Irak resiste

 

Nueva sangre, viejas heridas

Por Owen Matthews
Revista Newsweek, EEUU
Reproducido por IAR–Noticias 15/04/05

Karim y Harith siguen una regla estricta cuando se reúnen en casa de sus padres, en el norte de Bagdad: no hablar de política. A nadie en la familia le agrada la disputa que probablemente surgiría entre los dos hermanos.

Harith, un islamista apasionado dueño de una carnicería, pertenece a una célula insurgente de siete hombres en la capital. Él boicoteó las elecciones de enero y luchó contra los marines estadounidenses el año pasado en las calles del barrio suní de Al Aadhamiya.

Karim, un ex oficial de las fuerzas armadas de Sadam, sirve orgullosamente como capitán del nuevo Ejército iraquí y expresa su apoyo al gobierno de Bagdad. Los hermanos sólo están de acuerdo en dos cuestiones. Ambos quieren que cesen los cortes de energía eléctrica –y que los estadounidenses regresen a casa.

La fecha de esa salida comienza a verse un poco más cerca. La semana pasada, después de más de dos meses de presiones internas, la Asamblea Nacional finalmente presentó al primer gobierno libremente elegido, algo que la mayoría de los iraquíes jamás había visto.

Ahora, el primer ministro Ibrahim Jaafari, el presidente Jalal Talabani y los otros líderes de Irak enfrentan una etapa aun más difícil para poner fin a la ocupación: necesitan obtener el apoyo de los rebeldes como Harith.

"Tenemos que tenderles la mano", dice Barham Salih, uno de los políticos kurdos más prominentes del país. Muchos árabes suníes dudan que el nuevo gobierno coloque sus derechos e intereses en el mismo nivel que los de los chiitas y kurdos que dominaron en las elecciones.

"Tomará tiempo", dice Salih, "pero el proceso político es imposible sin ellos". Un fracaso podría ser catastrófico, "No niego que exista la dinámica para un conflicto sectario". Políticos como Salih quieren evitar el término "guerra civil" hasta no tener más opción.

Sin embargo, los nuevos líderes no han podido llegar a un acuerdo sobre cuánto extender la mano. El gobierno interino saliente nombró recientemente a veintenas de baathistas de nivel medio para que ocupasen puestos en el servicio civil, la Policía y el Ejército.

La idea era obtener apoyo entre los suníes y reclutar a algunos funcionarios experimentados. No obstante, cuando la Asamblea Nacional sostuvo su primer debate público real la semana pasada, los legisladores chiitas exigieron que los ex baathistas fuesen destituidos.

Muchos iraquíes no tienen intención de perdonar ni siquiera a los ex miembros de menor rango del régimen suní de Sadam Hussein. "Todos hemos padecido a esa banda de delincuentes", dice Sabah Kadhim, un chiita que trabaja como consejero del Ministerio del Interior. "Ellos destruyeron nuestro país –no tienen ningún lugar en el nuevo Irak".

Muchos suníes de Irak son igualmente intransigentes. La semana pasada, su más importante consejo religioso, la Asociación de Estudiosos Musulmanes, emitió un decreto (o fatwa) al nuevo gobierno: "La resistencia iraquí es legal, y tiene derecho a defender a su país contra la ocupación".

Y lo que es más preocupante, la fatwa siguió la línea de una directiva anterior de los estudiosos, en la que se insta a los suníes a unirse a las fuerzas armadas y a la Policía, pero no "dar ayuda a los ocupantes". En conjunto, los dos decretos parecían ordenar a los rebeldes que infiltrasen los servicios de seguridad. "El problema es que muchos [suníes] aún viven en la tierra de la fantasía", dice un funcionario estadounidense. "No pueden acostumbrarse a la idea de que ya no dirigen este país".

Incluso para los suníes más pragmáticos es difícil adaptarse. La negativa de los chiitas a trabajar con ex baathistas ha descartado a los líderes suníes calificados excepto los antiguos exiliados, y éstos no son nada populares. Los líderes chiitas y kurdos se aseguraron de colocar a políticos suníes en puestos gubernamentales de alto perfil –particularmente Hajim al–Hassani como portavoz del Parlamento, y Ghazi al–Yawar como vicepresidente. Pero estas personas sólo cuentan con un apoyo limitado de las bases en las tierras suníes, donde los rebeldes son más fuertes.

Los optimistas dicen que los ataques de la resistencia han disminuido. Aun así, los rebeldes matan a más iraquíes y estadounidenses que hace un año, y los ataques se han vuelto más sofisticados. La incursión rebelde en la prisión de Abu Ghraib, ocurrida la semana pasada, no liberó a ningún detenido, pero más de 40 estadounidenses resultaron heridos.

En Bagdad oriental, varios secuestradores capturaron al General Mohammad Jalal Saleh, dirigente de una fuerza especial contrainsurgente. Y cuando la Asamblea Nacional fue emplazada, varias explosiones coordinadas dieron un escalofriante saludo de apertura afuera de la Zona Verde. "Ciertamente, esto no ha terminado", dice un funcionario de inteligencia estadounidense.

Los rebeldes como Harith afirman que están luchando por un mejor gobierno. Él dice que cuando la policía inspeccionó su casa el otoño pasado, desaparecieron 300,000 dinares (unos US$200). "El nuevo Irak no debe ser construido por traidores y ladrones", dice.

La insurgencia es patriotismo, no sectarismo, insiste: "Sólo la gente fiel a Irak debe gobernar aquí. No importa si son suníes, chiitas o kurdos". Si el nuevo gobierno de Irak se gana su confianza, miles de soldados estadounidenses podrán comenzar a empacar.

Con Mohammad Haydar en Bagdad.

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