Irak resiste

 

Polémica Achcar–Callinicos sobre las elecciones (1)

Publicado en Znet/Rebelión, 24/01/05

Los intelectuales Gilbert Achcar, de Le Monde Diplomatique y Alex Callinicos, del Socialist Workers Party (SWP) de Gran Bretaña, expresan su diferencia de opiniones ante las próximas elecciones iraquíes y el papel del movimiento contra la guerra y la ocupación.

1) Sobre las próximas elecciones en Irak

Por Gilbert Achcar, Znet, 03/01/05
Traducido para Rebelión por Felisa Sastre

La hipocresía de la administración de Bush no tiene límites: cuando George W. Bush y sus compinches alardean de las próximas elecciones como un logro de la misión civilizadora que, supuestamente, han asumido para llevar la democracia a los atrasados musulmanes, recuerdan a un empresario que presume de haber subido los salarios de los obreros de su fábrica como una muestra de su diligencia para mejorar su nivel de vida cuando, en realidad, la subida le fue impuesta porque los trabajadores se declararon en huelga.

La realidad del asunto es que la democracia jamás ha sido sino un pretexto secundario de la administración Bush para controlar la estratégica y crucial región que se extiende desde el Golfo Arábigo–Pérsico hasta Asia Central, un pretexto surgido tras otros como el de Al–Qaeda o las armas de destrucción masiva. La mayoría de los vectores de la influencia estadounidense en la región son regímenes despóticos, que van desde el más antiguo aliado de Washington y más antidemocrático de todos los Estados, el Reino Saudí, a los aliados más recientes, los estados policíacos de las repúblicas pos–soviéticas, más parecidas a una mafia, como Azerbaiján, Kirguizistán o Uzbekistán que funcionan como paladines de la democracia al estilo de los generales Mubarak en Egipto y Musharraf en Pakistán.

Washington sólo apoya elecciones cuando hay muchas probabilidades de que las ganen sus secuaces. Cuando Arafat se enfrentó al desafío de Bush y Sharon sobre su legitimidad, y propuso la celebración de elecciones en los territorios palestinos, la propuesta fue rechazada categóricamente, dado que estaba claro que iba a ganarlas por abrumadora mayoría ya que el pueblo palestinos le hubiera votado como desafío a Israel y EE.UU. Por eso, tras su muerte, aceptaron la celebración de elecciones, no sin interferir significativamente en el proceso mediante la intimidación del otro candidato para que se retirara, la hostilidad hacia los demás y llevando a cabo públicamente campaña a favor de su preferido, tal como hizo Blair en su visita a Abu Mazen con este propósito.

Es cierto que se organizaron elecciones en Afganistán pero sólo porque nada estaba en juego: a los Talibán y otras fuerzas políticas contrarias a EE.UU. se les impidió participar y ningún señor de la guerra se hubiera arriesgado a oponerse seriamente a Estados Unidos para conseguir una posición de mero representante de las autoridades estadounidenses en Kabul. Los señores de la guerra afganos saben que resulta más eficaz controlar libremente sus feudos que el control que mantiene Karzai en la capital, el único lugar del Estado donde ejerce algún tipo de autoridad real por delegación. Por segunda vez le han aceptado como presidente en unas elecciones ridículas, de la misma forma que lo hicieron en la primera ocasión tras sus trapicheos con Washington antes de la caída de Kabul– aunque no era un cero a la izquierda tanto en base social cuanto en fuerza militar, su colaboración con la CIA constituía sus "credenciales". Karzai fue aceptado, precisamente, porque ninguno de los señores de la guerra lo percibían como una amenaza real.

En Irak no existe algo semejante. Allí, desde el principio, la ocupación estadounidense ha tenido que enfrentarse al vacío de poder creado por su invasión y agravado por la decisión de Bremer, inspirada por los neoconservadores, de desmantelar lo que quedaba del aparato de poder del ba'azismo. Salvo la prácticamente autónoma región del Kurdistán en el Norte, no existían señores de la guerra en Irak con auténtico poder. De esta manera, Washington se ha enfrentado a la "paradoja de la democracia" (Huntington) producida por el hecho de que una abrumadora mayoría de los árabes iraquíes eran– y lo son todavía más ahora– hostiles a que Estados Unidos controlara su país y de ahí que cualquier gobierno elegido democráticamente habría de intentar acabar con la ocupación.

Esta "paradoja" lleva a otra: Estados Unidos, el abanderado de la democracia que habría ocupado de forma altruista Irak para llevar sus beneficios a los atrasados musulmanes, intentó retrasar lo más posible la convocatoria de elecciones y las sustituyó por el nombramiento de gentes designadas y una Constitución definitiva diseñada por los estadounidenses. Eso fue lo que el pro–cónsul Bremer intentó imponer en junio de 2003, sólo semanas después del fin de la invasión. A lo que se opuso uno de los más ortodoxos miembros de la jerarquía islámica chi'í, el Gran Ayatolá Ali al–Hussein al–Sistani. La confrontación entre ambos se agudizó hasta que el ayatolá convocó manifestaciones para exigir a los ocupantes elecciones democráticas: en enero de 2004, enormes masas se echaron a las calles en muchas ciudades iraquíes, especialmente en las regiones chi'íes, con miles de personas que gritaban: "sí a las elecciones, no a las designaciones".

Es seguro que el ayatolá tenía sus propias motivaciones, que no eran un compromiso "Jeffersoniano puro" con la democracia (como les gusta decir en Washington) como el de Bush y Bremer. Sus cálculos eran sencillos: la chi'a constituye la inmensa mayoría de la población iraquí, casi los dos tercios, y hasta entonces habían sido oprimidos por diversos tipos de gobernantes déspotas. Poner en marcha un mecanismo electoral permitiría legítimamente hacerse cargo del destino del país. Un proceso electoral es el mejor medio a través del cual la Chi'a puede ejercer sus derechos mayoritarios y al mismo tiempo poner de manifiesto el equilibrio de fuerzas, aunque no existe un movimiento político chi'í más o menos unificado semejante al que existía en Irán bajo el mandato de Jomeini. A Sistani– que nunca se adhirió a la doctrina de Jomeini del velayat–e faqih ( "gobierno de los ulemas"), una fórmula que se basa en la pirámide jerárquica de los dirigentes de la Chi'a– le gustaría que las leyes y normas del país estuvieran de acuerdo con la ley islámica (la sharia, sus rigurosas fatwas, etc.) En este sentido, Sistani es también intransigente.

Bremer tuvo que dar marcha atrás por miedo a verse obligado a enfrentarse a una masiva insurgencia a favor de la democracia y en contra de EE.UU. que hubiera dado el traste con el último pretexto de Washington para la ocupación de Irak. A través de una mediación de Naciones Unidas para salvar la cara, Bremer y sus jefes en Washington aceptaron resignadamente convocar elecciones a no más tardar en enero de 2005. (El enviado de la ONU era nada menos que Lajdar Brahimi, quien como miembro del gobierno militar apoyó la interrupción del proceso electoral en Argelia en 1992, cuando el Frente de Liberación Islámico estaba a punto de obtener la mayoría de escaños). De esa manera, la administración Bush se concedió algunos meses para encontrar una salida a su problema.

Si se hubieran realizado elecciones en los primeros meses inmediatos a la ocupación, como insistía Sistani, hubieran podido celebrarse de forma mucho más ordenada, con la participación de todos y, por ello, de forma legítima. Washington se hubiera tenido que enfrentar a un Gobierno indiscutiblemente legítimo que le habría pedido que retirara sus tropas de Irak. Para evitar que ocurriera algo semejante, Bremer, hipócritamente, alegó que no existían listas electorales disponibles y que llevaría mucho tiempo prepararlas. Sistani contestó que las cartillas de racionamiento y los documentos preparados bajo la supervisión de la ONU eran perfectamente válidas para la ocasión. Las fuerzas de ocupación aceptaron, eventualmente, pero demorándolas en más de un año, periodo durante el cual la situación en Irak se ha ido deteriorando hasta llegar a las trágicas circunstancias actuales.

En cierto sentido, la ocupación estadounidense ha ocasionado ese deterioro– bien sea de forma deliberada o no, es difícil decirlo–, aunque el más probable escenario es el de que una vez más los aprendices de brujo de Washington hayan obtenido consecuencias que no buscaban de forma consciente. Una vez aceptada la celebración de elecciones, Washington llevó a cabo una cuidadosa revisión de su política en Irak– un ataque terrible contra las más destacadas fuerzas rebeldes: contra la alianza entre fundamentalistas–nacionalistas y baazistas en la ciudad sunní de Faluya y contra el movimiento fundamentalista chi'í de Moqtada al–Sadr– para reforzar su posición en el país. El amigote de los neoconservadores, Chalabi, fue sustituido por el colaborador de la CIA, Allawi, como títere principal de EE.UU. de Irak y se organizó una ridícula "transferencia de soberanía" llevada a cabo de forma subrepticia el 28 de junio de 2003. Allawi intentó desempeñar su papel sin rodeos, proclamando el estado de emergencia, restaurando la pena de muerte, etc. y, por encima de todo, dando cobertura públicamente con su manto iraquí a la continuidad de los ataques de las fuerzas estadounidenses.

El intento de aplastar el movimiento de Moqtada al–Sadr culminó en la ciudad chi'í de Nayaf. Sistani, tras haber dejado al joven al–Sadr que llegara a una situación en la que se encontraba al borde de una derrota sangrienta y aplastante– obviamente para amansarlo–, intervino para detener el ataque estadounidense y, a partir de ahí, consolidar su incuestionable liderazgo de la comunidad chi'í. El segundo ataque a Faluya, inmediato a la celebración de las elecciones estadounidenses, parecía no tener sentido. La ocupación estadounidense no podía hacerse ilusión alguna – en ese momento– sobre su capacidad para acabar con la violencia en el país recurriendo a medios tan violentos. Todo lo contrario, existen serias razones para creer que el verdadero propósito era el de agravar el caos existente en Irak con el fin de negar legitimidad al resultado de las elecciones del 30 de enero.

La doblez de Washington no puede ser más descarada: por un lado, Bush y sus secuaces iraquíes afirman su decidido compromiso con la celebración de las elecciones en la fecha prevista; por el otro, el "partido" de Allawi se une a una coalición de grupos sunníes relacionados con los wahhabíes saudíes para pedir que se pospongan las elecciones. El "presidente" iraquí, que es sunní, repite lo que dicen los leales aliados de EE.UU. en la región, como las monarquías saudí y jordana, advirtiendo de una conspiración iraní para convertir Irak en un escalón importante hacia el establecimiento de "una media luna chi'í" que se extienda desde Líbano a Irán, como una nueva versión del "eje del mal", más terrorífico incluso que el originario de Bush. Los Hermanos Musulmanes, relacionados con los wahhabíes saudíes, cuyo principal facción es la rama egipcia, han denunciado las elecciones con el argumento de que no se pueden celebrar bajo la ocupación. Su rama iraquí, el partido islámico, tras haberse registrado para las elecciones, ha anunciado su retirada y se ha unido al "Consejo sunní de Ulemas musulmanes" para denunciar las elecciones antes de que se celebren.

La realidad es que el grave aumento del nivel de violencia provocado por los ataques de los ocupantes estadounidenses ha puesto en grave peligro la posibilidad de una participación de votantes relevante en las zonas donde la unión de sunníes con las fuerzas fundamentalistas–nacionalistas–baazistas es más activa. De ahí que, cualesquiera que sean sus intenciones, las fuerzas sunníes que han anunciado su retirada de la campaña electoral están reconociendo el hecho de que la mayor parte de su potencial electorado se quedará prudentemente en casa el día de las elecciones. Lo que no quiere decir que la población sunní esté políticamente convencida de la necesidad de "boicotear" las elecciones: las primeras encuestas han mostrado que están masivamente dispuestos a aprovechar, como sus otros conciudadanos, estas primeras elecciones pluralistas tras décadas de despotismo en el país. Pero, definitivamente, están aterrorizados ante las amenazas de muerte lanzadas por varios grupos de la "resistencia" para evitar las elecciones.

La denominada resistencia iraquí está formada por un conglomerado heterogéneo de fuerzas, muchas de ellas exclusivamente locales. En su mayor parte, se trata de gente que se rebela ante la dura ocupación de su país, y lucha contra los ocupantes y sus auxiliares iraquíes armados. Pero otro segmento de las fuerzas comprometidas en acciones violentas en Irak lo constituyen fanáticos enormemente reaccionarios, principalmente fundamentalistas islámicos, que no distinguen entre civiles– incluidos los propios iraquíes– y personal armado, y recurren a actuaciones horrendas como la decapitación de trabajadores emigrantes asiáticos y al secuestro y / o asesinato de todo tipo de personas que en ningún caso son hostiles o perjudiciales para la causa nacional iraquí. Esas actuaciones las utiliza Washington para contrarrestar el efecto de los legítimos atentados contra las tropas estadounidenses: la tarea de presentar al "enemigo" como el mal se convierte así en más fácil.

Incidentalmente, esto significa que cualquier apoyo incondicional a la "resistencia" iraquí en su totalidad en los países occidentales, donde el movimiento contra la guerra lo necesita extremadamente, es gravemente contraproducente en tanto que está profundamente equivocado (si bien basado en buenas intenciones). Debería existir una clara distinción entre las acciones contra la ocupación que son legítimas, y las de los denominados grupos de "resistencia" que deben ser rechazados. Un caso muy obvio es el de los atentados sectarios del grupo de Al–Zarqawi contra la Chi'a. Dicho esto, ha quedado claro que hasta ahora la estrategia más provechosa para oponerse a la ocupación es la que ha llevado a cabo Sistani, y los intentos de hacer fracasar las elecciones y deslegitimarlas antes de su celebración sólo pueden favorecer a la ocupación estadounidense.

Quienes más activamente intentan que fracasen no están verdaderamente preocupados por el hecho de que se lleven a cabo mientras continúa la ocupación. Después de todo, la historia de la descolonización está plagada de situaciones en las que las elecciones o consultas se llevaron a efecto bajo la ocupación como pasos importantes hacia la independencia y la evacuación de las tropas extranjeras. Durante muchos años, los palestinos han estado luchando por el derecho a tener elecciones bajo la ocupación israelí. Este argumento, por ello, es una pobre excusa del miedo a celebrar elecciones por parte de las fuerzas que saben que están abocadas a ser una minoría o quedar completamente marginadas en unas elecciones libres. (Esto puede aplicarse a Allawi, cuya absoluta falta de popularidad pudiera reflejarse en el resultado de cualquier elección limpia, aunque está obligado a actuar de acuerdo con su responsabilidad y no puede expresar abiertamente sus deseos).

A esto, hay que añadir el argumento de las gentes a quien les gusta Zarqawi, recientemente respaldado por Bin Laden: las elecciones son impías porque se van a celebrar según leyes "positivas", es decir, hechas por los hombres, mientras que las únicas elecciones "legítimas" son las que se llevan a cabo según las prescripciones de la Sharia. El carácter totalmente reaccionario de este argumento no precisa de comentario alguno. Pero lo cierto es que existen puntos en común entre Bin Laden y Sistani: ambos creen que la Sharia debería ser la principal, si no la única, fuente legislativa. La diferencia estriba en que Bin Laden, además de ser mucho más fanático, se afana en su loca creencia de que se puede conseguir la victoria por medio de la violencia terrorista, mientras que Sistani– quien advirtió a la ONU y a otras instancias de que estaba en contra de cualquier consolidación de las normas introducidas por los ocupantes (por ejemplo, las que se refieren a ellos en una Resolución de Naciones Unidas), quiere primero asegurarse el control a través de las elecciones, con el fin de que el parlamento elabore después una Constitución y legisle a su gusto.

El sentimiento real de la población chi'í y su opinión sobre las elecciones quedaba bastante bien reflejados en una crónica del periodista del Washington Post, Anthony Shadid, en un comentario sobre el principal barrio chi'í de Bagdad:

"El fortalecimiento de los chi'íes es sólo una faceta en la campaña de los ayatolá, aunque habitualmente se esconde bajo un lenguaje oculto. Lo más común son las llamadas viscerales a un electorado que se encuentra muy cansado y desilusionado con las matanzas de la guerra. En un lado de la calle, las pancartas prometen una nueva era de estabilidad si se vota. En el otro, se presentan las elecciones como el medio más seguro de terminar con la ocupación que cada vez se ha hecho más impopular. 'Hermanos iraquíes, el futuro de Irak está en vuestras manos. Las elecciones son el medio ideal para echar a los ocupantes de Irak', proclama una pancarta blanca. 'Hermano iraquí, tu voto en las elecciones vale más que una bala en la batalla', se lee en otra roja que está al lado". (7 de diciembre de 2004).

La lista de candidatos preparada bajo los auspicios de Sistani, "Coalición Iraquí Unificada" incluye la gama más amplia de la Chi'a, desde Chalabi ( que lo mismo sirve para un roto que para un descosido) a al–Sadr (quien intenta en realidad hacer apuestas por delegación: mientras tiene a gente de su entorno en la lista unificada de candidatos, declara que él personalmente no "entrará en el juego político"). La lista de candidatos da preferencia al pro–iraní "Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irak".

A su favor, hay que decir que esta coalición hizo esfuerzos para incluir candidatos sunníes, kurdos y turcomanos, incluidos jefes tribales, de manera que no constituye una candidatura sectaria – aunque los medios así la han descrito. La lista podría recibir, ciertamente, una abrumadora mayoría de votos si las elecciones tienen lugar el 30 de enero, lo que daría lugar a la constitución de un Parlamento y de un Gobierno en los que las fuerzas de la Chi'a fundamentalista– más o menos favorable a Irán– sean hegemónicas. Un asunto principal en el programa de la coalición, que afirma impondrá la "identidad islámica" de Irak, es la negociación de una fecha para la retirada de sus tropas del país con las autoridades de ocupación.

¿Qué hará Washington después de las elecciones del 30 de enero? Es difícil predecirlo. La administración Bush tiene un objetivo estratégico claro: asegurarse el control de Irak durante mucho tiempo pero Washington desconoce cómo conseguirlo o de qué manera adaptarse al resultado previsto de las elecciones, que un alto funcionario anónimo, residente en la Zona Verde de Bagdad, describía acertadamente en el New York Times como "una jungla de enigmas" (18 de diciembre de 2004). Uno de los escenarios que se contemplan, enormemente facilitado por el comportamiento de las fuerzas ocupantes, y que muchos neoconservadores apoyan tras el colapso de sus ilusiones de asegurarse el control de Irak "democráticamente" es el de dividir el país, si no de jure sí de facto entre facciones sectarias (hipótesis que Israel apoya desde el principio).

Para conservar el control del territorio, Washington podría recurrir a la bien conocida receta imperialista de dividir y vencer, asumiendo el riesgo de llevar a Irak a una devastadora guerra civil– de tipo sectario (Chi'íes contra Sunníes) y étnico (árabes frente a kurdos). La forma en que los ocupantes estadounidenses han permitido que se deteriorara la situación entre kurdos y árabes en el Norte, sin intentar con seriedad conseguir un compromiso satisfactorio para todos, así como la manera en que se ha gestionado el tema de las elecciones que ha tensado las relaciones entre chi'íes y sunníes, son muy reveladores a este respecto.

Este grave peligro seguirá gravitando sobre las cabezas del pueblo iraquí a no ser que la situación llegue rápidamente a tal punto de deterioro que Washington se vea obligado a cambiar sus objetivos y abandonar Irak lo antes posible con los menores costes y daños para los intereses de Estados Unidos. Para que se llegue a esa situación, la unión de las presiones desde el interior de Irak y de las del movimiento contra la guerra en el exterior– sobre todo en EE.UU.– resulta imprescindible. Ello significa que la tarea más urgente desde fuera de Irak es complementar las elecciones del 30 de enero, y las legítimas actuaciones de resistencia contra la ocupación de EE.UU. y sus aliados, con la organización, el 19 de marzo, de manifestaciones mundiales lo más masivas posibles contra la guerra.


2) Carta a Gilbert Achcar

Por Alex Callinicos, Znet, 13/01/05
Traducido para Rebelión por Felisa Sastre

Querido Gilbert:

Sabes cuánto respeto tus opiniones sobre políticas revolucionarias en general y más específicamente sobre Oriente Medio. Tus artículos en los últimos años han sido enormemente importantes como fuente de orientación en los tortuosos giros y cambios de la estrategia imperialista. Tu "Carta a un activista del movimiento contra la guerra ligeramente deprimido" se ha convertido en un clásico. Pero, precisamente por esas razones he leído tu artículo "On the Forthcoming Election in Irak" (publicado en ZNet a principios de año) con gran consternación.

Durante meses, ha sido evidente que la resistencia iraquí– en el amplio sentido que integra a todas las fuerzas que se oponen a la ocupación– estaba dividida sobre la cuestión de participar o no en las elecciones: las vacilaciones del religioso radical chi'í, Moqtada al–Sadr, sobre el asunto son síntoma de ello, ya que él actúa como una veleta. (Es interesante el que la Asociación de Académicos Musulmanes, que tiene lazos con los insurgentes en el denominado Triángulo Sunní, acabe de declarar que está dispuesto a desconvocar el boicot a las elecciones a cambio de que los Estados Unidos establezcan una fecha para su retirada). Estoy de acuerdo contigo en que participar o no en unas elecciones bajo ocupación extranjera o dominación colonial es una cuestión táctica, no una cuestión de principios. Pero, precisamente por ello, no me siento muy feliz con el tono inflexible de tu planteamiento que no aborda de verdad la dinámica de la situación (1).

Escribes "los intentos de hacer fracasar las elecciones y su deslegitimación antes de que se celebren sólo pueden favorecer a la ocupación estadounidense". Por supuesto, es cierto que Bush y Bremer se vieron obligados a celebrar elecciones gracias a las protestas masivas que el Gran Ayatollah chi'í, Ali al–Sistani, convocó justo hace un año. Pero las cosas han cambiado desde entonces. Ahora, siempre que algún miembro del gobierno títere da muestras de duda ante la insurrección, son Bush, Blair y su marioneta, Iyad Allawi, quienes se muestran inflexibles y afirman que las elecciones no pueden posponerse, lo que revela que EE.UU. ha desarrollado una estrategia que busca servirse de las elecciones para legitimizar la ocupación y presionar a la Unión Europea y a Naciones Unidas para que se involucren más en Irak, etc.

La idea de que– como sugieres– las ofensivas militares contra Nayaf y Faluya fueron diseñadas por Washington para provocar el caos y deslegitimar las elecciones me parece bastante rocambolesca.

Una faceta importante de la verdadera estrategia estadounidense es la de tratar cada vez más de dividir a los chi'íes y los sunníes. No sé si has leído el artículo de Charles Krauthammer, de hace un mes más o menos, en el que argumentaba que no importaba el que las zonas sunníes votaran o no (al fin y al cabo, el Sur estadounidense no votó en las elecciones presidenciales de 1864 cuando se sublevaron contra el Gobierno de Estados Unidos), y exigía que los chi'íes se unieran a los ocupantes para luchar contra los insurgentes porque se trataba de "su guerra civil" (2). Aunque exagerado, este argumento coincide con lo que piensa la Administración. Por ejemplo, consulta el Financial Times del 8 de enero de 2005, en el que se recogen las declaraciones de Bush en el sentido de que las elecciones deberían seguir adelante porque 14 de las 18 provincias iraquíes estaban "relativamente en calma".

La aceptación del presidente de la posibilidad de una baja participación entre los votantes sunníes en Irak, refleja la determinación de la Administración de seguir adelante con las votaciones. Donald Rumsfeld ... ha dicho también que los resultados serían legítimos si los iraquíes pueden votar en la mayoría de las provincias.

En privado, los funcionarios estadounidenses afirman que un 30 por ciento de participación entre los sunníes... sería aceptable.

Dada la desastrosa situación general de los estadounidenses en Irak, la carta chi'í es casi la última que tienen en el bolsillo (la verdaderamente definitiva es la estrategia israelí de romper el país, pero no creo que Washington esté dispuesto a ello todavía). Déjame que cite de nuevo al Financial Times ( 5 de enero de 2005):

"Estados Unidos ha mostrado una creciente aceptación de la probable victoria de los partidos chi'íes.

Colin Powell...dijo que pensaba que la Chi'a iraquí 'se valdría por sí misma' incluso si se diera un aumento de la influencia iraní".

Que la 'menos mala' opción de la administración Bush, actualmente, sea una Asamblea dominada por la dirección chi'í, muy cercana intelectual y políticamente a sus correligionarios de Líbano e Irán, es en sí misma un síntoma de su debilidad e indica que Estados Unidos tiene interés en provocar el conflicto entre chi'íes y sunníes. No dudo de que los grupos islámicos sunníes han llevado a cabo atentados directos contra comunidades chi'íes, cristianas, etc. y, desde luego, debemos condenarlos. Sin embargo me resultan muy sospechosos algunos sucesos– por ejemplo el asesinato de chi'íes en ciudades al sur de Bagdad, atribuidos a militantes salafistas. Al analizar este tipo de actuaciones lo único racional es preguntarse Quis profuit (¿a quién beneficia?) y recordar, asimismo, la larga y sangrienta historia de la CIA, del SIS y del resto de trabajos sucios llevados a cabo por el imperio anglo–estadounidense. Este peligro se percibe intensamente: Ali Fahdi, un médico iraquí que ayudó a rodar un terrible documental– que se acaba de emitir aquí en Gran Bretaña en el Canal 4, en el que se muestra la devastación de Faluya– afirma que "el ejército estadounidense ha incrementado las posibilidades de desatar una guerra civil al utilizar en Faluya a su nueva guardia nacional chi'í para eliminar a los sunníes" (3).

Ante este panorama, tenemos que admitir simplemente que la resistencia iraquí sigue dividida en lo relativo a participar o no en las elecciones. Puede que tengas razón en que la participación será muy alta – lo fue en Afganistán, incluso en zonas donde los Taliban eran militarmente activos, pero ¿ promoverán las elecciones un régimen democrático legítimo? No, no en mayor medida que en Afganistán. La ocupación seguirá y el gobierno títere continuará en el poder. Todo ello quiere decir que si se produjera un relativamente auténtico voto popular en enero, el movimiento contra la guerra debería exigir que los estadounidenses y sus aliados se retiraran inmediatamente y se permitiera a la nueva Asamblea elegir un Gobierno que respondiera a la auténtica voluntad del pueblo iraquí.

Pero ello no implica que, de momento, debamos respaldar –como haces tú– el que "la estrategia más provechosa para oponerse a la ocupación" es la de Sistani. Tú no puedes justificarlo sobre la base de que él tenga objetivos genuinamente democráticos: tal como señalas, Sistani, a su manera, se ha comprometido a establecer un Estado Islámico como Jomeini, Bin Laden o Zarqawi. Aún más, ¿fue realmente una "provechosa estrategia" permanecer quieto mientras las fuerzas estadounidenses reducían a escombros Faluya y masacraban a muchos de sus habitantes? ¿Por qué no convocó manifestaciones masivas en todo Irak exigiendo el fin del ataque a Faluya? Esta ausencia de solidaridad elemental, sí que " jugó a favor de la ocupación estadounidense".

Aunque haces alusión a los "atentados legítimos contra Estados Unidos", la idea básica de tu argumentación es la de dejar de lado la lucha armada contra los ocupantes. Así, afirmas que "un apoyo incondicional a la resistencia iraquí en los países occidentales– donde el movimiento contra la guerra se necesita de forma extrema–, es totalmente contraproducente". ¿Qué significa eso? En Gran Bretaña– donde existe un sólido movimiento contra la guerra– tenemos muy claro que la Coalición Paremos la Guerra no va a hacer campaña en apoyo de la resistencia (en el sentido más literal que comprende a quienes están comprometidos en la lucha armada) porque ello supone la unión de todos los que quieren que acabe la ocupación y las tropas occidentales se vayan, sin tener en cuenta sus tendencias políticas. Y hemos tenido hasta cierto punto éxito: el ejército británico culpa del descenso en el reclutamiento al impacto del movimiento contra la guerra y, en particular, a la campaña sin precedentes de las Familias de Militares contra la Guerra. (4).

De acuerdo, la plataforma del movimiento contra la guerra no debería incluir el apoyo a la resistencia armada a la ocupación. Pero ¿qué pasa con la rama anti–imperialista de izquierdas del movimiento? Tú resaltas el carácter heterogéneo de la resistencia, pero te concentras en Abu Musab al–Zarqawi. Al enfocar el asunto de esta manera, temo que giras peligrosamente hacia la postura de Toni Blair, quien dice que cualesquiera que fueran nuestras opiniones iniciales sobre la invasión, todos debemos reconocer ahora que la lucha en Irak se desarrolla entre la "democracia" y el "terrorismo". Y en relación con la izquierda, Fausto Bertinotti argumenta que el Partito della Rifondazione Comunista debería renunciar a la violencia, rechazar el apoyo a la resistencia representada por 'fascistas' como Zarqawi y formar gobierno con la coalición social–liberal del Olivo.

Desde luego que deberíamos condenar el tipo de secuestros y decapitaciones perpetradas por grupos como el de Zarqawi. No es un problema nuevo. Recuerdo las discusiones que tuvimos en los años 70 en Gran Bretaña con tus antiguos camaradas de la Cuarta Internacional, cuando hacían campaña con el lema de "Victoria para el IRA" y se negaban a condenar los atentados con bombas en pubs de Birmingham. Nunca hemos dado "apoyo incondicional" a ningún movimiento nacional de liberación.

Pero me niego a equiparar la "resistencia iraquí" en su totalidad con las barbaridades llevadas a cabo por Zarqawi. ¿Qué pasa con otras tácticas que se están utilizando– por ejemplo, los coches bomba que matan a soldados estadounidenses y los atentados contra los reclutas iraquíes del ejército del gobierno títere y contra sus policías y funcionarios, como el gobernador de Bagdad, asesinado la semana pasada? Si los condenas en Irak entonces tienes que condenar otros métodos similares que se utilizaron una y otra vez en las guerrillas anti–coloniales– desde Irlanda a Vietnam, de Chipre a Argelia y Zimbabwe. Supongo que consideras esas actuaciones como "legítimos ataques", pero entonces ¿por qué nos adviertes con tanta intensidad contra el apoyo a Zarqawi, cuando sólo los islamistas radicales y unos pocos fanáticos e imbéciles izquierdistas pensarían en hacerlo?

La razón de por qué es tan importante es la de que lo que ha dado lugar a la crisis que afrontan los estadounidenses en Irak no es la campaña de Sistani para las elecciones ni las decapitaciones de Zarqawi sino– como Walden Bello de forma elocuente ha argumentado desde el inicio de la crisis en Faluya del pasado abril–, la insurgencia de la guerrilla principalmente en las regiones sunníes. Es la que está matando soldados estadounidenses, la que está obligando al Pentágono a mantener un mayor número de tropas en Irak de las previstas, y la que amenaza con erosionar al personal militar estadounidense (el jefe de la Reserva del ejército de Estados Unidos se lamentaba el mes pasado de que el ejército está "degenerando rápidamente para convertirse en una fuerza de 'choque'"); es la que está evitando que se creen unas estructuras administrativas estables y evitando que gran parte de las elites iraquíes se integren en el régimen.

Con independencia del balance general que nos merezca la contribución de Lenin a las políticas revolucionarias, algo en lo que tenía toda la razón es la del potencial de las revoluciones nacionalistas en los países coloniales y semi–coloniales para crear o exacerbar problemas al imperialismo. Y eso es exactamente lo que está sucediendo hoy en Irak. Comprenderlo no nos exige respaldar las políticas de quienes se han implicado en la resistencia armada a la ocupación, no más que lo que ocurrió (o debería haber ocurrido), en el caso del FNL, el Vietcong o el IRA . Desde luego es una tragedia que el nacionalismo laico y las fuerzas socialistas sean tan débiles políticamente en Irak, pero son el legado histórico con el que tenemos que conexistir, al menos a corto plazo, mientras nos enfrentamos a las inmediatas realidades políticas.

Estoy seguro de que quieres ver la derrota de los EE.UU. en Irak tanto como yo. Pero la forma en la que polarizas tu argumentación entre quienes están a favor o en contra de las elecciones y, tu crítica de la resistencia armada, que centras en Zarqawi, se encuentran muy cercanas al discurso dominante en Washington y Londres. No pongo en duda que tu intención sea la de ayudar al movimiento contra la guerra, en la misma medida que lo has hecho en el pasado, pero en las próximas semanas el movimiento en EE.UU. y Gran Bretaña, especialmente, se enfrentará a una enorme ofensiva ideológica que trata de presentarnos como antidemocráticos partidarios del terrorismo. Precisamente, en los últimos días, el asesinato de un dirigente del Partido Comunista de Irak, que apoyaba la ocupación, ha provocado en Gran Bretaña una algarabía en los medios de información y en los sindicatos, en la que ex izquierdistas y partidarios del imperio como Nick Cohen han hablado grandilocuentemente del "carácter totalitario de los dirigentes del movimiento contra la guerra" que "permite que los fascistas iraquíes luchen por la libertad mediante el terrorismo" (5).

En este clima, bastante contrario a tus propias intenciones, tu artículo es, por decir lo mínimo, de poca utilidad ya que no ayuda. Está, a mi juicio, gravemente mal planteado en relación con la situación en Irak y con el debate sobre la guerra en el resto del mundo. Espero que disculpes mi franqueza, ya que ¿qué clase de amigo se andaría con miramientos sobre asuntos tan importantes como éstos?

Con los mejores deseos para el nuevo año,

Alex Callinicos.


Notas:

(1). Un excelente análisis sobre esta dinámica acaba de aparecer en el último número de International Socialism: A. Alexander y S.Assaf, "Irak: The Rise of the Resistance".

(2). "A Fight for Shiites", Washington Post, 26 de noviembre de 2004.

(3). "City of Ghosts", Guardian, 11 de enero de 2005.

(4) "Army Blames Iraq for Drop in Recruits", Observer, 119 de diciembre de 2004.

(5). "Our Liberal Elite", Observer, 9 de enero de 2005.

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