El Pentágono listo para
intervenir junto al
ejército turco
Por
Thierry Meyssan (*)
Red Voltaire, 03/11/07
El Pentágono ha planificado
una operación conjunto de sus fuerzas especiales y de sus homólogas
turcas contra los separatistas del PKK en territorio iraquí. Los
objetivos del ataque serían mucho más amplios que los anunciados:
fortalecer el poder militar turco ante los demócratas musulmanes del
AKP y eliminar a los dirigentes kurdos iraquíes que rechazan el
saqueo de su petróleo por parte de los anglosajones. Ante la amenaza,
los kurdos iraquíes se comprometieron ayer a poner fin a las
actividades del PKK en su región y adoptaron una ley regional sobre
el petróleo.
La conjunción de asuntos
petroleros y religiosos en Irak y Turquía pone en ebullición a la
clase dirigente en Washington. El Hudson Institute exhorta a una nueva
operación militar mientras que el Washington Post trata de obtener su
cancelación.
Para entender este enredo, que
puede explotar en cualquier momento, examinemos primero lo que está
en juego:
Contradicciones
políticas
La coalición anglosajona no
logra que el parlamento iraquí adopte su ley sobre el petróleo y los
diputados se han ido de vacaciones sin votarla. Pero esa ley es el
principal objetivo de la invasión de Irak y de su ocupación, que han
costado ya cerca de un millón de vidas. La ley legalizaría los
leoninos contratos preparados por un cártel de multinacionales del
que forman parte BP, Shell, ExxonMobil, Chevron y, en menos medida,
Total y Eni. Se autorizaría así el vaciado total de las reservas de
petroleras de Irak en los próximos años [1].
Los kurdos iraquíes son el
principal obstáculo político que enfrentan los anglosajones. En
efecto, estos ligaron su suerte a los anglosajones con la esperanza de
que estos últimos los ayudaran a crear un Kurdistán independiente
que posiblemente incluyera regiones de Turquía, Irán y Siria.
Manteniendo la ambigüedad, los
anglosajones recurrieron a los peshmergas (los combatientes kurdos)
para la toma de la ciudad de Kirkuk, durante la invasión de Irak
(2003). Los kurdos iraquíes piden por tanto que Kirkuk –su capital
histórica– sea vinculada a los distritos autónomos que actualmente
administran. Esperan disponer así del 40% de las reservas petrolíferas
de Irak y financiar su futuro Estado. Pero resulta evidente que la
coalición no tiene intenciones de permitir eso.
Mientras tanto, del otro lado de
la frontera occidental, en Turquía, se enfrentan los kemalistas y los
demócrata-musulmanes. En ocasión del proceso de elección del
presidente de la República por el parlamento, los kemalistas laicos
acusaron a los demócrata-musulmanes de hacerse los corderos cuando en
realidad querían imponer un Estado confesional islamista. Ningún
aspecto de la actitud del primer ministro Recep Tayyip Erdogan, ni la
del ministro de Relaciones Exteriores y candidato a la presidencia,
Abdullah Gul, confirma esa acusación que parece ser únicamente
resultado de la fantasía, a no ser que se trate realmente de una
acusación basada en sus intenciones. Pero, en Washington, esta polémica
no dejó de llamar la atención de los partidarios del choque de
civilizaciones que mantienen vínculos personales con Ankara [2].
Estos últimos, que no le han perdonado a Turquía el haberse negado a
abrir su espacio aéreo a las fuerzas de la coalición para invadir
Irak, ni las relaciones que mantienen con el gobierno palestino de
Hamas, tratan de arrastrar a Turquía en la realización de una
operación militar conjunta. Poco importa cuál sea, con tal de
fortalecer los vínculos entre Washington y Ankara.
La alianza entre Turquía y
Estados Unidos tiene, en efecto, una importancia esencial para
Washington. En caso de distensión de esos lazos, Washington perdería
no sólo el control de los estrechos que vinculan el Mar del Norte con
el Mediterráneo sino también una pieza clave en el Medio Oriente,
además de ser el principal oleoducto para la explotación del petróleo
del Mar Caspio. Sin embargo, diferentes estudios de opinión han
mostrado que un resentimiento «antiamericano» se está desarrollando
entre los turcos debido a la carnicería en Irak, pero sobre todo por
causa del apoyo pasivo de Estados Unidos a los separatistas kurdos del
PKK.
Es por eso que una operación
militar conjunta de Estados Unidos y Turquía contra las bases del PKK
en el Kurdistán iraquí permitiría responder a la expectativa de la
población turca, satisfacer al Estado Mayor turco, anclar a los demócrata-musulmanes
turcos del lado de la OTAN y, de paso, eliminar más o menos
discretamente a los dirigentes kurdos iraquíes que se oponen a la ley
sobre el petróleo.
Agitación
en Washington
La administración Bush empezó a
montar su operación en agosto de 2006. El Pentágono designó a
Joseph Ralston para coordinar las futuras operaciones contra el PKK.
Al general Ralston debía haber sido nombrado jefe del Estado Mayor
conjunto de Estados Unidos en el 2000, pero se le escapó el puesto
por causa de una relación de adulterio en la que incurrió 13 años
antes. Como premio de consolación fue nombrado comandante de la OTAN
hasta el año 2003. Al principio, su acción contra el PKK se resumió
sobre todo a pactar la venta de 30 aviones F16 al ejército turco en 3
000 millones de dólares y en negociar además un pedido del futuro
F35 en 10 000 millones de dólares, contratos que le reportaron
ingresos personales en su calidad de administrador del fabricante de
aviones Lockheed-Martin.
Después, en noviembre de 2006,
sin tener en cuenta la tregua surgida ya entonces, la administración
Bush envió una delegación de los departamentos de Estado, de
Justicia y del Tesoro en un periplo por las capitales europeas. El
responsable de la delegación estadounidense era Frank Urbancic,
coordinador adjunto para la lucha antiterrorista en el Departamento de
Estado y ex cónsul general en Estambul. Aquellos emisarios sugirieron
a los europeos la adopción de medidas bancarias y policiales ad hoc
para impedir que la diáspora kurda financiara al PKK. También
negociaron con los funcionarios del gobierno danés el cierre de Roj
TV, la televisión por satélite del PKK.
En aquel mismo momento, Matthew
Bryza, el hombre que supervisa la construcción de los oleoductos en
Asia por cuenta del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense, tomó
el control de las negociaciones para la incorporación de Turquía a
la Unión Europea. No se trataba en lo más mínimo de forzarle la
mano a Bruselas sino, por el contrario, de apaciguar a los turcos y de
dejar que las discusiones se prolongaran indefinidamente.
Esforzándose por ganarse la
simpatía de los generales kemalistas, Matt Bryza intervino ante el
Congreso, en su condición de consejero de la secretaria de Estado
Condoleezza Rice para los asuntos europeos y euroasiáticos, para
bloquear el proyecto de ley demócrata favorable al reconocimiento del
genocidio contra los armenios. Después hizo varias declaraciones en
apoyo al rechazo, por parte del Estado Mayor, del cese del fuego
unilateral que proclamara el PKK desde el invierno.
Simultáneamente, una
especialista en cuestiones turcas, Zeyno Baran, recibió sin la menor
discreción al jefe adjunto del Estado Mayor turco, el general Ergin
Saygun, en la sede del Hudson Institute. La misma especialista publicó
después, en Newsweek, un provocador artículo titulado «¿El próximo
golpe de Estado?». Aseguraba en el artículo que las negociaciones
para la entrada a la Unión Europea tenían una repercusión nefasta
sobre Turquía. En efecto, al exigir que el ejército turco se
sometiera completamente al poder civil, Bruselas estaba abriendo el
acceso de los islamistas al poder por la vía de las urnas. Un golpe
de Estado sería entonces la única solución para preservar la «democracia»
ante la sharia [3].
Mientras que el artículo
provocaba gran conmoción en Ankara, donde temían que Estados Unidos
derrocara nuevamente el régimen, el embajador Matthew Bryza emitía
un desmentido tras otro. Subrayó que el Departamento de Estado sentía
el mayor respeto por el gobierno de Erdogan y que nunca, pero nunca,
le había pasado por la mente la posibilidad de recurrir a la fuerza.
Desmentidos que acabaron
convenciendo a Ankara, pero que en Washington parecían una simple
distracción a aquellos que saben que Zeyno Baran es la amante del
embajador Matthew Bryza.
Washington guardó discreción
por varios meses, durante la controvertida elección presidencial y la
campaña con vistas a las elecciones legislativas. Pero el 13 de junio
de 2007, Zeyno Baran convocó a una reunión secreta en el Hudson
Institute, en Washington, en la calle 15, a dos cuadras de la Casa
Blanca. Entre los presentes estaban el agregado militar de la embajada
de Turquía, general Bertan Logarlaroglu; el director del Centro de
Estudios Estratégicos del Estado Mayor (SAREM), general Suha Tanyeri;
y Kubat Talabani, hijo del presidente iraquí Jalal Talabani.
Los invitados estudiaron un guión
de política-ficción: la presidenta de la Corte Suprema, Tulay Tugcu,
es asesinada; después, un atentado deja 50 muertos en Estambul. Un
comunicado del PKK reclama la autoría de ambas acciones y, en
represalia, 50 000 soldados turcos traspasan la frontera en el norte
de Irak para atacar las bases de retaguardia de los separatistas
kurdos. Los comandos turcos secuestran a los jefes militares del PKK,
Murat Karavilan y Cernil Bayik, y los llevan a Turquía donde serán
juzgados.
Luego que una filtración de
información revelara la realización de esa reunión, antes de las
elecciones legislativas, la presidenta de la Corte Suprema exigió
excusas, y las obtuvo; el presidente del parlamento, Bulent Arinc,
exigió vanamente explicaciones por parte del Estado Mayor; y el
primer ministro, Tayyip Recip Erdogan, calificó de «demente» el
escenario del Hudson Institute.
El 18 de junio de 2007, es el
Nixon Center el que organiza un debate público sobre la política
turca. Richard Perle, el papa de los neoconservadores, explicó allí,
con una sonrisa golosa, que aunque los demócrata-musulmanes no
representen realmente un peligro islamista, lo más sensato para
Estados Unidos sería fingir lo contrario y velar así por el
mantenimiento del poder de los militares, que pueden servir después
de instrumento para intervenir si hace falta en la vida política
interna. Desde ese punto de vista, prosigue Perle, la integración de
Turquía a la Unión Europea, que debería representar el fin del
poder militar, no sería conveniente en este momento.
Las elecciones legislativas del
22 de julio de 2007 arrojaron una amplia mayoría para los demócrata-musulmanes:
el partido Justicia y Desarrollo (AKP) obtiene el 46% de los votos y
341 de los 550 escaños. Al día siguiente, los principales tanques
pensantes estadounidenses interesados en la política turca se
preguntaban si sería o no necesario derrocar el poder civil en
Ankara.
El 24 de julio, Zeyno Baran reúne
de nuevo a su grupo de trabajo en el Hudson Institute, y el embajador
Matthew Bryza interviene el 26 de julio ante el muy sionista
Washington Institute for Near East Policy (WINEP). Un consenso se formó
entonces a partir de diferentes análisis: Estados Unidos tiene que
fortalecer la posición de los militares frente a los demócrata-musulmanes.
Para lograrlo, hay que organizar una operación conjunta contra el
PKK, operación que debe conducir a una victoria militar pero no a una
solución política definitiva.
Un proyecto de intervención
conjunta de las fuerzas especiales de ambos países es elaborada
entonces por el Pentágono y presentada, a puertas cerradas, a los
principales miembros de la Comisión de las fuerzas armadas del
Congreso. Pero algunos congresistas contrarios a esta nueva aventura
organizan una filtración, que toma la forma de un editorial de Robert
Novak en el Washington Post [4].
Los
medios de presión de Washington
Durante la guerra fría, Estados
Unidos controló estrechamente la vida política turca para que este
país, miembro de la OTAN, no cayese bajo la influencia soviética.
Para ello, EE.UU. se apoyó en los militares y en la extrema derecha
(Los Lobos Grises) y desarrolló una rama local de la red Gladio [5].
Para salvaguardar sus intereses, Washington organizó tres golpes de
Estado militares: en 1960, 1971 y 1980. Estados Unidos organizó además
la expulsión del presidente de la República Necmettin Erbakan, en
1997, no por que este fuera musulmán sino porque se había
pronunciado contre el imperialismo y el sionismo.
Estados Unidos no reaccionó
inmediatamente ante la injuria que el parlamento turco le infligió al
prohibirle el uso del espacio aéreo nacional en el ataque a Irak.
Pero multiplicó sus mensajes amenazadores dirigidos a los demócrata-musulmanes
a pesar del deseo de conciliación de personalidades como Abdullah
Gul.
El 17 de mayo, un atentado cobra
la vida de un juez del Consejo de Estado y deja heridos a otros más.
La prensa occidental mostró el hecho como un crimen más del «terrorismo
islámico». Sin embargo, para el gobierno civil se trataba de una
clara advertencia. El viceprimer ministro Mehmet Ali Sahin no vaciló
en declarar públicamente que el atentado había sido organizado
realmente por el Gladio reactivado y que existían nuevamente amenazas
de golpe de Estado militar [6].
En ese contexto, el escenario que
el Hudson Institute había estudiado, y que incluía un atentado
contra la presidenta de la Corte Suprema, sólo podía despertar
verdadera inquietud en Ankara.
Para enfrentar el separatismo
kurdo, Turquía tiene que actuar con mesura: tiene que reprimir al PKK
y ofrecer simultáneamente garantías de ciudadanía a sus kurdos. La
opinión pública apreciaría una acción contra las bases de
retaguardia de los separatistas en Irak, pero de extenderse dicha
operación a los kurdos iraquíes, Turquía se convertiría en un
Estado antikurdo y transformaría la cuestión separatista en una
guerra civil.
Hay que saber que Ankara no tiene
quizás la posibilidad de negarse a participar en los planes
estadounidenses. Para que las cosas estuvieran claras, el Pentágono
acompañó su proposición de operación militar conjunta con Turquía
de un telegrama dirigido al ministro de Relaciones Exteriores de
Israel. El mensaje propone reparar el oleoducto Kirkuk-Mosul-Haifa,
que permite la explotación del petróleo del norte de Irak sin tener
que pasar por Turquía [7]. De ser puesta en marcha, esta proposición
arruinaría los oleoductos turcos.
Es evidente que la negociación
sobre estos temas económicos no corresponde habitualmente al Pentágono
sino al Departamento de Estado. Razón por la cual ese telegrama debe
ser interpretado como la fusta o el bastón que constituyen la
contraparte de la zanahoria.
Los
repetidos errores de los dirigentes kurdos
Durante los últimos 50 años,
los dirigentes kurdos han cometido numerosos errores políticos. Por
largo tiempo persiguieron el espejismo de la constitución de un
Estado kurdo independiente. Pero, de ser creado, ese Estado abarcaría
territorios iraquíes, turcos, sirios e iraníes en los que se
encuentran los yacimientos petrolíferos más grandes de la región.
Así dispondría de un desmesurado poder que ninguno de sus vecinos,
ni ninguna de las grandes potencias, estaría dispuesto a admitir. A
partir de ahí, despertar esperanzas irrealizables resulta una
irresponsabilidad.
Aprovechando que el
desmembramiento del Imperio Otomano por el Tratado de Sevres, que les
promete además un Estado, en 1922 los kurdos proclaman un reino en el
norte de Irak, reino que los británicos disolverán dos años después.
En 1927, los kurdos forman la República de Ararat, al este de Turquía.
Pero los reincorporan a la fuerza a la nueva Turquía de Mustafa Kemal
Ataturk.
En 1946, emprenden un nuevo
intento, esta vez en territorio iraní y con apoyo de la URSS. Forman
la República de Mahabad. Es en ese contexto que Mustafa Barzani crea
el Partido Democrático del Kurdistán (PDK). Pero los soviéticos se
retiran de Irán, lo cual favorece a los anglosajones, y Teherán
reconquista la República.
Durante los años 70, Mustafa
Barzani negocia un status autonómico para el Kurdistán iraquí. En
1973, forja una alianza con Israel y planifica una rebelión contra
Bagdad para crear un segundo frente durante la «Guerra de Kipur».
Pero Kissinger, que teme una generalización de la guerra, anula la
operación en el último momento. Dos años después, alentado por
Estados Unidos, país al que se alía olvidando el pasado y el Irán
del sha, Barzani exige la independencia. Rechaza la mediación soviética
y organiza la rebelión contra Bagdad. Pero Estados Unidos cambia de
política y patrocina un acuerdo entre Irán e Irak sobre la cuestión
del petróleo y sacrificando a los kurdos. Más de 200 000 personas se
ven obligadas a tomar el camino del exilio. El propio Barzani huye a
Estados Unidos. Allí muere en 1979, dejando la presidencia del
partido a su hijo Masud. Al comentar estos hechos ante la Comisión
senatorial Pike, que le hace notar la crueldad de sus volteretas políticas,
Henry Kissinger declara: «No se debe confundir la acción clandestina
con un trabajo de misionario».
Es durante este período que
Jalal Talabani crea un partido competidor, la Unión Patriótica del
Kurdistán (UPK), con etiqueta de izquierda y lúcido en lo tocante a
Estados Unidos.
En el momento de la revolución
de Khomeiny en Irán, Estados Unidos arma al Irak de Sadam Husein para
destruirla. Durante la guerra (1981-88), los kurdos del UPK luchan por
Irak, mientras que los del PDK se mantienen indecisos. Sadam Husein
reprime todo intento de entendimiento con Irán, desencadenando contra
las poblaciones civiles la operación Anfal, de la que serán víctimas
cerca de 100 000 personas. Según la leyenda mediática, de la que más
tarde se hizo eco el Departamento de Estado, Sadam Husein utiliza
gases para eliminar a 5 000 kurdos en Halabja. En realidad, los
muertos de Halabja no fueron víctimas de la operación Anfal sino víctimas
colaterales de la utilización de gases de combate en el campo de
batalla [8]. El objetivo de la mentira era presentar la represión del
partido Baas como antikurda, cuando en realidad estaba ciegamente
dirigida contra toda la población sospechosa de traición. La
propaganda estadounidense buscaba convertir así un conflicto político
en conflicto étnico.
Luego de la operación «Tempestad
del Desierto», los anglosajones creen una zona de restricción de
vuelo en el norte de Irak, donde desarrollan un Estado kurdo de facto
dirigido por el PDK y el UPK, en distritos separados. También
mantienen una guerrilla en Turquía y, lo más importante, organizan a
los emigrados kurdos en Europa Occidental. Ejercen así una presión
permanente sobre Ankara, lo cual no desagrada a Washington.
En septiembre de 1998, los
anglosajones ponen fin a la ambigua situación que habían mantenido
durante 6 años. Obligan al PKK a suspender sus acciones contra Turquía
e imponen al PDK y el UPK un acuerdo político, simbólicamente
firmado en Washington.
Y para garantizar que la situación
no se les vaya de las manos, los anglosajones organizan una operación
conjunta CIA-Mossad-MIT para secuestrar a Abdullah Ocalan, que estaba
refugiado en Kenya, y trasladarlo a Turquía, donde será juzgado y
encarcelado.
Cuando los anglosajones invaden
Irak, el PDK del clan Barzani decide jugarse la carta de la
independencia rápida, mientras que el UPK de Jalal Talabani se
inclina por el federalismo. Wajeeh Barzani, hermano de Masud, quien
recuerda entonces a su partido que Estados Unidos no ha respetado
nunca su propia palabra en lo tocante al Kurdistán, muere el 6 de
abril de 2003. Un avión estadounidense bombardea «por error» su
convoy, escoltado por las Fuerzas Especiales estadounidenses, matándolo
a él y a sus guardaespaldas turcos mientras que la escoltada
estadounidense no sufre ni un herido.
El
tiempo apremia
La impaciencia reina en
Washington, donde a nadie le importan ni los kurdos ni los otros
pueblos de la región. A mediados de julio, al hacer el balance de la
«liberación» de Irak, durante una conferencia de prensa en la Casa
Blanca, el presidente Bush se quejó de que la ley sobre el petróleo
no haya sido adoptada aún [9]. Por su parte, la prensa anglosajona
deplora que los diputados iraquíes hayan podido poner fin a la sesión
del Parlamento e irse de vacaciones cuando se necesita que estén en
su puesto y mientras que los soldados estadounidenses están muriendo
por ellos.
Las condiciones están dadas para
que el Pentágono aseste un gran golpe. Algunos congresistas demócratas
se oponen a ello. Para evitar la catástrofe, ayer, 7 de agosto de
2007, el gobierno regional kurdo iraquí se comprometió por escrito
con Ankara a dejar de prestar protección al PKK en su territorio.
Simultáneamente, los kurdos iraquíes votaron de forma urgente una
ley regional sobre el petróleo que, sin satisfacer a las grandes
compañías petroleras occidentales, al menos preserva sus ambiciones.
Notas:
(*)
Periodista y escritor, presidente de la Red Voltaire con sede en París,
Francia. Es el autor de La gran impostura y del Pentagate.
[1] «L’Irak occupée cédera-t-elle
son pétrole aux «majors»?», por Arthur Lepic, Réseau Voltaire, 20
de junio de 2007.
[2] «La "Guerre des
civilisations"» y «Le FPRI et Robert Strausz-Hupé» , por
Thierry Meyssan, Réseau Voltaire, 4 de junio y 24 de septiembre de
2004.
[3] «The Coming Coup d’Etat?»,
por Zeyno Baran,Newsweek, edición del 4 diciembre de 2006.
[4] «Bush’s
Turkish Gamble», por Robert D. Novak, The Washington Post, 30 de
julio de 2007.
[5] Ver Les Armées Secrètes de
l’OTAN, por Daniele Ganser, Editions Demi-lune, agosto de 2007.
[6] «Attack
traces to a Gladio-like organization», por Erdel Sen, Zaman, 24 de
mayo de 2006.
[7] «US
checking possibility of pumping oil from northern Iraq to Haifa, via
Jordan», por Amiram Cohen, Haaretz, 1º de agosto de 2007.
[8] «Huit légendes médiatiques
sur l’Irak», por Jack Naffair, Réseau Voltaire, 13 de marzo de
2003.
[9] Conferencia de prensa del
presidente Bush, Casa Blanca, 12 de julio de 2007. Ese mismo día se
distribuye en el Congreso el Initial Benchmark Assessment Report.
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