El imperialismo
del siglo XXI

El control de una zona geoestratégica en ebullición

La batalla por Eurasia ha empezado

Por Francisco Veiga (*)
El Periódico, 13/09/08

En parte, los norteamericanos cuentan con salir de la actual situación de crisis invirtiendo en desarrollo tecnológico militar. La UE espera lograr energía barata, mientras que el objetivo de EEUU es mantener su hegemonía

En apariencia, las cosas están yendo como la seda para casi todos, menos para los norteamericanos. La Unión Europea entreabrió la puerta a Ucrania: algunos comentaristas lo han confundido con una señal de que también va en el paquete la inclusión en la OTAN. Pero no es así: la oferta viene de Bruselas, es un acuerdo de asociación comercial privilegiado y no hay referencia a cuestiones militares. La OTAN es un asunto básicamente norteamericano, y la respuesta rusa a su despliegue naval en el mar Negro son las anunciadas maniobras en el Caribe. Significativamente: hasta el momento, Moscú no ha protestado en voz alta contra el trato de favor de la UE a Ucrania. Algo muy sintomático, si se liga al protagonismo que le ha dado Moscú a Bruselas a lo largo de toda la crisis de Georgia.

ESTO PODRÍA probar que, en efecto, Rusia y la Unión Europea están en pleno proceso de acercamiento, intentando los europeos eludir la interferencia norteamericana. Las lágrimas de cocodrilo de algunos analistas –sobre todo de derechas– por la supuesta decadencia occidental ante el oso ruso descontrolado esconden esas contradicciones. La razón del acercamiento ruso–

europeo está en los desastres que han comportado los ochos años de presidencia de George Bush, tanto militares como económicos. Al final, algunas potencias de la Unión Europea se han decidido a buscar la iniciativa en determinados escenarios geoestratégicos, aprovechando los meses finales de su presidencia.

Uno de ellos, quizá el más importante, es Eurasia, y más concretamente las rutas y paí– ses que conectan a Europa con los yacimientos de gas y petróleo del mar Caspio. Pero también Rusia, superpotencia energética. El tercer actor de esta historia es Irán, que tiene un peso nada desdeñable porque está dispuesto a ofrecer esa misma energía a Europa, pero más barata que la procedente de las re– públicas de Asia Central.

Por su parte, los norteamericanos, que se abastecen mayoritariamente de gas y petróleo procedentes de Canadá, México, Venezuela y Bolivia, tienen un interés básicamente hegemonista, dado que buscan dejar fuera de juego a determinados productores (como Irán), controlar los ductos procedentes de algunos países de Asia Central exsoviética hacia Europa y, sobre todo, establecer condiciones beneficiosas para ellos en el mercado de la energía: fijar precios y condiciones en las necesarias inversiones para llevar a cabo y modernizar las extracciones, y mantener la hegemonía del dólar como medio de pago.

ESTO ES muy importante, porque hacer los desembolsos del crudo y el gas en su propia moneda permite a los norteamericanos operar con malabarismos financieros cuando es necesario: pagar en bonos, negociar aplazamientos y, sobre todo, no pagar por el cambio de divisas. Si el dólar perdiera un apreciable protagonismo en el mercado de la energía, los norteamericanos afrontarían un déficit extra que, posiblemente, les obligaría a controlar el consumo interno y ralentizar su carrera de armamentos. ¿Y por qué es esto tan importante? Porque, en parte, los norteamericanos cuentan con salir de la actual situación de crisis invirtiendo en desarrollo tecnológico militar. Al fin y al cabo, piensan, la segunda guerra mundial ayudó a superar la larga Depresión de los años 30, y la carrera de armamentos de la era Reagan ha sido presentada muchas veces como el detonante de una beneficiosa recuperación económica en los años 80. Los jugosos contratos multimillonarios son la esencia del tan célebre como inútil y provocador escudo antimisiles que Washington pretende instalar en Polonia.

En este tira y afloja financiero, los iranís están interesados en imponer el euro como moneda de pago preferente de los hidrocarburos, con el argumento de que el dólar se devalúa con facilidad y ocasiona grandes pérdidas, lo cual también afectó a los rusos, y mucho, el año pasado. Varios países relacionados con la compra y venta de energía en grandes cantidades –como China– abogan por desvincularse del dólar e imponer sus propias monedas nacionales, cestas de divisas o el euro.

La crisis de Georgia, que ha propiciado la devaluación del rublo, todavía ha hecho más atractivo el precio de su petróleo y su gas para los europeos, sobre todo si lo pueden pagar con euros fuertes. La neutralización temporal de la presión norteamericana contra Irán podría posibilitar la construcción de un oleoducto a través del Cáucaso, y quizá Ucrania, hacia Europa. Por lo tanto, las perspectivas de una energía cara y los cuentos sobre posibles extorsiones rusas a Europa pueden no ser precisamente las correctas a medio plazo.

Eso sí: el guiño a Ucrania le puede salir bien caro a Bruselas. Es un país problemático, con una clase política demasiado volátil y una estructura nacional interna ciertamente explosiva. Posiblemente, a Moscú no le parezca tan mal que la UE cargue con su propia cuota de responsabilidad en controlar a la díscola Ucrania, que hasta ahora ha dado muchos quebraderos de cabeza a los rusos. Como dice el viejo y sombrío refrán chino, aplicable ahora a las potencias europeas más favorables a Kiev: "Ten cuidado con lo que deseas: podría llegar a cumplirse".


(*) Profesor de Historia Contemporánea de Europa Oriental y Turquía (UAB).