Irak resiste

 

Los muertos de Iraq –así ha sido desde el inicio de la invasión– se han tachado simplemente del guión; oficialmente, no existen

Las cifras mienten en la morgue de Bagdad

Por Robert Fisk
The Independent / La Vanguardia, 18/08/05
Traducción de José María Puig de la Bellacasa

Bagdad.– El depósito de cadáveres de Bagdad es un pavoroso escenario de calor, hedor y llanto. El sonido de los sollozos de los parientes traspasa sus paredes hasta el angosto y pestilente callejón que conduce al centro médico oficial de descolorido ladrillo amarillento donde las autoridades sanitarias archivan sus fichas informatizadas. Entran actualmente tantos cadáveres en el tanatorio que los restos humanos se apilan unos sobre otros. Los cuerpos sin identificar tardan días en recibir sepultura dada la falta de espacio; el problema es que el Ayuntamiento de Bagdad se halla tan desbordado por la cifra de muertes y asesinatos en la capital que ya no puede suministrar los vehículos y el personal suficiente para conducir los restos a los cementerios locales.

Julio fue el mes más sangriento de la historia moderna de Bagdad: en total se condujeron 1.100 cadáveres a la morgue de la capital; la mayoría, personas asesinadas: destripadas, apuñaladas, apaleadas, torturadas hasta la muerte. Tampoco hay por qué presuponer que hayamos de saber que la cifra de víctimas mortales en la capital iraquí el mes pasado fue sólo de 700 menos que el total de la cifra de víctimas mortales norteamericanas en Iraq desde abril del 2003. De los muertos, 963 eran hombres –muchos de ellos con las manos atadas, los ojos vendados y varios balazos en la cabeza– y 137 mujeres.

Lo cierto es que la estadística resulta tan denigrante como execrable, porque se trata de los hombres y mujeres que presuntamente fuimos a liberar... y cuyo destino –sencillamente– no nos preocupa en absoluto.

Naturalmente no pueden calcularse aún las cifras correspondientes a este mes de agosto. Sin embargo, el domingo pasado el tanatorio recibió los cadáveres de 36 hombres y mujeres, todos muertos de manera violenta. Hacia las ocho de la mañana del lunes ya habían entrado restos de otras 9 personas, cifra que alcanzó los 25 cadáveres al mediodía. "Y creo que es un día tranquilo", me comentó imperturbable un funcionario de la morgue mientras conversábamos junto a los cadáveres. De modo que en un periodo de sólo 36 horas – del alba del domingo al mediodía del lunes– habían sido asesinados 62 civiles iraquíes. Ningún funcionario occidental, ningún ministro del Gobierno iraquí, ningún funcionario de la Administración, ningún comunicado de prensa de las autoridades, ningún diario, mencionó siquiera esta terrible estadística. Los muertos de Iraq –como así ha sido desde el inicio de nuestra invasión ilegal del país– se han tachado del guión. Oficialmente, no existen.

De modo que en momento alguno se ha revelado que en julio del 2003 – tres meses después de la invasión– 700 cadáveres fueron conducidos a la morgue de Bagdad, y que en julio del 2004, la cifra se elevó a unos 800 cadáveres. El registro de entrada del tanatorio de Bagdad señala que el número de muertes violentas correspondientes al mes de junio del 2004 era de 879; 764 de ellos hombres y 115 mujeres. 480 hombres y 25 mujeres por arma de fuego. De un 10% a un 20% del total de los cadáveres nunca ha sido identificado, por lo que las autoridades sanitarias han tenido que enterrar 500 cuerpos desde enero de este año, que no han sido identificados ni reclamados. En muchos casos, los restos han quedado troceados por las explosiones o bien desfigurados expresamente por sus asesinos.

Los empleados de la morgue se sienten horrorizados y consternados por el grado de sadismo y crueldad ejercido sobre las víctimas cuyos restos reciben. "Hemos podido comprobar que muchas de ellas habían sido torturadas, sobre todo los hombres –me dice uno de los empleados–. Muchos presentan terribles quemaduras en manos y pies y otras partes del cuerpo. Muchos tienen también las manos inmovilizadas a la espalda con esposas y los ojos tapados con cinta aislante. "Les han disparado en la cabeza: en la nuca, en el rostro, en los ojos. Se trata claramente de ejecuciones", añade. Mientras el régimen de Saddam bailó con la muerte ejecutando a sus opositores, la escala del caos y la anarquía actualmente reinante en Bagdad, Mosul, Basora y otras ciudades no tiene precedentes. "Las cifras de julio –informa un alto funcionario iraquí a The Independent–son las más elevadas registradas en toda la historia del Instituto Médico de Bagdad".

Es evidente, tanto por las estadísticas registradas como por los cadáveres en proceso de putrefacción con unas temperaturas de 50 grados en Bagdad, que los escuadrones de la muerte vagan por las calles de una ciudad que se supone debería hallarse bajo control de las fuerzas armadas estadounidenses y de las del Gobierno electo de Ibrahim Yafari sostenido por los norteamericanos. Nunca en la historia reciente de Iraq se había desencadenado tal grado de caos y anarquía sobre los civiles en esta ciudad; no obstante, las autoridades occidentales e iraquíes no muestran interés en revelar detalle alguno sobre tan espinosa cuestión. La redacción de la nueva Constitución –o el fracaso a la hora de completarla– absorbe ahora el interés de los diplomáticos y periodistas occidentales; los muertos, por lo visto, no importan.

Sin embargo, deberían importar. La mayoría se cuenta entre los 15 y los 44 años –la juventud de Iraq– y, si se extrapolan al resto del país, los 1.100 muertos de Bagdad del último mes elevan la cifra mínima de víctimas mensuales, sólo en el pasado julio, a 3.000 muertos, y tal vez la cifra real se acerque a los 4.000. A lo largo de un año, cabe calcular un total de 36.000 muertos, cifra que viene a situar la presuntamente polémica estadística de 100.000 muertos desde el inicio de la invasión en el marco de una perspectiva mucho más realista.

No hay forma de dar razón expresa y pormenorizada de estas miles de muertes violentas: algunos fueron abatidos a tiros en puestos de control estadounidenses, otros asesinados –indudablemente– a manos de insurgentes o atracadores y ladrones. Unos pocos consignados como asesinados por instrumentos punzantes pueden ser de hecho víctimas de accidentes de tráfico. Algunas mujeres fueron probablemente víctima de asesinatos por motivos de honor, porque sus parientes masculinos sospecharon que mantenían relaciones ilícitas con el hombre inadecuado según sus principios. Y otros pueden haber sido asesinados por colaboracionistas o simplemente por haber mostrado cierta simpatía con la causa insurgente, a manos de asesinos progubernamentales... Los médicos tienen instrucciones de que a los cadáveres que llegan al tanatorio no debe practicárseles la autopsia ni ningún otro examen post mórtem (basándose en el dudoso y problemático fundamento de que los norteamericanos ya han cumplido tales tareas).

En la actualidad mueren tantos civiles que el depósito de cadáveres de Bagdad ha debido recurrir al trabajo de voluntarios de la ciudad santa de Najaf para el traslado de víctimas musulmanas chiíes –sin identificar– al cementerio principal para su sepultura en tumbas donadas por instituciones religiosas. Según me dijo un empleado de la morgue tanatorio, "en algunos cadáveres encontramos balas norteamericanas, aunque podría tratarse de proyectiles norteamericanos disparados por iraquíes. No sabemos quién mata a quién. No nos compete averiguarlo, pero está claro que los civiles se están matando entre sí. El otro día unos familiares nos dijeron a propósito de un cadáver conducido hasta aquí que la víctima había sido asesinada por haber sido baasista en el antiguo régimen, y añadieron que su hermano había sido asesinado hace unas semanas por pertenecer al partido religioso chií Dawa, enemigo de Saddam. No cabe extrañarse porque esto es lo que está pasando en realidad, la matanza o el asesinato de un pueblo. Personalmente, no quiero morir bajo una nueva Constitución. Lo que quiero es seguridad".

Una de las dificultades que presenta calcular el número de víctimas en Bagdad es que la radio gubernamental no suele informar de las explosiones que se oyen en distintas partes de la ciudad. Así, el lunes, no se dio explicación oficial alguna del ruido sordo de una lejana explosión en el distrito de Kerada. Y hasta ayer no se supo que un terrorista suicida había penetrado en un popular y concurrido café –el Emir– y se hizo volar por los aires: mató a dos policías que habitualmente cenaban en él e hirió a 81 personas.

Otra explosión –que según la versión oficial se debió a un disparo de mortero– fue en realidad el estallido de una mina colocada bajo un montón de melones al paso de una patrulla norteamericana. Murió un civil en el atentado. Pero tampoco hubo explicación ni información oficial sobre estas muertes. No quedaron registradas por agentes o funcionarios del Gobierno ni de las fuerzas de ocupación ni, naturalmente, por la prensa occidental. Como en el caso de los cadáveres en el tanatorio de Bagdad, no existían.

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