Medio Oriente

 

La peor masacre de civiles desde el inicio del ataque militar israelí

Las víctimas se habían cobijado de los bombardeos

Por Marc Marginedas
Qana, enviado especial
El Periódico, 31/07/06

“Bombardearon toda la noche, no les importaba qué bombardeaban". De cuclillas, con el trauma dibujado en el rostro, en medio del polvo en suspensión, Mohsén Hachemi contempla cómo una excavadora retira los escombros del edificio, que se derrumbó como un castillo de naipes sobre uno de los lados tras impactar de lleno el proyectil israelí. Allí, sostiene Mohsén sin derramar una lágrima, habían perecido la noche anterior una veintena de parientes, que formaban parte de la cifra de al menos 57 muertos –incluyendo a 37 niños– provocado por un bombardeo nocturno israelí en Qana, al este de Tiro.

Este tipo de tragedias, la peor desde el inicio de la ofensiva israelí, son cosa conocida para esta población ahora desierta. En 1996, más de un centenar de personas refugiadas en una posición de las Naciones Unidas perdieron la vida durante un bombardeo israelí.

Sobre las dos de la tarde, bajo un sol aún abrasador, la recuperación de cadáveres de entre el edificio derrumbado parecía ralentizarse.

Últimos cadáveres

Los últimos cuerpos sin vida en salir habían sido los de un niño de 5 años y un chico joven, explican los testigos. Sábanas manchadas de sangre, restos de ropa desgarrados, zapatos, algunos enseres y piedras es lo único que encontraban los miembros de Defensa Civil y la Cruz Roja libanesa con las palas, los picos, e incluso sus manos con guantes de plástico, ya que, según los rescatadores, los cadáveres más difíciles de recuperar permanecían aún enterrados bajo tierra.

Las camillas, con regueros de sangre bien visibles después de haber transportado numerosos cuerpos durante las primeras horas de la mañana, estaban preparadas para cuando aparecieran nuevos cuerpos. En medio del caos, una nueva excavadora, más potente y proporcionada por los cascos azules de la ONU, apareció para colaborar en los trabajos de desescombro.

Pese a que el techo de la planta inferior del edificio había sido apuntalado para que pudieran trabajar los hombres, esta amenazaba con venirse abajo y aplastar a quienes retiraban escombros. "Todavía hay unos 20 muertos bajo las ruinas", explica Basam Mokdad, de la Cruz Roja libanesa, sentado junto a unos compañeros en la parte trasera de una ambulancia, todos ellos visiblemente abrumados ante la amplitud de la tragedia de ayer en Qana.

Basam había pasado toda la mañana recuperando y trasladando cadáveres hacia la ciudad de Tiro muchos de ellos sin heridas visibles. En su lugar, estos cuerpos aparecían cubiertos de polvo y con la piel azulada. "Eso quiere decir que la mayoría de las víctimas murieron asfixiadas entre los escombros, no debido a la explosión", asegura Basam. El edificio afectado era una construcción de tres plantas erigida sobre la ladera de una colina situada en las afueras de la población. Muchos de los que allí se habían refugiado, según Hachemi, procedían de la cercana localidad de Ain Baal, en dirección oeste.

Carreteras peligrosas

El proyectil israelí impactó alrededor de la 1.30 de la mañana en medio de una noche de bombardeos especialmente intensos. "Hubo gente que llamó a la Cruz Roja, pero respondió que no podía venir hasta que se hiciera de día porque la carretera era peligrosa; las ambulancias llegaron alrededor de las ocho; yo llegué un poco más tarde", explica Mohsén.

Mohamed Shalhub, paralítico de piernas para abajo, se acurruca en unas manchadas sábanas en el Hospital de Jabal Amel de Tiro, junto a su mujer Rabab y su hijo Hasán, que duerme, con la cabeza vendada y con desgarros en el rostro. Son algunos de los escasos supervivientes del bombardeo de Qana. Pese a que ha perdido en el ataque a su hermana Fatima, a su hermano Taisir y a su hija de seis meses, Zeinab, Mohamed accede, con un hilo de voz, a relatar lo que sucedió.

"Llevábamos diez días allí refugiados; yo, que soy paralítico, no puedo conducir", explica para justificar por qué no evacuó a su familia hacia un lugar más seguro. "Nos habíamos refugiado porque creíamos que los israelís no atacarían allí, un edificio de las afueras de la ciudad que tenía una planta inferior para esconderse", explica.

Este hombre pasó toda la noche con algunos miembros atrapados bajo las piedras, sin poder moverse, hasta que pudo ser rescatado por la mañana por la Cruz Roja. "Soy musulmán y no siento odio; pero lo único que sé es que los israelís no pueden acabar con la resistencia islámica y por eso matan a civiles".

Ayer, Qana parecía mucho más accesible desde Tiro de lo que era hace poco más de una semana. Aunque aún se oían los bombardeos a lo lejos, la aviación israelí parecía haber dado un respiro a los libaneses para que recogieran a sus muertos.


Indignación mundial y guerra perdida

La matanza de civiles en Qana desata la furia árabe

Por Joan Cañete Bayle
Corresponsal en Jerusalén
El Periódico, 31/07/06

"Israel se está ahogando en una atmósfera estridente y nacionalista, y la oscuridad está empezando a cubrirlo todo. Los frenos que aún nos quedaban están erosionándose, la insensibilidad y la ceguera que han caracterizado a la sociedad israelí en los años recientes se está intensificando". Esto escribía sobre la actual guerra el periodista israelí Gideon Levy –uno de las pocas voces valientes que quedan en Israel– horas antes de que las fuerzas aéreas de su país mataran a 57 personas, entre ellas 37 niños, en un bombardeo contra un edificio en la ciudad libanesa de Qana. Una matanza que daña aún más la imagen de Israel, horroriza a medio mundo, indigna a árabes y musulmanes y boicotea una salida diplomática al conflicto entre Israel e Hizbulá.

"Dado que hemos crecido acostumbrados a pensar que el castigo colectivo es un arma legítima, no sorprende que no haya un debate entre nosotros sobre el cruel castigo infligido al Líbano por las acciones de Hizbulá. Si es correcto en Naplusa, ¿por qué no en Beirut?", se preguntaba Levy.

Como suele suceder en estos casos, al llegar las noticias de Qana, Israel mostró su pesar, prometió una investigación, negó que ataque a inocentes de manera premeditada, culpó a Hizbulá de usar a civiles como escudos humanos para sus ataques con katiuskas y, a última hora, empezó a sembrar dudas sobre la responsabilidad de su Ejército. De seguir el patrón habitual, no sería extraño que la investigación oficial del propio Ejército israelí –juez y parte– sentencie que fue Hizbulá la autora de la matanza. De momento, el Ejército anunció anoche que durante 48 horas no atacará al Líbano para indagar los hechos.

El más mortífero

Pero el caso es que el bombardeo más mortífero desde el inicio de la guerra llegó tras 19 días de ataques indiscriminados contra objetivos civiles. Dieciocho días en los que la comunidad internacional ha sido incapaz de reclamar unánimemente un alto el fuego, lo que desde Tel-Aviv es visto como una luz verde a su ofensiva. Y la muerte de Qana llegó también cuando la secretaria de Estado de EEUU, Condoleezza Rice, estaba en Jerusalén. Rice planeaba ir a Beirut, pero el primer ministro libanés, Fuad Siniora, le invitó a no coger el avión, así que la jefa de la diplomacia estadounidense, "profundamente entristecida" por lo ocurrido, volvió a reunirse con el primer ministro israelí, Ehud Olmert, a quien le dijo que el ataque "no hace feliz" a EEUU. Ni una condena ni un llamamiento a un alto el fuego inmediato.

Y eso que Rice tenía motivos para estar irritada, ya que la matanza boicotea sus esfuerzos de presentar esta semana una resolución ante el Consejo de Seguridad de la ONU en la que se concrete el envío de una fuerza multinacional como paso previo para decretar un alto el fuego. Pero la tragedia cambia la dinámica de las negociaciones, y si el acuerdo parecía cercano, ahora el Líbano dice que no tiene nada de qué hablar si no hay un alto el fuego inmediato y sin condiciones. E Israel, mientras, a lo suyo: pide dos semanas más para acabar el trabajo en el campo de batalla. Falta por ver si Washington aguantará la presión de sus aliados y continuará negándose a centrar los esfuerzos en detener de forma inmediata el derramamiento de sangre.

Guerra perdida

Y es que la cuestión esencial sobre la que gira el proceso diplomático es que Israel debe ganar la guerra, aunque hasta ahora eso parece difícil. La de la propaganda, con tanta sangre inocente derramada, la va perdiendo. E Hizbulá se hace más fuerte. Furiosos libaneses se manifestaron ayer en Beirut, Siniora elogió el coraje de la milicia chií, y en las webs y televisiones árabes sólo se leía y se oía a árabes y musulmanes indignados que clamaban venganza. Venganza que Hizbulá ha prometido en forma de más katiuskas. Y al mismo carro se ha subido Hamás, y hasta el comandante de los Guardianes de la Revolución iraní, que pidió a Alá que "aliente el celo de los musulmanes y elimine a EEUU e Israel".

En 1996, en la operación Uvas de la Ira, Israel mató en Qana –una de las dos ciudades que reclaman haber sido el escenario del milagro de Jesucristo del agua y el vino– a un centenar de civiles. Entonces, la presión mundial llevó al fin de la ofensiva. Es necesario ahora otro milagro, cambiar la sangre por el diálogo. "Mucho antes de que esta guerra se decida, ya puede afirmarse que su coste incluirá el apagón moral que nos rodea y nos cubre, amenazando nuestra existencia y nuestra imagen no menos que los katiuskas de Hizbulá", acababa Gideon Levy.