Medio Oriente

 

Beirut bajo las bombas: Los bombardeos israelís obligan a evacuar barrios enteros de la capital libanesa. Los hospitales tienen que concentrar a los heridos en los sótanos

La matanza de la población civil

Por Marc Marginedas
Enviado especial a Beirut
El Periódico, 20/07/06

Hacía ya 15 minutos que un proyectil disparado por la aviación israelí había impactado de lleno en un negocio de venta de coches usados y recambios de automóvil en el sur de Beirut, pero Laia Huseini, una musulmana suní de 16 años, corría despavorida hacia una tienda de ultramarinos cercana en busca de refugio. Pese a que el ataque aéreo ya se había consumado, Laia podía identificar perfectamente, procedente del cielo, un zumbido seco, entrecortado por el ruido de las explosiones de depósitos de gasolina en llamas. Aunque no podía divisarlo, sabía que el zumbido era originado por un avión israelí sobrevolando en las proximidades; es decir, la señal inequívoca para los habitantes del Líbano en estos días de guerra de que hay que ponerse a cubierto lo antes posible.

Ya bajo techo, aún nerviosa, esta joven de cuerpo delgado y facciones marcadas decide fijar la mirada en un televisor encendido y conectado a las emisiones de la cadena de televisión libanesa LBC, que precisamente está retransmitiendo en directo, desde una colina cercana, este ataque aéreo en el sur de Beirut. "Llevo siete días fuera de mi casa, solo había venido a recoger ropa", explica.

Seguir con lo puesto

Pero de momento deberá esperar, y seguir con lo puesto. Las llamas y la densa columna de humo negro procedente del negocio de coches usados ––el último objetivo de Israel en el vecindario, muy próximo al bombardeado aeropuerto internacional Rafik Hariri de Beirut–– le imposibilitaban ayer por la mañana acercarse a su apartamento. Los soldados habían cortado los accesos y solo permitían el paso a militares o a quien mostrara un carnet de periodista. Laia, que solo quiere la paz, se siente impotente y atrapada entre la espada y la pared. "A Hizbulá y a Israel solo les interesa luchar", apunta, con una mueca de impotencia.

No lejos de allí, la madre superiora Jeanne–Marie Jatura, directora del hospital Sainte Thérèse, intenta transformar su policlínica ––que, pese a la guerra, consigue mantener sus suelos brillantes como una patena–– en un improvisado de hospital de campaña. Ha evacuado ya a la mayoría de sus pacientes regulares y, pese a que el centro hospitalario está muy cerca de los barrios más castigados por los bombardeos israelís, ha decidido quedarse para tratar a los "heridos de guerra".

La unidad de radiología, en los sótanos del edificio, es el lugar escogido por las hermanas del hospital Sainte Thérèse para acoger a los heridos y a algunos enfermos que no han sido aún evacuados. Las camillas se acumulan en los pasillos, junto a los lavabos, cerca de las escaleras... Pero, pese a las incomodidades, es el rincón más seguro del edificio, aunque, eso sí, no el más adecuado para tratar heridos. "Gracias a Dios, no tenemos pacientes que necesiten respiración asistida; la maquinaria necesaria se ha quedado en las plantas superiores", se lamenta.

"Hacemos lo que podemos"

"Hacemos lo que podemos, aunque no estamos preparados para convertirnos en un hospital de campaña; pero es nuestra manera de resistir, tenemos que hacerlo", subraya en tono firme la religiosa católica, que se ve obligada a interrumpir la conversación para dar órdenes en árabe a médicos y enfermeras. Ayer por la mañana, el personal del hospital Sainte Thérèse atendía a 11 heridos por los bombardeos, incluyendo al chií Haisam Gaffer, de 35 años, quien llegó acompañado de su esposa, cubierta de la cabeza a los pies con una negra abaya. Haisam resultó gravemente herido hace seis días en el sur de la capital libanesa, al producirse una explosión cuando regresaba del trabajo en motocicleta. Sus intestinos quedaron colgando fuera de su vientre.

"Alemania apoya a Israel por lo que hizo Hitler a los judíos", apunta con un hilo de voz. Al oírle, la madre Jeanne–Marie pierde por vez primera la compostura y no puede contener su indignación: "¿Cuál es el pecado de los libaneses? ¿Por qué el mundo se calla? ¿Qué tipo de conciencia tienen los israelís?"

El barrio de Haret Hreyk, en el sur de Beirut, es ya una zona de guerra que recuerda la devastación que padeció el país durante el largo conflicto civil que tuvo lugar en los años 70 y 80. Sus calles están desiertas, y solo unos pocos vehículos a gran velocidad y conducidos por gentes nerviosas osaban ayer atravesar sus arterias. Es el feudo de Hizbulá en el sur de la capital libanesa, donde los altos rascacielos de bancos y las calles bien asfaltadas del centro ceden el paso a humildes comercios y a edificios de apartamentos desconchados y adornados con retratos del ayatolá Jomeini y del líder de Hizbulá, Hasán Nasrala.

Junto a un enorme socavón producido por un proyectil israelí y un paso elevado también destruido por los bombardeos, Mohamed Gubari y Muyahid Mukaled, dos inmigrantes egipcios, relatan cómo han tenido que buscar refugio en las montañas ante la intensidad de los ataques aéreos contra el vecindario, y cómo solo se han atrevido a volver a Haret Hreyk para recoger algunos enseres. "Aquí ya no hay nadie, todos se han marchado", indica Mohamed.

Jamal se queda

Pero Mohamed se equivoca. Algunos vecinos como Jamal Ajour han preferido quedarse y vigilar de cerca sus propiedades ––un apartamento y una tienda de ropa––, aunque su vida corra peligro a cada minuto y aunque tenga que dormir pendiente siempre de ruidos extraños. "Tengo dos hijos y dos hijas; uno de ellos resultó herido, los he enviado fuera", se justifica.

Al caer la noche, las calles de Beirut se desocupan. Y la ciudad reconstruida que pensaba haber dejado atrás de una vez por todas las secuelas de la guerra vuelve a revivir su trágico pasado.


El sur libanés se despuebla ante la certeza de sus habitantes de que lo peor de la ofensiva israelí está por llegar. Los hospitales se quedan sin suministros y las ambulancias apenas pueden trasladar a los heridos

Al filo de la catástrofe

Por Marc Marginedas
Enviado especial al Líbano
El Periódico, 21/07/06

Tiro / Sidón.– Los coches avanzan a toda prisa por la carretera costera que une Sidón y Tiro, procurando que el exceso de velocidad no les impida sortear los gigantescos socavones en el asfalto provocados por las bombas de la aviación israelí. Son muy pocos los vehículos que se dirigen hacia el sur, pero, en cambio, son multitud los destartalados vehículos de marca Mercedes y las camionetas que viajan en dirección norte, repletos de pasajeros y cargados hasta los topes con colchones, otros enseres domésticos y hasta animales.

Colgando de las ventanas, de las antenas de radio o de las ventanas de los vehículos, pañuelos, trozos de tela o sábanas blancas, una suerte de señuelo para evitar que la aviación israelí les tome desde el aire por un objetivo militar durante el largo viaje hacia el norte, viaje que obligatoriamente estará lleno de rodeos debido a las infraestructuras inutilizadas y en el que deberán invertir entre tres y cuatro veces más del tiempo habitual.

Más de 10 bombardeos

"La situación empeora; la noche ha sido tranquila, pero durante el día he podido contar hasta 10 bombardeos en la periferia de Tiro", explica, señalando las colinas cercanas, un miembro de la ONU que pide no ser identificado. Este hombre formaba parte del reducido personal de Naciones Unidas que intentaba ayer poner un poco de orden en el puerto de Tiro y culminar la evacuación en dirección a la isla de Chipre de civiles y miembros de la organización internacional, a bordo de un transbordador que había fondeado junto al puerto y al que los buques de guerra israelís habían permitido traspasar el bloqueo naval. "Hagan el favor de ponerse a un lado los niños y las mujeres, y los hombres al otro; les prometo que todos ustedes serán evacuados", no cesaba de gritar a la concurrencia, aunque sin demasiado éxito.

Muchos aspirantes a la evacuación se habían quedado impotentes en el exterior del recinto portuario sin poder embarcar, con el pasaporte en la mano, entre forcejeos verbales con militares libaneses que protegían la entrada. Es el caso de Alí Yasín, un palestino residente en Dubai al que la guerra pilló de vacaciones en Tiro, visitando a la familia. "Aquí hay racismo; sólo dejan pasar a quienes tienen pasaportes extranjeros", se queja. En el interior, el personal de la ONU se encoge de hombros y dice no saber nada de discriminaciones. "No somos nosotros los que decidimos quienes son evacuados; nuestra prioridad es el personal de la ONU, pero los demás evacuados dependen del servicio de inmigración libanés", se justifica uno de ellos.

Poca, muy poca gente se atrevía ayer a deambular por las calles de Tiro. Su coqueta ensenada, que acoge un pequeño puerto y un espléndido paseo para turistas a medio asfaltar, presentaba a mediodía de ayer un aspecto fantasmal, pese a que la alta temperatura, el sol, y el mar en calma invitaban al baño y a la relajación. Una ciudadana rusa que regenta un bar del puerto y que prefiere no decir su nombre se movía nerviosamente y no alcanzaba a explicar con coherencia si prefería quedarse o ser evacuada. "No me creo mejor que los demás, pero si tengo la oportunidad de salir, saldré", apunta. Tiene 42 años, y lleva varios viviendo en Tiro, pero, mientras se muestra dispuesta a abandonar el Líbano, critica con dureza el pánico desatado. "Hay que mantener la calma por los niños", advierte con su hijo en brazos.

Febril actividad hospitalaria

El hospital Jamal Amel es uno de los pocos lugares de Tiro donde ayer todavía existía una actividad febril. Su director, Ahmed Mroue, relata cómo, desde el inicio de la ofensiva israelí, ha tratado ya a 227 heridos y ha recibido a una veintena de muertos. "Todos las víctimas ––subraya con un gesto de indignación–– son civiles, y entre los muertos hay 12 niños de edades comprendidas entre los tres meses y los 11 años".

Pese a la creciente intensidad de los ataques, el número de muertos y heridos que llegan a las puertas de Jamal Amel se ha reducido en los últimos días, y para explicar esta paradoja ofrece varias razones. "No hay caminos, los ataques aéreos hacen peligroso el traslado de heridos y las ambulancias no dan abasto, sólo hay seis o siete de la Cruz Roja y otras seis o siete de la Defensa Civil; muchos heridos se quedan en los pueblos", se lamenta.

El hospital comienza a padecer la escasez de suministros. "Si no recibimos pronto suministros, en un plazo de 10 días no podremos seguir tratando a pacientes; nos estamos quedando sin narcóticos", implora. En el hospital Bachour, otro de los centros de Tiro con heridos de guerra, la escasez de material es más preocupante. "Desde hace dos días no recibimos medicinas; necesitamos suero y antibióticos", asegura Antoine Hallaj, su director.

Entre las víctimas de los bombardeos hospitalizadas en Tiro hay varios supervivientes de una masacre en Srifa, ––que el miércoles provocó la indignación del Gobierno libanés–– incluyendo a Alia Alá–Eldin, una mujer de pronóstico muy grave con respiración asistida. "Tiene una hemorragia cerebral con fractura de cráneo", dice su médico.

Fátima Ashmar, también superviviente del bombardeo de Srifa, ha tenido más suerte. "Ha sufrido un fuerte trauma en el tórax y ha perdido mucha sangre", explica su médico. Consciente, entre susurros, y con una mueca de dolor en el rostro, lanza una grave acusación contra Israel, acusación que no puede ser probada de forma independiente: "Dispararon deliberadamente contra nosotros".

7.000 desplazados en Sidón

Sidón, a unos 40 kilómetros al norte de Tiro, es la primera localidad donde los desplazados procedentes del sur se sienten en seguridad. "Ya hay más de 7.000 personas viviendo en las escuelas y en las universidades de Sidón, sin contar a la gente que se ha instalado en casas de familiares", detalla Ahmed Alí, de la ONG local Ayuda Popular para la Asistencia y el Desarrollo, mientras recolecta enseres destinados a los desplazados.

Y es que para los habitantes del castigado sur del Líbano sólo existe una certeza: lo peor de la ofensiva israelí está aún por llegar.