Irak resiste

 

La creciente confusión sobre el proyecto constitucional pone en entredicho la viabilidad de la política de Bush

Bush, ante un posible colapso en Iraq

Por Carlos Nadal
La Vanguardia, 28/08/05

Bush tiene tres frentes abiertos en relación con Iraq. Uno, militar: la lucha contra la insurgencia en el país mesopotámico. Y, los dos siguientes, políticos: uno también en tierra iraquí, lograr la pacificación y normalización institucional del país; y otro en Estados Unidos, consistente en impedir el crecimiento cada vez mayor de la oposición a la guerra y la crítica de cómo el presidente ha llevado la cuestión de Iraq.

El frente militar en Iraq no se le pone fácil a Bush. Últimamente, los duros ataques de la insurgencia aumentan en Bagdad y otros lugaresm y la violencia adquiere aspectos todavía más preocupantes con los recientes choques armados entre facciones de la misma mayoría chií en la ciudad santa de Najaf y el barrio Al Sadr de Bagdad.

La opinión norteamericana cree, en su mayoría, que el presidente en quien llegó a depositar un ochenta por ciento de confianza no lleva bien lo de Iraq ni merece porcentajes favorables como guía supremo del país. Este frente político interno se le enreda progresivamente. Hasta en el seno de su propio partido republicano.

La presencia en la proximidad del rancho texano de Crawford de una concentración de protesta que va en aumento ha obligado al presidente a interrumpir su largo descanso veraniego en dos escapadas propagandísticas para defender su política en Iraq.

Bush ha realizado estas dos intervenciones ante un público donde tenía asegurada favorable acogida. La primera, entre veteranos de guerra en Salt Lake City, la capital de Utah, el estado mormón que le dio un setenta por ciento de mayoría en las elecciones presidenciales del 2004. El segundo acto público se ha desarrollado en el estado de Idaho, ante miembros y familiares de la Guardia Nacional.

El discurso de Bush se basa en algunas premisas que están lejos de ser convincentes. Parte del argumento, francamente engañoso, consistente en asegurar que combatir al enemigo en Iraq evita tener que hacerlo en territorio norteamericano.

Es de suponer el mal efecto que este argumento causaría entre los británicos, cuyo ejército está presente en Iraq, si Blair pretendiera aminorar con esta explicación el efecto devastador de los atentados del 7 y del 21-J, en Londres.

Es evidente que no existía relación directa entre la guerra de Iraq y las agresiones del te-rrorismo islamista que comenzaron con las tragedias del 11-S del 2001 en Nueva York y Washington. Si bien no podría decirse lo mismo de los acontecimientos del 11-M del 2003 en Madrid.

Ahora sí existe relación entre la guerra de Iraq y las agresiones terroristas en otros lugares del mundo. Pero atacar a Iraq no fue en absoluto adecuada respuesta al 11-S de las Torres Gemelas. Al contrario: en el Iraq de Saddam Hussein el terrorismo islamista no tenía cabida. Fue precisamente la intervención militar norteamericana la que ofreció a Al Qaeda y otros grupos lugar de asentamiento y un frente donde cebarse y fortalecerse contra las fuerzas ocupantes.

La teoría de Bush cojea por su base. Puede demostrarlo el que ninguna ciudad norteamericana está libre de sufrir atentados del terrorismo islamista.

Como que este argumento es demasiado capcioso, el presidente norteamericano ha de buscar soporte en otras suposiciones. Por ejemplo, que la presencia militar estadounidense en Iraq sirve para crear allí un Estado democrático viable. Es más: el modelo para hacer efectiva la teoría de la democratización de Oriente Medio. Esta versión ha tenido un seguimiento práctico más que discutible. Del protectorado de Bremer se pasó al de Negroponte, quien puso en marcha un plan para la normalización política de Iraq. Es decir: la creación de instituciones democráticas que llevarían la paz al país mesopotámico y, en consecuencia, a la ocasión de que las fuerzas norteamericanas y aliadas pudieran retirarse, proporcionando así dos sonados éxitos políticos a Bush: la justificación a posteriori de la intervención militar, tan discutida, y el cese del motivo de preocupación popular ante una guerra cada vez más costosa en dinero, prestigio y vidas propias y ajenas. Pero de lo que habla ahora Bush no es de retirar tropas sino de enviar nuevos contingentes militares.

Sobran motivos para esto. El proceso democrático que comenzó con las elecciones para crear una asamblea provisional ha entrado en un camino lleno de obstáculos. No es el menor que incluso milicias chiíes y kurdas se tomen ya la justicia por su mano, efectuando secuestros, torturas, asesinatos contra suníes o baasistas.

El proyecto constitucional seguía bloqueado el viernes por la noche en medio de una gran confusión. Si no se lleva adelante, a Bush se le agrava la situación en los tres frentes políticos y militar que se citan al comienzo. Obtener o no, en principio, el consenso en el proyecto constitucional supone para el presidente norteamericano un cierto éxito o un fracaso. Si el proyecto sigue, será un alivio para él, pero el camino que seguir continúa de todas formas lleno de recovecos y obstáculos que pueden llegar a ser insalvables. Muchas sombras se acumulan sobre las fechas que se habían fijado para el referéndum constitucional, el 15 de octubre, y para celebrar nuevas elecciones generales, el 15 de diciembre.

Volver