Medio Oriente

 

La alternativa en Arabia Saudí al rey Abdallah es la figura sorprendentemente popular de Ossama Bin Laden

Una monarquía abrumada por los desafíos

Su gestión económica fue deficiente y en el plano internacional siguió
la senda de una firme e inequívoca política pronorteamericana

Por Said K. Aburish (*)
La Vanguardia, 02/08/05
Traducción de José María Puig de la Bellacasa

El rey Fahd Bin Abdulaziz Al Saud, quinto monarca de Arabia Saudí, falleció ayer a la edad de 82 años. Nacido en 1922, tras desempeñar diversas responsabilidades ministeriales a lo largo de un decenio, se convirtió en príncipe heredero en 1975 y accedió al trono en 1982. Antes de ser rey se le consideró persona de talante reformista y modernizador. Se esperaba que transformaría el reino convirtiéndolo de una monarquía feudal absoluta en un Estado moderno. Pero tal perspectiva no llegó de hecho a abrirse paso y su mandato se vio jalonado de importantes retos y desafíos planteados a su familia en el seno de Arabia Saudí tanto en el plano regional como internacional. Es indudable que el planteamiento de tales desafíos formaba parte de un proceso histórico inevitable, pero también es verdad que otros retos obedecieron al proceder del propio rey Fahd.

Aun cuando logró salvaguardar la preeminente posición de su familia, su popularidad fue menguando en el curso del tiempo, creando dudas sobre su aptitud para seguir controlando de forma prolongada los destinos de su país, tan rico en petróleo. Los problemas internos se han visto acompañados de un declive de la influencia de Arabia Saudí en el ámbito árabe, musulmán e internacional.

En el plano interno, cabe anotar entre los principales problemas del país un incremento del ya inadmisible nivel de corrupción. Fahd potenció incluso el monopolio del poder por parte de los miembros varones de su familia, abriéndoles la puerta sin restricciones a iniciativas económicas y comerciales, al mando de todas las provincias del país y al generalato en las fuerzas armadas; ocuparon además más de la mitad de importantes cargos ministeriales y embajadas en los principales países del planeta, entre ellos Estados Unidos y Gran Bretaña. Y, ya bajo su mando, accedieron asimismo a funciones de representación de buen número de empresas líderes del mundo, gozando de niveles de influencia sin parangón.

El hijo más joven de Fahd, el príncipe Abdulaziz, accedió a la categoría de asesor gubernamental con rango ministerial a la edad de 23 años. Otro hijo, el príncipe Mohamed, es gobernador de la provincia oriental rica en petróleo. Ambos han sido acusados de percibir enormes comisiones en operaciones de venta de armamento y otros sectores, comisiones que se cifran en miles de millones de dólares. Un tercer hijo solicitó a su padre un complemento salarial de 300 millones de dólares.

Además de ampliar e intensificar el control familiar del país – prestando escasa atención al problema de la corrupción– Fahd mantuvo una conflictiva relación con su hermanastro, el príncipe heredero Abdallah. Fahd pertenecía a una familia que procede a su vez de la más amplia y extensa familia de la casa saudí: los siete hermanos del clan Al Sudeiry, apodados como los Siete Sudeiry. Además de la preeminente posición del rey Fahd como protector de los santos lugares del islam en La Meca y Medina, y máxima autoridad (waley al amr),hay que añadir que sus hermanos ocuparon los cargos ministeriales de Interior y Defensa, así como muchos otros puestos de rango inferior.

Fahd, que favoreció a sus hermanos más que a Abdallah – con la idea de que uno de ellos fuera rey un día– siempre mantuvo relaciones frías y distantes con aquél. Tales desavenencias intestinas en el seno de la familia debilitaron su grado de control y dominio del país y al propio tiempo el resto de la familia tomó a mal el monopolio del poder por parte de los Sudeiry y respaldó a Abdallah. Durante gran parte de la permanencia del rey Fahd en el trono, la situación económica del país fue bastante caótica, acusando déficit al menos en 17 años de la veintena de años de su mandato, circunstancia que entrañó que la casa saudí no pudiera comprar el silencio de sus críticos en el interior... y el dinero se convirtió en herramienta de gobierno.

Los problemas económicos del país derivaron en un declive acelerado de la renta per cápita. El paro supera el 20% entre los últimos titulados universitarios, y los niveles de salud, educación y seguridad social se han resentido negativamente. Incluso la clase que más se benefició de la economía se ha vuelto en contra de la casa real. Todos los intentos y esfuerzos por recomponer la situación se han revelado superficiales e insuficientes, incluyendo unas elecciones municipales en las que las mujeres no tuvieron derecho a voto.

En el plano regional las cosas siguieron por derroteros similares: la influencia de Arabia Saudí dependió en cada momento de su capacidad de comprar el silencio y apoyo de otros países árabes, factor especialmente pertinente en lo referente a la OLP y a países pequeños como Líbano y Somalia, con importantes consecuencias. Por ejemplo, el país hubo de renunciar al plan Fahd para la solución del conflicto árabe–israelí porque la OLP dejó de prestar atención a la casa saudí.

En el escenario internacional, Fahd siguió la senda de una firme e inequívoca política pronorteamericana. Hasta la caída de la Unión Soviética, la piedra angular de esta política fue la oposición a lo que el gobierno saudí denominó el impío comunismo. En los casos de Afganistán, los países del Cuerno de África, el golfo Pérsico e incluso América Central, Arabia Saudí suscribió las políticas norteamericanas encaminadas a detener la propagación del comunismo para enojo de la ciudadanía saudí y de las poblaciones árabes y musulmanas que hubieran preferido una mayor atención a sus problemas.

Además de oponerse al comunismo, Arabia Saudí combatió la proliferación de grupos y movimientos islámicos radicales tras haberlos apoyado en Afganistán y después de que se volvieran en su contra tanto en la propia Arabia Saudí como en Estados Unidos. Sin embargo, no por ello el país ha dejado de seguir los principios y dogmas propios de una visión conservadora del islam. Cuando la revolución jomeinista en Irán derrocó al Sha y empezó a representar una amenaza para Arabia Saudí, Fahd respaldó al iraquí Saddam Hussein cuando éste invadió Irán (primero en su calidad de príncipe heredero y hombre fuerte de Arabia Saudí y posteriormente como rey). Se desconoce la magnitud exacta del apoyo económico de Arabia Saudí a Saddam, pero se calcula en 40.000 millones de dólares. Además, ayudó a Saddam a comprar armamento en Occidente.

No obstante Fahd, a diferencia de algunos de sus hermanos, comprendió con toda justicia que había que oponerse por la fuerza a la invasión de Kuwait por parte de Saddam Hussein en 1989; su respaldo al esfuerzo militar estadounidense para expulsarle de Kuwait fue incondicional, de modo que propició que su país fuera una auténtica plataforma de las fuerzas contrarias a Saddam, circunstancia que le granjeó la condena del clero, contrario a la idea de musulmanes enfrentados a musulmanes, y de otras voces que protestaban por la presencia de fuerzas estadounidenses en sagrado suelo musulmán. Pero Fahd permaneció impasible.

La ayuda prestada por el rey Fahd en la primera guerra del Golfo excedió la mera postura de colocarse al lado de Estados Unidos. La ayuda económica de Arabia Saudí fue de las más importantes prestadas en la campaña militar contra Saddam y le representó un coste superior a 65.000 millones de dólares. Junto con un espectacular declive de los ingresos procedentes del petróleo a mediados del decenio de los ochenta, los costes de apoyar a Iraq contra Irán y de la primera guerra del Golfo llevaron a Arabia Saudí al borde del desastre económico.

Durante la mayor parte del periodo que media entre la primera guerra del Golfo en 1991 y la actualidad, el rey Fahd sufrió las consecuencias de un infarto y se vio confinado a una silla de ruedas, aquejado de sobrepeso, diabetes, hipertensión y otras dolencias. Algunos diplomáticos estadounidenses que le visitaron esos años señalaron que le encontraron ausente e incapaz de gestionar las cuestiones habituales de gobierno.

Esta discapacidad de Fahd motivó la atención sobre el proceso sucesorio de Arabia Saudí – de difícil manejo– en tanto que las riendas del gobierno del país se depositaban en manos de un comité formado por sus hermanos: el príncipe Sultán como ministro de Defensa, el príncipe Nayyef como ministro del Interior y el príncipe Salman como cabeza del Consejo Familiar. En último término, sin embargo, el príncipe Abdallah – como príncipe heredero y hermanastro suyo– superó su exclusión del poder y asumió la mayoría de tareas de responsabilidad de Fahd.

La principal cuestión planteada en la actualidad estriba en saber si Abdallah podrá asumir todo el poder correspondiente a un monarca. De hecho, no siguió la misma postura de sus hermanos en el respaldo a Estados Unidos en la segunda guerra del Golfo. Sea como fuere, resulta dudoso que tenga las manos libres a la hora de llevar las riendas de la monarquía del desierto debido al control que los hermanos de Fahd y sus hijos – contrarios además a Abdallah– ejercen sobre gran parte del aparato tribal que gobierna el país.

Los problemas de Abdallah con la familia Sudeiry deben considerarse en conexión con sus relaciones con Estados Unidos. Bajo el gobierno de Fahd, las relaciones entre Arabia Saudí y Estados Unidos eran tan estrechas que ya no podían serlo más. Pero dado que Abdallah abriga una falta de confianza respecto de Estados Unidos, es probable que ambos países se distancien.

El problema de la sucesión, la consiguiente lucha por el poder y las conflictivas relaciones con Estados Unidos tienen lugar en un momento de abierta insurgencia de extremistas fundamentalistas islámicos contra la casa saudí, con cuyas fuerzas de seguridad incluso han cruzado disparos de forma habitual; han resultado atacadas importantes instalaciones estadounidenses en Riad, Kobar y otras ciudades. Y se sospecha que las fuerzas de seguridad saudíes han sufrido la infiltración de elementos extremistas. Hasta las mujeres saudíes han hecho oír su voz; 15.000 mujeres se manifestaron recientemente desafiando abiertamente al Gobierno para protestar contra la política proisraelí de la Administración Bush.

Abdallah, de 82 años y también él mismo de escasa salud, cuenta con pocos elementos a su favor. No es un hombre viciado por la corrupción como Fahd y otros miembros de su familia, y goza de popularidad entre los ulemas y distintas tribus y clanes. No obstante, probablemente no podrá modificar el corrupto proceder de su familia ni apartar a Arabia Saudí de la órbita de influencia estadounidense, las dos exigencias de los militantes islámicos. De hecho, es improbable que Abdallah pueda ejercer el impacto de Fahd, haga lo que haga para lograrlo. En primer lugar, el tiempo juega en contra de él: no puede igualar el periodo de Fahd en el trono. En segundo lugar, tiene en contra a una compacta y sólida parte de su familia – los Sudeiry–, que probablemente no antepondrán los intereses nacionales a sus aspiraciones e instintos tribales. En tercer lugar, Estados Unidos no le proporcionará un respaldo ilimitado porque se opuso a la invasión de Iraq y por coincidir su gestión con el auge popular de los movimientos fundamentalistas.

Fahd rigió los destinos de la monarquía más feudal y absolutista de la historia. Tomó personalmente la decisión de apoyar a Estados Unidos en Afganistán y se opuso a Iraq cuando Saddam invadió Kuwait. Incrementó el presupuesto familiar hasta que éste alcanzó la cifra de 6.000 millones de dólares anuales, hasta un 20% de los ingresos procedentes del petróleo. Tuvo diversas amantes a las que llenó de suntuosos regalos y obsequios. Jugador, apostó y perdió seis millones de dólares en una noche en el casino de Montecarlo. Aprobó el mayor contrato de armamento de doble uso, a sabiendas de que sus soldados no podrían emplear los sofisticados equipos militares. Se distinguió, al menos, por recurrir a amantes en lugar de casarse repetidas veces. En realidad y durante más de veinte años Fahd ha sido una figura incómoda para sus familiares y amigos.

Queda considerar las cosas a largo plazo y desear que Alá bendiga al rey Abdallah. En Arabia Saudí la alternativa a Abdallah es la figura sorprendentemente popular de Ossama Bin Laden.


(*) Escritor y biógrafo de Saddam Hussein. Autor de “Nasser, the last arab”.

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