Medio Oriente

 

Irán

Una crisis artificial

Por Ricardo López Dusil [1]
El Corresponsal de Medio Oriente y África, 30/06/06

Con Irán, país que dispone de la segunda o tercera reserva más grande de petróleo inexplorada en el mundo, se pretende aplicar una de las doctrinas más perversas de los últimos tiempos: la de la guerra preventiva (es decir, una guerra por las dudas). Sólo las dificultades que acarrea una eventual aventura militar contra el país vienen demorando esa opción.

Ríos de tinta se han derramado en los últimos meses sólo para dar por cierto lo que las evidencias revelan como una especulación remota: la posibilidad de que el plan de enriquecimiento de uranio de Irán no sea lo que Irán dice que es (el desarrollo de un programa de uso pacífico de la energía nuclear) sino el germen de su futuro armamento atómico, lo que convertiría al país persa en una amenaza para ese territorio tan vasto e impreciso que definimos como Occidente. Esas dos premisas sin sustento en la realidad (la idea de que Irán busca ingresar en el selecto club nuclear y que lograrlo implicaría una amenaza), conduce a poner al mundo en una emergencia en la que no se encuentra.

Si algún ciudadano del mundo puede sentirse amenazado por la incesante escalada de la industria bélica sólo debería cotejar cuáles son las naciones que han hecho de sus capacidades militares un sustituto de la diplomacia, al tiempo que un negocio formidable. Irán no figuraría ni de lejos en la lista. ¿No es hora de preguntarse para qué fabrican armas varios colosos industriales de las potencias occidentales si no es para la generación de guerras de las que generalmente no participan, excepto en su calidad de proveedores?

Con Irán, país que dispone de la segunda o tercera reserva más grande de petróleo inexplorada en el mundo , se pretende aplicar una de las doctrinas más perversas de los últimos tiempos: la de la guerra preventiva (es decir, una guerra por las dudas), que tiene su correlato minorista en la política de asesinatos selectivos (es decir, la ejecución sin juicio de quien todavía no fue hallado culpable). Sólo las dificultades que acarrea una eventual aventura militar contra Irán vienen demorando esa opción. Para varios analistas cercanos al poder en Washington, todavía no se agotaron alternativas menos costosas, como la de la desestabilización del régimen iraní con el aporte de fondos, instrucción y propaganda a disposición de la oposición interna. Y la prensa, por supuesto, forma parte de esa guerra. Por acción y por omisión. En el abanico de las opciones militares, Estados Unidos no está en condiciones de afrontar otra invasión de incierto resultado. Antes de ello, sopesa un asalto aéreo de gran envergadura contra algunos de los 450 objetivos claves del país, señalados recientemente por el inefable Dick Cheney.

La historia reciente de Irán nos muestra que lejos de haber sido un país agresor, ha sido una nación agredida: durante ocho años se ha visto enfrascada en un conflicto bélico artificial generado por el Irak de un Saddam Hussein alentado por los Estados Unidos. El hecho de que hayan sido iraníes los que sufrieron en esa guerra los rigores de armas químicas (prohibidas, pero suministradas por las potencias occidentales), no mereció nunca alguna condena de las Naciones Unidas. Ni siquiera alguna declaración para salvar la ropa. En esos años, unos cuantos países se hicieron su agosto: Estados Unidos llegó a suministrarles armas a los dos bandos, mientras que la entonces Unión Soviética y Francia fueron los principales proveedores de los iraquíes, que además contaban con el apoyo logístico de Arabia Saudita y Kuwait.

Irán tiene fronteras complejas: Irak, bajo control norteamericano y en un proceso de creciente inestabilidad; Afganistán, con un gobierno títere de Washington; Pakistán, con una capacidad nuclear comprobada pero que no parece irritar a las Naciones Unidas; una Turquía lejos de tenerla de aliada y a vuelo de pájaro del potencial atómico nunca declarado ni sometido a inspecciones de Israel y los de Rusia y la India. Es plausible que en ese contexto sectores de su dirigencia prevean la necesidad de desarrollar aún más sus capacidades defensivas.

Pero los deseos tropiezan con la realidad. Tal como recientemente admitió el ministro de Relaciones Exteriores de Italia, Massimo D'Alema, es muy difícil que "vayamos a ver armas nucleares en Irán". D'Alema añadió que "no me gustaría que esto funcionara como funcionó con Irak, sólo para encontrar después que no hay nada", para rematar: "Nadie de nosotros quiere que Irán tenga armas nucleares", pero "ninguno de nosotros quiere humillar a Irán y negarle el derecho al uso pacífico de la energía nuclear".

El programa atómico iraní, sustentado principalmente en tecnología Rusa y China, no es nuevo. Ya en los 90 la Argentina fue obligada a desistir de la venta de un reactor atómico de investigación a instancias de los Estados Unidos. Pero Irán, a diferencia de Israel, por ejemplo, adhiere al Tratado de No Proliferación Nuclear (TPN), que faculta a sus signatarios a desarrollar la capacidad nuclear para generar electricidad, de manera que negarle ese derecho es sencillamente aplicarle un apartheid tecnológico que contradice la propia carta del tratado. Esa discriminación tecnológica se hace más evidente cuando se considera el doble rasero con el que se analizan otros programas nucleares, como el de Brasil, por ejemplo, que no son objeto de las mismas suspicacias.

Además del TPN, el régimen iraní también ha suscripto numerosos protocolos posteriores de inspección con el fin de reducir la posibilidad de sufrir ataques preventivos, como el ejecutado en 1981 por los bombarderos israelíes que destruyeron el reactor nuclear de Tamuz, situado a unos 60 kilómetros al sudeste de Bagdad. Conviene destacar que hasta hoy todas las indicaciones de la Agencia Internacional para la Energía Atómica (AIEA) y los documentos obrantes muestran que el cumplimiento ha sido total.

Cuando D'Alema alerta sobre la necesidad de no humillar a Irán, tal vez esté previniendo sobre la inconveniencia de acorralar al gobierno de Teherán y obligarlo a una huida hacia delante. Proclamado "estado paria" por los Estados Unidos, Irán no sólo es sometido a sanciones de carácter económico desde hace 27 años sino también a una guerra mediática imprescindible para preparar a la opinión pública a que digiera pasivamente alguna opción drástica. Obviamente, el presidente Mahmoud Ahmadinejad ha contribuido generosamente en esa campaña, manejándose con la habilidad de un elefante en un bazar: primero relativizó los alcances del Holocausto y luego inflamó su discurso con referencias inaceptables sobre el derecho de Israel a su existencia. La propaganda norteamericana e israelí no perdió la oportunidad para transmitir la idea de una ecuación alarmante: la bomba atómica en manos de un hombre fuera de control. Pero si es cierto lo que asegura la comunidad científica en el sentido de que Irán, aunque quisiera, no podría disponer de armamento de esa escala hasta no menos de diez años, es poco probable que Ahmadinejad todavía se encuentre en el poder, que por otra parte está limitado por las atribuciones que la constitución de la república islámica le concede al guía supremo, Alí Khamenei. Estamos lejos de un peligro inminente, pero los tambores de guerra tocados por la administración de Bush surten efecto: el 57 por ciento del público norteamericano apoyaría un ataque a Irán si se realizara bajo el pretexto de bloquearle a esa nación el acceso a las armas nucleares.

Un dato que ha pasado inadvertido para muchos analistas es la reciente apertura por Teherán de una zona de libre cambio en la isla de Kish, paso crucial para que la bolsa petrolera que viene funcionando de forma experimental desde hace tiempo comience a ser operativa. El hecho de que dos gigantes como Total–Fina–Elf (Francia) y Agip (Italia) ya hayan establecido sus oficinas regionales en esa isla persa es revelador: se estima que la bolsa de Kish se convertirá en el quinto mercado del petróleo, después de los de Nueva York, Londres, Singapur y Tokio. Por el momento, la bolsa opera con el dólar como moneda de referencia, a la espera de que el conflicto se encauce, pero la pretensión iraní es que la bolsa comience a utilizar el euro como moneda de cambio en el futuro. De alterarse ese patrón referencial –decisión que ya adoptó Rusia en beneficio del rublo–, la estabilidad del dólar como moneda testigo en la economía mundial tendría sus días contados. Las exportaciones de petróleo de Rusia suponen el 15,2% del total mundial, mientras que las de Irán se sitúan en el 5,8%. Si a ellas se suma Venezuela (5,4%), que hizo público su deseo de sustituir el dólar por el euro, la cuarta parte del mercado del petróleo y del gas se movería en euros.

La crisis, a nuestro juicio artificial, es susceptible de ser desactivada políticamente, entre otros gestos con el abandono del método del rifle sanitario, el fin del bloqueo económico y la incorporación de Irán a la comunidad internacional. Contribuir a la integración de Irán al resto del mundo abrirá el camino para fortalecer las corrientes democráticas y moderadas de su sociedad.


[1].– El autor es el director periodístico de elcorresponsal.com y autor del libro “Todos bajo un mismo cielo”.