreciable en los países euroasiáticos "de vanguardia" como Rusia, Ucrania, Georgia y Kazajstán.

Es indudable que esta situación no va a ser eterna. La próxima década puede ser el período cuando en todos los países euroasiáticos entre ellos Rusia, saldrán unas élites generacionales sin raíces de cultura política soviética y mucho más adecuadas para representar los interese de sus países y su papel en el mundo.

Esto dependerá en mucho de cómo ocurrirán los cambios de élites, porque en ninguna parte de Eurasia existe el mecanismo para ese cambio, como tampoco las tradiciones políticas que permitan la transferencia de poder sin una redistribución de la propiedad o transformaciones de la legislación. Esto será especialmente difícil en los países donde los clanes o grupos familiares son elementos fuertes en la organización social y también en aquellos Estados donde esté muy desarrollada la corrupción.

Un ejemplo, en Asia Central el desafío mayor a las élites nacionales es el wahabismo. Para combatirlo, los dirigentes centroasiáticos principalmente utilizan los métodos militares y también con frecuencia utilizan las acusaciones de terrorismo contra la oposición. Los gobernantes centroasiáticos no ven la necesidad de luchar contra el terrorismo mediante el trabajo ideológico y pedagógico sistemático creando sistemas modernos de educación y otros. Todo esto se empeora con las colosales reservas de armamento acumuladas y que siguen aumentando en Eurasia. La cooperación estatal militar se limita a entrenamientos contra el terrorismo a cargo de especialistas de Rusia, EEUU e Israel.

Simultáneamente, crece la presencia militar extranjera en la región y la cooperación militar ruso–china cada vez recuerda más una asociación estratégica.

Todo lo que ocurre, por ejemplo, en Georgia, las elecciones anticipadas en Ucrania y los recientes cambios cardinales en el sistema político de Rusia, evidencian que en estos países el proceso de desplazamiento del sistema postsoviético adquiere fuerza. En otros países vemos intentos de congelar ese proceso de transición, pero esos intentos están condenados al fracaso. En otras palabras, Eurasia entra en una nueva lucha de élites y reconstrucción de los sistemas políticos en el espacio postsoviético.

Esos procesos también son palpables en las economías nacionales.

Por una parte, la globalización exige su integración al máximo en el sistema de la economía mundial y condicionar la gestión nacional de los negocios en correspondencia a las normas mundiales. Pero la necesidad de realizar reformas de mercado de "derecha" entra en aguda contradicción social con los ánimos abiertamente de "izquierda" por parte de la población en todos los países del CEI.

Además, debido a sus pequeñas dimensiones, la mayoría de las economías euroasiáticas no suponen un interés serio para los inversores extranjeros importantes. El subdesarrollado sistema de transporte, especialmente en Asia Central y en el Cáucaso del Sur obliga a estas regiones a permanecer al margen de las principales rutas de comercio.

La mayoría de los países euroasiáticos representan un papel insignificante en la economía mundial. Por ejemplo, el volumen del comercio de los países de Asia Central es aproximadamente el 1 por ciento de todo el comercio centroasiático.

Por otra parte, la región del mar Caspio es de mucho interés por sus yacimientos de recursos energéticos que importan en gran medida a países desde EEUU, Europa Occidental, India, Irán y Pakistán. China tiene un enorme interés por los recursos energéticos de esta región. No cabe duda que en la medida que se desarrolle la economía de India, China y otros países del sudeste asiático, la mayoría de los países de la región comenzarán a reorientarse hacia ese mercado en detrimento de los mercados de los países occidentales.

Eso mismo se puede decir sobre las orientaciones de política exterior de los países euroasiáticos. Es evidente, que todos ellos intentarán integrase a los procesos globales. La mayoría de ellos intentan realizar esos planes mediante la unión con otros países grandes y foráneos procurando acomodarse a sus prioridades de política exterior o mediante la salida directa al mercado global. Ucrania y Georgia tienden hacia EEUU, otros como Armenia, intentan unirse con Rusia, terceros como Moldavia, se inclinan hacia la Unión Europea. Azerbaiyán y Kazajstán intentan ser jugadores autónomos en el mercado económico, a pesar de que Kazajstán, por ejemplo, desarrolla relaciones activas con China e Irán.

Esto destruye Eurasia como una unidad integral, pero permite a los países de la región a incorporarse a los procesos globales e intentar salir del provincialismo euroasiático.

Otro problema muy agudo para la estabilidad de muchos países euroasiáticos son las tendencias demográficas. Por una parte, el cuadro demográfico en Rusia por ahora permanece indefinido, su población no crece. Con esto en su territorio actualmente habitan 15 millones de emigrantes ilegales que suponen al menos el 10 % de la población del país.

Continúa la despoblación del Lejano Oriente y parte de Siberia donde comienzan a formarse colonias chinas y coreanas. Kazajstán y Kirguizistán también tienen problemas demográficos con la activa infiltración de emigrantes de China.

Otros problemas para la estabilidad de la región son los centenares de miles de refugiados que fueron expulsados de sus viviendas los últimos quince años, y que ahora exigen que se haga justicia.

Se podría nombrar otros factores que en las próximas décadas influirán en el desarrollo del espacio postsoviético sin embargo, es evidente que actualmente ese entorno es lugar de una confrontación política y de lucha por la influencia, recursos y mercados por parte de jugadores foráneos como Rusia y EEUU.

Además, en Eurasia cada vez es más activo el papel de China. Precisamente su política en la próxima década determinará la situación en la región y la geometría de su desarrollo más que la política de los países de la zona.

Si las relaciones entre Rusia y EEUU adquieren el carácter de asociación estratégica, como declararon años atrás los líderes de ambos países, la situación en Eurasia sería en mucho más estable, previsible y con muchas perspectivas.


* Miembro del Consejo de Expertos de RIA Novosti.