Medio Oriente

 

Biografía de Sharon, que es la de Israel y la del sionismo

Por Agustín Velloso Santisteban (*)
Mundo Árabe, 18/01/06

Lo que resulta de todo punto extraordinario en la muerte de Sharon es que ocurra por causas naturales. En los últimos setenta años de movimiento sionista, que son los de la vida de Sharon, otros correligionarios suyos menos señalados que él han caído muertos a tiros. Unos a manos de otros sionistas cuando el movimiento da sus primeros pasos firmes en Palestina, caso del desembarco del Altalena en 1948. También cuando agotado da los últimos, caso del atentado de Tel Aviv que acaba con Rabin en 1995. Otros han resultado muertos a manos de sus enemigos, caso del también general y ministro Zeevi en Jerusalén en el ataque de un comando del Frente Popular en 2001.

Más extraordinario aún que la muerte natural de Sharon es que la historia de su vida, espejo de la del sionismo, formada principalmente por una cadena de actos de violencia y destrucción, es la de una victoria pírrica. Cuando una y otra terminan, el mito sionista de “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, tan falso y dañino como los mitos de los demás movimientos colonizadores, el de la tarea del hombre blanco, el de la misión civilizadora, no puede haber resultado más vacío. Sharon, aunque poderoso física y políticamente, muere sin haber hecho realidad su sueño y deja un legado de muerte y saqueo.

El pueblo que supuestamente no existía en los comienzos del siglo XX, el palestino, hoy supera en número al pueblo judío y mantiene firme su resistencia contra el sionismo. La tierra, hoy ciertamente más extensa que la que éste recibió en 1947 de la comunidad internacional, que no tenía el derecho de dar lo que no era suyo, aparece ante el observador como cualquier cosa menos lo que declara el mito: la tierra prometida que el sionismo hace florecer.

Los sionistas la controlan únicamente porque están sostenidos por el enorme respaldo de las armas y el dinero de Estados Unidos, más de tres mil millones de dólares anuales, aunque no por derecho, ya que la ley internacional se refiere claramente a Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este (además de otras tierras árabes) como Territorios Ocupados por Israel hasta el día de hoy.

Lo más extraordinario de todo es que el mito sionista, en tanto que movimiento nacional justo y benéfico del pueblo judío, como el que ahora se promociona sobre Sharon, considerado un líder moderado, dialogante y hasta pacífico, ha sobrevivido durante un siglo y tiene una gran mayoría de seguidores en Israel, donde en realidad apenas son unos pocos los que se benefician del desastre que ha creado. También cuesta creer que tenga fuertes apoyos en el mundo occidental, ya que ese respaldo es más perjudicial que beneficioso para los que lo prestan. Las consecuencias, además de evidentes en Oriente Medio, se hacen cada vez más presentes en Occidente.

Con 14 años Sharon ingresa en la Haganah, cuerpo militar precursor del ejército israelí. Hay abundante información sobre sus actuaciones desde entonces, por lo que no tiene interés repetirla aquí. Llama la atención, sin embargo, que nadie ha sido capaz de dar una cifra aproximada del número de muertos sobre los que ha construido su carrera militar y política. En realidad se trata de una tarea casi imposible.

Esto es porque a los muertos causados por sus propias manos (más de cincuenta en la masacre de los aldeanos de Kibiyeh en 1953), los causados por soldados a sus órdenes en el ejército y en el gobierno (millares de árabes en las guerras contra los países vecinos de Oriente Medio en la segunda mitad del siglo XX), los debidos a la represión de la policía y el ejército israelíes de los Territorios Ocupados (unos cuatro mil palestinos durante los cinco años de la última Intifada, provocada por él mismo en la Mezquita de Al Aqsa en Jerusalén, aunque son muchos miles más en las casi cuatro décadas de ocupación ilegal de Palestina) y los asesinatos políticos cometidos por el Mossad en otros países (en Noruega en 1974, en Túnez en 1988, en Jordania el intento de 1997, etc.), hay que sumar los realizados por terceros, o sea, no por judíos o israelíes, pero patrocinados por Sharon (miles de refugiados palestinos en Sabra y Shatila a manos de cristianos maronitas en 1982).

Mediante campañas bélicas, bombardeos de civiles en sus ciudades, asesinatos de políticos y líderes de la resistencia, torturas letales a prisioneros, demolición de casas con sus habitantes dentro, represión salvaje (cerca de 700 menores palestinos asesinados en la segunda Intifada según fuentes israelíes (http://www.btselem.org/english/statistics/Index.asp) e inducción al asesinato, Sharon y el sionismo nunca han perdido una oportunidad de matar palestinos.

La cifra es altísima, pero aún lo es más si se tiene en cuenta que la causa palestina está en la base de la Base (Al Qaida), valga la redundancia, que sin ser oriunda de Palestina también quiere con buenas razones ajustar las cuentas a Israel por sus crímenes en esta tierra igual que a Estados Unidos por los suyos en la zona. Colaboradores directos de Sharon, igual que él, son responsables también de los muertos habidos en Irak a causa de los ataques de Estados Unidos y Reino Unido, por su papel en la fabricación y propagación de los falsos argumentos para justificar la guerra contra ese país.

Ahora bien, aunque la responsabilidad de Sharon en crímenes contra la humanidad –que queda bien reflejada en http://www.indictsharon.net/– no se ve disminuida en nada por la participación de otros en esas muertes. Hay que considerar que son muchos los que tienen que responder, pues desde la masacre de Kibiyeh han pasado más de cincuenta años en los que ha matado y violado gravemente la ley internacional a la vista de todos y éstos han callado, le han apoyado y hasta le han votado.

No hace falta ser palestino ni anti–sionista, para considerar a Sharon y al proyecto que encarna responsable de crímenes contra la humanidad, de guerra y de genocidio. Los israelíes que le han votado en las elecciones no pueden decir que les ha guiado un deseo de hacer justicia en la cuestión palestina. Los que en Europa, Estados Unidos y otros países han apoyado sus acciones con armas, dinero y respaldo político, no pueden decir que les ha guiado el deseo de paz. El pueblo judío que calla no puede decir que no sabe lo que ocurre.

Poco después de la ocupación de 1967 Yeshayahu Leibowitz, miembro de éste, escribe que “estamos condenados a vivir en nuestro país sin paz ni seguridad, igual que los judíos han vivido durante miles de años. Para mantener a salvo esta existencia tendremos que realizar esfuerzos constantes y hacer grandes sacrificios. Es preciso que comprendamos la naturaleza del estado por el cual aceptamos tal existencia para nosotros y nuestros hijos.”

Se refiere, con más lógica que presciencia, a que “un estado que gobierna una población hostil de dos millones de extranjeros (la población palestina de la época) se convertirá inevitablemente un estado policial con todo lo que eso implica para la educación, la libertad de expresión y las instituciones democráticas. La administración tendrá que someter a la insurgencia árabe por un lado y pagar a colaboradores árabes por otro. Hay muchas razones para temer que el ejército israelí se transformará en un ejército de ocupación, degenerará y sus comandantes se convertirán en gobernadores militares como ocurre en otros países.”

Veinte años después de este pronóstico, Leibowitz reflexiona de nuevo sobre lo conseguido por el sionismo: “Israel ha dejado de ser el estado del pueblo judío y se ha convertido en un aparato de gobierno coercitivo de los judíos sobre otro pueblo (…) únicamente un régimen opresivo judío. El estado de Israel no es actualmente una democracia ni un estado que respete la ley, ya que gobierna a más de un millón y medio de personas privadas de sus derechos civiles y políticos.

(Y. Leibowitz: Judaism, Human Values and the Jewish State, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1992, páginas 225, 226 y 243).

Ese pueblo ha despreciado estas advertencias y con ellas a su autor y ha preferido ponerse en manos de Sharon. No han sido las únicas olvidadas. Otro estudioso judío, Simha Flapan, las repite para sus correligionarios que no viven en Israel en su libro The Birth of Israel. Myths and Realities (New York, Pantheon Books, 1987, página 243):

“La diáspora judía y los amigos extranjeros de Israel deben darse cuenta de que la política actual de Israel está condenada a reproducir una y otra vez el ciclo de violencia (…) La venganza colectiva de un ejército por el asesinato de un ciudadano no es más honorable ni admirable que la venganza individual de un joven desesperado por el asesinato de uno de los suyos. Decir que ésta es ‘terrorismo’ y la otra ‘defensa nacional’ no es más que propaganda y una distorsión de la realidad.”

En años posteriores y en la actualidad han aparecido nuevos estudios anti–sionistas escritos por judíos, algunos de ellos víctimas o familiares en primer grado de víctimas del Holocausto, Chomsky, Berger, Shahak, Finkelstein y otros, que confirman los pronósticos sobre la inevitable degeneración de un proyecto basado en el robo de la tierra y en la represión de sus habitantes.

Es preciso señalar también la labor de oposición al proyecto sionista por parte de israelíes corrientes. Algunos la llevan a cabo con valentía y riesgo, por ejemplo los que se niegan a cumplir el servicio militar, la clave de la integración en la sociedad Israelí, pero se trata de una pequeña minoría impotente ante la mayoría.

La política criminal de Israel que esos profesores y rabinos han predicho y condenado, la conocen los israelíes, incluso si no participan directamente en ella. No hace falta ser un intelectual como aquellos para apreciar lo que sucede en Palestina desde 1947. Israel presume de que su población posee el nivel educativo más alto entre los países de Oriente Medio, pero basta con tener en cuenta que todos los israelíes saben leer y escribir y disponen de suficientes fuentes de información. Hace años que los periodistas Gideon Levy y Amira Hass escriben frecuentemente sobre los sufrimientos de los palestinos. Publican, entre otros medios, en el diario Haaretz, uno de los más difundidos y respetados en Israel y el más antiguo (publicado desde 1919).

Las crónicas de Levy son tan instructivas como estremecedoras. Describen nítidamente la crueldad de los israelíes hacia los palestinos, la cual se refleja en la miserable vida a la que éstos se ven condenados por aquellos: robo constante de sus tierras, brutalidad de la ocupación, que reprime cualquier resistencia a la vez que ocasiona miles de muertos, heridos y prisioneros, falta de trabajo y condiciones de vida dignas, todo ello coronado por una humillación continua y una situación de abandono por parte de la comunidad internacional.

Se pregunta si Hanani, autor de una operación de martirio –ataque contra israelíes–, “habitante de una aldea palestina totalmente rodeada por barreras israelíes, donde embarazadas y enfermos tienen que ir caminando campo a través hasta el hospital de la vecina ciudad de Nablus, donde el desempleo y la pobreza son casi universales, donde la humillación y el asedio son las constantes de una vida en prisión, (…) la hubiera llevado a cabo de no haber crecido en condiciones inhumanas y después de que un miembro de su familia muriese asesinado por soldados israelíes.” (Haaretz, edición de 29 de diciembre de 2003, http://www.bintjbeil.com/E/occupation/levy/031229.html)

Tras la explosión de un misil –de los que lanzan a menudo aviones y helicópteros de combate israelíes en las calles de ciudades palestinas– que mató a tres personas e hirió a otras diez, se pregunta “si los pilotos sabían lo que hacían, si lo saben los que dieron las órdenes y sus superiores y los políticos.” Relata los sentimientos que expresa el padre de una de las víctimas: “me gustaría decir al piloto: imagine que su hijo fuese uno de los alcanzados por el misil ¿no son seres humanos los palestinos? Lo que ha hecho le perseguirá siempre y también lo hará la historia. Quizás llegará el día en que será acusado de criminal de guerra. (…) Fue el gobierno quien le envió. Sharon es responsable de la muerte de mi hijo. El aprobó la orden de disparar. (Haarezt, edición de 13 de noviembre de 2003), http://www.bintjbeil.com/E/occupation/levy/031113_shmaleh.html)

Con Sharon o sin él los sionistas no pueden ir a mejor y los palestinos apenas pueden ir a peor. Fin de la historia, la vital y la política. Sólo queda el Apocalipsis y mientras llega más muro de separación, más represión y más muertos. Esto se sabe aunque no se admita, aunque se disfrace y se hable de otras cosas.

Conviene recordar, aunque parece que no vale de mucho, que hace ya cincuenta años Albert Speer, ministro de Hitler, reconoció ante el tribunal de Nuremberg que “si sabía o no sabía, si sabía mucho o poco, carece totalmente de importancia cuando pienso en los horrores que debería haber sabido y qué conclusiones debería haber extraído de forma natural de lo poco que sabía. Los que me preguntan están esperando sobre todo una justificación, pero no tengo ninguna. Ninguna disculpa es posible.” (A. Speer: Inside the Third Reich, New York, 1970, página 113).


(*) Agustín Velloso Santisteban es profesor en la UNED–Facultad de Educación, Madrid.