Irak resiste

 

Dos informes internacionales dan por fracasada la actual estrategia de EEUU en Iraq, mientras el jefe de Inteligencia iraquí cifra en 200.000 el número de insurgentes

La Administración Bush en ‘Fantasilandia’

Por Carlos Varea (*)
Rebelión, 05/01/05

La Administración Bush ha impuesto la celebración de las elecciones previstas en Iraq para el próximo 30 de enero de 2005, pese a la situación de guerra generalizada que vive el país y en contra de la opinión inicial de algunos de sus principales interlocutores iraquíes. Al mantener el desafío de celebrar las elecciones, la Administración Bush parece incluso dispuesta a asumir el riesgo de que el bloque del shi’ísmo confesional, fuertemente asociado a Irán, vertebrado en torno a la figura del ayatollah as-Sistani y de los partidos ad-Dawa y el Congreso Supremo de la Revolución Islámica en Iraq (CSRII), acceda a hegemonizar las nuevas instituciones surgidas de los comicios en detrimento de las figuras y los partidos creados y financiados por Washington y Londres en los años anteriores a la invasión. La clave publicitaria de la participación de los shi’íes en las elecciones se expresa en la consideración reiterada de que, al amparo de la ocupación de EEUU y Reino Unido y por medio de las elecciones de enero, esta comunidad podrá resarcirse de la marginación a la que le habría sometido el depuesto régimen de Sadam Husein, que ha pasado de ser caracterizado como el de la dictadura del “clan de Tikrit” al de la “hegemonía de la minoría sunní”.

Sin duda, los reiterados atentados sectarios contra los shi’íes, atribuidos a o reivindicados por la red al-Qaeda en Iraq, los últimos los mortíferos del 20 de diciembre en Karbala y Nayaf, favorecen esta lectura interesada de los comicios de enero, bien ajustada a las intenciones coaligadas de los ocupantes, de las actuales instancias colaboracionistas iraquíes y de nuevos actores interiores (y también externos) que pretenden promocionarse en el Iraq recolonizado, en este caso el clero shi’í [1].

La apuesta militar

Al tiempo, EEUU ha pretendido desde finales del verano y especialmente tras la reelección de Bush recuperar el control de la situación interna por la vía militar, una estrategia ejemplarizada particularmente en Faluya y cuyos resultados por lo demás parecen de limitados resultados: según medios árabes, hasta el 60% de Faluya está de nuevo en poder de la insurgencia.

Sin haber podido reconstruir unas fuerzas armadas y policiales iraquíes fiables (las únicas unidades que han combatido al lado de los estadounidenses en Faluya y Mosul han sido peshmergas kurdos de Talabani y Barzani), procurando que cuando menos no siga reduciéndose —no ya que aumente— el contingente multinacional aliado, al Pentágono solo le resta para sostener tal esfuerzo seguir incrementando su propio contingente en Iraq, que ha de pasar este mes de 138.000 efectivos estadounidenses a 150.000, la cifra más alta desde la invasión, y ello parcialmente por el impopular procedimiento de prolongar el período de permanencia en Iraq de los soldados más de allá de un año, medida ya recurrida ante los tribunales por los propios afectados.

Junto con el goteo de bajas, las tensiones domesticas que este hecho determina en el interior de EEUU puede que estén comenzando a manifestarse: según una encuesta de la cadena de televisión ABC y del diario The Washington Post de este pasado mes de diciembre, una mayoría de estadounidenses (el 57%) desaprueba cómo el presidente Bush está afrontando la situación y la guerra en Iraq; un significativo 39% de los encuestados es partidario de la retirada de Iraq, “incluso si ello significa que el orden civil no es restablecido [en el país]”.

En diciembre han muerto un total de 71 militares de EEUU en Iraq, 58 de ellos en combate (una media diaria de casi dos al día) [2], sin duda una cifra inferior a la de noviembre —125 [3]—, pero que, superior a meses anteriores, demuestra el sostenido esfuerzo insurgente en Iraq. Ciertamente, 14 de estos caídos en combate fueron muertos en el ataque contra el acuartelamiento estadounidense de Marez, en Mosul, el día 21, pero la distribución de fallecidos de EEUU por acciones de la resistencia sigue revelando una amplia geografía de combates (Bagdad, Tikrit, Mosul, provincia de Babil, Baqubah, Kirkuk, Taji) y una persistencia de su continuidad en Faluya y en otros puntos de la provincia occidental de al-Anbar (Ramadi, al-Habbaniyah, Jaldiya y la frontera jordana).

Desde el 1 de mayo de 2003 han muerto en combate en Iraq un total de 964 militares de EEUU.

La negación como estrategia contrainsurgente

Precisamente este mes de diciembre dos instancias internacionales nada sospechosas de radicalidad han emitido sendos documentos demoledores para la remozada Administración Bush sobre la situación iraquí. Ambos documentos han sido dados a conocer el miércoles 23 de diciembre en Washington y Bruselas, y cuestionan abiertamente la actual estrategia seguida por EEUU en Iraq, incluido el empecinamiento de la Casa Blanca en que se celebren las elecciones en Iraq el próximo día 30 de enero.

El primero de estos informes está firmado por Anthony Cordesman, profesor de la universidad de Georgetown, reputado analista estadounidense, especializado en cuestiones estratégicas de Oriente Medio, que ha trabajado para el Pentágono en anteriores Administraciones. Su informe, preparado para el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CEEI) [4], resume llanamente las actuales percepción, actuación y declaraciones públicas de la Administración Bush respecto a la situación en Iraq como si aquélla “[viviera] en Fantasilandia” (pág. 2).

Cordesman desgrana el sinfín de errores cometidos por EEUU durante la primera fase de la ocupación, “[...] como si [la anterior Administración Bush] hubiera dispuesto de años para reconstruir Iraq según sus propios planes, en vez de disponer tan solo de unos meses para establecer el clima adecuado en el cual los iraquíes pudieran hacerlo”. Washington, señala el informe del CEEI, “[...] fracasó [en esos primeros meses] en afrontar la insurgencia iraquí [...] en literalmente todas las dimensiones importantes”, tras considerar que “[...] estaba frente a un limitado número de insurgentes que las fuerzas de la coalición podrían derrotar perfectamente antes de la elección” de un nuevo gobierno iraquí. “En resumen, [Washington] fracasó a la hora de establecer honestamente los hechos sobre el terreno, de una manera que recuerda a Vietnam”. M eses atrás, Cordesman ya había advertido a la Administración Bush de que debía preparar “[...] un plan de contingencia ante [un posible] fracaso [en Iraq]” [5]. Entonces Cordesman no imaginaba una estabilización en Iraq antes de finales de 2005, fecha de culminación del calendario de transferencia formal de soberanía impuesto por Bremer en noviembre de 2003 al entonces denominado Consejo Gubernativo iraquí, designado en junio de ese año por los ocupantes. La realidad sobre el terreno le da, ciertamente, toda la razón.

El CEEI advierte del error que supone seguir subestimando el fenómeno insurgente en Iraq, particularmente el aferrarse a una cifra oficial de guerrilleros de 5.000, cuando los propios mandos militares y de inteligencia estadounidenses en Iraq multiplican esta cifra hasta por más de tres, mientras que fuentes independientes la elevan al menos hasta 20.000 combatientes [6]. Estas estimaciones han sido pulverizado por las del director del Servicio de Inteligencia iraquí, el general Mohammad Abdullah Shahwani, quien en declaraciones a la agencia AFP difundidas el 3 de enero ha indicado que la resistencia iraquí suma más de 200.000 miembros, de los cuales 40.000 formarían el “núcleo central” insurgente y los restantes “[...] combatientes temporales y voluntarios que provén a los rebeldes de todo, desde información y logística a refugio”. Expertos como el propio Cordesman han dado como más veraz esta cifra que las estimaciones oficiales de EEUU y del gobierno interino iraquí. Es más, reitera Cordesman, no hay evidencia alguna de que el número de insurgente haya disminuido como consecuencia de los ataques estadounidenses. Faluya es la demostración palmaria de ello, como el general Shahwani también apunta en sus declaraciones a AFP: “Faluya es hoy una ciudad destruida y el grueso de los insurgentes ha escapado [de ella]”.

Coincidiendo también con el general Shahwani, Cordesman sigue atribuyendo a sectores nacionalistas o patrióticos, sin clara adscripción política pero articulados en torno al partido Ba’az, el núcleo esencial y mejor articulado de la resistencia iraquí (pp. 12 a 15), enfatizando así mismo que es un error categorizar de manera simplista a este sector de la resistencia como “residuo del anterior régimen”. Cordesman adjudica a la red asociada al jordano Abu Musa az-Zarqawi (o que se reivindica como tal) a una hábil utilización mediática de acciones contundentes (ataques suicidas o degüellos de extranjeros) su preeminencia informativa, más que a una hegemonía real dentro de la resistencia, con un número de miembros —en su mayoría extranjeros— que “[...] probablemente en total sea inferior al millar a tiempo completo y parcial, y más probablemente un núcleo duro de no más de varios centenares [de integrantes]” (pág. 15).

En ningún caso Cordesman acepta que la presencia de combatientes extranjeros en la resistencia iraquí constituya más de un 10%, “[...] probablemente solo en torno al 5%” (pág. 15). No todos ellos se alinean además con las corrientes wahabitas de la trama al-Qaeda.

El análisis del CEEI identifica Bagdad como el área de mayor incidencia de ataques, con una media mensual de 300 a 400 acciones, el doble de otras provincias (pág. 3); menos publicitados, la ciudad y provincia de Basora registran picos de actividad insurgente de hasta siete ataques semanales (pág. 14). “No hay ninguna provincia [iraquí] libre de ataques ocasionales [de la resistencia], y los ataques son solo una parte de la historia” (pág. 14), concluye Cordesman, refiriéndose a las acciones de sabotaje de la resistencia, particularmente contra la infraestructura petrolífera —15 en diciembre, tanto en la red del norte como en la del sur del país, además de ataques contra plantas y refinerías, algunos de ellos con mortero, como el del 30 de diciembre contra la de Doura, en Bagdad [7].El dos de enero, el ministro interino de Petróleo, Thamer Ghadban, cifraba en 8 mil millones de dólares las pérdidas en exportaciones petrolíferas desde marzo de 2003 por ataques de la resistencia, e informaba que en la actualidad Iraq está exportando crudo solo por el sur y en cantidades inferiores a antes de la invasión (1,8 millones de barriles al día) [8]. De origen petroquímico, la generación y disponibilidad de energía eléctrica sigue sin satisfacer la demanda interior: al finalizar el año 2004, Iraq produce 4.100 megawatios, una cifra inferior a la previa a la invasión y que no alcanza a cubrir la mitad de las necesidades del país; como media, los cortes de electricidad suman al día 12 horas [9].

Una guerra ya perdida

Más demoledor si cabe es el informe elaborado por otra institución internacional denominada International Crisis Group (Grupo Internacional de Crisis, GIC), en cuyo comité ejecutivo se encuentran figuras de círculos de poder político y económico tan notorias como George Soros y Emma Bonino; sus dos co-presidentes son Leslie H. Gelb, ex presidente del Consejo de Relaciones Exteriores de EEUU, y el británico Christophen Patten, ex comisionado europeo de Relaciones Exteriores.

El informe del GIC lleva por título ¿Qué puede hace EEUU en Iraq [10], y la respuesta es igualmente contundente, y por partida doble: “[...] un desenganche político y militar gradual de EEUU de Iraq, y, no menos importante, un claro desenganche político de [las instancias oficiales de] Iraq de EEUU”. El GIC, remitiéndose a los mismos “hechos sobre el terreno” del informe de Cordesman, señala que EEUU debe renunciar a los objetivos inicialmente previstos, una vez asumida la paulatina y creciente hostilidad de la población iraquí frente a los ocupantes. Implicada en una guerra abierta quizás ya perdida, en la que “l a insurgencia no está restringida a un número de fanáticos aislados de la población y opuestos a la democracia en Iraq, sino que está alimentada por sentimientos nacionalistas, expandidos por la amplia desconfianza en las intenciones de EEUU y por el resentimiento hacia sus acciones ”, a la Administración Bush le resta solo una reevaluación radical de su estrategia global en Iraq, incluida la militar, indica el informe.

Particularmente interesante en la sección IV del informe, “Valorando los éxitos: victorias pírricas en una guerra cambiante” (pp.10-14), en la que el GIC evalúa que, mientras las condiciones de confrontación entre insurgentes y ocupantes y fuerzas colaboracionistas “[...] han cambiado fundamentalmente, las medidas de EEUU [para el logro] de la un victoria [sobre la resistencia], no”, de tal manera que éxitos parciales —como podría ser considerada la reocupación de Faluya— “[...] se convierten en efímeros y de corto alcance” (pág. 10).

El informe no duda en recomendar al propio EEUU e instancias iraquíes “[...] negociaciones con elementos opositores que no hayan protagonizado actos deliberados de violencia contra los civiles”, lo cual supone de facto una invitación al diálogo con la resistencia armada iraquí, exceptuando a la corriente wahabita asociada a la red al-Qaeda, algo por lo demás ya ensayando a lo largo de este año de manera encubierta por la Administración Bush con el partido Ba’az.

De igual manera, el informe del GIC cuestiona el actual proceso de legitimación de la ocupación: “[e]l actual proceso de transición no puede triunfar tal y como ha sido diseñado [...]. S e ha desacreditado tanto, está tan empañado y tan estrechamente asociado a EEUU que los iraquíes han perdido su confianza en él como para que pueda ser recuperado con mínimos cambios”. El informe es palmario: “El actual proceso de transición no es la respuesta a la falta de legitimidad sino que es una de sus causas”.

Ciertamente, las consideraciones incluidas en estos dos informes —por lo demás reiterados ya con anterioridad en multitud de documentos oficiales y de instituciones privadas de EEUU y Reino Unido— permiten hacerse una más adecuada imagen de lo que ocurre en el interior de Iraq que la que aportan los escasos medios de comunicación que aún permanecen en el interior del país, mayoritariamente estadounidenses, además de las grandes agencias. Que instancias como éstas, que pueden ser representativas de la opinión de estamentos militares, políticos y económicos en EEUU y Europa, se expresen de manera tan abiertamente crítica con la actuación seguida por las Administraciones Bush en Iraq es significativo de la profunda crisis en la que el esfuerzo insurgente ha sumido al proyecto de reapropiación colonial de Iraq imaginado en su día por Washington y Londres.


Notas:

(*) Carlos Varea es coordinador de la Campaña Estatal contra la Ocupación y por la Soberanía de Iraq

1. Véase en IraqSolidaridad de 23 de diciembre de 2004, “Tras los atentados de Nayaf y Karbala: ¿A quién favorecen?” en http://www.nodo50.org/iraq/2004-2005/docs/api_23-12-04.html.

2. Según datos oficiales del Pentágono recogidos en http://icasualties.org.

3. Véase en IraqSolidaridad de 9 de diciembre de 2004, Carlos Varea, “Balance de la resistencia iraquí, noviembre de 2004: Tras Faluya: Un asalto criminal, una victoria pírrica” en: http://www.nodo50.org/iraq/2004-2005/analisis/balance-nov_9-12-04.html.

4. The Developing Iraqi Insurgency: Status at End 2004. Véase en la web del CEEI: http://www.csis.org/features/iraq_deviraqinsurgency.pdf .

5. Citado en Paul Krugman, “A no-Win Situation”, ABS-CBN Interactive, 1 de septiembre de 2004.

6. Por su parte, el general británico Andrew Graham afirma hace poco tiempo que el número real de insurgentes debe estimarse entre 40.000 y 50.000 (citado por Wheeler T., “Cost ofIraq War: More than We Can Bear, People’s Weekly World Newspaper, 14 de octubre de 2004. Véase también el informe de The Institute for Policy Studies y Foreign Policy in Focus, www.ips-dc.org ).

7. S egún el Instituto para el Análisis de la Seguridad Global ( http://www.iags.org/iraqpipelinewatch.htm ).

8. ABC News Online , 2 de enero de 2005.

9. Reuters , 19 de diciembre de 2004, a partir de datos oficiales iraquíes.

10. International Crisis Group Middle East Report, n. 34, 22 de diciembre de 2004, What Can the US Do in Iraq ( http://www.crisisweb.org/home/index.cfm?l=1&id=3196 ).

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