Medio Oriente

 

Normalización árabe–israelí y globalización capitalista en Oriente Medio

Jordania y la estrategia sionista en el Mundo Árabe

Por Ibrahim Alloush (*)
Al-Sawt al-Arabi al-Hurr (La Voz Árabe Libre), 29/12/01
Traducido y publicado por CSCAweb

La estrategia de desintegración que se está poniendo en práctica en Oriente Medio se ha convertido en una cuestión de la máxima actualidad a causa de dos factores interrelacionados que se entrecruzan y refuerzan mutuamente en sus causas y efectos. El primero de ellos está relacionado con el interés general del sionismo, mientras que el segundo tiene relación con la globalización.

En lo que respecta al primer factor, tiene su origen en una realidad objetiva por la cual la seguridad real de Israel no puede darse a largo plazo si no se destruye la identidad árabo–islámica regional o si siguen existiendo en la región Estados o entidades árabes relativamente grandes. La seguridad real del Estado sionista requiere la transformación de la identidad civilizacional de la región en una identidad medio–oriental, así como la transformación de sus estructuras políticas y sociales en un mosaico localista y dividido en reinos de taifas particulares. Por ello, la seguridad del Estado sionista a largo plazo requiere la puesta en práctica de un proyecto de desintegración con el objeto de crear un vacío regional que permita a la entidad sionista jugar en el terreno político, económico, cultural, y de la seguridad el papel de poder imperial que tanto desea para sí.

Por otro lado, el proyecto sionista de desintegración coincide con el proyecto de globalización capitalista, cuyos límites vienen impuestos por la multinacionales y las instituciones internacionales, caso del Banco Mundial o el FMI y la OMC. Las manifestaciones más evidentes en el terreno político del proceso de globalización se observan en el debilitamiento de la soberanía nacional de todos los países, así como el debilitamiento generalizado de los países del Tercer Mundo. Está claro que los fervorosos llamamientos a favor de la libertad ilimitada de movimiento de mercancías, de los servicios, y del capital, no son en esencia más que llamamientos contra las limitaciones impuestas por diversas naciones sobre el comercio, la explotación de los recursos o los medios de comunicación.

En su edición del 19 de noviembre de 2001, el Washington Times aseguraba que el rey Abdallah II [de Jordania] había iniciado una misión de paz secreta que tendría como objetivo obtener garantías públicas de un buen número de regímenes árabes en el sentido de que Israel sería aceptado como un país más en la región y se integraría en la misma. Por su parte, el presidente Bush se comprometió a apoyar la iniciativa, pero únicamente en caso de que tuviera éxito. El objetivo de la iniciativa en cuestión sería obtener una declaración oficial en la que todos los países árabes se comprometerían a "reconocer y favorecer la integración" [de Israel en la región], así como de que ofrecerían garantías de seguridad colectiva al Estado sionista, desde el Norte de África al Golfo.

El propio Washington Times añadía, en otra noticia publicada desde Londres, que la postura adoptada por el monarca [jordano] en lo tocante al conflicto en Oriente Medio en el transcurso de una entrevista radiofónica emitida durante su visita al Reino Unido, se diferenciaba de la acostumbrada postura defendida por otros dirigentes árabes que habían multiplicado sus críticas contra Israel, como por ejemplo el presidente [egipcio] Hosni Mubarak. Igualmente, se destacaba el hecho de que la postura del monarca jordano se distanciara de quienes postulan que la solución del problema del terrorismo mundial pasa en primer lugar por una resolución del conflicto árabe–israelí, todo ello "a pesar de que los terroristas se aprovechan de este conflicto como pretexto para cometer sus crímenes", según afirmó el monarca jordano, Abdallah II.

El mismo periódico aseguraba que el rey Abdallah se hallaba lejos de la acostumbrada creencia árabe de que Israel es la única responsable de la crítica situación actual, al afirmar que "debemos abandonar la violencia contra nuestros vecinos", o que el Estado palestino únicamente se creará cuando Israel reciba las garantías oficiales necesarias desde el lado árabe, y que "este compromiso aún no se ha cumplido en su totalidad"; o que el anuncio de las mencionadas garantías por parte árabe deberá establecer las bases sobre las que se asienten la seguridad e integración de Israel en la zona. Añadía a continuación el periódico que la idea de la integración de Israel en la región sigue siendo tabú para la mayor parte de países árabes, incluso para aquellos que han firmado acuerdos de paz [con Israel], como es el caso de Egipto. El diario aseguraba que existían indicaciones de que la oposición más significativa a la idea del "reconocimiento y la integración" israelíes proviene de Siria e Iraq.

¿Qué significado tienen las garantías de seguridad árabes hacia el Estado sionista en un momento en el que este último disfruta de una superioridad militar, económica, política, y mediática sobre los países árabes, con su armamento nuclear, o con la influencia del movimiento sionista mundial? ¿Quién amenaza a quién? ¿Quién ocupa las tierras de quién? ¿Quién asesina y desahucia?

A pesar de todo esto, la obsesión por la seguridad domina el pensamiento político sionista, así como la política occidental para la región. Por ejemplo, todo candidato a la presidencia en EEUU se compromete en su programa electoral a [mantener] la seguridad del Estado de Israel para poder seguir en la carrera presidencial. La seguridad no se entiende en su significado limitado, es decir, en el sentido del mantenimiento de la seguridad personal para los ciudadanos que viven en el Estado sionista en caso de que se produzca un atentado u otro tipo de operaciones (pese a su importancia), sino en un sentido estratégico: ese es el significado verdadero de la palabra "seguridad".

Por ello, a pesar de la superioridad estratégica cualitativa del Estado sionista frente a los países árabes a corto plazo (superioridad entendida en el sentido tradicional del término), y teniendo en cuenta los elementos constitutivos de su fuerza tecnológica, económica, militar, y política, todo ello no es suficiente para garantizar la seguridad [de Israel] a largo plazo, si entendemos el término "seguridad" como la capacidad del proyecto sionista de vivir en un entorno que le es extraño cultural, política, e históricamente, independientemente de los instrumentos de respiración asistida que le proporcionan los países occidentales. En este contexto, la superioridad sionista no nace de sí misma, sino que proviene del exterior. Por consiguiente, la capacidad del proyecto sionista de seguir adelante está directamente relacionada con su capacidad para cambiar el entorno que le rodea, es decir, para transformar el entorno árabe de un modo que permita al proyecto sionista llevar una vida independiente. De ahí la relación existente entre el concepto sionista de "seguridad" y el concepto de "integración regional" mencionado con anterioridad. El proyecto sionista es como un pez de agua dulce para el que el colonialismo hubiera pretendido una vida en un ambiente salado, en este caso un entorno árabe: un recipiente artificial. De manera que, caso de que dicho entorno fuera incapaz de expulsar al pez de agua dulce y de que el pez quisiera imponer su presencia en el entorno y alimentarse a costa del mismo, debería entonces cambiar la naturaleza propia del ambiente, rebajando su nivel de salinidad, y exterminando a los peces más grandes que viven allí para gobernar. La seguridad que verdaderamente pretende conseguir el proyecto sionista no existe pues sin dos cosas:

1) La extinción de la identidad civilizacional de la región y su transformación de identidad árabe en una identidad medio–oriental. El Estado sionista será siempre una entidad extraña en el entorno árabo–islámico, pero podría sin embargo naturalizarse en un Oriente Medio con menos sales árabes e islámicas.

2) Acabar con los grandes Estados árabes del entorno, con el objetivo de eliminar los obstáculos existentes en la zona, siendo indudablemente Egipto, Siria, y Arabia Saudí los principales países árabes de los que hablamos, por ser los países que dirigen el proceso de toma de decisiones árabes a nivel oficial desde la segunda Guerra del Golfo..

El mapa del "Nuevo Orden Regional" es un viejo trazado norteamericano–sionista, cuya existencia se intuye ya en varios documentos, como por ejemplo en un documento traducido del hebreo al inglés por el profesor de química Israel Shahak en 1982 en la revista Kfanim (Tendencias). El documento refleja la postura oficial de la Organización Sionista Mundial (OSM). En dicho documento se habla de la necesidad de dividir a los países árabes grandes (como por ejemplo Egipto, Siria, Iraq, o Arabia Saudí), y del establecimiento de un Estado que sustituya a la actual Jordania. En dicha estrategia, la idea de la disgregación [de los Estados árabes] se sostendría sobre la explosión de luchas intestinas entre diversas facciones y etnias, o avivando las disputas regionales como es el caso de Jordania.

Lo cierto es que dicho documento y otros similares sustentan la conclusión más lógica que cabe extraer [de los mismos], a saber: que las políticas norteamericana y sionista tienen como objetivo explotar el chovinismo y las tendencias localistas de nuestros países, como se ha evidenciado en el modo en que el Congreso norteamericano ha actuado en relación con la cuestión copta en Egipto, o el modo en que la cuestión kurda ha influido a la hora de tratar con Iraq, pero no con Turquía.

Disgregación y globalización

La estrategia de desintegración que se está poniendo en práctica en nuestros países se ha convertido en una cuestión de la máxima actualidad a causa de dos factores interrelacionados que se entrecruzan y refuerzan mutuamente en sus causas y efectos. El primero de ellos está relacionado con el interés general del sionismo, mientras que el segundo tiene relación con la globalización.

En lo que respecta al primer factor, tiene su origen en una realidad objetiva por la cual la seguridad real del Estado [sionista] no puede darse a largo plazo si no se destruye la identidad árabo–islámica regional o si siguen existiendo en la región Estados o entidades árabes relativamente grandes. La seguridad real del Estado sionista requiere la transformación de la identidad civilizacional de la región en una identidad medio–oriental, así como la transformación de sus estructuras políticas y sociales en un mosaico localista y dividido en reinos de taifas particulares. Si la tierra sigue siendo árabe, entonces no hay sitio para una entidad llamada "Israel" en ella. Pero si la identidad regional se transforma en medio–oriental, la presencia anómala de Israel en la misma se normalizaría.

Por ello, la seguridad del Estado sionista a largo plazo requiere la puesta en práctica de un proyecto de desintegración con el objeto de crear un vacío regional que permita a la entidad sionista jugar en el terreno político, económico, cultural, y de la seguridad el papel [de poder] imperial que tanto desea para sí, así como un entorno natural en el que Israel pueda crecer con fuerza y vitalidad por medio de la transformación de lo que es una amenaza tolerable en un entorno en el que pueda vivir.

Por otro lado, el proyecto sionista de desintegración coincide con el proyecto de globalización [capitalista], cuyos límites vienen impuestos por la multinacionales y las instituciones internacionales, caso del Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio. Las manifestaciones más evidentes en el terreno político del proceso de globalización se observan en el debilitamiento de la soberanía nacional de todos los países, así como el debilitamiento generalizado de los países del Tercer Mundo. Está claro que los fervorosos llamamientos a favor de la libertad ilimitada de movimiento de mercancías, de los servicios, y del capital, no son en esencia más que llamamientos contra las limitaciones impuestas por diversas naciones sobre el comercio, la explotación [de los recursos] o los medios de comunicación. Igualmente, es evidente que los ataques ideológicos que han lanzado los vendedores de la globalización contra los Estados nacionalistas y sus proyectos, conducirán (caso de tener éxito) a la prominencia de dos tendencias fragmentarias en los países del Tercer Mundo, puesto que las entidades nacionales en cuestión han iniciado el proceso de globalización desde una posición considerablemente más débil que sus vecinos occidentales.

La primera de dichas tendencias fragmentarias es una corriente supranacional que exige la construcción de un proceso de globalización total bajo el discurso generalista de "lo humanitario", como por ejemplo es el caso de los derechos humanos, la equidad en el comercio exterior, de [la explotación de] los recursos extranjeros, etc. En cuanto a la segunda de las tendencias mencionadas (que necesariamente contribuirá a que se acentúe la debilidad de los Estados nacionales y el sentimiento de pertenencia nacionalista sobre la cual se sustentan dichos Estados), se trata de una tendencia carente de identidad nacional, lo cual necesariamente se traduce en el desarrollo de tendencias localistas y etnicistas; de ahí la observación anteriormente apuntada sobre el hecho de que el plan sionista de disgregación del Mundo Árabe en entidades más pequeñas guarda relación con las manifestaciones políticas de la globalización en los países del Tercer Mundo y de que los intereses de las empresas multinacionales exigen el debilitamiento de la soberanía nacional en términos generales, y muy especialmente de la soberanía en los países del Tercer Mundo, todo ello con el objetivo de la adquisición de materias primas, mano de obra barata, y de tener a su disposición mercados sin ningún tipo de limitación.

En este proceso histórico, los países árabes acudieron a la Conferencia [de Paz árabe–israelí] de Madrid [de 1991] dando forma, tanto de palabra como activamente, al eslogan de "La paz como opción estratégica". La toma de decisiones políticas sigue estando en el entorno árabe dominada por las opciones de los países que firmaron la Declaración de Damasco [1]: Siria, Egipto, y Arabia Saudí. A comienzos de los noventa, estos países se apresuraron (aunque en diversos grados) a dar los primeros pasos en el camino de las negociaciones y la normalización, un proceso que fue tomando forma en diversas conferencias económicas medio–orientales que tuvieron lugar en Amán, El Cairo, y Casablanca. Todas estas condiciones favorables prepararon el terreno político que conduciría a la firma de los Acuerdos de Oslo y Wadi Araba [2], así como de otros pasos hacia la normalización entre el sionismo y los países del Magreb árabe o los países del Golfo. Al tiempo que se completaba la construcción de este nuevo aperturismo con Israel, se consolidaba el embargo contra Iraq. El embargo, como es sabido, es un embargo mantenido oficialmente en el ámbito árabe e islámico. Si los ejes sustentantes del mismo en el sistema árabe quisieran, el embargo ya se habría levantado, como de hecho hicieron los países africanos en el caso del embargo contra Libia. Pero la decisión adoptada por el mundo árabe era, y sigue siendo, favorable al mantenimiento del embargo contra Iraq, a pesar de que el embargo debilita incluso a quienes pretenden negociar con Israel.

Lo importante es que a mediados de los noventa los países árabes se dieron cuenta de que el proyecto de paz israelí era una especie de prolegómeno previo a la realización de un proyecto sionista hegemónico, todo ello a la sombra de lo que se dio en llamar el "Nuevo Orden Regional". Los países árabes descubrieron que lo que se les pedía era que se quedaran al margen y abandonaran su papel regional para dar paso a la imposición de las condiciones sionistas. Egipto se apercibió de este proyecto de desintegración, y la prensa del país empezó a prestar más atención a la cuestión. Con la llegada de Netanyahu al gobierno en calidad de primer ministro en Israel y la adopción por parte de la Administración Clinton del plan sionista en su totalidad, los Estados regionales árabes se encontraron de repente en el brete de tener que adoptar una postura defensiva, viéndose obligados a adoptar una serie de medidas preventivas. Se detuvo entonces la marcha del proceso normalizador y se adoptaron posturas defensivas más fuertes en las negociaciones con Israel así como frente a la política norteamericana en la región, pese a que todo ello ocurrió dentro de unos límites muy bien pensados, con el objetivo de mejorar las condiciones de la relación con el bando norteamericano–israelí y llegar a una situación de mayor comodidad con el proyecto [israelí–norteamericano], incluso para encontrar un mejor acomodo al mismo.

Esta contradicción de intereses entre los países árabes por un lado, y la política norteamericana y sionista por otro, crearon un espacio vital muy amplio para que se produjera una revitalización de las fuerzas opuestas al sionismo en el ámbito popular en la región, con el Hizbollah libanés a la cabeza, o el movimiento anti–normalización en Jordania, Egipto, y el mundo árabe en general [3]. Igualmente, tras el fin de la segunda Guerra del Golfo, los líderes del mundo árabe comenzaron a frenar el proceso de normalización que podían llevar a cabo los países árabes más pequeños. Reflejo de todo ello fue, por ejemplo, el fracaso de la cuarta cumbre económica medio–oriental celebrada en Doha. Igualmente, la victoria en el sur de Líbano [sobre Israel] no hubiera sido posible de no haber contado con el apoyo oficial de Siria, Egipto, y Arabia Saudí. La fuerza de oposición a la penetración israelí pudo aprovecharse de esta contradicción de intereses entre los países árabes y el frente sionista–norteamericano, que pretende seguir desarrollando su proyecto por medio de la fragmentación y que debe empezar a dejar al margen a los países árabes más importantes en la zona.

Pero lo anterior no debe arrastrarnos a hacer falsas conjeturas. Aún con todo, estos países utilizan la cuestión de la resistencia frente a la normalización únicamente como un elemento táctico dentro del contexto de su limitado enfrentamiento con el proyecto [sionista], para no ser derrocados. Si estos países fueran una vía principal para la transformación del equilibrio de fuerzas con Israel, romperían entonces el embargo que se mantiene contra Iraq en un momento en el que Iraq está siendo presionado para que acepte la naturalización y nacionalización de [refugiados] palestinos [4].

Por esta razón, los países árabes que lideran el sistema han hecho fracasar el proyecto de desintegración que conduciría a la ruptura del embargo contra Iraq; las propias especulaciones sobre los intereses regionales que hacen que, por ejemplo, Qatar desee un debilitamiento de la presión de la hegemonía saudí en el Golfo, son precisamente las que siguen haciendo obligatorio el mantenimiento del embargo oficial árabe contra Iraq, aún cuando las últimas acciones de Sharon y el soporte que le brinda EEUU hayan abierto horizontes más amplios que permitan un tímido avance hacia el debilitamiento del embargo contra Iraq. Es cierto que Egipto y Siria son copartícipes de la obstinación demostrada por el Estado argelino de marcar distancias frente al mantenimiento del embargo (si bien el honor le corresponde inicialmente al pueblo argelino). Pero por lo que respecta a la resistencia formal frente al mencionado proyecto (aunque solo fuera por razones tácticas), ha de comenzar por la ruptura inmediata del embargo contra Iraq, particularmente cuando se está volviendo a poner sobre la mesa el proyecto de desintegración de Iraq según declaraciones de algunos responsables occidentales y sionistas.

El proyecto de construcción de un Estado palestino independiente no se opone necesariamente al proyecto de ese Nuevo Oriente Medio siempre que esto ocurra sobre la base de la integración del Estado sionista en el entorno árabe y no sobre las bases de una evacuación [militar] incondicional sionista de Gaza y Cisjordania, cuestión ésta que constituye el principal objetivo de la segunda Intifada. Dentro del contexto de ese Nuevo Oriente Medio, un Estado palestino se convertiría simplemente en parte integrante del mosaico regional y sería un terreno propicio para el avance de la penetración sionista en la zona. En este contexto, es evidente que los Acuerdos de Oslo entre palestinos e israelíes incluyen toda una serie de artículos relativos al libre acceso del Estado sionista a los mercados árabes. Lo mismo se evidencia en las declaraciones del embajador israelí en Amán, David Dadon, según recoje la agencia France Press el pasado 26 de octubre de 2001: "Solamente el día en que se cree un Estado palestino independiente dicha soberanía abrirá las mentes y los corazones de todos los pueblos árabes para que concedan legitimidad al derecho del pueblo judío a tener un Estado propio (). Si queremos gozar de legitimidad, entonces tenemos que reconocer que tal legitimidad va pareja a la creación de un Estado palestino".

La derecha israelí, representada por el Likud, a causa de sus estrechas miras en lo político y de un paroxismo bíblico que le ha llevado a creer que el control directo sobre trozos de algunos barrios habitados en Hebrón (Cisjordania) tiene más importancia incluso que el avance del proyecto medio–oriental en el plano vital, sigue chocando no ya con el Partido Laborista y otros, sino con las elites gobernantes en Occidente, a quienes también les interesa que el proyecto sionista avance hacia una etapa más defensiva. Consecuentemente, las convulsiones de la derecha [israelí] y su insistencia por mantener las viejas fórmulas del proyecto sionista (es decir, otorgar la primacía al ejercicio de la soberanía directa sobre la tierra frente al sacrificio de algunos territorios con el objetivo de mantener el control político, cultural y económico en su entorno vital), han empezado a ser un obstáculo para el propio proyecto medio–oriental. El populismo de la derecha se alimenta de los votos de electores sionistas que por un lado se pavonean y presumen de su fuerza, y por otro muestran su temor por la seguridad entendida exclusivamente en sentido individual, y no en sentido estratégico. En consecuencia, la escalada de atentados suicidas y de operaciones militares en Palestina contribuirá a debilitar el arranque del proyecto medio–oriental. Este punto explica la tajante insistencia europea y norteamericana sobre la necesidad de que Arafat adopte medidas definitivas para que se detengan las operaciones militares cada vez que se produce una escalada [violenta], antes de que se reinicie cualquier tipo de negociación.

Jordania y el proyecto medio–oriental

No podemos ver la estrategia sionista respecto a Jordania como una cuestión aislada del entorno árabe general, o de lo que Israel considera su entorno vital. El documento de Kfunim anteriormente mencionado afirma, en lo tocante a Jordania, lo siguiente:

"Jordania constituye un objetivo estratégico inmediato a corto plazo, no a largo plazo. Jordania no representa un peligro serio a largo plazo, después de su desintegración y de que se transfiera el poder a los palestinos. No existe ninguna posibilidad de que Jordania siga manteniendo su composición actual durante mucho tiempo. La política de Israel, en la guerra y en la paz, debe conducir a la eliminación del sistema jordano actual y la transferencia del poder hacia la mayoría palestina [que vive en Jordania]. La transformación del sistema en la otra orilla del Jordán [Transjordania] solucionaría el problema de las áreas superpobladas en Cisjordania, que tendrían Jordania a su disposición, mientras que Cisjordania quedaría a disposición de la población judía. Habría entonces un nivel de paz y de convivencia verdaderas, pero solamente cuando los árabes comprendan que, sin un gobierno judío entre el Mediterráneo y el Jordán, no tendrán seguridad ni podrán vivir [en paz]; si quieren un Estado y si quieren seguridad, lo tendrán únicamente en Jordania".

La cuestión de la que nadie habla es que ese tropiezo que en última instancia se ha dado en llamar proceso de paz, parcialmente tiene su origen en la imposibilidad de llevar a cabo el proyecto de disgregación por el que inicialmente había apostado el sionismo. Dicho proyecto, presentado ocasionalmente bajo la etiqueta de un Nuevo Oriente Medio, es el proyecto de la paz verdadera por lo que al sionismo respecta. Un proyecto que seguirá representando un peligro emergente reforzado por las presiones de la globalización.

A pesar de todo, el sistema jordano considera que uno de los logros políticos más importantes consecuencia de la firma del tratado de Wadi Araba fue la declaración oficial israelí de que "Jordania no es Palestina"; es decir, el compromiso de que Israel abandonaría el proyecto de establecer un Estado palestino en Jordania. Pero, aún cuando quisiéramos pasar por alto la cuestión de la credibilidad de los compromisos contraídos a nivel estatal en general, y aún cuando el Estado sionista se haya comprometido mediante una serie de acuerdos concretos, teniendo en cuenta que los estados están comprometidos con sus intereses estratégicos y no con lo que prometen, la principal duda que le queda a uno sobre si creer o no la promesa sionista surge de la contradicción existente entre la realidad de lo que se ha dado en llamar una "operación de reajuste" y la determinación (dentro de esta operación) con la que los bandos sionista y norteamericano pretenden resolver la cuestión de los refugiados. Cabe observar en este punto que los acuerdos de Wadi Araba dejaron la cuestión de los refugiados sin resolver, posponiendo la cuestión para negociaciones posteriores. Es decir, que se dejó la puerta abierta para la naturalización y nacionalización de los refugiados [palestinos] en Jordania, y en consecuencia para el establecimiento de un Estado palestino en Jordania.

Lo cierto es que el mero reconocimiento del Estado de Israel –tal y como afirmaba el embajador israelí Dadon en las declaraciones citadas– y del proyecto del colonialismo sionista en Palestina, dejaría sin solución el problema de los refugiados palestinos, especialmente teniendo en cuenta que existe una especie de consenso desde la posición sionista al respecto y de que el equilibrio de fuerzas no obligará al movimiento sionista a admitir el derecho al retorno más que de un modo formal. Más bien al contrario: el debate dentro del propio sionismo sigue girando alrededor de las posibles vías de librarse de los árabes que aún viven entre ellos. En esencia, se trata de proponer toda una serie de opciones para solucionar el problema de los refugiados, a la cabeza de las cuales se encontraría el proyecto de su naturalización. Sin embargo, la naturalización, en un país como Jordania, dejaría abierta las puertas a la creación de un Estado alternativo [al actual], al tiempo que estallarían toda una serie de tensiones regionales que amenazarían la seguridad y la estabilidad de los sistemas y estados de la región. Líbano insiste en rechazar la naturalización por razones similares a las expuestas, pese a que la presión es menor que en Jordania debido al aumento de la proporción de palestinos que residen en Jordania comparado con el Líbano [5].

El proyecto de naturalización–normalización–segmentación como un todo interrelacionado constituye, por lo tanto, el cuerpo de los que denominamos el proyecto medio–oriental. Esta es la forma que necesariamente adoptará el proyecto de reajuste mencionado, teniendo en cuenta el equilibrio de fuerzas actual. De todo lo anterior se deduce que la concesión desde todo el entorno árabe de garantías de seguridad a Israel y el proceso de "integración" del Estado sionista dentro de la región, representan un peligro para todos los países y habitantes de la región y muy especialmente para Jordania, con o sin un Estado palestino. Igualmente, una de las condiciones para que el proyecto de "integración" tenga éxito es exportar el problema de los refugiados palestinos hacia los países árabes, cuestión que hace temblar a la estabilidad del sistema jordano más que ninguna otra.

A pesar de todo, resulta que Jordania se convirtió en la anfitriona de un congreso semi–secreto en el hotel Moven Pick (situado a orillas del Mar Muerto) sobre la cuestión de los refugiados, según publicaba la revista al–Usbu' al–Arabi el 3 de abril de 2000. En el encuentro participaron cuarenta representantes de 12 países diferentes (entre ellos Egipto, Jordania, Japón, EEUU, Suecia, Suiza, Francia, India, Holanda, Israel y la Autoridad Palestina). El congreso tenía por nombre "La dimensión humanitaria del problema de los refugiados". Los participantes sionistas enfatizaron la necesidad de que "la cuestión se mantuviera estrictamente dentro de los límites humanitarios". De ahí que hicieran hincapié en la "situación humanitaria de los refugiados palestinos en Líbano" y su predisposición a participar en las iniciativas que promuevan una mejora de su situación. Situar la cuestión de los refugiados exclusivamente dentro de su dimensión humanitaria no equivale sino a imponer el proyecto sionista, cuya base es la naturalización [de los refugiados] en lugar del retorno. ¿Qué significado tiene la celebración en Jordania de un congreso únicamente bajo presupuestos humanitarios, más que el hecho de rendir pleitesía a dicho proyecto, aún cuando algunos de los artículos que se presentaron a lo largo del congreso no iban en esa dirección precisamente?

Por lo que respecta a la economía, la visión norteamericana con respecto a Jordania es clara: ser un espacio propicio para el avance del rodillo israelí y las multinacionales frente a los países árabes vecinos.

Para confirmar la aseveración anterior, traduciré a continuación una parte de un informe de la Embajada norteamericana en Amán dirigido a empresas norteamericanas distribuidas por todo el planeta, que versa sobre la actual situación económica de Jordania y las oportunidades de inversión en el país. El informe está disponible para cualquiera en desee leerlo en la página web de la Embajada norteamericana en Amán, bajo el título de "Guía comercial por países: Jordania" (Commercial Country Guide: Jordan). El informe se publica con carácter anual. Me remitiré sin embargo al informe de 1998 porque contiene toda una serie de informaciones relevantes que no están presentes en los informes elaborados posteriormente, en lo concerniente a la estrategia general que las empresas norteamericanas han de seguir en Jordania. El mencionado informe afirma en la página número 2 que las oportunidades existentes para las empresas norteamericanas en Jordania se dividen como se expone a continuación:

1. Construcción y puesta en marcha de estaciones generadoras de energía.

2. Perforaciones de pozos de petróleo y gas natural y extracción de minerales.

3. Extracción de oro y uranio.

4. Construcción y puesta en funcionamiento de redes de telecomunicaciones.

5. Establecimiento de una segunda red de telefonía móvil.

6. Desarrollo del puerto industrial de Aqaba.

7. Construcción y puesta en funcionamiento de una línea de ferrocarril entre Amman y Zarqa.

8. Ampliación y puesta en funcionamiento de una vía de ferrocarril entre Aqaba y al–Shaydiyyah.

9. Construcción de un aeropuerto en la zona de Aqaba–Eilat.

El informe menciona también tres campos abiertos para la expansión financiera en Jordania: los mercados bursátiles y el comercio a través de [la compra de] acciones, bonos del tesoro, y otros productos financieros. Todo ello se inserta dentro de un movimiento de capitales de extensión limitada que no dependa de una labor productiva palpable. Igualmente, el informe de la Embajada norteamericana considera los diferentes sectores industriales de Jordania, desde las empresas de alimentación hasta las farmacéuticas, pasando por la industria textil y otras, como espacios ilimitados ideales para la introducción de productos norteamericanos en Jordania.

Podríamos hablar largo y tendido de la estrategia de explotación directa [de los recursos] en Jordania tal y como se detalla en la propuesta de la Embajada norteamericana, y sobre todo del hecho de que las diversas vías adoptadas por esta explotación desembocan todas ellas en la explotación de los recursos naturales jordanos (¡fíjense si no en la referencia que se hace al uranio!). Por lo que respecta al desarrollo de una red de telecomunicaciones, dicha red jugaría un papel muy importante a la hora de facilitar el movimiento de obtención de recursos y distribución de mercancías y servicios, así como del movimiento del capital en Jordania. Igualmente, [dicho proceso] prepararía a Jordania para [que adoptase] el papel que se le ha asignado como terreno propicio para la penetración económica y política de EEUU y el sionismo en los estados árabes vecinos, particularmente en los más importantes. Así, la estrategia norteamericana en Jordania gira alrededor de la competencia entre las industrias locales y el pulso que mantienen en el ámbito de la exportación, así como sobre una expansión financiera de duración limitada mediante la compra de acciones y bonos, expansión que no conduciría al desarrollo ni a un aumento de los niveles de productividad, y que incluso podría conducir a la desestabilización de la economía jordana en sus niveles más bajos y quebradizos, como ya ocurriera con otras economías más fuertes [que la jordana].

A pesar de la lentitud con la que ha ido avanzando el proceso de normalización durante los últimos años (incluso antes de que comenzase la segunda Intifada), ya se ha inaugurado cerca de la ciudad de Zarqa, el pasado 18 de julio de 2001, la cuarta de las zonas industriales que forman parte del proyecto compartido con Israel, todo ello dentro del contexto que hemos perfilado anteriormente, y que será utilizado con mano de obra de la región [6]. Todo ello, sin embargo, no cambiará un ápice la situación. Israel es el adversario estratégico del mundo árabe, y esta contradicción radical entre ambos no se resolverá más que de un modo violento, ya que los acontecimientos previos confirman [la creencia de que] es imposible convivir con semejante proyecto. Un proyecto que únicamente puede seguir viviendo con nuestra muerte, mientras que nosotros solo podremos seguir vivos con la suya.


Notas de CSCAweb:

(*) Ibrahim Alloush es miembro del movimiento anti–normalización de Jordania. El texto fue presentado por su autor con ocasión de la reunión de los sindicatos profesionales jordanos celebrada en Amán el 29 de diciembre de 2001. La versión electrónica del mismo fue publicada por La Voz Árabe Libre (Al–Sawt al–Arabi al–Hurr) con el título "Al–Jatar al–akid: al–Urdun wal–istriyatiyiyyah al–sahyuniyyah fi al–mintaqah al–arabiyyah". El texto castellano es traducción directa del original árabe.

1. Terminada la denominada segunda Guerra del Golfo de enero–febrero de 1991 contra Iraq, Siria y Egipto, países que habían participado en la coalición multinacional liderada por EEUU, establecieron con Arabia Saudí un acuerdo de cooperación por el cual, a cambio de asistencia financiera por parte de las petromonarquías árabes del Golfo, Damasco y El Cairo desplegarían tropas en la Península Arábiga como fuerza disuasoria frente a Iraq. El acuerdo quedó en papel mojado cuando se conoció que Arabia Saudí y Kuwait habían firmado protocolos defensivos con EEUU y Gran Bretaña antes incluso del inicio de la guerra contra Iraq, acuerdos que consagraban la presencia de efectivos militares occidentales en la zona cuando ésta hubiera acabado y echaban por tierra la pretensión de establecer un nuevo sistema de seguridad regional interárabe.

2. El primero de ellos, el primer acuerdo palestino–israelí derivado de las conversaciones secretas de Oslo, firmado en Washington en septiembre de 1993 por Arafat y Rabin ante Clinton; el segundo, el tratado de paz jordano–israelí, el segundo acuerdo de paz establecido por un Estado árabe con Israel tras el de Camp David egipcio–israelí.

3. La denominación movimiento anti–normalización hace referencia al conjunto de organizaciones y personalidades que se oponen a dar carta de naturaleza a unas plenas relaciones en cualquier ámbito con Israel en aquellos países árabes cuyos regímenes han establecido acuerdos de paz y relaciones diplomáticas plenas –como es el caso de Jordania y Egipto– o pretenden establecerlos. Sobre el más articulado de ellos, el movimiento en Jordania, véase el texto de Loles Oliván en Nación Árabe n. 45, verano de 2001, o en CSCAweb El movimiento antinormalización en Jordania

4. El autor hace referencia a la oferta de la anterior Administración estadounidense al gobierno iraquí –a través de un emisario del Vaticano– de un levantamiento del embargo a cambio de la aceptación por Bagdad del proceso de paz con Israel y la instalación en Iraq de un numeroso contingente de refugiados palestinos provenientes de otros países árabes.

5. Israel y EEUU contemplan la naturalización de los refugiados palestinos por los Estados árabes que los albergan (o, como se indicaba en la nota anterior, en Iraq), es decir, el otorgarles la ciudadanía, como un procedimiento para escamotear el derecho de los refugiados a retornar a sus hogares en la Palestina histórica y a recibir compensaciones, tal y como establecen las resoluciones de Naciones Unidas desde 1948 y, nuevamente, tras la guerra de 1967. El proceso determinaría que Jordania se convirtiera formalmente en un Estado de mayoría demográfica palestina, cosa que de hecho ya es en la actualidad.

6. Sobre las zonas industriales véase igualmente el texto de Loles Oliván El movimiento antinormalización en Jordania.

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