Irak resiste

 

La estrategia de Bush pierde sostén

Análisis de Jim Lobe
Inter Press Service (IPS), 18/08/05

Washington. Las últimas encuestas, las actitudes de la prensa y las críticas desde filas del propio oficialismo sugieren que la estrategia de George W. Bush en Iraq tiene hoy como único sostén la voluntad del presidente de Estados Unidos y sus más cercanos colaboradores.

Esa parece ser la gran cuestión en Washington, en momentos en que el propio Bush sufre el asedio de protestas antibélicas a pocos kilómetros de su hacienda en Texas. El presidente disfruta allí de unas vacaciones de cinco semanas, que parecen interminables.

La reticencia hacia la política de Washington en Iraq parece haber invadido también a los legisladores del gobernante Partido Republicano, preocupados por sus consecuencias electorales, y a los militares, que tras la guerra de Vietnam han evitado a toda costa la pérdida de apoyo civil.

"Cada vez son más las voces que se elevan dentro del partido y de las fuerzas armadas para admitir que la situación en Iraq no solo no mejora, sino que, en realidad, empeora", dijo Jim Cason, del antibélico Comité de Amigos sobre Legislación Nacional.

"La administración está bajo creciente presión desde adentro, especialmente en el Pentágono y desde influyentes legisladores republicanos, y es evidente que hasta ahora no sabe qué hacer al respecto", agregó Cason.

La cobertura de la guerra en la prensa se ha vuelto particularmente pesimista en las últimas semanas, en especial desde la muerte en un atentado con explosivos de 14 soldados estadounidenses el 3 de este mes.

Las portadas de los diarios son elocuentes. "En Iraq, no hay un final claro", indicó la semana pasada The Washington Post, que días después tituló "Estados Unidos reduce sus expectativas sobre futuros logros en Iraq".

El jueves, un análisis más general sobre lo que sucede en el país del Golfo indicaba que "la política de Estados Unidos sobre el 'eje del mal' sufre una serie de retrocesos".

El informe establecía que los errores en Iraq habían fortalecido la posición estratégica de Corea del Norte y, especialmente, la de Irán, cuya influencia en el nuevo gobierno en Bagdad ha crecido sin pausa, para desagrado de Bush.

En cuanto al otro periódico de referencia en Washington, The New York Times, el domingo publicó una columna del periodista Frank Rich titulada "Que alguien le diga al presidente que la guerra terminó". El texto apareció casi instantáneamente en infinidad de sitios en Internet.

Y el jueves, un análisis titulado "Malas noticias sobre Iraq preocupan a algunos en el Partido Republicano" por sus eventuales consecuencias en las elecciones legislativas de 2006. Ese informe indicaba que, aun entre los más fervientes partidarios de la guerra en el Congreso legislativo, Iraq se ha convertido en un albatros político de dimensiones vietnamitas.

Incluso el ex presidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich, un connotado conservador, opinó que el buen rendimiento electoral de un candidato demócrata y veterano de la guerra del Golfo (1991) en un fuerte bastión republicano de Ohio este mes fue un "llamado de alerta" al partido de gobierno.

La opinión pública corre en el mismo sentido. Hace dos semanas, la revista Newsweek publicó una encuesta según la cual apenas 34 por ciento de los entrevistados aprobaba el manejo de la guerra por parte de Bush, proporción equivalente a la del presidente Lyndon Johnson respecto de la guerra de Vietnam durante la ofensiva del Tet de 1968.

Aquel retroceso de las fuerzas armadas estadounidenses fue lo que marcó el punto de inflexión en la opinión pública sobre la intervención de Washington en Indochina, hasta entonces favorable.

Según otro sondeo, realizado por la encuestadora Gallup y publicada por el diario USA Today y la cadena de noticias por televisión CNN, indicaba que un tercio de los entrevistados deseaba la retirada inmediata de todos los militares estadounidenses apostados en Iraq.

La creciente tensión entre el gobierno y sus más cercanos colaboradores también contribuye con la sensación de confusión que domina el panorama.

Cuando altos oficiales militares sugirieron que Estados Unidos debía comenzar a retirar una cantidad importante de sus 140.000 soldados en Iraq en el segundo trimestre del año próximo, Bush replicó en persona que se trataba de meras especulaciones.

Esas declaraciones desataron no solo una nueva ola de malestar de los militares con la Casa Blanca, sino una serie de ataques de prominentes neoconservadores contra el secretario (ministro) de Defensa, Donald Rumsfeld, a quien siempre han acusado de no estar suficientemente comprometido con la "transformación" de Iraq.

"Para ganar, el presidente necesita un secretario de Defensa dispuesto a luchar y capaz de ganar", escribió uno de los líderes del bando neoconservador que respalda al gobierno, William Kristol, desde la revista que dirige, The Weekly Standard.

Para sorpresa de muchos observadores, ningún gesto para diluir el malestar ha partido de Bush, que ha pasado tres semanas y estará dos más en su rancho de Texas evitando reunirse con Cindy Sheehan, madre de un soldado muerto en Iraq.

Mientras, los aliados del presidente en los medios de comunicación lanzaron una previsiblemente desagradable campaña de descrédito contra Sheehan, quien acampó a poca distancia de la hacienda de Bush.

La respuesta del presidente a la solicitud de una reunión fue calificada de insensible, y hasta de cruel: "Creo que también es importante para mí seguir con mi vida."

La incapacidad del gobierno para impedir la trascendencia en los medios de la protesta de Sheehan consolida la impresión de que la Casa Blanca perdió su tacto político y carece de respuestas a las preguntas que le formulan tanto la madre de un soldado como el público en general.

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