Iraq resiste

 

La ciudad se muere

Réquiem por Bagdad

Por Patrick Cockburn (*)
CounterPunch / Rebelión, 12/08/06
Traducido por Germán Leyens (**)

Estos días, al conducir por Bagdad, me coloco en el asiento trasero del coche con las cortinas de gasa corridas para que nadie en la calle me pueda ver. Tengo un segundo coche que me escolta a 100 metros para asegurarme de que no nos siguen. Tratamos de evitar los puntos de control de la policía y del ejército en caso de que sean escuadrones de la muerte. Mi conductor, musulmán suní, tiene razón al temer a la policía y a los comandos policiales, en su abrumadora mayoría chiíes. Tiene documentos de identidad falsos de manera que ya no se ve claramente a qué comunidad religiosa pertenece.

Podría no bastar. En camino del aeropuerto, evitamos la mayor parte de los puntos de control serpenteando por la ciudad. En un cierto momento aceleramos por una carretera y luego, aún rápidos, doblamos abruptamente por una callejuela, zigzagueando entre montones de basura podrida. Siempre he sabido dónde suníes y chiíes viven en Bagdad, pero ahora voy adquiriendo conocimientos detallados de toda la geografía sectaria. Un pequeño error podría tener resultados mortales. Los cementerios están repletos de iraquíes que fueron atrapados en el distrito equivocado.

Esta vasta ciudad de siete millones de habitantes, casi del tamaño de Londres, se está despedazando en una docena de ciudades, cada una de las cuales se convierte en un baluarte chií o suní fuertemente armado. Cada mañana trae su terrible cosecha de cadáveres. Muchos yacen en la calle durante horas, hinchándose bajo el calor de 49 grados C, mientras otros flotan en el río Tigris.

En junio, 1.595 cuerpos, a menudo torturados con un taladro eléctrico o por el fuego, fueron entregados a la morgue de Bagdad. En julio, la violencia fue mucho peor.

Se sabe que 3.149 civiles fueron asesinados en todo Iraq en junio, más en un mes que el número total de muertos en Irlanda del Norte en 30 años de violencia.

Dentro de este remolino, el presidente George Bush ha enviado 4.000 soldados estadounidenses adicionales en un esfuerzo por controlar la guerra civil en Bagdad (de modo absurdo, Bush y Blair rechazan la expresión “guerra civil”· a pesar de la carnicería sectaria demasiado obvia). Muchos distritos suníes asediados darán la bienvenida a los estadounidenses, pero la mayoría en Bagdad es chií y siempre ve a EE.UU. haciendo un juego político sectario a fin de reforzar su control imperial.

“Los estadounidenses no son intermediarios honestos,” me dijo un antiguo ministro. “Alternan su apoyo entre chiíes, suníes y kurdos a fin de servir sus propios intereses.” Las fuerzas de EE.UU. ya están atacando oficinas y arrestando a funcionarios de la principal milicia chií, el Ejército Mehdi, seguidores del clérigo radical nacionalista Muqtada al–Sadr. EE.UU. podría estarse sumando a, no terminando con, la guerra civil.

Llegué por primera vez a Bagdad, una de las grandes ciudades del mundo, en 1978, un año antes de que Sadam Husein asumiera el poder supremo. Nunca fue una ciudad hermosa, pero la consideré profundamente atractiva. Me sentaba cerca de la calle Abu Nawas Street en la ribera este del Tigris, que tiene 400 metros de ancho en ese lugar, comiendo mazgouf (pescado de río) hecho sobre fuegos de leña, y bebiendo arak, un licor hecho de dátiles.

Visitaba los negocios de libros de viejo en la calle al–Muttanabi, donde solía haber un mercado con polvorientos volúmenes antiguos en inglés y árabe expuestos en el suelo para la venta todos los viernes. En la casa de subastas al–Bagdad en el distrito al–Adhamiyah, compraba alfombras de elaborado diseño y arte religioso chií – primitivos pero impresionantes retratos de batallas, sufrimientos y traición.

Ya no. Los restaurantes de mazgouf a lo largo de Abu Nawas, donde solía sentarme por la noche tomando arak, están casi todos cerrados. Si reabren, resultaría peligroso si sirvieran alcohol. En mi hotel, habitado estos días sólo por periodistas extranjeros, apareció hace algunas semanas la policía local; afirmó que hablaba en nombre del Ministerio de Turismo, dirigido ahora por los islámicos, y exigió que no se continuara sirviendo alcohol. Incluso llegar a la calle Abu Nawas representa un peligroso desafío estos días ya que los soldados estadounidenses han sellado un extremo.

La última vez que fui, hablé con el alicaído propietario de un restaurante vacío que dijo que estaba tratando de abandonar el país. Agregó que los únicos clientes que había servido recientemente resultaron ser gángsteres que dispararon al aire cuando les llevaron la cuenta. Mostró con tristeza los agujeros de las balas en el techo de chapa de zinc.

Supongo que los libreros de al–Muttanabi aún están abiertos, aunque la última vez que visité el mercado, una parte se había incendiado después de ser alcanzada por un obús de mortero errante y aún ardía a fuego lento. Un anciano, que llevaba 20 años en el negocio de los libros, lloraba porque las llamas habían consumido todo su stock de libros sobre el folklore iraquí.

En todo caso, es demasiado arriesgado estos días ir a algún sitio cercano a al–Muttanabi. La calle sale directamente de al–Rashid Street, el corazón comercial de Bagdad bajo el régimen británico pero que ahora es un barrio marginado acosado por bandas criminales que pueden secuestrar a cualquier extranjero suficientemente loco como para aparecer en ese vecindario.

En cuanto a la casa de subastas al–Baghdadi, ha estado cerrada desde la invasión de EE.UU. en 2003. Al–Adhamiyah, el distrito en el que se encuentra, se ha convertido en un baluarte musulmán suní en el que las mezquitas llaman a los hombres a combatir si la policía de Bagdad, en su mayor parte chií, trata de penetrar. Mensajeros corren por las calles golpeando las puertas y exhortando a cada familia a enviar a uno de sus hijos con un fusil y munición a combatir la incursión chií. La gente local realizó hace poco una manifestación exigiendo la retirada de un batallón del ejército de mayoría chií de al–Adhamiyah y su reemplaza por una unidad suní.

La Bagdad que yo conocía se muere. Sin duda habrá una ciudad de ese nombre en las riberas del Tigris en el futuro. Pero su magia especial, el hecho que dio a la ciudad su encanto peculiar, era su compleja mezcla de chiíes, suníes y kurdos. Esa diversidad de culturas es lo que está desapareciendo. Pequeñas sectas cristianas, presentes en Mesopotamia desde el Siglo II después de Cristo, terminan ahora por dispersarse. Saben que son el objetivo tanto de los fundamentalistas islámicos como de secuestradores que piensan que los cristianos son ricos e indefensos, una combinación fatal en el Iraq actual.

Bagdad se suma a otras ciudades cosmopolitas en Oriente Próximo – Alejandría en Egipto, Esmirna en Turquía y Beirut en Líbano – que han sido desgarradas por la limpieza sectaria y étnica durante el siglo pasado.

Hay pocas líneas sectarias claras que dividan a las comunidades en Bagdad. Los chiíes dominan la ribera oriental del Tigris, con la excepción del baluarte suní de al–Adhamiyah. Al–Sadr City, antes llamada Sadam City, y antes de eso, al–Thawra, con una población de unos dos millones, es el empobrecido corazón chií de la capital iraquí y la base del Ejército Mehdi y de Muqtada al–Sadr. El servicio de inteligencia de Sadam Husein observaba a su ingente población con profundas sospechas.

Al otro lado del Tigris está al–Qadamiyah, un área chií venerable y centro de peregrinaje que fue otrora una localidad separada al norte de Bagdad pero que ahora ha sido absorbida por la ciudad. Los peregrinos viajan de todo el mundo chií para visitar el Khadimain, el lugar sagrado chií con su cúpula dorada, que contiene las tumbas de dos imanes chiíes. Siempre aprecié las calles llenas de negocios de oro y joyas que rodean el santuario, y la piadosa informalidad con la que los peregrinos pobres se sientan en el amplio atrio con su pavimento de mármol para dormir o para cocinar su alimento en pequeños hornillos.

No quiero idealizar el viejo Bagdad que ahora desaparece como centro de entendimiento y amistad multiétnicos. La ciudad tiene, al contrario, un pasado extraordinariamente violento. Fue fundada como una ciudad redonda por Abu Ja'far al–Mansur, el segundo califa abásida, en el año 762, en las fértiles riberas del Tigris, donde ese río se aproxima al Éufrates.

Ubicada al centro de las rutas comerciales entre Oriente y Occidente, se convirtió rápidamente en una de las ciudades más ricas del mundo. Sus lujosos palacios, barrios comerciales y muelles abarrotados fueron el telón de fondo de los cuentos de “Las mil y una noches”.

Los mongoles saquearon la ciudad en 1258, los otomanos la ocuparon durante siglos y los británicos durante algunas décadas. Los iraquíes tienen un arraigado sentido de su propia historia. Las diferentes comunidades tienen sus héroes y villanos. Hace dieciocho meses, 1.200 años después de la muerte del califa al–Mansur, pistoleros, probablemente chiíes, colocaron explosivos en su estatua cerca de la estación de ferrocarriles de Bagdad y la hicieron volar en pedazos.

Cuando visité Iraq por primera vez a fines de los años setenta, el futuro de la ciudad era promisorio. Los ingresos por el petróleo estaban en alza y la administración era efectiva. Estaban construyendo nuevas carreteras, puentes, hoteles, escuelas y hospitales en toda la ciudad. No reconocí de inmediato la crueldad del régimen porque había una pausa en la guerra de Bagdad con los kurdos, y Sadam recién ejecutó en 1979, el año después, a un tercio del Consejo de Comando de la Revolución y tomó el poder supremo.

Los periodistas extranjeros eran supuestamente vigilados de cerca, pero mi supervisor del Ministerio de Información, una figura amenazante en los informes de muchos corresponsales desde Iraq, se las había arreglado para no encontrarme en el aeropuerto y pasamos varios días buscándonos mutuamente. Iraq era todavía uno de los países más laicos en Oriente Próximo. En Basora, la principal queja entre los iraquíes respecto a los kuwaitíes era que cruzaban la frontera y se tomaban toda la cerveza de la ciudad.

Resultó que no estaba viendo una nueva alborada en Bagdad, sino sus últimos días de paz y normalidad. Dos años después, Sadam se lanzó a una desastrosa guerra contra Irán que duró hasta 1988. Sólo unas pocas bombas y misiles iraníes cayeron sobre la capital. Al principio continuó el maniático auge de la construcción, usando dinero prestado de los Estados petroleros árabes atemorizados por la revolución iraní. Abrieron grandes hoteles nuevos como el al–Rashid, Meridien Palestine e Ishtar Sheraton, con sus inmensas torres que se sobreponían encima de las palmeras.

Pero los jóvenes optimistas y bien educados que había encontrado cuando visité por primera vez el país estaban siendo reclutados por la fuerza en el ejército. El culto a la personalidad de Sadam Husein alcanzaba proporciones grotescas mientras retratos y estatuas del líder, vestido de todo, desde jeque beduino a montañés kurdo, eran erigidos en cada calle.

La apariencia física de Bagdad sólo comenzó a cambiar en 1991, durante las seis semanas de bombardeos con bombas y misiles de EE.UU. Las explosiones destruyeron puentes, centrales eléctricas y refinerías de petróleo. La mañana después de la caída de los primeros misiles, caminé a través de la niebla para ver un centro de telecomunicaciones que a primera vista parecía haber sobrevivido. Cuando llegué más cerca, pude ver que su interior era una masa de escombros.

Los misiles habían convertido el cuartel de la inteligencia militar en una torta de hormigón. Las tropas iraquíes que se retiraban de Kuwait veían una gran columna de humo negro petróleo que se elevaba de la refinería Dohra al sur de Bagdad desde una distancia de 48 kilómetros. A la ciudad se le acabó el combustible porque Sadam no había almacenado. Compré gasolina de un mercado negro cerca de Sadam City, pero estaba tan diluida con agua que mi coche se paraba a veces, lanzando bocanadas de humo negro y vapor blanco.

En apariencia, Bagdad se recuperó rápidamente de la Guerra del Golfo de 1991. La reconstrucción de puentes, centrales eléctricas y refinerías avanzó a una velocidad sorprendente. La maquinaria vieja fue ‘canibalizada’. Una de las cuatro chimeneas de la central eléctrica Dohra, muy visible desde el resto de Bagdad, fue reconstruida y pintada con los colores iraquíes. Sadam se regodeó en su megalomanía construyendo elaborados palacios y gigantescas mezquitas en toda la ciudad.

Pero la recuperación nunca fue tan completa como parecía. La guerra y las sanciones de Naciones Unidas empobrecieron implacablemente a la gente de Bagdad. La moneda se derrumbó. La mayoría de la gente trabajaba para el Estado, y el gobierno tenía poco dinero. Los profesores universitarios y los maestros en las escuelas pronto llegaron a ganar menos de 10 dólares al mes. Huyeron al extranjero o buscaban desesperadamente otros puestos de trabajo.

Pronto hubo millones de personas en Bagdad que vivían al borde de la pobreza. Vi a hombres parados en el mercado bajo el ardiente calor del verano para vender unos pocos platos o burdos muebles con chapa dorada. El crimen se hizo común. El gobierno comenzó a cortar las manos y las orejas de ladrones y a mostrar los resultados en la televisión. La sociedad iraquí se convirtió en un terrón de azúcar listo para disolverse en cuanto terminará el gobierno de mano de hierro de Sadam.

A pesar de ello, la ferocidad de los saqueos en abril de 2003, después de la huida de Sadam fue sorprendente. Los iraquíes, árabes y kurdos, siempre han saqueado cuando se podían salir con la suya. Pero la destructividad salvaje con la que ministerios, oficinas gubernamentales, museos e incluso hospitales fueron destrozados por los pobres de Bagdad fue como una revolución social. Fue como si se estuvieran vengando del Estado iraquí que los había oprimido durante tanto tiempo.

Visité el Museo de Historia Nacional Iraquí, donde los saqueadores se habían tomado la molestia de decapitar los modelos de dinosaurios de tamaño natural en el patio delantero. En el interior, utilizaron las culatas de sus fusiles para destrozar todas las vitrinas de cristal que contenían ejemplos de la flora y fauna iraquí en su entorno natural. Sólo perdonaron a un caballo blanco embalsamado, obsequiado (cuando estaba vivo) a Sadam por el rey de Marruecos.

En realidad, Bagdad nunca se recuperó de los saqueos. Durante semanas, los estadounidenses no hicieron ningún esfuerzo real por detenerlos. Sus generales creían su propia propaganda, que afirmaba que los problemas de Iraq provenían de Sadam Husein y de “terroristas” extranjeros enviados por Osama bin Laden o ayatolás iraníes. Un mes después de la caída de Bagdad, pude ver todavía a viejas camionetas blancas repletas de botín que pasaban sin ser obstaculizadas por los puntos de control de EE.UU. en camino a los mercados de Faluya y Ramadi.

Pronto Bagdad se llenó de edificios gubernamentales quemados. Los que pensaron que la ocupación significaba liberación fueron rápidamente desilusionados cuando EE.UU. se apoderó del complejo de palacios de Sadam y lo rebautizó la Zona Verde. Se convirtió instantáneamente en un símbolo de la conquista extranjera, con habitantes cuyo aislamiento de la triste realidad de Iraq era notorio. Ghazi al–Yawer, el presidente de Iraq nombrado por EE.UU. en 2004–5, observó cáusticamente: “La diferencia entre la Zona Verde y el resto de Bagdad es como aquella entre un safari–park y la verdadera selva.”

La cara física de Bagdad estaba cambiando de otra manera. En agosto de 2003, los primeros atacantes suicidas que conducían vehículos repletos de explosivos atacaron la embajada jordana y la central de la ONU en Canal Street. Nadie estaba seguro. Una y otra vez, filas de jóvenes, desesperados por encontrar trabajo, fueron atacados mientras esperaban en centros de reclutamiento para el ejército y la policía.

Fui a la central destruida de la Cruz Roja, protegida a medias por un muro de sacos de arena, donde había trabajadores parados en un cráter lleno de agua tratando de reparar una cañería rota. Casi cada edificio prominente fue atacado en uno u otro momento. El apartamento del Independent en el hotel al–Hamra terminó por ser destruido en noviembre de 2005, cuando dos atacantes suicidas trataron de romper el muro anti–explosiones de hormigón al exterior y casi lo lograron. Yo no estaba, pero mi colega Kim Sengupta fue cortado por trozos de cristal cuando la explosión destruyó su habitación.

La apariencia del centro de Bagdad cambió rápidamente por la campaña de ataques suicidas. Inmensos muro anti–explosión, hechos de bloques de hormigón que parecían inmensas tumbas grises, serpenteaban por la ciudad. Protegían todas las instalaciones de EE.UU. y del gobierno iraquí, así como hoteles y casas utilizados por extranjeros. Acordonaban calles y distritos, llevando a menudo a la desesperación de los comerciantes cuyos clientes ya no podían llegar a sus negocios. El hormigón bloqueó tantas calles que en el centro de la ciudad había una congestión permanente del tráfico. Un viaje de unos pocos kilómetros podía durar varias horas.

Los funcionarios estadounidenses y británicos se han quejado frecuentemente durante los últimos tres años de que los medios nunca informan sobre las buenas noticias desde Iraq. Por eso, vale la pena señalar que en julio de este año los embotellamientos en Bagdad ya no constituían un problema. Solía calcular 45 minutos de viaje desde mi hotel a la Zona Verde. Ahora lo puedo hacer en 15 minutos.

El mérito, sin embargo, es difícilmente del gobierno iraquí o de EE.UU. Las calles de Bagdad están sorprendentemente libres de coches y vehículos porque la gente está demasiado aterrorizada para salir o no se puede permitir el elevado precio de la gasolina – o han huido al exterior.

Iraq tiene una economía petrolera y la falta de combustible representa el insulto final. Incluso en los peores tiempos bajo Sadam, los iraquíes tenían gasolina, diesel y kerosén casi gratuitos. Por el fracaso en la mejora del suministro de electricidad desde 2003, casi todos en Bagdad han comprado un generador, aunque estos son frecuentemente pequeños. Ahora, el combustible para un generador de mediano tamaño cuesta entre 10 y 15 dólares al día – mucho más de lo que la mayoría de la gente se puede permitir. Por ello, tienen que vivir a oscuras. El agua es escasa porque la presión del suministro es baja y hay que bombearla.

No sé si volveré a Bagdad. La ocupación, la guerra sectaria y el colapso de la economía la han destruido. La mayoría de mis amigos han huido. Los pocos que se quedaron cuentan terribles historias de atrocidades.

Mis dos coches son a menudo los únicos en una calle que solía estar abarrotada. El gobierno en la Zona Verde está tan remotamente alejado de su propio pueblo como si estuviera en otro planeta. Bagdad podrá resurgir, pero será una ciudad diferente.


Una historia de guerra y paz

100 AC – Fundación de la ciudad de Ctesifón sobre las riberas del Tigris, a 20 kilómetros al sur del Bagdad de nuestra época, por los partianos. Se considera que era la mayor ciudad del mundo cuando cayó ante los ejércitos árabes islámicos en 637.

762. El califa al–Mansur crea la nueva ciudad de Bagdad. Durante 500 años, la capital abásida es el centro del saber, atrayendo a eruditos de todo el mundo. Los bagdadíes la llaman la Edad de Oro.

1258. En una de las peores matanzas generalizadas de una sola ciudad, los ejércitos mongoles saquean Bagdad y matan a hasta 800.000 personas. Su vital sistema de irrigación y las bibliotecas famosas en todo el mundo son destruidos, la ciudad nunca se recupera.

1534. Después de cerca de 300 años de inestabilidad y de un segundo saqueo por los ejércitos de Timur en 1401, el Sultán otomano Suleiman I se apodera de Bagdad. La ciudad florece en el período de paz subsiguiente.

1917. Bajo el teniente general Sir Stanley Maude, 600,000 soldados británicos entran a Bagdad después de derrotar a los ejércitos turcos. Después de sólo dos años, los iraquíes se sublevan y Gran Bretaña se ve involucrada en una violenta insurgencia.

1932. El rey Feisal I logra finalmente la plena independencia de Gran Bretaña, con Bagdad como su capital, a pesar de haber sido hecho Rey de Iraq en 1921. Bagdad se convierte en una ciudad de intrigas políticas debido a una serie de golpes realizados por los dirigentes militares, hasta que la monarquía termina por caer en 1958.

1970. Después de eliminar implacablemente a sus rivales, Sadam Husein se convierte en líder supremo. La riqueza del petróleo permite abundantes gastos en la infraestructura de su capital, que exhibe como un ejemplo del éxito de su régimen.

1991. Fuerzas dirigidas por EE.UU. bombardean Bagdad como reacción a la invasión de Kuwait por Sadam. Las sanciones de la ONU contra el régimen iraquí resultan en un rápido deterioro de la calidad de la vida en la capital.

2003. La invasión dirigida por EE.UU. provoca un nuevo y fuerte bombardeo de la capital. Después de la caída de la ciudad, se pierde gran parte de su patrimonio cultural en saqueos. Bagdad llega rápidamente a merecer el título de la ciudad más peligrosa del mundo.

2006 Después del atentado contra un lugar sagrado chií en la ciudad de Samarra, las comunidades suní y chií de Bagdad declaran en efecto una guerra civil entre ellas.


(*)Patrick Cockburn, desde 1979, ha sido corresponsal en Medio Oriente de The Independent y el Financial Times de Londres y es autor de “'The Occupation: War, resistance and daily life in Iraq”, que será publicado por Verso en octubre.

(**) Germán Leyens es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala (www.tlaxcala.es), la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft.